Solo por
gracia.
Por el S.I:
Eliezer Simpson Jackson.
Presidente de la Iglesia en
Cuba.
Actualmente
el hombre no concibe adquirir nada sino a través de un pago. Todo en este mundo
tiene un valor monetario. Hay quien dice que todos los hombres son comprables,
la diferencia está en el precio. Con esto afirman que las personas ceden ante
el dinero: Algunas se corrompen con muy poco y a otras hay que ofrecerle mucho;
pero al final, todos son susceptibles de ir en contra de sus principios por
interés.
Absolutamente
todo en este mundo es considerado una mercancía. No nos asombremos de que la fe
sea también un producto de mercado, pues desde la antigüedad hay muchos que
predican el evangelio por ganancia deshonestas: “…hombres corruptos de
entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de
ganancia” (1Ti 6:5). Y mucho más ocurre en nuestros días, donde abundan los
predicadores de la prosperidad, que se hacen ricos comerciando con un mensaje
que fue dado solo por gracia.
Con una
generalización tal del mercado no faltan quienes no acaban de comprender la
dimensión de la gracia, y le buscan un equivalente en el comportamiento humano.
No entienden la verdadera grandeza del don divino, y que aunque los hombres
quieran aquilatarlo, no hay nada material que cubra su valor: Ni todo el
universo es equiparable con el don de Dios, ¡cuánto menos la justicia humana!
Dios nos exige justicia humana, misericordia y verdad; es cierto, pero no como
pago por su gracia. Él no necesita nada de nosotros; lo exige porque la única
manera de conservar la gracia es compartiéndola: “…de gracia recibisteis, dad
de gracia” (Mt 10:8).
El Mar
Muerto tiene más de tres veces el tamaño del Mar de Galilea; sin embargo, este
último está lleno de vida, mientras en el otro no se puede encontrar nada vivo
(de ahí su nombre). La diferencia consiste en que el pequeño lago de Galilea
–un verdadero paraíso en primavera, por la vegetación circundante-, recibe la
corriente del Jordán y la deja correr libremente hacia el Sur; pero el gran
lago Salado, o Mar Muerto, no tiene salida, no comparte, se queda con todo lo
que recibe.
Lo mismo
sucede con la gracia: la mejor manera de permanecer en ella es ofrecerla
generosamente, y la forma en que podemos brindarla es cumpliendo la ley de
Dios, de modo que los mandamientos sean la vía en que exteriorizamos la
naturaleza que adquirimos mediante la gracia: en gratitud al Eterno, y en
bondad hacia nuestros semejantes.
Experimentemos
constante y plenamente este don divino, porque de esa manera estamos ya
disfrutando la riqueza de nuestra herencia. En eso consiste la singular
felicidad de la vida cristiana, que no se opaca con la rutina diaria, ni con la
escasez, ni con las dificultades, ni siquiera con la persecución y la muerte.
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