La columna del Director
En el
período que cubre
esta edición del Mensajero hay
dos fechas sobresalientes: el día de las madres y el día de los padres.
Creo, como muchos,
que todos los días
son de las madres
y de los padres,
pero no es
errado hacer énfasis en estas
dos ocasiones, y convertirlas
en momentos especiales.
Los diez
mandamientos están divididos en dos categorías: una referida a Dios y otra al
prójimo, y no
es casual que la
segunda categoría esté
encabezada por el primer mandamiento
que tiene implícita una promesa: “Honra a tu padre y
a tu madre, para que tus días se alarguen
en la tierra que Jehová tu Dios te da”
(Éxo 20:12).
Todo lo
contrario sucede en
nuestros días; la sociedad
moderna, como ha hecho
con respecto a
otros principios bíblicos, ha
implementado disposiciones que
entorpecen el cumplimiento de este precepto. Cada vez los hijos tienen más independencia
de los padres,
y estos, menos autoridad.
He podido comprobar que en los
países más desarrollados los hijos
adolescentes toman sus propias
decisiones y hasta se van a vivir solos.
Es cada
vez más difícil
mantener la línea de conducta
propuesta por la Palabra de
Dios; sin embargo
para los cristianos se
trata de nuestra
razón de ser. No es asunto de
tiempos ni de modas, sino de fe y amor. El respeto a los padres es garantía de
la estabilidad de la familia; así como
también la educación y el trato cariñoso de los hijos. Ambas cosas nos ordena la
Biblia.
La relación
de padres e hijos nos ilustra un poco el vínculo que Dios ha establecido con
nosotros. En el Nuevo Testamento, y especialmente
en los escritos de Juan, hay dos palabras que se
traducen indistintamente con
el vocablo “hijo” en nuestra
versión castellana. La primera de ellas
es “teknon” y
se usa siempre en conexión con
los creyentes. La segunda es “huiós” y se usa siempre para referirse
al Señor Jesucristo y, en
ocasiones, a los
fieles. Esta diferencia de palabras
expresan dos gradaciones diferentes y
representan el proceso de
maduración de un creyente.
La Escritura
nos dice que
fuimos adoptados (Ef 1:5). Para
nosotros la adopción es un acto
legal por el
cual un niño nacido
de padres biológicamente distintos es
introducido en una familia diferente.
Por tanto, cuando leemos
que Dios nos
adoptó como hijos (Ef. 1:5), lo
relacionamos con ese acto “legal”
por el que Dios nos recibió
en su familia
como a hijos.
Pero realmente esta “adopción” es algo muy distinto a lo que llamamos
adopción en nuestros días.
Para comprender
esto necesitamos entender la
distinción que hay entre un “teknon” y un “huiós”. En aquel tiempo, se llamaba
“teknon” a los hijos pequeños sometidos a preceptores y
tutores hasta el tiempo
en que alcanzaban la edad adulta y la madurez para heredar la casa y
los bienes de su padre. Pero cuando un niño alcanzaba la edad adulta, el
padre hacía una gran fiesta.
Ese día
el niño era presentado
como el legítimo heredero de su padre. A
partir de entonces
no era más un
“teknon”, sino un “huiós”. Esta ceremonia recibía el nombre de “adopción”, y
es en
ese sentido que el Padre Eterno nos ha adoptado; sin embargo
exige de nosotros el pleno ejercicio de la madurez espiritual.
Superintendente Eliezer Simpson
Jackson.
Presidente de la iglesia en Cuba
N o n a y o
Por
el superintendente Sergio de la
C. González Caballero.
Así le comenzó a
llamar su madre en los inicios
del siglo pasado
y creció llevando aquel
seudónimo extraño en una
familia de trece
hermanos. De ellos solo sobrevivieron 9 y cada uno de estos debía tener un mismo
nombre por una promesa hecha luego del fallecimiento de
los cuatro primeros.
El primer nombre de todos sus hermanos era José; sin embargo, parece que
desde los inicios de su vida, Dios le
tenía otra encomienda, pues a él lo inscribió Juan José.
Nació al sur
de la provincia de Matanzas, en un batey
llamado Galeón, el 7 de febrero de 1918. Un lugar desconocido
en la geografía actual, ubicado en
las cercanías de Bolondrón. Entre va-rones
y una madre paciente
inició su andar por la
vida Juan José,
alias Nonayo. Comenzó a
realizar trabajos de hombre
desde los siete
años de edad. Hurgando en
su vida supe
que tenía alma de
bohemio, de comerciante,
de andarín, que tomó su azadón un día y lanzándolo bien lejos dejó
el campo y sus aperos de labranza y se dedicó a la
venta de
ropas.
Para
ese entonces ya era un joven apuesto, de mediana estatura
con una mano derecha demoledora, privilegio de
algunos en aquello de riñas o
disputas. Creció sin miedo a la muerte y
siendo polemista por excelencia. Gustaba
de las canturías
y de los bailables campesinos. Una foto tomada
en aquella época
nos muestra a un
hombre seguro y dispuesto a todo con tal
de conquistar el éxito. No fue un hombre
de mucha cultura, pero
poseía una inteligencia
notable y estaba dotado de dones
para la poesía.
Quizá su mayor
superación intelectual la tuvo
cuando se alistó
en el ejército, estudió y
llegó a ser
miembro de la escolta
personal del presidente
Grau San Martín. Fue un militar
de carrera honorable, con
excelente desempeño en sus
años de servicio.
Fundó una familia con
una dulce mujer
que lo amó hasta
el delirio y
de esa relación nacieron 4
hijos. En ese entonces
conoció el evangelio
con una pareja
de legendarios misioneros: Lolita
y Emeterio; pero el mundo
lo atraía, y aunque
visitó la iglesia, nunca quiso dar un paso
de avance en
su relación con Dios.
Por aquella
época tuvo un accidente automovilístico que hizo peligrar
su vida y le dejó el omóplato afectado
para siempre. Aun así,
era temible su mano
derecha cuando envestía
a un rival. En los
inicios de la
década de los setenta, en
una terminal de
ómnibus, Nonayo vio a
una misionera llamada Julia García que era piropeada
y cuestionada por
varios hombres. Aquella era una mujer muy bella, y al verla
con el uniforme de la iglesia los hombres le decían: “Niña estás
desperdiciando tu vida; no sabes lo que
te estás perdiendo...” Y ese fue el
motivo de su con-versión,
pues me contó
que interiormente él respondió:
“Los que se están perdiendo todo son
ustedes”. Y desde ese momento partió
a buscar aquella iglesia, la de los vestidos de
blanco, y la encontró
en la ciudad
de Matanzas con Gracielita Barrera
como Pastora.
No demoró mucho
en bautizarse. En aquella localidad de
la calle Monserrate, número
29, confraternizaban cristianos
cuya valía no
olvidamos, y que mucho
menos están olvidados
para Dios; hermanos como Hipólito
(Polo) Araña León, Nena
Calvo, Estervina Marrero, Daniela
y Felicia Pérez,
Benilde Rodríguez y Erundina Díaz. Hermanos que militaban
pese a todas
las trabas y limitantes de
la época, que lo acogieron
como uno más
de la gran familia de Cristo. Su mensaje al recibir
la Santa Unción fue una profecía interpretada por
el superintendente Eleovaldo
Cabrera y terminaba
diciendo: “…me será un buen siervo y
le llevaré fiel y
confirmado por mi poder
y mi Espíritu Santo, amén...”
Quienes le
conocieron siempre recuerdan al hombre
convertido en una leyenda
de estoicismo ante la adversidad y
como hombre de
oración. Tenía 51 años de
edad cuando Dios le
llamó a su servicio. Desde ese
entonces renunció a todo para adentrarse en un mundo desconocido por él. En el
año 1971 fue invitado a pasar
la Escuela Preparatoria de Discípulos. Eran años complejos para la Iglesia cubana que había quedado acéfala
con la desaparición del apóstol Arturo Rangel y por
la partida al extranjero
de los obispos
Florentino Almeida y Samuel Mendiondo.
Pero se fortaleció en la
oración sostenida y pronunciados ayunos. Su
fortaleza física le permitía practicarlos constantemente de hasta tres
días y casi sin darse cuenta Dios
le bendijo con un
don especial: la Sanidad Divina. No
puedo enumerar cuantos
testimonios conocí de su ministración, ni el número de
los que fueron
sanados por la intercesión de Juan José. De hecho yo fui
uno de esos que Dios sanó a través de su siervo. En mi memoria lo recuerdo exigente
con él antes
que nada, siendo capaz de
sacrificarse al máximo por el ideal,
aunque otros no lo hicieran.
