domingo, 21 de julio de 2013

El quinto Mensajero.



La columna del Director
En  el  período  que  cubre  esta  edición del Mensajero hay dos  fechas  sobresalientes: el día de  las madres y el día de los  padres.  Creo,  como  muchos,  que todos  los  días  son  de  las madres  y  de los  padres,  pero  no  es  errado  hacer énfasis  en  estas  dos  ocasiones,  y  convertirlas en momentos especiales.
Los diez mandamientos están divididos en dos categorías: una referida a Dios y otra  al  prójimo,  y  no  es  casual  que  la segunda  categoría  esté  encabezada por el  primer  mandamiento  que  tiene  implícita una promesa: “Honra a tu padre y a  tu madre, para que tus días se alarguen en  la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxo 20:12).
Todo  lo  contrario  sucede  en  nuestros días;  la  sociedad  moderna,  como  ha hecho  con  respecto  a  otros  principios bíblicos,  ha  implementado  disposiciones que entorpecen el cumplimiento de este precepto. Cada vez los hijos tienen más  independencia  de  los  padres,  y estos,  menos  autoridad.  He  podido comprobar que en los países más desarrollados  los  hijos  adolescentes  toman sus propias decisiones y hasta se van a vivir solos.
Es  cada  vez  más  difícil  mantener  la línea de conducta propuesta por  la Palabra  de  Dios;  sin  embargo  para  los cristianos  se  trata  de  nuestra  razón  de ser. No es asunto de tiempos ni de modas, sino de fe y amor. El respeto a los padres es garantía de la estabilidad de la familia; así como  también  la educación y el  trato cariñoso de  los hijos. Ambas cosas nos ordena la Biblia. 
La relación de padres e hijos nos ilustra un poco el vínculo que Dios ha establecido con nosotros. En el Nuevo Testamento,  y  especialmente  en  los  escritos de Juan, hay dos palabras que se traducen  indistintamente  con  el  vocablo “hijo” en nuestra versión castellana. La primera  de  ellas  es  “teknon”  y  se  usa siempre en conexión con los creyentes. La segunda es “huiós” y se usa siempre para  referirse  al Señor  Jesucristo  y,  en ocasiones,  a  los  fieles. Esta  diferencia de  palabras  expresan  dos  gradaciones diferentes  y  representan  el proceso de maduración de un creyente.
La  Escritura  nos  dice  que  fuimos adoptados  (Ef 1:5).  Para  nosotros  la adopción  es  un  acto  legal  por  el  cual un  niño  nacido  de  padres  biológicamente distintos  es  introducido  en una familia  diferente.  Por  tanto,  cuando leemos  que  Dios  nos  adoptó  como hijos (Ef. 1:5), lo relacionamos con ese acto  “legal” por  el que Dios nos  recibió  en  su  familia  como  a  hijos.  Pero realmente esta “adopción” es algo muy distinto a lo que llamamos adopción en nuestros  días.
Para  comprender  esto necesitamos entender  la distinción que hay entre un “teknon” y un “huiós”. En aquel tiempo, se llamaba “teknon” a los hijos pequeños sometidos a preceptores  y  tutores hasta  el  tiempo  en que alcanzaban la edad adulta y la madurez para heredar  la casa y  los bienes de su padre. Pero cuando un niño alcanzaba la edad adulta, el padre hacía una gran fiesta. 
Ese  día  el  niño  era  presentado como el legítimo heredero de su padre. A  partir  de  entonces  no  era  más  un “teknon”, sino un “huiós”. Esta ceremonia recibía el nombre de “adopción”, y es  en  ese  sentido que  el Padre Eterno nos ha adoptado; sin embargo exige de nosotros el pleno ejercicio de la madurez espiritual.
Superintendente Eliezer Simpson Jackson.
Presidente de la iglesia en Cuba

N o n a y o
Por  el  superintendente Sergio  de  la C. González Caballero.
Así  le comenzó a  llamar su madre   en los  inicios  del  siglo  pasado  y  creció llevando  aquel  seudónimo  extraño  en una  familia  de  trece  hermanos.  De ellos solo  sobrevivieron 9   y cada uno de estos debía tener un mismo nombre por una promesa hecha luego del fallecimiento  de  los  cuatro  primeros.  El primer nombre de todos sus hermanos era José; sin embargo, parece que desde  los  inicios de su vida, Dios  le  tenía otra encomienda, pues a él lo inscribió Juan José.
Nació al sur de  la provincia de Matanzas,  en un batey  llamado Galeón,  el  7 de febrero de 1918. Un lugar desconocido en  la geografía actual, ubicado en las  cercanías  de Bolondrón. Entre  va-rones  y  una madre  paciente  inició  su andar por  la  vida  Juan  José,  alias Nonayo.  Comenzó  a  realizar  trabajos  de hombre  desde  los  siete  años  de  edad. Hurgando  en  su  vida  supe  que  tenía alma  de  bohemio,  de  comerciante,  de andarín, que  tomó  su azadón un día y lanzándolo bien  lejos dejó  el  campo  y sus aperos de labranza y se dedicó a la venta  de  ropas.
 Para  ese  entonces  ya era un joven apuesto, de mediana estatura con una mano derecha demoledora, privilegio de  algunos  en aquello de riñas o disputas. Creció sin miedo a  la muerte y siendo polemista por excelencia. Gustaba  de  las  canturías  y  de  los bailables campesinos. Una foto tomada en  aquella  época  nos  muestra  a  un hombre seguro y  dispuesto a todo con tal de conquistar el éxito. No  fue un hombre de mucha  cultura,  pero  poseía  una  inteligencia  notable  y estaba dotado de dones para  la poesía.
Quizá  su mayor  superación  intelectual la  tuvo  cuando  se  alistó  en el  ejército, estudió  y  llegó  a  ser  miembro  de  la escolta  personal  del  presidente  Grau San Martín.  Fue  un militar  de  carrera honorable,  con  excelente  desempeño en  sus  años  de  servicio.  Fundó  una familia  con  una  dulce  mujer  que  lo amó  hasta  el  delirio  y  de  esa  relación nacieron  4  hijos. En  ese  entonces  conoció  el  evangelio  con  una  pareja  de legendarios misioneros: Lolita  y Emeterio;  pero  el mundo  lo  atraía,  y  aunque visitó la iglesia, nunca quiso dar un paso  de  avance  en  su  relación  con Dios.
Por  aquella  época  tuvo un  accidente automovilístico que hizo peligrar su vida y  le dejó el omóplato afectado para  siempre. Aun  así,  era  temible  su mano  derecha  cuando  envestía  a  un rival. En  los  inicios  de  la  década  de  los  setenta,  en  una  terminal  de  ómnibus, Nonayo  vio  a  una  misionera  llamada Julia García que  era piropeada  y  cuestionada  por  varios  hombres.  Aquella era una mujer muy bella, y al verla con el uniforme de la iglesia los hombres le decían: “Niña  estás  desperdiciando  tu vida; no sabes  lo que  te estás perdiendo...” Y  ese  fue  el motivo de  su  con-versión,  pues  me  contó  que  interiormente él respondió: “Los que se están perdiendo  todo son ustedes”. Y desde ese  momento  partió  a  buscar  aquella iglesia, la de los vestidos de blanco, y   la  encontró  en  la  ciudad  de Matanzas con  Gracielita  Barrera  como  Pastora.
No  demoró mucho  en  bautizarse. En aquella  localidad de  la  calle Monserrate,  número  29,  confraternizaban  cristianos  cuya  valía  no  olvidamos,  y  que mucho  menos  están  olvidados  para Dios; hermanos como Hipólito  (Polo) Araña  León,  Nena  Calvo,  Estervina Marrero,  Daniela  y  Felicia  Pérez,  Benilde Rodríguez y Erundina Díaz. Hermanos  que militaban  pese  a  todas  las trabas  y  limitantes de  la  época, que  lo acogieron  como  uno  más  de  la  gran familia de Cristo. Su mensaje al recibir la Santa Unción fue una profecía interpretada  por  el  superintendente  Eleovaldo  Cabrera  y  terminaba  diciendo: “…me será un buen siervo y  le  llevaré fiel  y  confirmado  por mi  poder  y mi Espíritu Santo, amén...”
Quienes le conocieron siempre recuerdan  al  hombre  convertido  en  una  leyenda de estoicismo ante la adversidad y  como  hombre  de  oración. Tenía  51 años  de  edad  cuando Dios  le  llamó  a su servicio. Desde ese entonces renunció a todo para adentrarse en un mundo desconocido por él. En el año 1971 fue  invitado  a pasar  la Escuela Preparatoria de Discípulos. Eran años complejos para  la Iglesia cubana que había quedado  acéfala  con  la  desaparición del apóstol Arturo Rangel y por la partida  al  extranjero  de  los  obispos  Florentino Almeida y Samuel Mendiondo.
Pero  se  fortaleció  en  la oración  sostenida  y pronunciados  ayunos. Su  fortaleza física le permitía practicarlos constantemente de hasta tres días y casi sin darse  cuenta  Dios  le  bendijo  con  un don especial: la Sanidad Divina. No    puedo  enumerar  cuantos  testimonios conocí de su ministración, ni el número  de  los  que  fueron  sanados  por  la intercesión de Juan José. De hecho yo fui uno de esos que Dios sanó a través de su siervo. En mi memoria lo recuerdo  exigente  con  él  antes  que  nada, siendo capaz de sacrificarse al máximo por  el  ideal,  aunque otros no  lo hicieran. 
Creo  que  me  amó  mucho  y  comencé a admirarlo cuando en el  tablero  de  los  trebejos  de Dios  hubo  una movida y comencé a vivir a su lado en la  iglesia  de  la  ciudad  de  Colón.  Era difícil dormir en su habitación, porque desde  las  tres  y media  de  la mañana, aproximadamente, se arrodillaba a orar y  así  permanecía  hasta  el  devocional  de  la mañana,  cuando  ya  las  fibras  de su  espíritu  estaban  tan  afinadas  que cualquier  himno,  bien  o mal  cantado, hacían brotar  ríos de  lágrimas de  esos ojos  que  llevaban  horas  de  comunión con el Padre Celestial. Y después…   a sus  labores  continuas  de  asistente  en nuestro hogar de ancianos, que en esos años  tenía  muy  malas  condiciones.
Comencé a apreciarlo como a un artista de Dios, pues lo mismo bañaba viejitos  que  me  convidaba  al  aserrío  del pueblo,  a  traer  desde  muy  lejos  una carretilla  de  sacos  de  serrín  para  los tambucos  —así  llamaban  a  los  cilindros que se usaban para cocinar, hervir la ropa, o calentar el agua para bañarse.
Era  incansable,  y  a  mi modo  de  ver, tenía una particular destreza para realizar  cualquier  cosa  que  intentara:  lo mismo  hacía  un  cepillo  para  lustrar zapatos, que una maleta para viajes, un peine, una  tijera o un cuchillo. Un día me regaló un anillo de oro que se había  encontrado y con el dinero de su venta compré mi primera guitarra, con la que pude  acompañarlo  al  cabo  del  tiempo en  sus  himnos  preferidos. 
Uno  era Grato es decir  la Historia y el otro Yo solo espero ese día. Era duro verlo atender a su hijo pequeño,  ahora  bajo  su  tutela,  haciendo  sopas  con  domplín  (algo  así  como  una bola  de  harina  de  pan  en  el  caldo),  o huevos  vertidos  en  el  agua  hirviente  que  tomaban  formas  extrañas.  Su  hijo menor  llegó  a  amarlo  mucho  por  su excelencia  y  transformación;  pero  un día se  fue a estudiar  teología y cuando el chico se casó, Nonayo estaba enfermo  de  un  carcinoma  en  su  apéndice nasal y se  fue a vivir con él a un  lugar de  campo  llamado Banes,  en  el  litoral norte de La Habana.
Allí compartieron experiencias  con  cristianos  ejemplares como Armando Rodríguez y Próspero Rojas.  Sus  conversaciones  giraban siempre  sobre  temas  espirituales. Nonayo  llamaba  a  la  Biblia  su  amiga. Cuando  podía  se  le  veía  por  los  campos  y  ríos  de  los  alrededores  recolectando  frutas,  berro,  o  predicando  la Palabra  a  quienes  se  cruzaban  en  su camino. Para ese entonces Nonayo era una  referencia  en  la  iglesia  cubana  como  símbolo  de  cristianismo  a  toda prueba. Era el hombre de oración que compartía  palpitantes  experiencias, visiones,  sueños,  mensajes.  Fue  el evangelista  que  visitó  cada  iglesia  del país  aún  enfermo,  llevando  aliento  y sanidad. El  lobo  fiero  se  convirtió  en una oveja apacible. Ya senil, cuando su mente no coordinaba  las  ideas, y entre dos  nietecitos  pequeños  que  eran  su mayor alegría, era muy frecuente oírlo repetir  una  extraña  oración  diciéndole a Dios: “Tú eres requete lindo, requete bueno…”  Lejos, muy lejos en su sub consciente  no  había  espacio  para  otra cosa que para  su Creador.
 Así,  en  esa comunión  que  alentaba  la  sonrisa  de algunos que  le oían, o  la reflexión más severa  de  otros  que  compartían  esa imagen, pasó al encuentro de su Hacedor  a  finales  de  febrero  de  1996.  A menudo oigo predicadores del presente  como  el  obispo  Onésimo  Rodríguez, que mencionan  su vida para hablar  del  estereotipo  de  un  cristiano genuino,  de  un  general  del  ejército  de Dios, del que se gastó sirviendo en sus filas.
Juan  José,  alias  Nonayo,  un  loco  de amor  por Dios  ya  espera  en  el  polvo de  la  tierra  la  segunda venida del Rey, que le amó y le permitió ser instrumento de gloria en la tierra. Yo tuve el privilegio  de  conocerlo  mucho,  y  en  el presente es el paradigma  que alimenta mi  recuerdo  y me  estimula a  servir  en la  iglesia  donde  él  conoció  al  Señor,  porque  en    el día de Dios quisiera  reunirme  con  él;  sencillamente    porque Nonayo, o Juan José, fue mi  padre.

