La columna del director
Cualquier
mirada retrospectiva al año
2012 deberá incluir, entre sus aspectos más sobresalientes, tres eventos
inolvidables: La Celebración Nacional de
las Cosechas, la Convención Nacional de Pastores, con su especial toque del Espíritu Santo,
y en esta
ocasión con el desafío
a los pastores
a conseguir la unción,
y la XVIII Conferencia General en Palomino,
ciudad de Camagüey, cuyo título
fue un llamado a iluminar el mundo.
A esta
significativa lista se le
suma la doble visita de nuestro máximo líder, el apóstol Miguel A. Rodríguez a
esta amada isla, y el inicio de un curso ministerial con más de
veinte alumnos, y los doscientos
ochenta bautizados. También ha sido
el año de mayor satisfacción
en cuanto a
las finanzas nacionales
las que alcanzaron
$1 124 768.76, y por el
inicio de la
construcción del templo de Jamal,
Baracoa, entre otras bendiciones que el Señor nos regaló.
Todo no ha
sido regocijo, también hemos tenido que
enfrentar gigantes; quizá por momentos han
temblado nuestros pies a causa del pavor de la batalla; pero como
dijera el profeta
Samuel: “¡Eben-ezer, hasta aquí
nos ayudó Jehová!”. ¡Gloria y honra al que vive y nos da la
victoria! ¿Qué podemos esperar
para el 2013? Aunque vemos al mundo
ir de mal en peor y
el vaticinio es
de destrucción y muerte,
nos sujetamos a
las promesas del divino Maestro,
quien prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo,
y confiados en que si hasta aquí nos ha ayudado, nos seguirá ayudando.
Es probable
que el mayor desafío para este año
sea la economía, o quizá definir
respuestas a la creciente ola de modernismo,
secularismo y humanismo que amenazan
la fe de los
hijos legítimos de Dios. Sea cual sea el
reto, nuestro órgano oficial, El mensajero de los postreros días, por la gracia
infinita e inmerecida de Dios, continúa su
labor para iluminar
a la iglesia
durante 2013, impartiendo luz y vida, no solo a la
iglesia, sino a cada navegante que
en el mar de
la vida requiera
del consejo de paz
y salvación contenido en nuestro predicador silencioso.
Vemos señales
de crecimiento en varias de
nuestras congregaciones y en
muchos de nuestros hermanos, en pro de
la santidad, del
evangelismo, del desarrollo
integral de la obra de Dios... y sabemos que esto no es más que una
manifestación de la gloria del Señor en su
pueblo. Invito a cada
miembro de nuestra iglesia a interesarse
en este movimiento y a ser parte del mismo, convirtiéndose en
un colaborador activo del Espíritu Santo. Dedicamos este
edición de la revista al tema de la
educación, porque reconocemos cuán útil es la preparación en la
sana doctrina y
la corrección ciudadana.
Felicito una
vez más a toda la iglesia, a todos
los que por
la gracia del
Señor hemos llegado a este año nuevo,
y les invito a vivir solo para el
Señor. Que la agenda de cada
hijo de Dios, de
cada pastor, oficial y líder, no se mueva tras su gratificación
personal, sino en pos
de los negocios del Padre Celestial.
Superintendente Eliezer Simpson Jackson
Presidente de la iglesia en Cuba.
El
hombrecito que me
impresionó
Por el Superintendente Sergio de la
C. González Caballero.
Avanzaba la
mañana, yo esperaba para ser atendido por una amiga doctora, en la clínica
estomatológica de la
ciudad de Guanajay. Junto a mí se hallaban mi esposa, mi hija Karen, mi
cuñada Magbis y su esposo, el pastor Juan Ruperto Pérez. En aquel sitio, un
vasto salón de espera, hay situadas
varias bancas que permiten que se
acomoden los pacientes, mientras les llega su turno para ser atendidos.
Leía el
semanario El Artemiseño,
cuando levanté la
vista, y vi, subiendo
las escaleras al segundo nivel donde nos encontrábamos, a un hombrecito de
baja estatura, piel
cobriza, con una incipiente
barba blanca, que con un acompasado andar y una sonrisa,
pasó banca por banca, estrechando con
su diestra, la
mano a todos
los presentes. Cuando llegó a mí, lo saludé asombrado, con
toda deferencia posible, y le vi continuar, hasta que concluyó
su prolongado estrechón de manos en
la estancia. Miré
el reloj, porque justo a las 9 y 45 minutos había aparecido aquel
individuo que me hizo
humedecer los ojos, recordando el poema que habla
de seres como
él, que son ángeles incomprendidos que andan por el
mundo.