Creo que
me amó mucho
y comencé a admirarlo cuando en
el tablero de
los trebejos de Dios
hubo una movida y comencé a vivir
a su lado en la iglesia de
la ciudad de
Colón. Era difícil dormir en su
habitación, porque desde las tres y
media de
la mañana, aproximadamente, se arrodillaba a orar y así
permanecía hasta el
devocional de la mañana,
cuando ya las
fibras de su espíritu
estaban tan afinadas
que cualquier himno, bien o
mal cantado, hacían brotar ríos de
lágrimas de esos ojos que
llevaban horas de
comunión con el Padre Celestial. Y después… a sus
labores continuas de
asistente en nuestro hogar de
ancianos, que en esos años tenía muy
malas condiciones.
Comencé a
apreciarlo como a un artista de Dios, pues lo mismo bañaba viejitos que
me convidaba al
aserrío del pueblo, a
traer desde muy lejos una carretilla de
sacos de serrín
para los tambucos —así
llamaban a los
cilindros que se usaban para cocinar, hervir la ropa, o calentar el agua
para bañarse.
Era incansable,
y a mi modo
de ver, tenía una particular
destreza para realizar cualquier cosa
que intentara: lo mismo
hacía un cepillo
para lustrar zapatos, que una
maleta para viajes, un peine, una tijera
o un cuchillo. Un día me regaló un anillo de oro que se había encontrado y con el dinero de su venta compré
mi primera guitarra, con la que pude
acompañarlo al cabo
del tiempo en sus
himnos preferidos.
Uno era Grato es decir la Historia y el otro Yo solo espero ese día.
Era duro verlo atender a su hijo pequeño,
ahora bajo su
tutela, haciendo sopas
con domplín (algo
así como una bola
de harina de
pan en el
caldo), o huevos vertidos
en el agua
hirviente que tomaban
formas extrañas. Su
hijo menor llegó a
amarlo mucho por su
excelencia y transformación; pero
un día se fue a estudiar teología y cuando el chico se casó, Nonayo
estaba enfermo de un
carcinoma en su
apéndice nasal y se fue a vivir
con él a un lugar de campo
llamado Banes, en el
litoral norte de La Habana.
Allí
compartieron experiencias con cristianos
ejemplares como Armando Rodríguez y Próspero Rojas. Sus
conversaciones giraban siempre sobre
temas espirituales. Nonayo llamaba
a la Biblia
su amiga. Cuando podía
se le veía
por los campos
y ríos de
los alrededores recolectando
frutas, berro, o
predicando la Palabra a
quienes se cruzaban
en su camino. Para ese entonces
Nonayo era una referencia en
la iglesia cubana
como símbolo de
cristianismo a toda prueba. Era el hombre de oración que
compartía palpitantes experiencias, visiones, sueños,
mensajes. Fue el evangelista que
visitó cada iglesia
del país aún enfermo,
llevando aliento y sanidad. El
lobo fiero se
convirtió en una oveja apacible.
Ya senil, cuando su mente no coordinaba
las ideas, y entre dos nietecitos
pequeños que eran
su mayor alegría, era muy frecuente oírlo repetir una
extraña oración diciéndole a Dios: “Tú eres requete lindo,
requete bueno…” Lejos, muy lejos en su
sub consciente no había
espacio para otra cosa que para su Creador.
Así,
en esa comunión que
alentaba la sonrisa
de algunos que le oían, o la reflexión más severa de
otros que compartían
esa imagen, pasó al encuentro de su Hacedor a
finales de febrero
de 1996. A menudo oigo predicadores del presente como
el obispo Onésimo
Rodríguez, que mencionan su vida
para hablar del estereotipo
de un cristiano genuino, de
un general del
ejército de Dios, del que se
gastó sirviendo en sus filas.
Juan José,
alias Nonayo, un
loco de amor por Dios
ya espera en
el polvo de la
tierra la segunda venida del Rey, que le amó y le
permitió ser instrumento de gloria en la tierra. Yo tuve el privilegio de
conocerlo mucho, y
en el presente es el paradigma que alimenta mi recuerdo
y me estimula a servir
en la iglesia donde
él conoció al
Señor, porque en el día de Dios quisiera reunirme
con él; sencillamente porque Nonayo, o Juan José, fue mi padre.
Mi nombre
es Arián Domínguez Bernal, tengo
31 años y
soy ingeniero en Tele comunicaciones. Vivo
en el reparto
Raúl Sánchez, de la ciudad de Pinar del Río. En Junio del 2008
presenté fiebre alta mantenida y mucho
decaimiento que me impedían
trabajar. Posteriormente tuve un
sangramiento en la orina y
en la piel
de las piernas. Consulté a un
hematólogo. En un chequeo de sangre me detectaron una seria alteración de
los leucocitos; los
linfocitos estaban en 70 (lo es
normal 30) y los polimorfos en 19 (normal
70).
El diagnóstico probable era leucemia
aguda; pero nunca tuve miedo, pues
siempre he confiado
la misericordia de Dios. Rogué
mucho a Dios,
pues soy católico desde hace años, y
mi suegro, que es
miembro de la
Iglesia Gedeonista y además
es médico, pidió la sanidad divina y se me hizo en dos ocasiones. La primera
por el pastor Emilio González y la segunda por la hermana Acela Laudoína
Pérez.
Después de la
primera sanidad los médicos me
autorizaron a trabajar,
y luego de la segunda me dieron alta
para chequearme periódicamente. Actualmente
los análisis están completamente
normales. Estas peticiones a Dios obraron
el milagro de la curación,
mejorando también a mi hija y a toda la
familia. Esto lo doy a conocer para la gloria de Dios y para que todo el que lo
lea sepa
que, en Dios, hay
refugio seguro en la tormenta.
Que el Señor les bendiga.
Mi nombre
es María Luisa
Domínguez Torres, tengo 48 años, trabajo como auxiliar pedagógica en un
seminternado y vivo en el reparto Lázaro Acosta
(Teléf. 759791). Mi conversión al
cristianismo fue una obra de la mano de Dios, pues era idólatra y practicaba mi
religión a un alto precio (gastaba mucho
dinero en ella). Gracias a Dios
conocí a mi actual esposo quien
es miembro de la iglesia Soldados
de la Cruz
y me hablaba
de su Palabra, y
también me instaba a
estudiar la Biblia.
Fue entonces
que tuve el primer sueño revelador: Soñé que
debía revisar los bolsillos de mi pantalón y al hacerlo
encontré un pequeño papel en el que pude
leer la palabra: Eclesiastés.
Este es
uno de los
llamados “libros de sabiduría” de
la Biblia, el cual leí
inmediatamente captando su más importante enseñanza, que es la que
aparece en el capítulo 12 versículo 13: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos,
porque esto es el todo del hombre”.
En Enero
del 2006 me
diagnosticaron un tumor maligno
en el lado derecho del cuello. Inmediatamente empecé a orar con la seguridad
de que el Señor aliviaría mi
dolencia. Me hicieron la sanidad divina y fui dada de alta, ya
curada. Yo vivo convencida de
que fue la voluntad de Dios, quien me ha guiado estos últimos años de mi
vida, a él doy gracias por todo.
La postal inconclusa
Por
la evangelista Magbis
P. Verdecia Toledano
De niña viví con mis padres y hermanas en
Morón. Al lado de nuestra casa
vivía una maestra
que no podía tener hijos, aunque
los deseaba de todo
corazón. Terminaban los años
sesenta; el país estaba volcado en la
campaña de alfabetización, y era común encontrar jovencitos
de 15 a
17 años en segundo
grado. Paula, nuestra
vecina, era maestra de
ese grado.
Ella
quiso ayudar a una jovencita llamada Lissette, que por vivir en el campo,
no tenía acceso a
las escuelas, y le brindó
su casa, amor y la educación que necesitaba. Pasó el tiempo y entre ellas se
estableció un lazo de amor de madre e hija. La jovencita
la respetaba sin condiciones, tenía
sed de saber
y era mucho mejor
atendida que en su propio hogar donde todo lo que hacía
era cocinar, lavar,
planchar y realizar tareas
en el campo
desde muy niña; ahora
iba a la
escuela, vestía ropa limpia y bonita, calzaba zapatos nuevos, y
las tareas domésticas eran ligeras;
le celebraban los cumpleaños, iba
de paseo en las
vacaciones y visitaba a su familia en el campo frecuentemente.