 
 
Mi  nombre  es Arián Domínguez Bernal, tengo  31  años  y  soy  ingeniero  en Tele comunicaciones.  Vivo  en  el  reparto  Raúl Sánchez, de la ciudad de Pinar del Río. En Junio del 2008 presenté  fiebre alta mantenida  y mucho  decaimiento  que me  impedían  trabajar. Posteriormente  tuve un sangramiento  en  la  orina  y  en  la  piel  de  las piernas. Consulté a un hematólogo. En un chequeo de sangre me detectaron una seria alteración  de  los  leucocitos;  los  linfocitos estaban en 70  (lo es normal 30) y  los polimorfos  en  19  (normal  70).
El  diagnóstico probable  era  leucemia  aguda;  pero  nunca tuve miedo,  pues  siempre  he  confiado  la misericordia de Dios. Rogué  mucho  a  Dios,  pues  soy  católico desde  hace  años,  y  mi  suegro,  que  es miembro  de  la  Iglesia  Gedeonista  y  además es médico, pidió la sanidad divina y se me hizo en dos ocasiones. La primera por el pastor Emilio González y la segunda por la hermana Acela Laudoína Pérez. 
Después de la primera sanidad los médicos me  autorizaron  a  trabajar,  y  luego  de  la segunda  me  dieron  alta  para  chequearme periódicamente.  Actualmente  los  análisis están completamente normales. Estas peticiones  a  Dios    obraron  el  milagro  de  la curación, mejorando  también a mi hija y a toda la familia. Esto lo doy a conocer para la gloria de Dios y para que todo el que lo lea  sepa  que,  en Dios,  hay  refugio  seguro en la tormenta. Que el Señor les bendiga.

Mi  nombre  es  María  Luisa  Domínguez Torres, tengo 48 años, trabajo como auxiliar pedagógica en un seminternado y vivo en el reparto  Lázaro  Acosta  (Teléf.  759791). Mi conversión al cristianismo fue una obra de la mano de Dios, pues era idólatra y practicaba mi religión a un alto precio  (gastaba mucho dinero  en  ella). Gracias  a Dios  conocí  a mi actual esposo quien es miembro de la iglesia Soldados  de  la  Cruz  y  me  hablaba  de  su Palabra,  y  también me  instaba  a  estudiar  la Biblia.
Fue entonces que tuve el primer sueño  revelador: Soñé  que  debía  revisar  los bolsillos de mi pantalón y al hacerlo encontré un pequeño papel en el que pude  leer  la palabra: Eclesiastés. Este  es  uno  de  los  llamados “libros de sabiduría” de  la Biblia,   el cual  leí  inmediatamente captando  su  más importante enseñanza, que es la que aparece en el capítulo 12 versículo 13: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre”.                
En  Enero  del  2006  me  diagnosticaron  un tumor maligno en el lado derecho del cuello. Inmediatamente empecé a orar con  la seguridad  de  que  el  Señor  aliviaría mi  dolencia. Me hicieron  la  sanidad divina y  fui dada de alta,  ya  curada. Yo  vivo  convencida de  que fue la voluntad de Dios, quien me ha guiado estos últimos años de mi vida, a él doy gracias por todo. 