Cuando saludó
a todos, se retiró hacia un pasillo donde se recostó
a un
hombre relativamente joven,
de un inmenso bigote, que vestía ropas de obrero agrícola.
Con una sonrisa
le recibió y le
pasó la mano por
encima de su hombro. Aquel hombre-cito era un síndrome de Down, y allí
se refugiaba en su
asistente, después de brindarnos una inmensa lección.
No pude
permanecer sentado, algo internamente me
hizo levantar; me dirigí
hacia ellos y
saludé al acompañante. Con todo respeto le pregunté al
hombrecito su nombre,
mientras le saludaba de
nuevo estrechándole su diestra.
Sin embargo, el
promotor de aquella experiencia
en mi persona apenas podía hablarme,
y aunque decía algunas cosas, su lenguaje estaba fuera de mi
comprensión. Entonces su hermano, el lazarillo que
le guiaba, me dijo:
“Se llama Alexis
García Pérez”.
Traté de
insistir en mi
comunicación con aquella criatura extraordinaria, y le pregunté la
edad que tenía.
Entendí más claramente esta
vez su respuesta, pues me dijo que tenía
tres, y con una mano
levantada, me mostraba
cuatro dedos con una
amplia sonrisa. En su
inocencia, todo me lo había explicado. Su auxiliar de nuevo
salió en su rescate, y me
informó que tenía cuarenta
y cinco años cumplidos,
diciéndome además que aquella
acción de brindar cariño y saludar, era
algo consuetudinario en
él, una práctica
de siempre, fuere cual fuere el
sitio adonde llegare.
Sonreí con
lágrimas en los ojos, diciéndole a su
hermano que felicitaba
la educación de sus padres y de todos los que intervinieron en su
formación, por aquel hermoso gesto,
por aquella corrección
y expresión de
cortesía, porque nos había dejado
una preciosa enseñanza de amor a todos los presentes: él, un ser discapacitado. Lo vi sonreír, y
se agachó. Yo me volví a mi lugar
y seguí atendiendo sus movimientos con discreción. No
estuvieron mucho rato en
su gestión, solo que al partir me
saludaron de lejos, y descendieron
las gradas perdiéndose
de vista. Durante largo
rato medité en aquella
situación extraña contemplada esa mañana,
y en la tremenda ilustración
del hombrecito enfermo.
Después pensé escribir
sobre él, y de los que
como él andan por
la vida brindando luz, aunque
no tengan las condiciones idóneas para ofrecerla.
Años antes,
el mal que padece el hombrecito que me
impresionó, era llamado
mongolismo. Esta enfermedad
es una malformación congénita
causada por una alteración
del cromosoma veintiuno, que
va acompañada de un retraso mental que puede
ser moderado o grave. Cuando
la concepción se
produce dentro de los parámetros
normales, el óvulo que es fecundado
tiene solo dos copias de cada cromosoma; sin embargo, el síndrome de Down es una anomalía que se caracteriza
por la
triplicación (presencia de tres copias) del cromosoma veintiuno.
Es entonces
que estas personas, presentan
cuarenta y siete cromosomas en
vez de cuarenta y seis, que es la cifra normal del genoma humano. En casi
su totalidad los afectados de este mal presentan baja estatura, cabeza redondeada, y tienen generalmente
una frente alta y aplanada; su lengua y labios son fisurados. Según
los dictámenes de
la medicina moderna suelen
alcanzar una edad mental
de ocho años,
y por lo
tanto precisan de un
hábitat protector, aun-que pueden desempeñar algunos trabajos
sencillos.
Según la estadística
que en estos momentos manifiesta la
incidencia global del síndrome de
Down, hay aproximadamente un Down por
cada setecientos nacimientos,
pero este riesgo varía de acuerdo
con la edad de
la progenitora. En las
madres de veinticinco años, la probabilidad es
de uno por cada dos mil nacidos; mientras que en madres de
treinta y cinco
años en lo adelante, se eleva el peligro, pues la
cifra habla de uno
por cada doscientos nacimientos,
y esta tragedia se multiplica
en la medida en que
se elevan los años
de las embarazadas.