Al acercarse
un día de
las madres Lissette quiso hacerle
un regalo a su maestra y madre adoptiva; pero no tenía
con que comprarlo,
así que ideó hacerle
una tarjeta de
felicitación con ideas propias,
y comenzó a
trabajar a escondidas para
que Paula no
se diera cuenta. Así llegó
la noche antes
de ese día y aún no
había terminado la
postal; entonces se consiguió
un pedacito de vela
para cuando todos
estuvieran dormidos encenderla
y terminar su
regalo.
Comenzó, pero
fue sorprendida debajo de
la cama por
Paula, quien —creyendo
que hacía algo
indebido—, le quitó lo que
tenía
en las manos, y con ello
los privilegios de paseos y juegos de la semana. En la oscuridad solo se escuchaban los sollozos
de la muchachita, quien demoró
mucho en dormirse
(en ese tiempo nadie se atrevía a responder a los padres o a otra
persona mayor, costara lo que costara). Al amanecer Paula fue a ver qué era lo
que mantenía ocupada a Lissette tan tarde y a escondidas, y para su
sorpresa leyó: “Con
amor para mi mamá
Paula”, entre unos
ramitos de flores dibujados en
colores y seguido de un texto a medias.
Sintió un dolor intenso, en
su celo por
ser buena madre ni siquiera
le dio la
oportunidad de explicarse a
la muchachita, y además la tenía castigada, solo porque para ese día
ella le quería regalar una postal. Paula corrió a nuestra casa y, sin dejar de llorar, le contó lo
sucedido a mi madre. Después de calmarse un poco le aseguró a mi mamá
que le pediría perdón a Lissette; aunque
ya nunca sabría lo que iba a decir aquella postal: ya estaba
inconclusa. “Siempre llevaré esto en mi
conciencia”, sentenció al salir.
Cada miembro un obrero
Por el pastor Raimel Barrios
Izquierdo
Primera parte
Sin pretender
ser absoluto, creo que la definición de
propósito más poderosa e
influyente de nuestra iglesia es la que se convirtió en el primer lema apostólico del
Fundador Daddy John: Cada miembro un obrero. En su libro
Iglesia con propósito, Rick Warren dice: Los slogans, las máximas, los lemas y
las frases sucintas se recuerdan
mucho tiempo después que se han olvidado los sermones.
Muchos acontecimientos claves
en la historia
han girado alrededor de
un slogan: “¡Recuerden al
Álamo!” “¡Hundan al Bismarck!” “¡Denme la libertad
o denme la muerte!”
La historia
ha probado que un simple slogan, cuando
se dice repetidamente con una convicción, motiva
a la gente para hacer
cosas que normalmente nunca hubieran
hecho, inclusive dar sus vidas en un campo de batalla. Todo
soldado de la cruz
ha repetido el primer
lema apostólico muchísimas veces, y si los pastores queremos
ser sin pretender ser absoluto, creo que
la definición de propósito más
poderosa e influyente de nuestra iglesia es la que se convirtió en el
primer lema apostólico del Fundador
Daddy John: Cada miembro un obrero.
Todo soldado de
la cruz ha
repetido el primer lema
apostólico muchísimas veces, y si los
pastores queremos ser Nuestro principal deber como
pastores se resume en
Efesios 4: 11-12
donde se nos dice
que Dios constituyó
a unos, apóstoles; a
otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros,
pastores y maestros, a fin
de perfeccionar a los santos
para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. La palabra capacitar (del griego
katartismós) significa hacer
apto o perfeccionar. W. Barclay
dice que viene de
un verbo que
tiene dos usos en los
documentos del tiempo de Pablo.
En
primer lugar se usa
con relación a un procedimiento
quirúrgico para atender a un miembro del cuerpo que ha sido fracturado. También
se usa en el área
política para señalar
un acuerdo entre diferentes
facciones del gobierno para asegurar
su buena marcha. En el NT se
refiere al hecho
de remendar las redes
(Mar 1:19) y a una amonestación
para corregir algún miembro
que haya cometido
un error que afecta la armonía
(Gál 6:1). Se trata de la tarea de
hacer que los miembros
que habían salido
de una vida equivocada sean
acondicionados y equipados adecuadamente
para servir al Señor. ¡Qué
trabajo tan importante! El pastor
debe ser un
buen `discipulador´ de su rebaño. Él ha dotado a
algunos en particular
para que capaciten a todos en
general.
El efecto de esto se hace sentir directamente
en la vida de los santos y en el crecimiento
de la iglesia.
Todos los santos (miembros de
la iglesia) deben
ser equipados para algún
aspecto de la obra del ministerio, o sea, para el servicio cristiano.
Además, este servicio de parte de miembros equipados resultará en
la edificación o el
crecimiento del cuerpo de Cristo. No debemos olvidar que existe mucha sabiduría
a la hora de delegar trabajos.
En el libro La
administración en la iglesia cristiana, de Wilfredo Calderón, se nos
explica que la
autoridad y la libertad,
tanto sobre las acciones individuales de la persona delegada, como también sobre el
tramo o aspecto asignado, son esenciales para el desenvolvimiento inteligente y
el cumplimiento de los deberes
y responsabilidades correspondientes. Por
ejemplo, una persona se
sentirá atada y
cohibida si al darle órdenes
de realizar cierto
trabajo la intimidamos diciéndole: “No le tengo tanta
confianza, pero haga
este trabajo y yo
le iré indicando
paso a paso lo que debe hacer”.
En este
caso, la persona no
siente libertad para
actuar; máxime si seguimos meticulosamente sus
actos y no cesamos de hacer correcciones, críticas y
regaños. Las tareas bien aprendidas
serán mejor realizadas en presencia
de otros, porque
la tendencia común es acertar, en
vista de que se domina la materia;
en cambio, en las tareas difíciles y mal aprendidas, la
tendencia común y más frecuente es fallar, por lo que la
presencia de otros
aumentará las fallas.
En otras
palabras, el que
sabe hacer las cosas
bien, las hará mejor
ante otros, incluso ante su jefe;
pero a aquel
que no sabe cómo
hacer las cosas,
la presencia de otros lo
conducirá a actuar de una manera indeseable.
Dos cosas aprendemos de
esto: Primero, que en
todo caso es mejor
dotar a la
persona de un conocimiento
claro de su
tarea.
Segundo, que
si la persona ya sabe hacerlo y si la hemos delegado para realizar alguna tarea,
lo mejor será dejarla a cargo y supervisarla solo en ciertos casos, para que
actúe con mayor libertad; a menos que
algo extraordinario surja.
La autoridad
conferida a una
persona debe estar en
relación con el grado de sentido común
y dominio propio
y el nivel de aprovechamiento
manifestados por dicha persona durante
la capacitación y
en su vida
corriente.
De otro
modo, se
puede incurrir en el grave error de delegar autoridad en quien no ha aprendido
a usarla. No solo
en los altos niveles de la
jerarquía organizacional, sino en
las actividades más sencillas,
como la limpieza, mantenimiento, etc. Cristo
habló en
términos administrativos cuando
dijo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el
que en lo
muy poco es
injusto, también en lo más
es injusto” (Lucas 16:10).
Leí sobre las
abejas que están divididas en
grupos pequeños para
cumplir con un trabajo en
particular. Un grupo trae el néctar y el polen para producir miel, otro grupo
se encarga de dividir el polen y el néctar (el néctar para producir miel y el polen para alimentar a
los bebés). Otro grupo
trabaja en la sección de la miel para llenar y tapar cada cubito
de miel. Otro
grupo trabaja para proteger los huevecitos, alimentándolos hasta
que nacen.
Otro grupo
se aferra a la reina para protegerla. Esta
ilustración muestra como diferentes individuos
pueden trabajar unidos para
lograr un blanco
común. Hay poco tiempo para pelearse
porque todas están
ocupadas en su trabajo.
Cuando cada grupo aporta
su contribución el
panal es firme. La iglesia no es diferente a esto. En la iglesia mundial hay muchos
cristianos singulares, trabajando
con una meta común: Hacer discípulos de todas las naciones.
Tristemente
no todos
apoyan aportando su
trabajo. Por lo tanto algunas partes de la iglesia son ineficientes y tienen problemas.
La iglesia ideal involucrará a
cada miembro en el discipulado, mientras que
los anima y capacita
para que desarrollen una contribución
positiva para el crecimiento de los demás. Durante
los días de
Oliver Cromwell, Inglaterra
confrontó una serie de crisis
financieras.