La postal inconclusa
Por  la  evangelista  Magbis  P.  Verdecia Toledano
 De niña viví con mis padres y hermanas en Morón. Al  lado de nuestra  casa  vivía  una  maestra  que  no podía tener hijos, aunque los deseaba  de  todo  corazón.  Terminaban los años sesenta; el país estaba volcado  en  la  campaña  de  alfabetización, y era común encontrar  jovencitos  de  15  a  17  años  en  segundo grado.  Paula,  nuestra  vecina,  era maestra  de  ese  grado.
 Ella  quiso ayudar a una  jovencita  llamada Lissette, que por vivir en el campo, no tenía  acceso    a  las  escuelas,  y  le brindó su casa, amor y la educación que necesitaba. Pasó el tiempo y entre ellas se estableció un  lazo de amor de madre e hija.  La  jovencita  la  respetaba  sin condiciones,  tenía  sed  de  saber  y era  mucho  mejor  atendida  que  en su propio hogar donde todo  lo que hacía  era  cocinar,  lavar,  planchar  y realizar  tareas  en  el  campo  desde muy  niña;  ahora  iba  a  la  escuela, vestía  ropa  limpia y bonita, calzaba zapatos nuevos, y las tareas domésticas  eran  ligeras;  le  celebraban  los cumpleaños,  iba  de  paseo  en  las vacaciones y visitaba a su familia en el campo frecuentemente.
Al  acercarse  un  día  de  las  madres Lissette quiso hacerle un regalo a su maestra y madre adoptiva; pero no  tenía  con  que  comprarlo,  así  que  ideó hacerle  una  tarjeta  de  felicitación  con ideas  propias,  y  comenzó  a  trabajar  a escondidas  para  que  Paula  no  se  diera cuenta. Así  llegó  la  noche  antes  de  ese día  y  aún  no  había  terminado  la  postal; entonces  se  consiguió  un  pedacito  de vela  para  cuando  todos  estuvieran  dormidos  encenderla  y  terminar  su  regalo.
Comenzó,  pero  fue  sorprendida  debajo de  la  cama  por  Paula,  quien      —creyendo  que  hacía  algo  indebido—,  le quitó  lo  que  tenía  en  las manos,  y  con ello los privilegios de paseos y juegos de la semana. En  la oscuridad solo se escuchaban  los  sollozos  de  la  muchachita, quien  demoró  mucho  en  dormirse  (en ese tiempo nadie se atrevía a responder a los padres o a otra persona mayor, costara lo que costara). Al amanecer Paula fue a ver qué era lo que mantenía ocupada a Lissette tan tarde y a escondidas, y  para su  sorpresa  leyó:  “Con  amor  para  mi mamá  Paula”,  entre  unos  ramitos  de flores dibujados en colores y seguido de un texto a medias.
 Sintió un dolor intenso,  en  su  celo  por  ser  buena madre  ni siquiera  le  dio  la  oportunidad  de  explicarse a  la muchachita, y además  la  tenía castigada, solo porque para ese día ella le quería regalar una postal. Paula corrió a nuestra casa y, sin dejar de llorar,  le  contó  lo  sucedido a mi madre. Después de calmarse un poco le aseguró a mi mamá que  le pediría perdón a Lissette; aunque ya nunca sabría  lo que  iba a decir aquella postal: ya estaba inconclusa. “Siempre  llevaré esto en mi conciencia”, sentenció al salir.

Cada miembro un obrero
Por el pastor Raimel Barrios Izquierdo 
Primera parte
Sin pretender ser absoluto, creo que  la definición  de  propósito más  poderosa e influyente de nuestra iglesia es la que se convirtió en el primer lema apostólico  del  Fundador  Daddy  John: Cada miembro un obrero. En su libro Iglesia con propósito, Rick Warren dice: Los slogans, las máximas, los lemas y las frases sucintas  se  recuerdan  mucho  tiempo después  que se han olvidado  los sermones.  Muchos  acontecimientos  claves  en  la  historia  han girado  alrededor  de  un  slogan: “¡Recuerden  al  Álamo!”  “¡Hundan  al Bismarck!” “¡Denme  la  libertad o denme la muerte!” 
La historia ha probado que un  simple slogan,  cuando  se  dice  repetidamente con una convicción, motiva a  la gente para  hacer  cosas  que  normalmente nunca  hubieran  hecho,  inclusive  dar sus vidas en un campo de batalla.  Todo  soldado de  la  cruz  ha  repetido  el primer  lema  apostólico  muchísimas veces, y si los pastores queremos ser sin pretender ser absoluto, creo que  la definición  de  propósito más  poderosa e influyente de nuestra iglesia es la que se convirtió en el primer lema apostólico  del  Fundador  Daddy  John:  Cada miembro un obrero.
Todo  soldado de  la  cruz  ha  repetido  el primer  lema  apostólico  muchísimas veces,  y  si  los  pastores  queremos  ser Nuestro principal deber como pastores  se  resume  en  Efesios  4:  11-12  donde se  nos  dice  que  Dios  constituyó  a unos,  apóstoles;  a  otros,  profetas;  a otros,  evangelistas;  a  otros,  pastores  y maestros,  a  fin  de  perfeccionar  a  los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.  La palabra capacitar (del griego katartismós)  significa  hacer  apto  o perfeccionar.  W. Barclay  dice  que viene  de  un  verbo  que  tiene dos  usos  en  los documentos del  tiempo de Pablo.
 En  primer  lugar  se  usa  con relación a un procedimiento quirúrgico para atender a un miembro del cuerpo que ha sido fracturado. También se usa en  el  área  política  para  señalar  un acuerdo  entre  diferentes  facciones  del gobierno para  asegurar  su buena marcha. En  el NT  se  refiere  al  hecho  de remendar  las  redes  (Mar 1:19) y a una amonestación  para  corregir  algún miembro  que  haya  cometido  un  error que afecta la armonía (Gál 6:1). Se trata  de  la  tarea  de  hacer  que  los miembros  que  habían  salido  de  una  vida equivocada  sean  acondicionados  y equipados  adecuadamente  para  servir al Señor. ¡Qué trabajo tan importante!  El   pastor  debe  ser  un  buen `discipulador´ de su rebaño. Él ha dotado  a  algunos  en  particular  para  que capaciten a todos en general.
 El efecto de esto se hace sentir directamente en la vida de los santos y en el crecimiento  de  la  iglesia.  Todos  los  santos (miembros  de  la  iglesia)  deben  ser equipados  para  algún  aspecto  de  la obra del ministerio, o sea, para el servicio  cristiano.  Además,  este  servicio de parte de miembros equipados resultará  en  la  edificación o  el  crecimiento del cuerpo de Cristo. No debemos olvidar que existe mucha sabiduría a la hora de delegar trabajos.
En  el  libro  La  administración  en  la iglesia cristiana, de Wilfredo Calderón, se  nos  explica  que  la  autoridad  y  la libertad,  tanto sobre  las acciones  individuales de  la persona delegada, como también sobre el tramo o aspecto asignado, son esenciales para el desenvolvimiento inteligente y el cumplimiento de  los  deberes  y  responsabilidades correspondientes.  Por  ejemplo,  una persona  se  sentirá  atada  y  cohibida  si al darle órdenes de  realizar  cierto  trabajo la intimidamos diciéndole: “No le tengo  tanta  confianza,  pero  haga  este trabajo  y  yo  le  iré  indicando  paso  a paso lo que debe hacer”.
En este caso, la  persona  no  siente  libertad  para  actuar; máxime  si  seguimos meticulosamente  sus  actos  y no  cesamos de hacer correcciones, críticas y regaños.  Las tareas bien aprendidas serán mejor realizadas  en  presencia  de  otros,  porque  la  tendencia común es acertar, en vista de que  se domina  la materia;  en cambio, en las tareas difíciles y mal aprendidas,  la  tendencia  común  y más frecuente es fallar, por lo que la presencia  de  otros  aumentará  las  fallas.
 En otras  palabras,  el  que  sabe  hacer  las cosas  bien,  las  hará mejor  ante  otros, incluso  ante  su  jefe;  pero  a  aquel  que no  sabe  cómo  hacer  las  cosas,  la  presencia de otros lo conducirá a actuar de una  manera  indeseable.  Dos  cosas aprendemos  de  esto:  Primero,  que  en todo  caso  es mejor  dotar  a  la  persona de  un  conocimiento  claro  de  su  tarea.
Segundo, que si  la persona ya sabe hacerlo y si  la hemos delegado para realizar alguna tarea, lo mejor será dejarla a cargo y supervisarla solo en ciertos casos, para que actúe con mayor libertad; a menos que  algo  extraordinario  surja.
La  autoridad  conferida  a  una  persona debe  estar  en  relación  con el grado de sentido  común  y  dominio  propio  y  el nivel de aprovechamiento manifestados por  dicha persona  durante  la  capacitación  y  en  su  vida  corriente.
 De  otro modo,  se  puede  incurrir  en  el  grave error de delegar autoridad en quien no ha  aprendido  a  usarla. No  solo  en  los altos niveles de la jerarquía organizacional,  sino  en  las  actividades más  sencillas,  como  la  limpieza, mantenimiento, etc. Cristo habló  en  términos  administrativos cuando dijo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y  el  que  en  lo  muy  poco  es  injusto, también  en  lo más  es  injusto”  (Lucas 16:10). 
Leí sobre las abejas que están divididas en  grupos  pequeños  para  cumplir  con un trabajo en particular. Un grupo trae el néctar y el polen para producir miel, otro grupo se encarga de dividir el polen y el néctar (el néctar para producir  miel y el polen para  alimentar a  los bebés).  Otro  grupo  trabaja  en  la sección de la miel para llenar y tapar cada  cubito  de  miel.  Otro  grupo trabaja para proteger los huevecitos, alimentándolos  hasta  que  nacen.
Otro grupo se aferra a  la reina para protegerla. Esta  ilustración muestra como diferentes  individuos  pueden  trabajar unidos  para  lograr  un  blanco  común. Hay poco tiempo para pelearse  porque  todas  están  ocupadas  en su  trabajo.  Cuando  cada  grupo aporta  su  contribución  el  panal  es firme. La  iglesia no es diferente a esto. En la  iglesia mundial  hay muchos  cristianos  singulares,  trabajando  con una meta  común: Hacer  discípulos de todas las naciones.
Tristemente no  todos  apoyan  aportando  su  trabajo. Por  lo  tanto algunas partes de la iglesia son ineficientes  y  tienen  problemas.  La  iglesia ideal involucrará a cada miembro en el discipulado, mientras que  los anima  y  capacita  para  que  desarrollen una  contribución  positiva  para  el crecimiento de los demás.  Durante  los  días  de  Oliver  Cromwell,  Inglaterra  confrontó  una serie  de  crisis  financieras.
 Tratando de resolver el problema, Cromwell y sus consejeros financieros pensaron en  las estatuas de oro y plata de  los santos  que  había  en  las  iglesias  de todo el territorio. Se dio esta orden: “¡Derritan los santos y pónganlos en circulación!” Esto es lo que la   iglesia necesita hoy: ¡Poner  los santos en circulación! Tengamos  en  cuenta  que  tal  como  los primeros patrones de  aprendizaje de  los niños gobernarán su conducta futura, así los  primeros  patrones  de  un  cristiano bebé determinarán su futuro discipulado.
John  Wesley  insistía  en  que  guiar  a  la gente a Jesús, sino también proveerles una oportunidad adecuada para el crecimiento  y  la  crianza,  es  simplemente “engendrar niños para el asesino”. Estoy convencido  de  que  la  única  manera  de mantener a los cristianos vivos es mantenerlos moviéndose. El  camino  cristiano se parece mucho a montar una bicicleta; nosotros  nos  estamos  moviendo  hacia delante  o  cayéndonos.  Ocupémonos entonces  con  ahínco  en  encontrar  una tarea para  cada miembro  y un miembro para cada tarea. 