Ya cuando
una dama con cuatro
décadas de vida o más,
decide tener un
hijo, este riesgo llega
a alcanzar la
proporción de uno por cada cuarenta niños nacidos. Verlo
saludando me hizo pensar en el presente
que vivimos y
compararlo con él. Para
nada es extraño
hoy día, que seres normales, con
todas sus facultades,
se crucen en
un camino, compartan asientos,
pasen a tu lado, y el saludo, ese con que nos distinguió
el hombrecito de la clínica, al menos
por la región del
mundo donde vivo,
se convierte en un espécimen con peligro de extinción.
Los buenos modales, el
respeto a las canas,
el derecho de
los débiles o enfermos,
se pisotea, porque las piadosas costumbres
pasaron de moda,
y las generaciones actuales
se aíslan en un mundo
que Dios creó para que conviviéramos como hermanos. Ver aquel ser brindando afectos a desconocidos, con
su boca medio abierta enseñándonos su
gruesa lengua, me recordó
que hay bondades
escondidas entre lo vil y menospreciado, mientras la humanidad
colapsa entre mentiras, odio, guerras,
desastres ecológicos, hostilidades,
enfermedades, hambrunas y recesión económica. Me dijo también a gritos
con su ilustración,
que las familias
necesitan un enfoque
cristiano en sus vidas,
para rescatar los
valores morales y espirituales que se han perdido en las últimas
generaciones.
En Cuba
tenemos el nada
agradable primer lugar, en
cuanto a índice
de divorcios se refiere, desde el Estrecho de Bering hasta la Patagonia. Ha crecido desmesuradamente el
consumo del alcohol en todas las
edades y en ambos sexos, junto a
indisciplinas sociales e índice delictivo. Leemos con frecuencia el alerta por medios de difusión masiva, llamando
al cuidado de
los bienes comunitarios que
van desde un
ómnibus de servicio
público, un tren
que traslada pasajeros, el
parque de una ciudad, la estatua de un prócer, o sencillamente
la cortesía con unos ancianos, damas, niños o enfermos. Es muy triste mirar al
mundo, donde las golpizas a las mujeres se
han convertido en el crimen
más numeroso que se contabiliza en las estadísticas mundiales.
Vemos con
frecuencia como los presupuestos militares
se elevan en el mundo,
y los países
compran más armas que
comida, anunciándose de
manera repetitiva el alistamiento
de miles de soldados
para guerras que
parecen no tener fin jamás, colmando de muerte y destrucción a millones de
seres humanos. El célebre
Agustín de Hipona,
quien ha sido considerado
el teólogo más distinguido de los primeros quinientos años de cristianismo,
se equivocó en su predicción. El enseñaba que al final de los días, la influencia
de la Iglesia sería tal entre los
hombres, que se lograría la paz y la estabilidad. Esa
hipótesis se llamó post milenarismo.
Hoy nos damos cuenta,
por lo que
podemos observar, que es todo
lo contrario a lo pensado
por el sabio africano. Y en ese continuo andar va el mundo perdiendo valores; por
eso, aquel día un limitado me asombró
con su sonrisa. Me lastima
expresarlo, pero conozco pastores, en todos
los niveles, que son incapaces de
levantar un teléfono para dar una respuesta solicitada,
o para esclarecer una decisión tomada
que afecta a personas o familias; he sabido de directivos
que olvidan, por
sus preocupaciones —o
ignoran y evitan cuanto pueden—, el saludo y roce con sus
hermanos de fe; he podido apreciar con dolor como crece el desprecio y el alejamiento,
en lugar de un ósculo santo lleno de
esperanza; he logrado considerar el
crecimiento del rencor,
cuando el perdón que debe
primar en los que asumimos ser hijos de
Dios, va en declive.
Por eso me
humilló el gesto del enfermo, y con dolor digo, que un síndrome de Down marcó
la diferencia de mi cortés y pragmático saludo a los reunidos
en la sala
de espera, con su
abierta libertad para mostrar afectos
y estrechar manos sin distinción. Cuando los buenos modales se cotizan a
elevados precios, cuando la ignorancia
y el aislamiento
se imponen hegemónicamente, cuando
hay poco espacio y tiempo para la cortesía, cuando es trivial decir buenos
días o buenas noches a nuestro arribo, cuando pasa de moda el beso de despedida o
de reencuentro de los esposos, un hombrecito enfermo me
trajo un espacio para la reflexión.