Tratando de resolver el problema, Cromwell y sus
consejeros financieros pensaron en las estatuas
de oro y plata de los santos que
había en las
iglesias de todo el territorio.
Se dio esta orden: “¡Derritan los santos y pónganlos en circulación!” Esto es
lo que la iglesia necesita hoy: ¡Poner los santos en circulación! Tengamos en
cuenta que tal
como los primeros patrones
de aprendizaje de los niños gobernarán su conducta futura, así los primeros
patrones de un
cristiano bebé determinarán su futuro discipulado.
John Wesley
insistía en que
guiar a la gente a Jesús, sino también proveerles una
oportunidad adecuada para el crecimiento
y la crianza,
es simplemente “engendrar niños
para el asesino”. Estoy convencido de que la única
manera de mantener a los
cristianos vivos es mantenerlos moviéndose. El
camino cristiano se parece mucho
a montar una bicicleta; nosotros nos
estamos moviendo hacia delante
o cayéndonos. Ocupémonos entonces con
ahínco en encontrar
una tarea para cada miembro y un miembro para cada tarea.
Segunda parte:
El Desánimo en el
Ministerio
En su
libro Pastores en
Riesgo, H. B. London y Neil
B. Wiseman, advierten que hoy más que
nunca hay pastores vulnerables a “quemarse” a
causa del desánimo. En su
estudio ellos citan
estadísticas recopiladas por
el prestigioso Instituto Fuller para el Crecimiento de la Iglesia:
-El 80% de los
pastores cree que el
trabajo pastoral ha
afectado negativamente a sus
familias.
-El 33% cree
que estar en el ministerio ha sido un
verdadero inconveniente para la
familia.
-El 75% reporta haber
tenido en su vida ministerial por lo
menos una gran crisis causante de un
problema emocional.
-El 90% siente que
fueron mal preparados para resistir
las demandas del ministerio.
-El 70% dice
tener más baja autoestima que cuando comenzaron.
-El 40%
reportó tener por lo menos un serio conflicto con un miembro de su congregación
una vez al mes.
-El 70% dice no
tener a alguien
a quien considera amigo cercano.
Quizás usted
esté dando un suspiro de alivio al ver que otros se sienten como usted, o una
exclamación de incredulidad al
leer estas estadísticas,
pero le aseguro que hay
pastores y líderes
al borde del desaliento. Spurgeon decía: “¿Quién puede soportar el peso de las almas sin hundirse en el
polvo? Un ardiente
anhelo por la conversión de
los hombres consume el
alma llenándola de ansiedad
y contrariedades.
Ver que
aquellos en quienes
se tenían buenas esperanzas,
cambian de conducta; que los piadosos
se enfrían; y que los pecadores se entregan más y más al pecado, ¿no
son todos estos motivos
para causarnos desánimo? ¿Ver que el hermano
en quien más se confía se convierte en
traidor; que Judas vuelve
la espalda al
hombre que tanto lo estimaba, y siente en ese momento abatido el corazón?”
Todos nosotros nos sentimos inclinados a fijarnos en las debilidades humanas, y de ahí proceden
muchos de nuestros pesares.
Es igualmente
desconsolador el golpe
que recibimos cuando algún miembro
de la congregación, honrado y estimado por nosotros, cede a la
tentación y echa
por tierra el testimonio de tantos años.
También las luchas
en el seno
de la congregación, las divisiones,
las críticas necias y los
chismes, han postrado a menudo a los mejores hombres. Los autores
citados anteriormente, en su
libro El Pastor
es una especie
en extinción, sugieren que
el problema consiste en
que “la carga
está siendo llevada por demasiado
tiempo sin verdadero alivio.”
Estamos llegando
al punto en que nuestras reservas
se están agotando y estamos por
rendirnos. ¿Qué hacer? Entre los p r o f e t a s del Antiguo
Testamento uno de los
más poderosos era Elías. Él tenía
verdadera fuerza de carácter, osadía, valentía y una fe sólida. En 1 Reyes
18-19 somos testigos de una
de las más
increíbles escenas de las
Escrituras. Lleno del poder de Dios, Elías confrontó al rey Acab
y a su
esposa (la malvada Jezabel), a los 400 profetas de Baal y a los 450
profetas de Asera. Un solo hombre enfrentado
contra una horda enemiga
y resistiéndoles con el
poder sobrenatural de Dios.
Elías conocía del poder de Dios
para suplir en las más difíciles
circunstancias. En el monte Carmelo lo vemos levantando el pendón de la fe
y de la valentía, y vemos cómo Dios responde
con una tremenda manifestación de poder: fuego del cielo.
Sin duda
esperaríamos que después
de tal demostración divina,
la fe y
la confianza del profeta
crecerían hasta un punto insospechado, pero no es así. Perseguido por Jezabel cae
en depresión y le
asaltan pensamientos suicidas
(1 R 19). Cuando batallamos
contra el desánimo y la depresión, uno de los mayores problemas es que
perdemos
la habilidad para enfrentar las realidades de nuestra situación o las circunstancias
que nos han llevado al lugar donde nos encontramos. Dios
encontró a Elías y le hizo confrontar
las razones que
lo habían llevado
al abatimiento.
Cuando el telón de
la eternidad caiga, veremos que Dios no dejó nada sin finalizar, que no quedaron
“hilos sueltos” por recoger. Todo
habrá sido hecho a la perfección. Si
estamos en problemas
en nuestro ministerio a causa del desaliento y estamos
enfrentando frustración, cansancio,
depresión, expectativas fallidas de nosotros mismos, o de otros, ¿qué necesitamos
hacer por encima
de cualquier otra cosa?
Si sabemos de alguien
que está a punto de dejar el ministerio
¿qué le decimos?
“Necesitas descansar”. Sin
embargo, Dios le
dijo al profeta confundido,
herido, y desanimado: “Párate en la presencia del Señor”.
Dios no solo podía
satisfacer necesidades físicas
y emocionales de Elías,
sino que además lo
llamó a acercarse
a su presencia. Esto
es lo que
necesitamos cuando llega el
desánimo, cuando nos sentimos
heridos o frustrados. Solo la
presencia divina puede
guardarnos, fortalecernos y levantarnos
para unirnos a Dios en su obra. El salmista
decía: “En tu
presencia hay plenitud de gozo; delicias
a tu diestra para siempre” (Sal 16:11).
La vida cristiana
es un constante entrar en la presencia de Dios desde la
presencia de la sociedad, y salir de la
presencia de Dios a la presencia de nuestros semejantes. Es como el ritmo del
descanso y el trabajo. No podemos
trabajar a menos que tengamos un tiempo
de descanso, y el sueño no
nos vendrá a menos que hayamos trabajado hasta
cansarnos. Hay un gran peligro en la
vida cristiana. Es el peligro de una actividad demasiado constante.
Ninguna persona puede
trabajar sin descansar,
y ninguna persona puede vivir la vida cristiana a menos
que se tome tiempo
con Dios.
Bien pudiera
ser que todos los problemas de nuestras vidas
estuvieran en que
no le damos
a Dios la oportunidad de
hablarnos, porque no sabemos estarnos quietos y escuchar; no le damos
tiempo a Dios para recargar nuestras energías y fuerzas
espirituales, porque no apartamos un tiempo para esperar
en él. ¿Cómo
podremos asumir las cargas
de la vida
si no tenemos
contacto con el
Señor de toda
la vida? ¿Cómo podremos hacer la obra de Dios, a menos
que sea con
las fuerzas que Dios da? ¿Y cómo
podremos recibir esas fuerzas si no buscamos en tranquilidad y a solas la
presencia de Dios?
Querido pastor,
es mi ruego
al buen Dios que no caigamos en
la trampa tan sutil y tan usada de Satanás, de que estemos tan involucrados trabajando
en la obra del Señor que
nos olvidemos del Señor de
la obra, que al fin y al cabo es nuestra prioridad.
Travesín*
Travesín era
un potro blanco con manchas negras; aunque él decía que era negro con manchas blancas.
Cuando los demás caballitos corrían,
Travesín andaba despacio, si andaban
despacio, él corría.
Si iban a comer
hierba fresca junto al río, él iba a cargar leña, si ellos iban a cargar
leña, él iba a beber al arroyo. En fin… Una noche soñó que la tierra estaba
arriba y el cielo
debajo, y amaneció
caminando con la cabeza hacia abajo y las
cuatro patas para arriba. Fue tempo perdido el querer convencerlo de su
error. Travesín insista en que el mundo estaba al revés, y seguía correteando
con sus cascos apuntando al azul celeste. Su madre
estaba desconsolada; hacía muchos
días que no
probaba bocado.
