lunes, 28 de enero de 2013




Solo por gracia.
Por el S.I: Eliezer Simpson Jackson.
                 Presidente de la Iglesia en Cuba.

Actualmente el hombre no concibe adquirir nada sino a través de un pago. Todo en este mundo tiene un valor monetario. Hay quien dice que todos los hombres son comprables, la diferencia está en el precio. Con esto afirman que las personas ceden ante el dinero: Algunas se corrompen con muy poco y a otras hay que ofrecerle mucho; pero al final, todos son susceptibles de ir en contra de sus principios por interés.
Absolutamente todo en este mundo es considerado una mercancía. No nos asombremos de que la fe sea también un producto de mercado, pues desde la antigüedad hay muchos que predican el evangelio por ganancia deshonestas: “…hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia” (1Ti 6:5). Y mucho más ocurre en nuestros días, donde abundan los predicadores de la prosperidad, que se hacen ricos comerciando con un mensaje que fue dado solo por gracia.
Con una generalización tal del mercado no faltan quienes no acaban de comprender la dimensión de la gracia, y le buscan un equivalente en el comportamiento humano. No entienden la verdadera grandeza del don divino, y que aunque los hombres quieran aquilatarlo, no hay nada material que cubra su valor: Ni todo el universo es equiparable con el don de Dios, ¡cuánto menos la justicia humana! Dios nos exige justicia humana, misericordia y verdad; es cierto, pero no como pago por su gracia. Él no necesita nada de nosotros; lo exige porque la única manera de conservar la gracia es compartiéndola: “…de gracia recibisteis, dad de gracia”  (Mt 10:8).
El Mar Muerto tiene más de tres veces el tamaño del Mar de Galilea; sin embargo, este último está lleno de vida, mientras en el otro no se puede encontrar nada vivo (de ahí su nombre). La diferencia consiste en que el pequeño lago de Galilea –un verdadero paraíso en primavera, por la vegetación circundante-, recibe la corriente del Jordán y la deja correr libremente hacia el Sur; pero el gran lago Salado, o Mar Muerto, no tiene salida, no comparte, se queda con todo lo que recibe.
Lo mismo sucede con la gracia: la mejor manera de permanecer en ella es ofrecerla generosamente, y la forma en que podemos brindarla es cumpliendo la ley de Dios, de modo que los mandamientos sean la vía en que exteriorizamos la naturaleza que adquirimos mediante la gracia: en gratitud al Eterno, y en bondad hacia nuestros semejantes.
Experimentemos constante y plenamente este don divino, porque de esa manera estamos ya disfrutando la riqueza de nuestra herencia. En eso consiste la singular felicidad de la vida cristiana, que no se opaca con la rutina diaria, ni con la escasez, ni con las dificultades, ni siquiera con la persecución y la muerte.

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