Segunda parte:
El Desánimo en el 
Ministerio      
En  su  libro  Pastores  en  Riesgo,  H.  B. London  y  Neil B.  Wiseman,  advierten que  hoy  más  que  nunca  hay  pastores vulnerables  a  “quemarse”  a  causa  del desánimo. En  su  estudio  ellos  citan  estadísticas  recopiladas  por  el  prestigioso  Instituto   Fuller para el Crecimiento de la Iglesia:
-El  80%  de  los  pastores  cree  que  el trabajo  pastoral  ha  afectado  negativamente a sus familias.
-El 33% cree que estar en el ministerio ha  sido  un  verdadero  inconveniente para la familia. 
-El 75%  reporta haber  tenido en su vida  ministerial  por  lo menos  una gran crisis causante de un problema emocional.
-El 90%  siente que  fueron mal preparados  para  resistir  las  demandas del ministerio.
-El 70% dice tener más baja autoestima que cuando comenzaron.
-El 40% reportó tener por lo menos un serio conflicto con un miembro de su congregación una vez al mes.
-El  70%  dice  no  tener  a  alguien  a quien considera amigo cercano.
Quizás usted esté dando un suspiro de alivio al ver que otros se sienten como usted, o una exclamación de  incredulidad  al  leer  estas  estadísticas,  pero  le aseguro  que  hay  pastores  y  líderes  al borde del desaliento. Spurgeon decía: “¿Quién  puede soportar el peso de  las almas sin hundirse  en  el polvo?  Un  ardiente  anhelo por  la  conversión de  los hombres  consume  el  alma llenándola  de  ansiedad  y  contrariedades. 
Ver  que  aquellos  en  quienes  se tenían  buenas  esperanzas,  cambian  de conducta; que  los piadosos  se  enfrían; y que  los pecadores se entregan más y más  al  pecado,  ¿no  son  todos  estos motivos  para  causarnos  desánimo? ¿Ver que  el hermano  en quien más  se confía  se  convierte  en  traidor; que  Judas  vuelve  la  espalda  al  hombre  que tanto  lo estimaba, y  siente en ese momento abatido el corazón?” Todos nosotros nos  sentimos  inclinados a fijarnos en las debilidades humanas,  y  de  ahí  proceden  muchos  de nuestros  pesares.
Es  igualmente  desconsolador  el  golpe  que  recibimos cuando  algún miembro  de  la  congregación, honrado y estimado por nosotros,  cede  a  la  tentación  y  echa  por tierra el testimonio de tantos años.  También  las  luchas  en  el  seno  de  la congregación,  las  divisiones,  las  críticas necias y los chismes, han postrado a menudo a los mejores hombres. Los  autores  citados  anteriormente,  en su  libro  El  Pastor  es  una  especie  en extinción,  sugieren  que  el  problema consiste  en  que  “la  carga  está  siendo llevada por demasiado tiempo sin verdadero  alivio.”
Estamos  llegando  al punto  en que nuestras  reservas  se  están agotando y estamos por rendirnos. ¿Qué  hacer? Entre  los p r o f e t a s del  Antiguo  Testamento  uno de  los  más poderosos era Elías. Él  tenía verdadera fuerza de carácter, osadía, valentía y una fe sólida. En 1 Reyes 18-19 somos testigos  de  una  de  las  más  increíbles escenas  de  las  Escrituras.  Lleno  del poder de Dios, Elías confrontó al  rey Acab  y  a  su  esposa  (la malvada  Jezabel), a los 400 profetas de Baal y a los 450 profetas de Asera. Un  solo hombre  enfrentado  contra  una  horda enemiga  y  resistiéndoles  con  el poder sobrenatural  de  Dios.  Elías  conocía del poder de Dios para suplir en las  más difíciles circunstancias. En el monte Carmelo lo vemos levantando el pendón de  la  fe y de  la valentía, y vemos cómo Dios responde con una tremenda manifestación de poder: fuego del cielo.
Sin  duda  esperaríamos  que  después  de tal  demostración  divina,  la  fe  y  la  confianza  del  profeta  crecerían  hasta  un punto insospechado, pero no es así. Perseguido  por  Jezabel  cae  en  depresión  y le  asaltan  pensamientos  suicidas  (1  R 19). Cuando batallamos contra el desánimo y la depresión, uno de los mayores problemas  es  que  perdemos  la  habilidad  para enfrentar  las realidades de nuestra situación  o  las  circunstancias  que  nos  han llevado al lugar donde nos encontramos. Dios encontró a Elías y le hizo confrontar  las  razones  que  lo  habían  llevado  al abatimiento.
Cuando  el  telón  de  la  eternidad  caiga, veremos que Dios no dejó nada sin finalizar,  que  no  quedaron  “hilos  sueltos” por recoger. Todo habrá sido hecho a la perfección. Si  estamos  en  problemas  en  nuestro ministerio  a  causa del desaliento  y  estamos enfrentando frustración,  cansancio, depresión, expectativas fallidas de nosotros mismos, o de otros, ¿qué  necesitamos  hacer  por  encima  de cualquier  otra  cosa?  Si  sabemos  de  alguien que está a punto de dejar el ministerio  ¿qué  le  decimos?  “Necesitas  descansar”.  Sin  embargo,  Dios  le  dijo  al profeta confundido, herido, y desanimado: “Párate en la presencia del Señor”.
Dios  no  solo  podía  satisfacer  necesidades  físicas  y  emocionales  de Elías,  sino que  además  lo  llamó  a  acercarse  a  su presencia.  Esto  es  lo  que  necesitamos cuando  llega  el  desánimo,  cuando  nos sentimos  heridos  o  frustrados. Solo  la  presencia  divina  puede  guardarnos,  fortalecernos  y  levantarnos  para  unirnos  a Dios en su obra. El  salmista  decía:  “En  tu  presencia  hay plenitud  de  gozo;  delicias  a  tu  diestra para siempre” (Sal 16:11). 
La vida  cristiana  es un  constante  entrar en la presencia de Dios desde la presencia de la sociedad, y salir de  la presencia de Dios a la presencia de nuestros semejantes. Es como el ritmo del descanso y el  trabajo. No  podemos  trabajar  a menos que tengamos un tiempo de descanso,  y  el  sueño  no  nos  vendrá  a menos que hayamos trabajado hasta cansarnos. Hay un gran peligro en  la vida cristiana. Es el peligro de una actividad demasiado constante. Ninguna  persona  puede  trabajar  sin  descansar,  y  ninguna  persona puede vivir la vida cristiana a menos que se  tome  tiempo  con Dios.
Bien pudiera ser que todos los problemas de nuestras vidas  estuvieran  en  que  no  le  damos  a Dios  la oportunidad de hablarnos, porque no sabemos estarnos quietos y escuchar;  no  le  damos  tiempo  a Dios  para recargar nuestras energías y fuerzas espirituales, porque no apartamos un tiempo para  esperar  en  él.  ¿Cómo  podremos asumir  las  cargas  de  la  vida  si  no  tenemos  contacto  con  el  Señor  de  toda  la vida? ¿Cómo podremos hacer la obra de Dios,  a menos  que  sea  con  las  fuerzas que Dios da? ¿Y cómo podremos recibir esas fuerzas si no buscamos en tranquilidad y a solas la presencia de Dios? 
Querido  pastor,  es  mi  ruego  al  buen Dios que no  caigamos en  la  trampa  tan sutil y tan usada de Satanás, de que estemos  tan  involucrados  trabajando  en  la obra  del  Señor  que  nos  olvidemos  del Señor de  la obra, que al fin y al cabo es nuestra prioridad. 