— ¿Qué te
pasa mamá? ¿Por qué
no quieres comer? —dijo
Travesín con los
cascos pegados al techo. —Porque
no haces caso mi caballito.
Tus travesuras me provocan
grandes sufrimientos. ¿No te das
cuenta que no
es lo mismo hacer
cosas distintas que
estar equivocado? Mira los
árboles como crecen, mientras más grandes
son, más hunden sus raíces en la tierra.
A Travesín le daba
lástima ver a su mamá tan
dolida y flaca
por no comer;
pero estaba muy amarrado a sus caprichos y salió de allí sin
despedirse. Con cada saltico
su corazón le repetía las
palabras de su ma. Travesín huía de esa voz que le hablaba desde
adentro, quería dejarla atrás
y apuraba el
galope sin conseguir alejarse
de ella.
En su
ciega carrera llegó a
la laguna. Las
aguas estaban quietas; reflejaban,
con todo su esplendor,
la cara del
sol y el paso
lento de las nubes. Travesín dijo en voz alta, como respondiendo a las palabras
que aún le latan en el pecho: — ¡Ya ves ma,
como tengo razón;
el cielo está abajo!
Siguió
corriendo velozmente para que el aire le refrescara los cachetes. Se alejó de
los lugares conocidos impulsado por los fuertes saltos de su corazón. Sus
cascos cortaban el espacio abierto, hasta que tropezó con una hermosa arboleda.
Las plantas eran tan grandes que Travesín en vez de un caballo, parecía un
mosquito. El viento que retozaba en el follaje se arremolinó tempestuosamente. Las crines de Travesín le golpeaban en los
ojos, no tuvo tempo de escapar; la ventolera
lo arrastró, haciéndolo girar como una hoja. Travesín se sentía mareado.
Las palabras de su madre volvieron a
agitarse dentro de él: “Mira los
árboles cómo crecen, mientras más grandes son, más hunden
sus raíces…”
Travesín
trató de agarrarse de una rama; pero el torbellino lo lanzó lejos; soplido tras
soplido… Desde entonces no lo han vuelto a ver. Solo saben de él cuando el
viento, al pasar, deja alguna noticia de un potro blanco con manchas negras que
vive muy lejos, tiene la cabeza hacia arriba, las patas hacia abajo, trabaja
sembrando árboles, y hace planes para venir a ver a su ma, con una carreta
llena de hierba fresca.
*Pérez González, Eric A..
La casa de los
trabacuentos. Editorial unicornio.
La Habana, 2003
¿Pueden los cristianos recurrir al
aborto?
Hace algún tiempo
llevé a
mi madre de noventa y un años al médico. Mientras esperaba la consulta, escuché la conversación
de dos mujeres
jóvenes que estaban
sentadas frente a nosotros.
Una de ellas recién había descubierto que
estaba embarazada y le decía
a la otra: “pa´ fuera; aunque sea con un perchero eso va pa´fuera”. Me avergüenza
plasmar
aquí palabras tan vulgares;
pero la misma Biblia no omite lo más vil del hombre, ni
siquiera de los escogidos.
Esas palabras,
dichas con tanta
impudicia, me produjeron asco. ¿¡Cómo puede una
mujer hablar así!? ¿¡Cómo
se puede despreciar así la
bendición de dar
vida!? Lo más triste del caso
es que así piensa la mayoría.
Hasta ese punto tan bajo ha
llegado la humanidad
al considerar el fenómeno de la
reproducción. Una persona que se expresa
de esa forma
no puede tener escrúpulos para
ninguna otra cosa; en una persona así no hay sensibilidad, ni respeto.
Un ser
que piensa de esa manera está
vacío de todo lo hermoso y bueno
que Dios creó. No
estoy diciendo con
esto que no se
controle la natalidad;
pero sí estoy afirmando que
hablar así de
una vida que se está formando de
un modo maravilloso, en el
seno de una madre, es un acto de
barbarie que nos da la medida de la
degradación moral del mundo. Por desgracia he visto las consultas donde se
practican las interrupciones de los
embarazos. A esas consultas acuden diariamente
decenas de mujeres y adolescentes
que debieran estar haciendo con sus
vidas algo más provechoso. ¡Con cuánta
indiferencia se somete la
mayor parte de ellas a un crimen
tan horrendo!
No crea que es
una exageración expresarse así; quien no
considere este acto como algo despreciable no está en verdadera sintonía con el
Creador. Con satisfacción puedo
decir que nuestra
iglesia NO ACEPTA EL
ABORTO, como no debe aceptarlo
ningún hijo de Dios. No es un pecado
evitar el embarazo; aunque no
es exactamente esa
la voluntad del Autor de la vida.
La sexualidad humana
fue concebida para
su disfrute; de otra manera Dios nos hubiera dado
órganos genitales insensibles; pero las personas han convertido ese disfrute en
concupiscencia y según nuestro
código de conducta —la
Biblia—, hasta en la vida íntima el hombre de Dios
debe estar consciente
de quién es, lo
cual no significa
que no obtenga plena
satisfacción (…pues la voluntad
de Dios es vuestra
santificación; que os
apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa
tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia,
como los gentiles que no
conocen a Dios; 1Ts 4:3-5). Con esto quiero llegar al punto conocido de que para el mundo
el sexo ha llegado a ser el centro alrededor del cual gira toda,
y los abortos
son los efectos colaterales.
Pero el
hombre que ha llegado a la comunión con el Eterno tiene la verdadera plenitud
en todos los aspectos de la vida, y esa plenitud llega por una valoración
recta, por un actuar recto que comunica
nuestra existencia con el mundo de Dios. Nuestra iglesia ni fomenta ni
se opone al uso de medios anticonceptivos; más bien lo deja al criterio de la
pareja; pero nuestra consejería se
sostiene con la Palabra de Dios, y si la Biblia dice
que los hijos son una bendición es porque lo son.
Si es cierto
que debido a las
condiciones de vida en la actualidad no
se puede
procrear demasiado, también tenemos que
censurar el hecho de considerar los hijos como una carga, como un obstáculo
para la realización personal, porque en
ese sentido estamos en una posición
contraria a los principios divinos.
Casi todos
los que practican y defienden el aborto
no tienen idea
de la magnitud del crimen
que cometen. No obstante
la Sagrada Palabra
dice claramente que desde
el momento en que una vida
comienza a gestarse dentro del útero
de una mujer,
Dios, el Soberano del
universo, está al
control de todos los
detalles de esa
vida: “Porque tú formaste mis
entrañas; tú me hiciste en
el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi
alma lo sabe muy
bien.
No fue encubierto
de ti mi
cuerpo, bien que en oculto fui
formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos,
y en tu libro estaban
escritas todas aquellas
cosas que fueron luego
formadas, sin faltar una
de ellas. ¡Cuán
preciosos me son, oh Dios,
tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Sal
139:13-17). Esto genera entonces opiniones divididas en
cuanto a los
niños que vienen con defectos o enfermedades
como el síndrome de Down.
Para
nosotros está claro que las enfermedades
provienen, principalmente, de la
vida de pecado; son parte del proceso degenerativo
que se inició con la ruptura del propósito
original del Creador;
de hecho, en el seno de nuestra iglesia
son rarísimos estos casos;
pero aun así
defendemos el derecho a
vivir y creemos
que esa vida entra
en el mundo para
cumplir, de muchos modos, la
voluntad del Padre Celestial, y por encima de cualquier limitación física o
mental, un hijo traerá bendición. Puede
parecer paradójico; pero no en el
plano de la fe, pues todo el sacrificio que se realiza
por una criatura, en el
Señor, tiene su
recompensa; quizá es
el medio decretado para que se comprenda
el amor y la grandeza
de Dios. Hay muchos padres que han testificado de cómo encontraron el sentido
de la vida, la fe y la esperanza, luego
de largos años de
fatigas, desvelos y tristezas, cuidando a un hijo discapacitado.
En la medida
en que una
persona se acerca a Dios,
comprende más porqué vino a este mundo y qué es
lo que de-be hacer en
cada instante, porque
se adentra en la
voluntad del Padre.