Hace unos
años leí en
un establecimiento comercial de mi país un pensamiento cautivador
que decía: “La sonrisa
no es de importación, es de
producción nacional”. Tan contrariados
vivimos, que ofertamos
odio y rencores, sin apreciar la
claridad meridiana del que dijo: “Amaos los unos a los otros”.
Realmente no
sé si volveré
a ver al hombrecito que saluda, lo que sí puedo expresar
es que en aquel momento, un síndrome
de Down llenó con su
impronta y desenfado
la mañana de un día en mi
existencia. Horas después, a solas con Dios, di gracias por él, por su lección,
por su sonrisa, porque su enfermedad de
nacimiento no le había impedido estar
entre los que aman y fundan. Y
mientras otros pueden y culpan a Dios de
las desgracias del mundo, y
lo maldicen por
estos seres que caminan por la vida, yo solo puedo dar gracias al Dios
de la Creación por
esa cándida persona
que honra el bien,
y reparte sonrisas
y saludos sin temores ni inhibiciones.
Y en mi
intensa oración privada
dije: “Gracias, Padre mío,
porque tú estás detrás
de todo, aunque
yo no lo entienda; aunque
lo que hagas,
al parecer carezca
de sentido o
explicación para la razón humana”. Y volví a dar gracias por
su existencia, y
mucho más, por haberle
conocido a él, un
hombrecito enfermo que
me impresionó en la clínica
estomatológica de Guanajay, la amada ciudad del Apóstol Luis Cruz
Lara.
Alma mater
La Palabra
de Dios tiene función educativa, porque guía
al hombre en su transformación espiritual. Esta evolución incluye cambios en las normas de vida, y las Escrituras
tienen orientación para cada aspecto
de la existencia;
su cumplimiento se
traduce en satisfacción para la persona,
la familia y la sociedad.
Fue precisamente
la revelación de Dios, observada
como constitución nacional, lo
que hizo de Israel un pueblo completamente diferente
a todos los demás, en aspectos
vitales como la expectativa de vida y la generalización de la instrucción. Egipto,
Grecia y Roma, fueron
potencias políticas y culturales; pero en ninguna de ellas la alfabetización estaba
tan bien repartida como en Israel, pues
la misma ley divina prescribía
que cada persona debía
tener una copia
de la Torah, y esta
debía aprenderse desde
edades tempranas, sin distinción
de clases sociales; era una
obligación su estudio en los hogares y en la comunidad.
En una
época tan remota
como el 1445 a. C., el
código sinaítico regulaba,
humanamente, el trato
de los esclavos,
y favorecía su
liberación, adelantándose por
siglos a las disposiciones de las otras
sociedades. La Ley de Dios dignificaba la condición humana y le aseguraba una
relación armoniosa con la naturaleza. La alarma por el cambio
climático y la
destrucción de nuestros ecosistemas
es reciente; sin embargo,
la legislación divina prescribía,
desde hace más de tres mil años, el cuidado
de las aguas,
los árboles, los animales y
la tierra.
Esta
legislación convirtió a Israel
en luz para las naciones:
“Os he enseñado
estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la
tierra en la cual entráis para
tomar posesión de
ella. Guardadlos, pues, y
ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y
vuestra inteligencia ante
los ojos
de los pueblos, los cuales
oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo
sabio y entendido, nación grande
es esta. Porque
¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios
justos como es toda esta ley que
yo pongo hoy
delante de vosotros?” (Dt. 4:5). Las Escrituras
consolidaron el hogar como
la primera escuela. En el mandamiento de honrar a los
padres está implícito el
reconocimiento de que ellos
son la fuente de donde brota la instrucción sagrada, la que puede alargar nuestros
días sobre la
tierra.