Travesín*

Travesín era un potro blanco con manchas negras; aunque él decía que era negro con manchas blancas. Cuando  los demás caballitos corrían, Travesín andaba despacio, si andaban  despacio,  él  corría.  Si  iban  a  comer hierba fresca  junto al río, él  iba a cargar leña, si ellos iban a cargar leña, él iba a beber al arroyo. En fin… Una noche soñó que la tierra estaba arriba y  el  cielo  debajo,  y  amaneció  caminando con  la  cabeza hacia abajo y  las  cuatro patas para arriba. Fue tempo perdido el querer convencerlo de su error. Travesín insista en que el mundo estaba al  revés, y seguía  correteando  con  sus  cascos apuntando al azul celeste. Su madre estaba desconsolada;  hacía  muchos  días  que  no  probaba bocado.
— ¿Qué  te  pasa  mamá? ¿Por  qué  no  quieres comer?  —dijo  Travesín  con  los  cascos pegados al techo. —Porque  no  haces caso mi  caballito.  Tus travesuras  me  provocan  grandes  sufrimientos.  ¿No  te  das  cuenta  que  no  es  lo mismo  hacer  cosas  distintas  que  estar equivocado?  Mira  los  árboles  como  crecen, mientras más  grandes  son, más hunden sus raíces en la tierra.
A Travesín  le daba  lástima ver a su mamá tan  dolida  y  flaca  por  no  comer;  pero estaba muy amarrado a sus caprichos y salió  de  allí  sin  despedirse.  Con  cada saltico  su  corazón  le  repetía  las  palabras de su ma. Travesín huía de esa voz que  le  hablaba  desde  adentro,  quería dejarla  atrás  y  apuraba  el  galope  sin conseguir  alejarse  de  ella.
En  su  ciega carrera  llegó  a  la  laguna.  Las  aguas estaban  quietas;  reflejaban,  con  todo su  esplendor,  la  cara  del  sol  y  el  paso lento de las nubes. Travesín dijo en voz alta, como respondiendo a las palabras que aún le latan en el pecho: — ¡Ya  ves  ma,  como  tengo  razón;  el cielo está abajo!
Siguió corriendo velozmente para que el aire le refrescara los cachetes. Se alejó de los lugares conocidos impulsado por los fuertes saltos de su corazón. Sus cascos cortaban el espacio abierto, hasta que tropezó con una hermosa arboleda. Las plantas eran tan grandes que Travesín en vez de un caballo, parecía un mosquito. El viento que retozaba en el follaje se arremolinó tempestuosamente.  Las crines de Travesín le golpeaban en los ojos, no tuvo tempo de escapar; la ventolera  lo arrastró, haciéndolo girar como una hoja. Travesín se sentía mareado. Las palabras de  su madre volvieron a agitarse dentro de él: “Mira  los árboles  cómo  crecen, mientras más grandes son, más hunden sus raíces…”
Travesín trató de agarrarse de una rama; pero el torbellino lo lanzó lejos; soplido tras soplido… Desde entonces no lo han vuelto a ver. Solo saben de él cuando el viento, al pasar, deja alguna noticia de un potro blanco con manchas negras que vive muy lejos, tiene la cabeza hacia arriba, las patas hacia abajo, trabaja sembrando árboles, y hace planes para venir a ver a su ma, con una carreta llena de hierba fresca.
 *Pérez González, Eric A..
La casa de los trabacuentos. Editorial unicornio. 
La Habana, 2003
¿Pueden los cristianos recurrir al aborto?
Hace algún tiempo llevé  a  mi madre de noventa y un años al médico. Mientras esperaba  la consulta, escuché la  conversación  de  dos  mujeres  jóvenes  que  estaban  sentadas  frente  a  nosotros. Una de ellas recién había descubierto que  estaba  embarazada  y  le decía a la otra: “pa´ fuera; aunque sea con un perchero eso va pa´fuera”. Me avergüenza  plasmar  aquí  palabras tan  vulgares;  pero  la  misma Biblia no omite  lo más vil del hombre,  ni  siquiera  de  los escogidos. 
Esas  palabras,  dichas  con  tanta  impudicia, me produjeron asco. ¿¡Cómo puede  una  mujer  hablar  así!? ¿¡Cómo  se  puede  despreciar así  la  bendición  de  dar  vida!? Lo más  triste del  caso  es que así piensa  la mayoría. Hasta ese punto tan  bajo  ha  llegado  la  humanidad  al  considerar el fenómeno de la reproducción. Una persona que se expresa  de  esa  forma  no  puede  tener escrúpulos  para  ninguna  otra  cosa; en una persona así no hay sensibilidad,  ni  respeto.
Un  ser  que  piensa de esa manera está vacío de todo lo hermoso  y  bueno  que  Dios  creó. No  estoy  diciendo  con  esto  que  no se  controle  la  natalidad;  pero    estoy afirmando  que  hablar  así  de  una  vida que se está formando de un modo maravilloso,  en  el  seno de una madre,  es un acto de barbarie que nos da  la medida de la degradación moral del mundo. Por desgracia he visto las consultas donde  se  practican  las interrupciones  de  los embarazos. A esas consultas  acuden  diariamente  decenas  de mujeres y adolescentes que debieran estar haciendo con  sus vidas  algo más provechoso.  ¡Con cuánta  indiferencia  se somete  la  mayor  parte de ellas a un crimen tan horrendo!
No crea que es una exageración expresarse  así; quien no considere este acto como algo despreciable no está en verdadera sintonía  con  el Creador. Con  satisfacción  puedo  decir  que  nuestra  iglesia NO  ACEPTA  EL  ABORTO,  como no debe aceptarlo ningún hijo de Dios. No  es  un  pecado  evitar  el  embarazo; aunque  no  es  exactamente  esa  la  voluntad del Autor de la vida.
La sexualidad  humana  fue  concebida  para  su disfrute; de otra manera Dios nos hubiera  dado  órganos  genitales  insensibles; pero  las personas han convertido ese disfrute en concupiscencia y según nuestro  código  de  conducta —la  Biblia—, hasta en  la vida  íntima el hombre  de Dios  debe  estar  consciente  de quién  es,  lo  cual  no  significa  que  no obtenga  plena  satisfacción  (…pues  la voluntad  de Dios  es  vuestra  santificación;  que  os  apartéis  de  fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles  que  no  conocen  a Dios;  1Ts 4:3-5). Con esto quiero  llegar al punto conocido de que para el mundo el sexo ha llegado a ser el centro alrededor del cual  gira toda,  y  los  abortos  son  los efectos colaterales.
Pero el hombre que ha llegado a la comunión con el Eterno tiene la verdadera plenitud en todos los aspectos de la vida, y esa plenitud llega por una valoración recta, por un actuar recto  que  comunica  nuestra existencia con el mundo de Dios. Nuestra iglesia ni fomenta ni se opone al uso de medios anticonceptivos; más bien lo deja al criterio de la pareja; pero nuestra  consejería  se  sostiene  con  la Palabra de Dios, y si la Biblia dice que  los hijos  son una bendición es porque lo  son.  Si  es  cierto  que  debido  a  las condiciones de vida en la actualidad no
se puede procrear demasiado,  también tenemos que censurar el hecho de considerar los hijos como una carga, como un obstáculo para  la realización personal, porque en ese  sentido estamos en una posición contraria a  los principios divinos.
 Casi todos  los que practican y defienden  el  aborto  no  tienen  idea  de la magnitud  del  crimen  que  cometen. No  obstante  la  Sagrada  Palabra  dice claramente  que  desde  el momento  en que una vida comienza a gestarse dentro  del  útero  de  una  mujer,  Dios,  el Soberano  del  universo,  está  al  control de  todos  los  detalles  de  esa  vida: “Porque    formaste mis  entrañas;  tú me  hiciste  en  el  vientre  de mi madre. Te  alabaré; porque  formidables, maravillosas son  tus obras; estoy maravillado,  y mi  alma  lo  sabe muy  bien.
No fue  encubierto  de  ti  mi  cuerpo,  bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron  tus ojos,  y en  tu  libro estaban  escritas  todas  aquellas  cosas que  fueron  luego  formadas,  sin  faltar una  de  ellas.  ¡Cuán  preciosos me  son, oh  Dios,  tus  pensamientos!  ¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Sal 139:13-17). Esto genera entonces opiniones divididas  en  cuanto  a  los  niños  que  vienen con defectos o  enfermedades  como  el síndrome de Down.
Para nosotros está claro que  las enfermedades provienen, principalmente,  de  la  vida  de  pecado; son parte del proceso degenerativo que se inició con la ruptura del propósito   original  del  Creador;  de  hecho,  en  el seno  de  nuestra  iglesia  son  rarísimos estos  casos;  pero  aun  así  defendemos el  derecho  a  vivir  y  creemos  que  esa vida  entra  en  el mundo  para  cumplir, de muchos modos,  la voluntad del Padre Celestial, y por encima de cualquier limitación física o mental, un hijo traerá  bendición.  Puede  parecer  paradójico; pero no  en  el plano de  la  fe, pues todo el sacrificio que se realiza por una criatura,  en  el  Señor,  tiene  su  recompensa;  quizá  es  el  medio  decretado para  que  se  comprenda  el  amor  y  la grandeza de Dios. Hay muchos padres que han testificado de cómo encontraron el sentido de la vida, la fe y la esperanza,  luego de  largos  años de  fatigas, desvelos y tristezas, cuidando a un hijo discapacitado.