Al final cada uno va a
responder por sus actos. Hay
esferas en las que solo usted puede
decidir; no obstante
la iglesia tiene que cumplir su
papel de consejera: Usted elige si tener hijos o no; pero nunca los
considere una carga,
sino una bendición. Si
su conciencia no le hace sentir
incómodo con respecto
a los anticonceptivos, puede
valerse de ellos; hay píldoras, dispositivos
intrauterinos, externos, métodos
quirúrgicos, o naturales
—como seleccionar determinados
períodos en que la mujer no está ovulando;
pero nunca recurra al aborto.
¿Por
qué antes se
tenían tantos hijos?
La necesidad
de tener hijos es directamente proporcional
a las condiciones de vida. Si la esperanza de vida es elevada, decaerá
la urgencia de
la reproducción; si el medio es
hostil el hombre se verá impulsado,
instintivamente, a reproducirse, a
darle continuidad a la especie.
A esto se unen también factores culturales.
La realidad de este planteamiento se puede comprobar siguiendo la evolución
social del hombre dentro de la historia bíblica.
A partir
de la Revolución
Industrial, comenzada en el siglo XVIII en Inglaterra, el trabajo humano
se ha estado sustituyendo por
procesos mecanizados; prácticamente
en todas las áreas de la producción las máquinas
realizan el noventa por
ciento del trabajo
del hombre. Sin embargo, en la antigüedad todo tipo de
trabajo se hacía manualmente o con
ayuda de animales.
Es decir, que el
poder económico dependía,
fundamentalmente, de la
cantidad de trabajadores con
que contaba una ciudad,
o una nación. Obviamente los empleados no se recogen de los árboles ni
se cazan en los bosques y se domestican,
y esa era una de
las razones por las cuales
antaño se consideraba
una bendición tener muchos hijos. Los
hijos eran la garantía del sostén
familiar.
Hasta mediados
del siglo pasado todavía esa era la filosofía de vida en nuestro país.
Con una población
mayormente campesina, las
familias cubanas dependían de
la mano de
obra para trabajar en
el campo. Mi
madre me contaba que ellos
pasaban muchas necesidades porque eran
seis hermanas y un solo varón, que para colmo fue de los últimos;
entonces mi abuelo
tenía que proveer, él
solo, para todos
ellos, trabajando de jornalero en
las fincas de la región donde
vivían. La Biblia
nos dice que Dios creó
al hombre varón
y hembra para que fructificaran y llenaran la tierra.
El
matrimonio y la familia fue la
primera institución, y
en el primer pacto que Dios hizo con la humanidad estaba estipulada
la reproducción, el cuidado de la tierra y de los animales, y el
servirse de las plantas para alimentarse y de todas las cosas creadas para disfrute
del hombre (Gén 1:27-30; 2:7-25). Tener hijos
fue una orden del Creador. Los
antiguos tenían que
reproducirse para poblar los
lugares en donde
se establecían y defenderse. Y
esa es otra razón de la importancia de ser muchos, pues
como dice un refrán: “En la unión está la fuerza”.
El número de
habitantes determinaba la fortaleza de los pueblos, e incluso de
las familias: “He aquí, herencia de Jehová
son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como
saetas en mano del valiente,
así son los
hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó
su aljaba de ellos; no
será avergonzado cuando
hablare con los enemigos en la puerta (Sal 127:3-5).
Las guerras
segaban la vida de muchos, y las guerras eran frecuentes en tiempos antiguos. Los muchachos
eran reclutados (Así
hará el rey
que reinará sobre vosotros: tomará
vuestros hijos, y los pondrá
en sus carros y en su gente de a caballo,
para que corran
delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y
jefes de cincuentenas;
los pondrá asimismo a que aren
sus campos y sieguen sus mieses,
y a que hagan sus armas de
guerra y los pertrechos de sus
carros. 1Sa 8:11-12)
y muchos no volvían.
Las
muchachas no tenían
mejor suerte, porque eran
consideradas botín de guerra,
al igual que
los niños, los animales,
las cosechas y los objetos valiosos. Las
ciudades tomadas por un
ejército eran arrasadas;
muchas veces poblaciones completas
eran masacradas; hay
suficientes ejemplos en
la Biblia. Todo esto
imponía una necesidad de
reproducción tan acuciosa
que los hombres tomaban
varias mujeres para sí,
y la esterilidad
era considerada una afrenta
social. Recordemos la
tristeza de Ana (1 Sam 1), y que Raquel le dijo a Jacob: “Dame
hijos, o si no, me muero” (Gén 30:1).
La pérdida
de un hijo
es irreparable; pero debido
a que los
hijos se perdían por tan variados motivos y tan
frecuentemente en la
antigüedad, los progenitores se concentraban más en la
sustitución que en
el sufrimiento. El
quinto ser humano que pisó esta tierra
lo hizo por ese motivo y
se constituyó en un símbolo del
reemplazo: “Y conoció
de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre
Set: porque Dios (dijo ella)
me ha sustituido
otro hijo en lugar
de Abel, a
quien mató Caín” (Gén 4:25).
La descendencia
era indispensable aún por otra razón: el sistema de la propiedad. En Israel la tierra fue
repartida por tribus, y dentro de cada tribu por clanes y familias. Esto resultó
en un delicado equilibrio que no debía romperse y
por eso se evitaban los casamientos entre
miembros de diferentes
clanes o de tribus distintas, aunque a veces ocurría.
La propiedad
se estableció echando suertes (Jos 14:2), es decir, consultando la voluntad del Señor; por tanto
no debía cambiar de
dueños de generación
en generación; por
este motivo Nabot no quiso
venderle la viña al rey Acab (Y
Nabot respondió a
Acab: Guárdeme Jehová de que yo
te dé a ti la heredad de mis
padres. 1Re 21:3). Si se interrumpía la
línea de herederos la propiedad
podía caer en manos de personas ajenas a la parentela o incluso de extranjeros residentes.
Por
eso surgió la ley del levirato;
la cual estipulaba que si un hombre moría sin tener hijos, un hermano o
un pariente cercano
debía levantarle descendencia, para perpetuar su nombre;
es decir, para
que la propiedad no
saliera de la
familia: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno
de ellos, y
no tuviere hijo, la mujer del muerto no se
casará fuera con hombre
extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su
mujer, y
hará con ella
parentesco. Y el primogénito que
ella diere a luz sucederá
en el nombre
de su hermano muerto, para que el nombre de éste no
sea borrado de Israel” (Deu 25:5-6).
También influían en
la natalidad otros aspectos culturales y
religiosos que sumían a gran parte
de la humanidad en
la ignorancia; no obstante, la cantidad
de hijos no
se debía, como
muchos suponen, a
que no se
conocían métodos anticonceptivos, o
a que no existía
el entretenimiento. Basta
con leer la historia de Onán, en Génesis 38, para descartar la primera
suposición. En cuanto a la segunda, por
supuesto, no existían los
medios de comunicación modernos que sostienen la
industria del entretenimiento; pero
entretenerse es tan
antiguo como el hombre; la Biblia
dice que Jubal fue el padre de todos los que tocan arpa y flauta, y que Tubal-caín,
fue artífice de toda obra de bronce y de hierro
(Gén 4:21-22).
Por el
otro lado, esos
poderosos medios modernos han
servido para promover y
establecer hábitos, conductas
y normas que alejan
al hombre de su Creador, y que hunden
a la sociedad
en la lujuria, lo que hace
al hombre de hoy
tan ignorante como
esa gran parte
de sus antepasados. En nuestros días ocurre un fenómeno opuesto al
comportamiento histórico: la
población mundial ha envejecido; es decir,
que la tasa
de nacimientos es muy
baja, especialmente en
los países desarrollados.
Como
dijimos arriba, si la esperanza de vida aumenta, entonces se reduce
la necesidad de
reproducción; pero uno de los aspectos que más influye es la manera en
que ha cambiado el concepto de
familia, la dinámica social y laboral, y
la baja estima
de la concepción y
la natividad, conjuntamente
con una escalofriante
degradación moral y espiritual. Y
terminamos con un dato curioso: de los registrados en la Biblia el hombre que más hijos tuvo fue
Gedeón, que engendró setenta
descendientes (Jue 8:30).
Las
libélulas estamos entre las criaturas más
llamativas de todo el reino de
los insectos. Cuando hace
sol volamos, cazamos, cortejamos,
nos apareamos y ponemos nuestros huevos.
Todo lo realizamos ante
sus ojos. Pero
lo que más le
impresionará a usted sean probablemente nuestros
vuelos artísticos.