La Ley exige
que el hogar sea un aula donde aprendamos
a vivir según
las normas del Creador: “Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre
tu corazón, y las
repetirás a tus
hijos, y hablarás de ellas
estando en tu
casa, y andando por el camino, y
al acostarte, y cuando te levantes” (Dt 6:6, 7). La iglesia
es heredera y
conservadora de ese bien
tan preciado: la
Palabra Eterna. Por tanto,
también debe ser luz para los pueblos. La iglesia debe ser
instructora de la
sociedad; debe convertirse en referencia universal: cuando el
alma de las personas anhele la paz, el consejo,
el consuelo, el
ánimo, la salud…
debe pensar primero
en la iglesia. Ella debe ser el socorro de los cansados, de los heridos,
de los desahuciados,
los desorientados, en la misma
medida en que alimenta
y protege a los hijos que,
estando en ella, están en Cristo; o que recibe a los
hijos pródigos para curar sus heridas y darles una nueva perspectiva de vida.
La iglesia es la gran
Educadora, la verdadera Alma Mater.
La educación
está en la esencia misma del proceso
evangelizador; pues Cristo fue el Cordero de Dios en su sacrificio; pero durante
su ministerio fue, sobre todo, el Maestro, y su gran encomienda está enunciada en términos
educativos: “Por tanto,
id, y haced
discípulos a todas las naciones,
(…); enseñándoles que guarden todas
las cosas que os he mandado…” (Mt. 28:19, 20).
Hacer discípulos
es mucho más
que instruir. El sistema de enseñanza
judío consistía,
básicamente, en el
método del discipulado; no
se trataba solo
de trasmitir conocimiento, sino
de imitar al maestro. Pablo dijo
al respecto: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co 11:1). Los discípulos tenían que aprender todo de su rabino, incluyendo
la postura para
sentarse, para orar, sus hábitos
higiénicos y alimentarios, etc.
Cuando igualaban al
preceptor, entonces podían
independizarse y crear su propia
escuela; es decir, buscar seguidores. Por eso Jesús dijo: “El discípulo no es
más que su maestro, ni el siervo más que
su señor. Bástale
al discípulo ser como
su maestro, y al siervo como
su señor” (Mt.
10:24, 25).
Con la
gran comisión el
Mesías está expresando que
la prédica del Evangelio
es, sobre todo, influir en las personas para que
anden como él
anduvo; solo así será posible
afirmar: “Ya no vivo yo, mas
vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). El
propósito es enseñarles a vivir
como Jesús, en su amor, su humildad, su
sinceridad, su obediencia, su
entrega. Pero nadie puede dar lo
que no tiene;
así que, para que conozcan e imiten a Cristo, deben verlo en nosotros. Es
una responsabilidad de los hijos de Dios
tomar la provisión del Señor, vivirla,
y transmitirla. El faro de Dios
tiene que brillar hacia dentro
y hacia fuera.
Como dijera el sacerdote Félix Varela: “Instruir puede cualquiera;
educar,
solo quien sea un
Evangelio vivo.”
PAPEL AL AGUA*
Cuando mama Cartulina
le pregunto a nene Papel que
sería a en el futuro, este respondió:
—Seré un barquito de papel. Mama Cartulina quedo aturdida
al escuchar aquellas palabras. —Decididamente
estás loco —le dijo— no sabes que
tienes que conformarte con lo que eres,
ahora puedes jugar con
todos los colores
y llevar lindos dibujos en
tu ropita.
Así que
olvídate de los barcos
que nada tenemos
que ver con ellos. Nene Papel
parecí a no escuchar nada, sus ojos estaban clavados en
un velero de un cuadro que colgaba en la
pared. Mama, silenciosa, lo contemplo
de arriba abajo con deseos de
darle unas cuantas nalgadas. —Escucha —dijo
con voz gruesa
y amenazante—. Jamás lo permitiré
, en nuestra familia
todos tenemos un oficio y estamos orgullosos
de nuestra sabiduría, por lo que no consentiré en que seas algo ajeno a nuestras labores; acaso
se te olvida que tu difunto padre, Cartucho,
fue vanguardia como el mejor envase.
¿Y qué dices de tu tío Papel de Lija, un poco
orgulloso, pero jamás se le vio
abandonar el taller. Mama Cartulina quedo sin voz,
eso es propio de todas las madres
cartulinas: son atacadas de
ronquera cuando hablan mucho. Fue a la
cocina y regreso con
un vaso de
agua. Nene al
ver el agua le dijo: —No te
acerques mucho porque me tiro en e l. Mama Cartulina
recogió un libro
con el que nene
había estado jugando
y que dejo en el piso. —Ojala fueras
un libro, serías
ma s provechoso.
—Un libro
no, un barquito
de papel.