En  la medida  en  que  una  persona  se acerca a Dios, comprende más porqué vino a este mundo y qué es  lo que de-be  hacer  en  cada  instante,  porque  se adentra  en  la  voluntad  del  Padre.  Al final  cada uno va  a  responder por  sus actos. Hay esferas en las que solo usted puede  decidir;  no  obstante  la  iglesia tiene que cumplir su papel de consejera: Usted elige si tener hijos o no; pero nunca  los  considere  una  carga,  sino una  bendición.  Si  su  conciencia  no  le hace  sentir  incómodo  con  respecto  a los  anticonceptivos,  puede  valerse  de ellos;  hay  píldoras,  dispositivos  intrauterinos,  externos,  métodos  quirúrgicos,  o  naturales  —como  seleccionar determinados períodos en que la mujer no  está  ovulando;  pero  nunca  recurra al aborto.
¿Por  qué  antes  se  tenían  tantos  hijos?
La necesidad de  tener hijos  es directamente  proporcional  a  las  condiciones de vida. Si  la esperanza de vida es elevada,  decaerá  la  urgencia  de  la  reproducción; si el medio es hostil el hombre se  verá  impulsado,  instintivamente,  a reproducirse,  a  darle  continuidad  a  la especie. A  esto se unen también factores culturales. La realidad de este planteamiento se puede comprobar siguiendo la evolución social del hombre dentro de la historia bíblica.
A  partir  de  la  Revolución  Industrial, comenzada en el siglo XVIII en Inglaterra,  el  trabajo  humano  se  ha  estado sustituyendo  por  procesos  mecanizados; prácticamente en todas las áreas de la  producción  las máquinas  realizan  el noventa  por  ciento  del  trabajo  del hombre. Sin embargo, en la antigüedad todo  tipo  de  trabajo  se  hacía manualmente  o  con  ayuda  de  animales.  Es decir,  que  el  poder  económico  dependía,  fundamentalmente,  de  la  cantidad de  trabajadores  con  que  contaba  una ciudad,  o  una  nación. Obviamente  los empleados no se recogen de los árboles ni se cazan en los bosques y se domestican,  y  esa  era una de  las  razones por las  cuales  antaño  se  consideraba  una bendición  tener muchos  hijos. Los  hijos  eran  la garantía del  sostén  familiar.
Hasta mediados del  siglo pasado  todavía esa era  la filosofía de vida en nuestro  país.  Con  una  población  mayormente  campesina,  las  familias  cubanas dependían  de  la  mano  de  obra  para trabajar  en  el  campo.  Mi  madre  me contaba que ellos pasaban muchas  necesidades porque  eran  seis hermanas y un solo varón, que para colmo fue de los  últimos;  entonces  mi  abuelo  tenía que  proveer,  él  solo,  para  todos  ellos, trabajando de  jornalero en las fincas de la  región  donde  vivían.  La  Biblia  nos dice  que Dios  creó  al  hombre  varón  y hembra para que fructificaran y llenaran la  tierra.
El matrimonio y  la familia  fue la  primera  institución,  y  en  el  primer pacto que Dios hizo con  la humanidad estaba  estipulada  la  reproducción,  el cuidado de la tierra y de los animales, y el servirse de las plantas para alimentarse y de todas las cosas creadas para disfrute del hombre (Gén 1:27-30; 2:7-25). Tener hijos  fue una orden del Creador. Los  antiguos  tenían  que  reproducirse para  poblar  los  lugares  en  donde  se establecían  y  defenderse. Y  esa  es  otra razón de la importancia de ser muchos, pues como dice un refrán: “En la unión está la fuerza”.
El número de habitantes determinaba la fortaleza de los pueblos, e  incluso de  las  familias: “He  aquí, herencia de  Jehová  son  los hijos;  cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano  del  valiente,  así  son  los  hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que  llenó  su  aljaba de  ellos; no  será  avergonzado  cuando  hablare con los enemigos en la puerta (Sal 127:3-5).
Las guerras segaban la vida de muchos, y las guerras eran frecuentes en tiempos antiguos.  Los muchachos  eran  reclutados  (Así  hará  el  rey  que  reinará  sobre vosotros:  tomará  vuestros  hijos,  y  los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo,  para  que  corran  delante  de  su carro; y nombrará para sí jefes de  miles y  jefes  de  cincuentenas;  los  pondrá asimismo  a que aren  sus  campos  y  sieguen  sus mieses,  y  a que hagan  sus  armas  de  guerra  y  los  pertrechos  de  sus carros.  1Sa  8:11-12)  y muchos  no  volvían.
 Las  muchachas  no  tenían  mejor suerte,  porque  eran  consideradas  botín de  guerra,  al  igual  que  los  niños,  los animales,  las cosechas y  los objetos valiosos.  Las  ciudades  tomadas  por  un ejército  eran  arrasadas;  muchas  veces poblaciones  completas  eran  masacradas;  hay  suficientes  ejemplos  en  la  Biblia. Todo  esto  imponía  una  necesidad de  reproducción  tan  acuciosa  que  los hombres  tomaban  varias  mujeres  para sí,  y  la  esterilidad  era  considerada  una afrenta  social.  Recordemos  la  tristeza de Ana (1 Sam 1), y que Raquel le dijo a Jacob: “Dame hijos,  o si no,  me muero” (Gén 30:1).
La  pérdida  de  un  hijo  es  irreparable; pero  debido  a  que  los  hijos  se  perdían por tan variados motivos y tan frecuentemente  en  la  antigüedad,  los  progenitores se concentraban más en la sustitución  que  en  el  sufrimiento.  El  quinto ser humano que pisó esta tierra  lo hizo por  ese motivo  y  se  constituyó  en  un símbolo  del  reemplazo:  “Y  conoció  de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: porque Dios  (dijo  ella)  me  ha  sustituido  otro hijo  en  lugar  de  Abel,  a  quien  mató Caín” (Gén 4:25).
La  descendencia  era  indispensable  aún por otra razón: el sistema de  la propiedad. En Israel la tierra fue repartida por tribus, y dentro de cada tribu por clanes y  familias. Esto  resultó  en  un  delicado equilibrio que no debía romperse y por eso se evitaban los casamientos entre   miembros  de  diferentes  clanes  o  de tribus distintas, aunque a veces ocurría.
La  propiedad  se  estableció  echando suertes  (Jos 14:2), es decir,   consultando la voluntad del Señor; por tanto no debía  cambiar  de  dueños  de  generación  en  generación;  por  este  motivo Nabot no quiso venderle  la viña al rey Acab  (Y  Nabot  respondió  a  Acab: Guárdeme Jehová de que yo  te dé a  ti la heredad de mis padres. 1Re 21:3). Si se  interrumpía  la  línea de herederos  la propiedad podía caer en manos de personas ajenas a la parentela o incluso de extranjeros  residentes.
 Por  eso  surgió la ley del levirato; la cual estipulaba que si un hombre moría sin tener hijos, un hermano  o  un  pariente  cercano  debía levantarle descendencia, para perpetuar su  nombre;  es  decir,  para  que  la  propiedad  no  saliera  de  la  familia: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere  alguno  de  ellos,  y  no  tuviere hijo,  la mujer del muerto no  se  casará fuera  con  hombre  extraño;  su  cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer,  y  hará  con  ella  parentesco.  Y  el primogénito  que  ella  diere  a  luz  sucederá  en  el  nombre  de  su  hermano muerto, para que el nombre de éste no sea borrado de Israel” (Deu 25:5-6).
También  influían en  la natalidad otros aspectos  culturales  y  religiosos  que sumían  a  gran  parte  de  la  humanidad en  la  ignorancia; no obstante,  la cantidad  de  hijos  no  se  debía,  como  muchos  suponen,  a  que  no  se  conocían métodos  anticonceptivos,  o  a  que  no existía  el  entretenimiento.  Basta  con leer la historia de Onán, en Génesis 38, para descartar la primera suposición. En cuanto a  la segunda, por supuesto, no  existían  los  medios  de  comunicación modernos que sostienen  la  industria  del  entretenimiento;  pero  entretenerse  es  tan  antiguo  como el hombre; la Biblia dice que Jubal fue el padre de todos los que tocan arpa y flauta, y que Tubal-caín, fue artífice de toda obra de bronce y de hierro  (Gén 4:21-22).
 Por el  otro  lado,  esos  poderosos  medios modernos  han  servido  para  promover y  establecer  hábitos,  conductas  y  normas que  alejan  al hombre de  su Creador,  y que hunden  a  la  sociedad  en  la lujuria,  lo  que  hace  al  hombre  de  hoy tan  ignorante  como  esa  gran  parte  de sus antepasados. En nuestros días ocurre un  fenómeno opuesto  al  comportamiento  histórico: la población mundial ha envejecido; es decir,  que  la  tasa  de  nacimientos  es muy  baja,  especialmente  en  los  países desarrollados.
 Como  dijimos  arriba,  si la esperanza de vida aumenta, entonces se  reduce  la  necesidad  de  reproducción; pero uno de los aspectos que más influye es la manera en que ha cambiado  el  concepto de  familia,  la dinámica social  y  laboral,  y  la  baja  estima  de  la concepción  y  la  natividad,  conjuntamente  con  una  escalofriante  degradación moral  y espiritual. Y terminamos con un dato curioso: de los registrados en  la Biblia el hombre que más hijos tuvo fue Gedeón, que  engendró  setenta  descendientes (Jue 8:30).
 