De hecho,
puedo nombrarle nueve clases de vuelos distintos, que dominamos con maestría:
el vuelo neutral,
el vuelo de caza,
el vuelo territorial, el vuelo amenazador, el vuelo de cortejo, el
vuelo pendular, el vuelo ondular y el vuelo parado, además de toda clase de
vuelos hacia atrás. Entre las 800.000
especies de insectos, se nos considera
como los verdaderos acróbatas de
los aires.
En los
calurosos días de verano
podemos planear durante
horas enteras por
encima de un estanque, sin
apenas mover las
alas para ello. Cuando vemos una presa,
la capturamos al vuelo con absoluta precisión cambiando
rápidamente de dirección. Si aparece un rival
importuno nos elevamos en
forma de espiral y le echamos
inmediatamente. Incluso volando
por entre densos
juncos y hierbas de pantano planeamos con elegancia e
ímpetu, sin que se dañen nuestras alas delicadas.
Ya se habrá
dado cuenta usted: cerca del agua
somos los reyes de los aires. Nos movemos como
helicópteros silenciosos. La
frecuencia con la que
batimos nuestras alas
es de 30 movimientos por segundo, pero a pesar de ello no producimos ningún
zumbido perceptible a su oído. Las alas, sin embargo, no
solamente nos sirven
para volar: desempeñan un papel
importante en el cortejo de nuestra pareja; sobre las hierbas que se
balancean nos sirven para guardar el equilibrio; también nos sirven de colectores
solares; y para las lenguas voraces de las ranas son armas de
defensa voluminosas.
No obstante, hay que decir que el vuelo es su
propósito principal. Disponemos de un
esqueleto de gran dureza
siendo al mismo tiempo de un peso mínimo.
La libélula esbelta,
por ejemplo, sólo pesa
la cuadragésima parte de un
gramo. De modo que necesitaríamos ¡120
de estas libélulas pequeñas para
que pesaran lo que una moneda de 20 centavos! Nuestro aparato
volador: prototipo de sus helicópteros. ¿Sabía usted que Igor Sikorsky
(nacido en 1889 en Kiev y fallecido en 1972 en EEUU) su pionero
de la técnica
del helicóptero, halló su idea
para el desarrollo del helicóptero observando detenidamente nuestro
vuelo? Las cuatro palas regulables del rotor
producen simultáneamente la propulsión y la
fuerza ascenso rial, igual
que nuestras cuatro alas.
A pesar de la
reconocida madurez técnica de
sus aparatos de vuelo,
nosotras y sus helicópteros somos dos
mundos diferentes: nosotras
volamos cien veces más
ágiles y además
sin hacer ningún ruido
- solamente cuando se
tocan las alas en tensión percibirá usted un ligero crujido que
anuncia nuestra llegada - y todo esto ocurre con un grado de eficacia
técnicamente aún inalcanzado.
Comparado
con todas las demás especies de insectos,
nuestro vuelo se basa en un principio totalmente distinto. El Creador ha inventado
un equipamiento especial para nosotras. Nuestros potentes
músculos del vuelo están unidos directamente a las articulaciones de las alas
por medio de tendones. Para estas
articulaciones el Creador ha
elaborado un material
con propiedades mecánicas extraordinarias, la resolana. Ningún otro
material es tan elástico, razón por
la cual puede
almacenar una cantidad incomparable de energía,
y ponerla a disposición en el momento que se necesite.
Imagínese una
botella de plástico aplastada que inmediatamente después de aplastarla vuelve
a saltar a
su forma original. Mis alas junto con
la resolana constituyen semejante
sistema oscilante que
trabaja con una frecuencia de
batido determinada. Con respecto al vuelo, el Creador ha pensado en
tantas finezas para
nosotras que podemos superar
fácilmente cualquier situación
complicada que pueda
presentarse en el
aire.
Estamos construidas óptimamente
para los aires. Sus ingenieros de vuelo utilizan un valor denominado
número de Reynolds para describir el comportamiento del vuelo.
Este número caracteriza la manera en que
la viscosidad del aire circundante
repercute en la
velocidad y el tamaño
del objeto volador.
Para las grandes aves
esta propiedad del aire
es de poca importancia,
no así para nosotros
los insectos.
Porque para insectos
pequeños la viscosidad del aire es tal que prácticamente
tienen que nadar en ese aire tan «espeso» para ellos. Por
ser bajos estos
valores de Reynolds, tienen
que mover las
alas mucho más rápidamente
que los insectos
grandes, para poder
avanzar. Pero a nosotras nos diseñó el Creador de tal manera que nuestro coeficiente de Reynolds es muy favorable. De
esta forma alcanzamos fácilmente
velocidades de 40 km/h sin tener que batir constantemente las alas. Incluso cuando volamos
despacio, se producen suficientes fuerzas
ascensionales, a pesar de cortarse
la corriente de aire.
Membranas alares
más finas que el
papel: Nuestras cuatro alas en conjunto
sólo pesan cinco milésimas de un gramo. Estos
transparentes aparatos de vuelo
finísimos representan una obra
maestra en la
técnica de construcción
ligera. Si usted pudiera imaginarse las membranas de nuestras alas como
un material fabricado en
forma de una gran
superficie, entonces un metro
cuadrado de éste
pesaría solamente tres
gramos.
El celofán
de poliamida o
poliéster que usted usa
comercialmente como envoltura, con el
mismo grosor, pesa de tres a cuatro veces más.
Nuestras alas están
reforzadas por venas, que en la
jerga de sus constructores de aviones
se llaman largueros. El diámetro de estos tubos es sólo
de la décima parte
de un milímetro y el grosor de sus
paredes es incluso
de una centésima de
milímetro. Estos tubos huecos no
sólo sirven para proveer rigidez, sino
que se encuentran en
ellos conductos para el
transporte del líquido sanguíneo
(hemolinfa), los cables del sistema
nervioso, el sistema de provisión de oxígeno y de la eliminación del dióxido de
carbono.
Seguridad calculada:
No piense usted que
por ahorrar tanto material en esta
forma de construcción,
el Creador ha descuidado el factor de
la seguridad. Ahí tengo
que corregirle. De igual modo que en el ámbito técnico de ustedes, también en el de los seres vivos hallará usted en todas partes claras
reservas de seguridad,
para que no ocurran
rupturas prematuras ni fallos. En
posición de reposo,
los huesos de su
muslo, por ejemplo, podrían aguantar el peso de 17 personas. Y esa reserva
la necesita usted para
poder enfrentarse a
situaciones de mayores exigencias como lo son el correr o saltar.
Los fémures
del ratón poseen incluso una reserva de
seguridad 750 veces
superior al requerimiento
normal. Y es
lógico, porque algunas veces
tiene que saltar
del armario de la
cocina al suelo,
sin romperse en seguida una pata.
Algo parecido ocurre
con las alas.
Un pinzón, por ejemplo, que
pesa solamente 25 gramos
tiene una superficie
alar de unos 150 cm². Es
decir, diez cm² de
superficie alar llevan el peso de 1,7 gramos de su peso total. Con nuestros
15 cm²
de superficie alar,
tenemos que sostener 0,5 gramos,
esto son 0,33 gramos de nuestro peso
total por 10 cm².
Nuestro margen
de seguridad es, por lo tanto, cinco veces
mayor que el del
pinzón. ¿Hubiera esperado
usted tal cosa de nuestras alas
tan sumamente finas? El dibujo
de nuestras alas: Nuestras alas son membranas parecidas
al cristal, enrigidecidas por medio
de una red venosa
muy ramificada. Las
grandes venas longitudinales proveen
una rigidez transversal,
las numerosas venas pequeñas transversales,
además de una mancha cuadrangular casi siempre visible, proveen
la rigidez longitudinal.
Si apreciamos el
dibujo de las
alas nos daremos cuenta
de que el
Creador ha aplicado distintos
principios de construcción para el mismo fin: Tanto polígonos irregulares
como rectángulos regulares sirven para proveer la
rigidez necesaria para las alas. Las libélulas que baten las alas con más
frecuencia (30 veces por segundo)
necesitan unos refuerzos
estrechos. A las
especies con una frecuencia
baja les basta un simple dibujo reticulado
de celdillas, que,
no obstante, es de una precisión
increíble. La construcción celular a base de membranas hace que las
alas sean ultraligeras y al mismo
tiempo firmes.