—Exclamo con una risita pegajosa.
—No se te
ocurre decir otra cosa, claro, eres un
niño y tu
mente es muy plana todavía—, sentencio
mama Cartulina.
Sí —dijo
nene —, se me
ocurre que nunca sería como mi
primo, Papel Sanitario, ni abuelo Papel
de Estraza, ni mi bisabuelo Papel de Techo.
Un viento fuerte
abrió la puerta de un tirón. Mama Cartulina lo sujeto fuertemente por el hombro, lo llevo al estante de los
libros para ponerlo de penitencia,
pero por la
puerta entro una corriente de aire que se lo
arrebato de los brazos.
Nene voló en
todas direcciones por la habitación, dando
gritos de alegría; entonces se
abrieron las ventanas
y gruesas gotas de
lluvia golpearon el suelo. Nene Papel suspiro profundo al sentir el olor del agua y
dirigiéndose a mama Cartulina le dijo:
—Adiós mama, te
dice tu barquito papel.
Mama se dirigió
a la ventana de donde estaba
a punto de
lanzarse su hijo; tiempo
trato de atraparlo,
pero todo fue inútil. Cuando se asomó vio a nene
papel flotando, como
quería, en un charco.
*Cuento del
escritor artemiseño Evacio
Pérez González, publicado por la editorial Unicornio.
Dime con quién andas
Un niño
cogió un gorrión,
Que halló en
el suelo tendido
Y en su casa
le hizo un nido
Con esparto
y algodón.
Creció el
pájaro y a fe
Que era
lindo en demasía,
Pero el
pobre no sabía
Ni aun
cantar el mí, do, re.
Y el niño
que lo observó
Dijo para su
capote:
“Este pájaro
es un zote,
Mas he de
avisparle yo.
¿No sabe
cantar primores
Y sabe comer
el maula?
Pues le
encerraré en la jaula
De los
bellos ruiseñores.”
Y dicho y
hecho, al momento
Le puso en
tal compañía,
Y el gorrión
al otro día
Cantaba que
era un portento.
El niño que
le escuchaba,
Satisfecho
de esta prueba,
Bajó el
gorrión a la cueva,
Donde dos
cuervos guardaba.
Y esta
verdadera historia
Dice a
seguido renglón,
Que al otro
día el gorrión
Graznaba que
era una gloria.
De ser malo
no se asombre
Quien con
malos pasa el día.
Buena o mala
compañía
Hace bueno o
malo al hombre.
Carlos de Pravia.
GUARDA LA PALABRA EN TU CORAZÓN
Por la
Brigada de Luz Magdalena García
¡No lo puedo creer! Yo la
llevo siempre conmigo y ahora la he perdido —replicaba Ricardo con ansiedad.
— ¿Qué has
perdido? —le preguntó Sara,
preocupada.
— ¡Mi
cartera, mi cartera! —respondió Ricardo—,
llevaba todos mis ahorros y la he perdido
—Busca bien,
tal vez la tienes en otro sitio y no recuerdas.
— ¡Oh sí, es
muy buena idea! La
buscaré entre las cosas de
la escuela! Gracias Sara.
—La tengo
—se escuchó a Ricardo
exclamar con alegría.
¡Cuánto me alegro por Ricardo!
Pero ahora quiero darte un
consejo a ti: cuando
vayas a guardar algo para que no
se pierda, debes buscar un
lugar seguro.
Eso me
recuerda lo importante
de guardar la Palabra
de Dios en nuestro corazón. Cuando era niña aprendí muchos textos de memoria y no creía
que era importante, pero ahora los años
han desgastado mi vista y no puedo leer la
Biblia,
no obstante, llevo guardado en mi
corazón los textos de la Palabra de Dios y por eso
puedo comunicárselos a otros.
Un día tal
vez no lleves tu Biblia contigo,
sin embargo, si tienes
memorizados sus dichos, ellos
serán una lámpara a tus
pies.
Si aún no
lo haces es
tiempo de que empieces, tu
corazón es el mejor lugar
para guardar la Palabra de Dios,
tal como sugiere el salmista:
“En mi corazón he guardado
tus dichos para no pecar contra
ti”. Sal 119:11.