Las libélulas estamos entre las criaturas más  llamativas de  todo el  reino de  los insectos.  Cuando  hace  sol  volamos, cazamos, cortejamos, nos apareamos y ponemos  nuestros  huevos.  Todo  lo realizamos  ante  sus  ojos.  Pero  lo  que más  le  impresionará  a usted  sean probablemente  nuestros  vuelos  artísticos.
De  hecho,  puedo  nombrarle  nueve clases de vuelos distintos, que dominamos  con maestría:  el  vuelo  neutral,  el vuelo  de  caza,  el  vuelo territorial,  el vuelo amenazador, el vuelo de cortejo, el vuelo pendular, el vuelo ondular y el vuelo parado, además de toda clase de vuelos hacia atrás. Entre  las 800.000 especies de  insectos, se nos  considera  como  los verdaderos acróbatas de los aires.
En los calurosos días  de  verano  podemos  planear  durante  horas  enteras  por  encima  de  un estanque,  sin  apenas  mover  las  alas para ello. Cuando vemos una presa,  la capturamos al vuelo con absoluta precisión  cambiando  rápidamente  de  dirección. Si aparece un  rival  importuno nos  elevamos  en  forma de espiral  y  le echamos  inmediatamente.  Incluso  volando  por  entre  densos  juncos  y  hierbas de pantano planeamos con elegancia e ímpetu, sin que se dañen nuestras alas delicadas.
Ya se habrá dado cuenta usted: cerca  del  agua  somos  los  reyes de los aires.   Nos  movemos  como  helicópteros  silenciosos.  La  frecuencia  con  la  que batimos  nuestras  alas  es  de  30 movimientos por  segundo, pero a pesar de ello  no  producimos  ningún  zumbido perceptible a su oído. Las alas, sin embargo,  no  solamente  nos  sirven  para volar: desempeñan un papel  importante en el cortejo de nuestra pareja; sobre las hierbas que se balancean nos sirven para guardar el equilibrio; también nos sirven de  colectores  solares;  y para  las lenguas voraces de las ranas son armas de defensa  voluminosas.
 No obstante, hay que decir que el vuelo es su propósito principal. Disponemos  de  un  esqueleto  de  gran dureza  siendo  al mismo  tiempo de un peso  mínimo.  La  libélula  esbelta,  por ejemplo,  sólo  pesa  la  cuadragésima parte de un gramo. De modo que necesitaríamos  ¡120 de estas  libélulas pequeñas  para  que  pesaran  lo  que  una moneda de 20 centavos! Nuestro  aparato  volador: prototipo de sus helicópteros. ¿Sabía usted que Igor Sikorsky (nacido en 1889 en Kiev y fallecido en 1972 en EEUU)  su  pionero  de  la  técnica  del helicóptero, halló su  idea para el desarrollo del helicóptero observando detenidamente  nuestro  vuelo?  Las  cuatro palas regulables del rotor producen    simultáneamente  la propulsión y  la  fuerza  ascenso rial,  igual  que  nuestras  cuatro alas.
 A pesar de la  reconocida madurez  técnica de  sus  aparatos de  vuelo,  nosotras  y  sus  helicópteros  somos dos  mundos  diferentes:  nosotras  volamos  cien  veces más  ágiles  y  además  sin hacer  ningún  ruido  -  solamente  cuando se  tocan  las alas en  tensión percibirá usted un ligero crujido que anuncia nuestra llegada - y todo esto ocurre con un grado de  eficacia  técnicamente  aún  inalcanzado.
Comparado con todas las demás especies de  insectos, nuestro vuelo se basa en un principio totalmente distinto. El Creador ha  inventado  un  equipamiento  especial para nosotras. Nuestros potentes músculos del vuelo están unidos directamente a las articulaciones de las alas por medio de tendones.  Para  estas  articulaciones  el Creador  ha  elaborado  un  material  con propiedades mecánicas extraordinarias, la resolana. Ningún otro material es tan elástico,  razón  por  la  cual  puede  almacenar una  cantidad  incomparable de  energía,  y ponerla a disposición en el momento que se necesite.
Imagínese una botella de plástico aplastada que inmediatamente después de aplastarla  vuelve  a  saltar  a  su  forma  original. Mis alas  junto con  la resolana constituyen semejante  sistema  oscilante  que  trabaja con una  frecuencia de batido determinada. Con respecto al vuelo, el Creador ha pensado  en  tantas  finezas  para  nosotras que   podemos    superar    fácilmente  cualquier  situación  complicada  que pueda presentarse  en  el  aire.
Estamos construidas  óptimamente  para  los  aires. Sus ingenieros de vuelo utilizan un valor  denominado  número  de  Reynolds para describir el comportamiento  del  vuelo. Este número  caracteriza la manera en que la viscosidad del aire circundante  repercute  en  la  velocidad y  el  tamaño  del  objeto  volador.  Para las  grandes  aves  esta  propiedad  del aire  es de  poca  importancia,  no  así para  nosotros  los  insectos. 
Porque para  insectos  pequeños  la  viscosidad del aire es tal que prácticamente tienen que nadar en ese aire tan «espeso» para ellos.  Por  ser  bajos  estos  valores  de Reynolds,  tienen  que  mover  las  alas mucho  más  rápidamente  que  los  insectos  grandes,  para  poder  avanzar. Pero a nosotras nos diseñó el Creador de  tal manera que nuestro  coeficiente de Reynolds es muy favorable. De esta forma  alcanzamos  fácilmente  velocidades de 40 km/h  sin  tener que batir constantemente  las alas. Incluso cuando  volamos  despacio,  se  producen suficientes  fuerzas  ascensionales,  a pesar de cortarse la corriente de aire.
Membranas  alares  más  finas  que  el papel: Nuestras cuatro alas en conjunto  sólo  pesan  cinco milésimas  de  un gramo.  Estos  transparentes  aparatos de  vuelo  finísimos  representan  una obra  maestra  en  la  técnica  de  construcción  ligera.   Si usted pudiera  imaginarse las membranas de nuestras alas como un material  fabricado  en  forma de  una  gran  superficie,  entonces  un metro  cuadrado  de  éste  pesaría  solamente tres gramos. 
El  celofán  de  poliamida  o  poliéster que  usted  usa  comercialmente  como envoltura,  con  el mismo grosor, pesa de tres a cuatro veces más.  Nuestras  alas  están  reforzadas  por venas, que en la jerga de sus constructores  de  aviones  se  llaman  largueros. El diámetro de estos tubos es sólo de la  décima  parte  de  un milímetro  y  el grosor  de  sus  paredes  es  incluso  de una  centésima  de  milímetro.  Estos tubos huecos no sólo sirven para proveer  rigidez,  sino  que  se  encuentran en  ellos  conductos para  el  transporte del  líquido sanguíneo (hemolinfa),  los cables del sistema nervioso, el sistema de provisión de oxígeno y de la eliminación del dióxido de carbono.
Seguridad  calculada:  No  piense usted  que  por  ahorrar  tanto material en  esta  forma  de  construcción,  el Creador ha descuidado el factor de  la seguridad.  Ahí  tengo  que  corregirle. De  igual modo que en el ámbito  técnico de ustedes,  también en el de  los seres vivos hallará usted en todas partes  claras  reservas  de  seguridad,  para que  no  ocurran  rupturas  prematuras ni  fallos. En  posición  de  reposo,  los huesos  de  su  muslo,  por  ejemplo, podrían aguantar el peso de 17 personas.  Y  esa  reserva  la  necesita  usted para  poder  enfrentarse  a  situaciones de mayores exigencias como lo son el correr o saltar.
Los fémures del ratón poseen  incluso una reserva de seguridad  750  veces  superior  al  requerimiento  normal.  Y  es  lógico,  porque algunas  veces  tiene  que  saltar  del  armario de  la  cocina  al  suelo,  sin  romperse en seguida una pata. Algo  parecido  ocurre  con  las  alas.  Un  pinzón,  por  ejemplo,  que  pesa  solamente 25  gramos  tiene  una  superficie  alar  de unos  150  cm².  Es  decir,  diez  cm²  de superficie alar llevan el peso de 1,7 gramos de su peso total. Con nuestros 15  cm²  de  superficie  alar,  tenemos  que sostener 0,5 gramos, esto son 0,33 gramos de nuestro peso  total por 10 cm².
Nuestro margen de seguridad es, por lo tanto,  cinco  veces  mayor  que  el  del pinzón.  ¿Hubiera  esperado  usted  tal cosa  de  nuestras  alas  tan  sumamente finas? El  dibujo  de  nuestras  alas: Nuestras alas son membranas parecidas al cristal, enrigidecidas  por  medio  de  una  red venosa  muy  ramificada.  Las  grandes venas  longitudinales  proveen  una  rigidez  transversal,  las  numerosas  venas pequeñas  transversales,  además de una mancha cuadrangular casi siempre visible,  proveen  la  rigidez  longitudinal.
Si apreciamos  el  dibujo  de  las  alas  nos daremos  cuenta  de  que  el  Creador  ha aplicado  distintos  principios  de  construcción para el mismo fin: Tanto polígonos  irregulares  como  rectángulos regulares  sirven para proveer  la  rigidez necesaria para las alas. Las libélulas que baten  las  alas  con más  frecuencia  (30 veces  por  segundo)  necesitan  unos  refuerzos  estrechos.  A  las  especies  con una frecuencia baja  les basta un simple dibujo  reticulado  de  celdillas,  que,  no obstante, es de una precisión  increíble. La construcción celular a base de membranas hace que  las  alas  sean ultraligeras y al mismo tiempo firmes. 