Breve
reflexión acerca del
término ‘cultura’ y su relevancia
Por
el miembro ungido Alfredo M. Suárez
Sanfiel
Se ha
escrito ya algo en esta sección y creo,
antes de seguir
adelante, en la conveniencia de tratar aquí muy brevemente uno
de los conceptos
fundamentales de la
misma. Me refiero
a “cultura‟. Este término tiene una historia bastante interesante; es
uno de esos términos que tiene
varias acepciones según el contexto
y la disciplina que lo trate. No solamente
es muy rico
en cuanto a definiciones
sino que abarca muchos
otros y está
relacionado con muy diversos temas
y fenómenos. Dicho de otro modo,
se puede escribir de casi cualquier cosa desde la perspectiva de la
cultura.
Además es
un término que tiene ya un poco
de historia y evolución. La de cultura es obra de muchas mentes, y se ha
desarrollado gradualmente. Todavía hay
grupos que no
admiten este término en su vocabulario intelectual. Por otra parte, los
antiguos conocían, y los
indígenas modernos son conscientes de ello,
algunos de los fenómenos
de la cultura,
como, por ejemplo, las costumbres. “No lo hacemos
de esta manera, lo
hacemos así”, tal afirmación,
que todo ser
humano dice en algún momento, es un
reconocimiento de un fenómeno cultural.
El término
cultura se puede
definir como sigue: La cultura es el conjunto de todas
las formas, los modelos o los patrones, explícitos o implícitos, a
través de los cuales una sociedad regula el comportamiento de las
personas que la conforman. Como tal incluye
costumbres, prácticas, códigos,
normas y reglas
de la manera
de ser, vestimenta, religión, rituales, normas de
comportamiento y sistemas de creencias.
Desde otro
punto de vista
se puede decir que la cultura es
toda la información y habilidades que posee el ser humano. El concepto
de cultura es fundamental para
las disciplinas que se
encargan del estudio de la sociedad, en especial para la antropología y la
sociología.
La Unesco,
en 1982, declaró: “...que la
cultura da al
hombre la capacidad
de reflexionar sobre sí mismo. Es
ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos,
racionales, críticos y éticamente
comprometidos. A través de
ella discernimos los valores
y efectuamos opciones.
A través de
ella el hombre se expresa, toma
conciencia de sí mismo, se reconoce
como un proyecto
inacabado, pone en cuestión sus propias
realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y
crea obras que lo
trascienden” (UNESCO, 1982:
Declaración de México).
Estas definiciones
convencen, casi a cualquiera, acerca de la importancia de la cultura. El conocimiento
de la cultura (en sentido amplio) tiene gran importancia
social y espiritual. Esto es cierto para cada cristiano en particular y para la
iglesia como cuerpo que necesita edificación y
cuidado. También es importante
para la iglesia como
responsable de la
gran comisión. No creo
que valga la
pena argumentar mucho en este sentido, pero quizá sean útiles algunas
pistas.
Dado que
estamos inmersos en una cultura, la de nuestra sociedad y mundo globalizado de
hoy, y
esta cultura interactúa
constante e intensamente
con el individuo y con la
iglesia, se hace muy conveniente conocer
profundamente la cultura en la
que nos movemos. En la Biblia se nos presentan
varios choques de culturas.
Cuando entran en
contacto culturas distintas existe
siempre la posibilidad de problemas y
conflictos. Leemos en Génesis la
historia de Lot. Junto a Abram él
abandonó su pueblo
y se aventuró hacia
un mundo diferente.
Sabemos que
en algún momento se separó de
su tío y
después tuvo algunos problemas. Con
independencia de sus motivaciones egoístas, no me imagino a Lot
asentándose en Sodoma
si contaba previamente con el
conocimiento de las costumbres del
lugar. No me imagino el fracaso
espiritual de este
hombre justo, si no es por su
desconocimiento de Sodoma.
Ninguna manifestación
de la cultura debe pasar desapercibida para los
cristianos de hoy. Hay manifestaciones que no pueden nunca tener cabida en una
iglesia fiel, limpia, sin manchas ni arrugas; hay manifestaciones destructivas
para el cuerpo de
Cristo. Esto requiere observación,
discernimiento y sabiduría
espiritual. Siempre el cristianismo fiel ha estado en conflicto con la
cultura de este mundo (valores, normas, prácticas, etc.). Como dijo el apóstol:
No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios,
agradable y perfecta (Romanos
12:2).
Siempre el cristianismo fiel se ha esforzado en cumplir con la gran
comisión. No es una
misión cualquiera, es la
más grande de las
misiones. Requiere en
primer lugar llenura del Espíritu,
pero igualmente el uso de cada habilidad y conocimiento; es una
misión que exige
excelencia. La tarea que Cristo
nos dio abarca a todas las naciones y grupos (Mateo 28:19). Desde nuestro país hasta el
último confín del mundo; desde los más pobres a los más ricos; en fin, a todas las razas,
lenguas y naciones
(Apocalipsis 10:11).
Pablo, sin renunciar
a su fe y doctrina, se adaptaba a
todos para ganarlos
para Cristo; esto requiere
un conocimiento profundo del hombre
y su cultura.
Escribiéndole a Tito acerca
de los cretenses
podemos leer: “Uno de
ellos, su propio
profeta, dijo: Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias,
glotones ociosos” (Tito 1:12). Lo encontramos también en Atenas haciendo
uso de elementos
de la cultura ateniense (Hechos
17:16-34).
No puedo dudar
que el Espíritu
usó este conocimiento en
Pablo para la
expansión del evangelio. Lo imprescindible es el Espíritu, pero un poco
de atención a la cultura nos ayudaría
en nuestro crecimiento
espiritual personal, en la edificación del cuerpo de Cristo, y en el
impacto de nuestra iglesia sobre la sociedad y el mundo.
Maldita cosecha
Obispo Luis Cruz Lara
Hace poco
tiempo oí contar
la amarga experiencia de
unos padres cristiano que
vieron morir a
su hijo renuente
a aceptar a Cristo como
su Salvador. En vano procuraron
penetrar en aquel corazón endurecido los
prudentes consejos del Papá
junto a la
ardiente suplica de una madre desesperada, que quería arrebatar
de la condenación a un pedazo de su ser.
Fue entonces que
mandaron a buscar al pastor, con
la esperanza de que su experiencia habría de influir en el
joven, pero este ni aun lo quiso
recibir, rechazando también a
los diáconos y ancianos de la iglesia, pues
nada quería saber de aquellas
personas a quienes consideraba vanidosas, farsantes e
injustas.
Alarmados, los
padres preguntaron al mozo:
“Como puedes pensar
y decir semejantes cosas de los
siervos de Dios, estando como estás al mismo borde del infierno?” A lo
que el moribundo contestó:
“No he dicho más
de lo que he
oído de ustedes mismos, que dicen estar asegurados del
cielo. Fueron ustedes quienes sembraron en mí la desconfianza en estos hombres,
¿Cómo queréis que los
acepte ahora capaces
de hacerme bueno?”
Y así murió aquel desdichado, con el corazón
amargado y lleno de resentimientos a
cusa de las murmuraciones que desde pequeño venía
escuchando de labios de sus progenitores.
Este cuento puede que sea real
o inventado, pero de cualquier manera sirve
de enseñanza para cada
uno de nosotros, especialmente para
los que somos
padres. ¿No hemos visto a muchos padres cristianos desesperados ante
la apostasía de un hijo de sus
entrañas? ¿No hemos visto matrimonios rotos porque uno de los dos se apartó de
los caminos de Dios, perdida la fe y el buen concepto que tenia de la hermandad? Puede ser que
les haya sucedido
lo que a los afligidos
padres del relato.
Tal vez
alguno no había
pensado seriamente en las consecuencias
de nuestra diaria conversación,
pues estamos de acuerdo
en que inventar
un falso testimonio
es pecado sumamente
grave, y que deberíamos
tener en cuenta
que propagar el testimonio
de otros, sin saber
si es cierto o no, es pecado también; y
que aun cuando
lo que digamos
sea verdadero, al hablar
mal de los
demás estamos manchando el alma y exponiéndola a condenación; pero eso
no es todo, sino que esa nuestra fea forma de hablar tiene su influencia, tal
vez imborrable, en la formación de la conciencia de nuestros hijos, hermanos
y demás personas
que nos rodean, a quienes, sin querer o darnos cuenta, podemos estar
sembrándoles un veneno que al cabo
de algún
tiempo se volcará sobre
nosotros mismos, porque todo lo
que el hombre sembrare, eso también segará (Gal 6:7)
No hay comentarios:
Publicar un comentario