ADINERADA POR UN MINUTO
Por la Brigada de Luz Yanelis Vega
La mañana
de domingo estaba fresca
y agradable. Terminé muy
temprano mis labores hogareñas
y salí con mis hijos con rumbo al Central Habana, próximo al poblado de
Banes, donde vivo. Asistíamos
a un trabajo voluntario
convocado por la
escuela de Jonathan, el mayor de mis niños.
Caminábamos por
una de las
callejuelas polvorientas del poblado
del Central, cuando vi, a pocos
pasos delante de nosotros, una billetera. Sentí un estremecimiento; miré
alrededor mientras me acercaba
al objeto. Temí
que el dueño regresara en busca de ella y me sorprendiera recogiéndola,
o que otra
persona me viera haciéndolo.
Me volteé, y no había nadie. Por el
frente venía una señora; aunque
se hallaba todavía como a
cien metros de distancia; así que recogí la billetera.
Soplé para
quitarle un poco de polvo y, antes de
abrirla, miré al cielo
y pensé: “Sin dudas, es un regalo de Dios”. Me puse
nerviosa al ver
tanto dinero. Mis hijos también querían ver y me agarraban las manos.
La puse delante
de ellos un segundo
para que me
dejaran tranquila y de inmediato empecé a contar mi fortuna.
Sin embargo, la
felicidad se me esfumó
al descubrir un
carnet todo arrugado con la foto de un anciano. Los niños no entendían lo que estaba pasando.
Me quedé
aturdida por unos instantes; pero
en seguida puse
mi cabeza en orden: “Esto no hay ni que pensarlo; ningún dinero puede hacerme
dudar con respecto
a mis principios”. En ese
momento la mujer que venía hacia mí ya estaba
cerca. Le mostré el carnet y le
pregunté si conocía al hombre de
la foto. “Sí,
lo conozco —respondió
ella—, si te
apuras lo alcanzas. Es un anciano que va en una silla
de ruedas”.
Sus palabras
me produjeron una punzada
en el pecho,
y al mismo tiempo me quedé asombrada:
¿sería posible que un
anciano incapacitado poseyera
tanto dinero? Seguí el consejo
de la señora y apuré el paso y el
de los niños, que ya comenzaban a
inquietarse con la
situación. Después de andar un buen
trecho, por fin
divisé al anciano
en la silla de
ruedas. En ese momento
se detenía en un
mercado repleto de personas.
Eso dificultaba
las cosas, porque yo quería
pasar inadvertida; me daba pena que
la gente oyera
la conversación. A pesar de que fui muy discreta, fue
imposible que no me prestaran atención.
Me acerqué al anciano
por detrás, le
toqué suavemente el hombro y le
dije lo más bajito que pude: “Mire,
señor, aquí tiene su billetera; parece que se le
cayó en el camino”.
Las personas de la cola
iniciaron un murmullo, luego se pusieron a
comentar un poco
más alto sin dejar de mirarme. Por fin uno le gritó al viejito: “¡Te
salvaste mi viejo! ¡Te salvaste porque
se la encontró una cristiana!”
Los demás,
entonces, se animaron y le
dijeron frases como: “¡Eso ya no se
ve!”, “¡usted sí
tiene suerte!”, “¡saliste hoy con el pie derecho!”… El anciano
me agradeció y
con su mano temblorosa
tomó lo que
era suyo. Yo salí de entre aquellas personas lo más rápido que
pude. Al lado del mercado estaba un
vendedor de pepinos.
Me detuve a
comprar algunos y, sin darme cuenta,
olvidé recoger el cambio en mi
afán por alejarme. Entonces el
vendedor me llamó y me dijo:
“Mire, joven, su vuelto, yo sería
incapaz de cogérmelo. Estoy haciendo con
usted, lo mismo
que usted hizo con
el anciano”. En ese
instante mi felicidad no
tuvo límites. Invadió mi
alma la satisfacción
del deber cumplido. Me sentí en paz con Dios y con los hombres.
Fue algo tan
hermoso que tuve
deseos de llorar. ¡Qué afortunada fui al tener la
oportunidad de poner el nombre de Jesucristo en alto! He aprendido que cada día
se nos
presentan circunstancias que revelan
nuestra verdadera identidad. Si
somos hijos de luz, no debe haber
lugar para las
tinieblas en nosotros; hay que mostrar esa luz para que
vean nuestras obras buenas y glorifiquen
a nuestro Padre que está en los
cielos.