Breve  reflexión  acerca  del  término ‘cultura’ y su relevancia
Por  el  miembro  ungido Alfredo M.  Suárez  Sanfiel

Se ha escrito ya algo en esta sección y creo,  antes  de  seguir  adelante,  en  la conveniencia de tratar aquí muy brevemente  uno  de  los  conceptos  fundamentales  de  la  misma.  Me  refiero  a “cultura‟. Este término tiene una historia bastante interesante; es uno de esos términos  que  tiene  varias  acepciones según el contexto y la disciplina que lo trate.  No  solamente  es  muy  rico  en cuanto  a  definiciones  sino  que  abarca muchos  otros  y  está  relacionado  con muy diversos  temas  y  fenómenos. Dicho de otro modo, se puede escribir de casi cualquier cosa desde la perspectiva de  la  cultura.
Además  es  un  término que tiene ya un poco de historia y evolución. La de cultura es obra de muchas mentes, y se ha desarrollado gradualmente. Todavía  hay  grupos  que  no  admiten este término en su vocabulario intelectual. Por otra parte, los antiguos conocían,  y  los  indígenas  modernos  son conscientes de  ello,  algunos de  los  fenómenos  de  la  cultura,  como,  por ejemplo,  las costumbres. “No  lo hacemos  de  esta manera,  lo  hacemos  así”, tal  afirmación,  que  todo  ser  humano dice en algún momento, es un  reconocimiento de un fenómeno cultural.
El  término  cultura  se  puede  definir como sigue: La cultura es el conjunto de  todas  las formas,  los modelos o  los patrones, explícitos o  implícitos, a  través de los cuales una sociedad regula el comportamiento de las personas que la conforman. Como  tal  incluye  costumbres,  prácticas,  códigos,  normas  y  reglas  de  la  manera  de  ser,  vestimenta, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias.
Desde  otro  punto  de  vista  se  puede decir que la cultura es toda la información y habilidades que posee el ser humano. El  concepto  de  cultura  es  fundamental  para  las  disciplinas  que  se encargan del estudio de la sociedad, en especial para la antropología y la sociología.
La Unesco, en 1982, declaró: “...que  la cultura  da  al  hombre  la  capacidad  de reflexionar  sobre  sí mismo. Es  ella  la que hace de nosotros  seres específicamente  humanos,  racionales,  críticos  y éticamente  comprometidos.  A  través de  ella discernimos  los  valores  y  efectuamos  opciones.  A  través  de  ella  el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo,  se  reconoce  como  un  proyecto  inacabado, pone en cuestión sus propias  realizaciones,  busca  incansablemente nuevas significaciones, y crea obras  que  lo  trascienden”  (UNESCO, 1982: Declaración de México).
Estas  definiciones  convencen,  casi  a cualquiera, acerca de la importancia de la cultura.  El  conocimiento  de  la  cultura (en sentido amplio) tiene gran importancia social y espiritual. Esto es cierto para cada cristiano en particular y para la iglesia como cuerpo que necesita edificación y  cuidado. También  es  importante  para la  iglesia  como  responsable  de  la  gran comisión.  No  creo  que  valga  la  pena argumentar mucho en este sentido, pero quizá sean útiles algunas pistas.
Dado que estamos inmersos en una  cultura,  la de nuestra sociedad y mundo globalizado de hoy,  y  esta  cultura  interactúa  constante  e  intensamente  con  el individuo  y  con  la  iglesia,  se  hace muy conveniente  conocer  profundamente  la cultura  en  la  que  nos movemos.  En  la Biblia  se  nos  presentan  varios  choques de  culturas.  Cuando  entran  en  contacto culturas distintas existe  siempre  la posibilidad  de  problemas  y  conflictos.  Leemos en Génesis la historia de Lot. Junto a  Abram  él  abandonó  su  pueblo  y  se aventuró  hacia  un  mundo  diferente.
Sabemos  que  en  algún momento  se  separó  de  su  tío  y  después  tuvo  algunos problemas.  Con  independencia  de  sus motivaciones egoístas, no me  imagino a Lot  asentándose  en  Sodoma  si  contaba previamente con el conocimiento de  las costumbres del lugar. No me imagino el fracaso  espiritual  de  este  hombre  justo, si no es por su desconocimiento de Sodoma.
Ninguna  manifestación  de  la  cultura debe pasar desapercibida para los cristianos de hoy. Hay manifestaciones que no pueden nunca tener cabida en una iglesia fiel,  limpia,  sin manchas ni  arrugas; hay manifestaciones  destructivas  para  el cuerpo   de   Cristo. Esto requiere observación,   discernimiento   y   sabiduría  espiritual. Siempre el cristianismo fiel ha estado en conflicto con la cultura de este mundo (valores, normas, prácticas, etc.). Como dijo el apóstol: No os conforméis a  este  siglo,  sino  transformaos  por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena  voluntad  de  Dios,  agradable  y perfecta  (Romanos  12:2).
Siempre  el cristianismo fiel se ha esforzado en cumplir  con  la  gran  comisión.  No  es  una misión  cualquiera,  es  la más  grande  de las  misiones.  Requiere  en  primer  lugar llenura  del Espíritu,  pero  igualmente  el uso de cada habilidad y conocimiento; es una misión  que  exige  excelencia. La  tarea que Cristo nos dio abarca a todas las naciones y grupos (Mateo 28:19). Desde nuestro  país  hasta  el  último  confín  del mundo; desde  los más pobres a  los más ricos; en fin, a todas  las razas,  lenguas y naciones  (Apocalipsis  10:11).
Pablo, sin renunciar a su fe y doctrina, se adaptaba a  todos  para  ganarlos  para  Cristo;  esto requiere  un  conocimiento profundo  del hombre  y  su  cultura.  Escribiéndole  a Tito  acerca  de  los  cretenses  podemos leer:  “Uno  de  ellos,  su  propio  profeta, dijo: Los cretenses, siempre mentirosos, malas  bestias,  glotones  ociosos”  (Tito 1:12). Lo encontramos  también en Atenas  haciendo  uso  de  elementos  de  la cultura ateniense (Hechos 17:16-34).
No puedo  dudar  que  el  Espíritu  usó  este conocimiento  en  Pablo  para  la  expansión del evangelio. Lo imprescindible es el Espíritu, pero un poco de atención a la cultura nos ayudaría  en  nuestro  crecimiento  espiritual personal, en la edificación del cuerpo de Cristo, y en el impacto de nuestra iglesia sobre la sociedad y el mundo.
Maldita cosecha
Obispo Luis Cruz Lara
Hace  poco  tiempo    contar  la  amarga experiencia  de  unos  padres  cristiano que  vieron  morir  a  su  hijo  renuente  a aceptar  a Cristo  como  su  Salvador. En vano procuraron penetrar en aquel corazón  endurecido  los  prudentes  consejos del  Papá  junto  a  la  ardiente  suplica  de una madre desesperada, que quería arrebatar de la condenación a un pedazo de su  ser.
Fue  entonces  que  mandaron  a buscar  al  pastor,  con  la  esperanza  de que su experiencia habría de influir en el joven, pero este ni  aun  lo quiso  recibir, rechazando  también  a  los  diáconos  y  ancianos  de  la  iglesia, pues  nada  quería saber  de  aquellas  personas  a  quienes consideraba vanidosas, farsantes e injustas.
Alarmados,  los  padres  preguntaron  al mozo:  “Como  puedes  pensar  y  decir semejantes cosas de los siervos de Dios, estando como estás al mismo borde del infierno?” A  lo  que  el moribundo  contestó:  “No  he  dicho más  de  lo  que  he oído de ustedes mismos, que dicen estar asegurados  del  cielo.  Fueron  ustedes quienes sembraron en mí  la desconfianza  en  estos  hombres,  ¿Cómo  queréis que  los  acepte  ahora  capaces  de  hacerme bueno?”
 Y así murió aquel desdichado, con el corazón amargado y  lleno de resentimientos  a  cusa  de  las murmuraciones que desde pequeño venía escuchando de labios de sus progenitores.  Este cuento puede que sea  real o  inventado,  pero  de  cualquier manera  sirve  de enseñanza  para  cada  uno  de  nosotros, especialmente  para  los  que  somos  padres. ¿No hemos visto a muchos padres cristianos desesperados  ante  la  apostasía de un hijo de sus entrañas? ¿No hemos visto matrimonios rotos porque uno de los dos se apartó de los caminos de Dios, perdida la fe y el buen concepto que tenia de  la hermandad? Puede ser  que  les  haya  sucedido  lo  que  a  los afligidos padres del relato.
Tal  vez  alguno  no  había  pensado  seriamente  en  las  consecuencias  de  nuestra diaria  conversación,  pues  estamos  de acuerdo  en  que  inventar  un  falso  testimonio  es  pecado  sumamente  grave,  y que  deberíamos    tener  en  cuenta  que propagar  el  testimonio  de  otros,  sin  saber si es cierto o no, es pecado también; y  que  aun  cuando  lo  que  digamos  sea verdadero,  al  hablar  mal  de  los  demás estamos manchando el alma y exponiéndola a condenación; pero eso no es todo, sino que esa nuestra fea forma de hablar tiene su influencia, tal vez imborrable, en la formación de la conciencia de nuestros hijos,  hermanos  y  demás  personas  que nos  rodean, a quienes,  sin querer o darnos cuenta, podemos estar sembrándoles un veneno que  al cabo de  algún  tiempo se  volcará  sobre  nosotros mismos,  porque todo lo que el hombre sembrare, eso también segará (Gal 6:7) 

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