Mi nombre es
Fermina Esther González Pérez y vivo en
la calle 30, No1706, entre 16 y 17, municipio Quivicán.
Tengo sesenta y
cinco años de edad, soy casada, madre de tres hijos; vivo con el más
chiquito que tiene veintiséis años y es síndrome de Down. Hace muchos años
me salió una verruga
en la nuca que crecía muy rápido; pero por ocuparme del
cuidado de mi hijo
nunca ingresé para operarla.
En el mes
de julio del 2011 se me reventó esa inmensa verruga y me llevaron para
el policlínico; sin embargo,
no pudieron controlar la hemorragia, y
no había ambulancia, por lo que mi esposo me montó en
un carro y llegué en muy malas condiciones
al Calixto García, donde me controlaron
la hemorragia. Luego los médicos
dijeron que allí no me podían seguir
atendiendo, que eso era asunto
del hospital oncológico. En este último hospital me
diagnostican cáncer y procedieron
a hacerme una biopsia, la cual dio positiva.
Desesperada,
me tiré de rodillas en la calle y le
prometí a Dios que si él me curaba yo me
entregaba a él. En esos días recibí la
visita del sobrino
de mi esposo y su
señora, los cuales
son miembros ungidos de la iglesia Soldados de la Cruz de Cristo, en
Bejucal, y me explicaron el plan de salvación de Dios y
la manera en
que a Dios
le agrada que le busquemos, y me explicaron que
solo hay un
intermediario entre Dios y
los hombres: Jesús,
su Hijo. Yo los escuché
atentamente; pero tenía la casa llena de
santos y siempre los adoré a ellos; además visitaba santeros que me
hacían trabajos.
Mi esposo le
pidió a Oscar, su sobrino, y a Magdalena, la esposa de este, que los botaran;
pero Oscar le dijo que yo debía estar convencida,
porque, más que de la casa,
los ídolos tenían
que salir del corazón,
y Magdalena me dijo
que estarían esperando
que los llamara para venir y
limpiar la casa de todo, y que debía hacer un pacto con Dios, que él tenía poder
para sanar mi cuerpo y salvar mi
alma. No demoré mucho en
llamarlos y ellos
sacaron todo y me ungieron con aceite e hicieron la sanidad divina.
Se me abrió
un hueco en la nuca en el que cabía el
puño de un
hombre, y desprendía una fetidez horrible.
Sin embargo, ya había
aprendido a clamar a Dios y ellos oraban por mí. Magdalena se quedaba en el hospital oncológico conmigo
y el médico decidió hacer otra biopsia.
Para el asombro mío y del personal médico, dio negativa.
Los oncólogos sugirieron hacer un injerto, pues
el hueco era tan
grande que ellos consideraron
imposible que saliera suficiente
carne para cubrirlo.
Yo
acepté; en cambio Magdalena, al enterarse de mi
decisión, me aconsejó que esperara a que Dios
terminara la obra. No obstante me
sometí a la operación, porque mi deseo
era resolver el problema lo antes posible. Me
sacaron carne de los glúteos
y me dieron veinte puntos en cada uno y en el injerto en la nuca. Como
imaginarán no me podía
sentar; estaba todo
el tiempo acostada boca
abajo y con dolores horribles.
Finalmente
el injerto se pudrió y me lo tuvieron
que quitar a sangre fría. Los glúteos también se infectaron y se pudrieron. La
noche en que me retiraron el injerto, Magdalena
se quedó conmigo
en el hospital y
me dijo que
me pusiera humildemente en las manos de Dios, y que dejara
a Dios llevarse la
gloria de todo. Eso hice;
oramos juntas y, para la gloria
de Dios, me encuentro
sana. Dios hizo que saliera carne en ese hueco profundo y que el cáncer
desapareciera.
Hoy brindo
mi casa para que los Soldados de la Cruz
prediquen en Quivicán. Mi esposo,
que era incrédulo, hoy cree, y yo estoy más
convencida que nunca de
que hay un
solo Dios Creador de todo. Para
él sea la gloria y la honra.
UN LADRÓN
Por
el supervisor Ramón Pastor Verdecia Labrada.
Es alguien
que se ocupa en apoderar-se de lo ajeno,
con tanta sagacidad y disimulo, que
los demás no
se den cuenta, y de no poder
lograrlo, usa la violencia, y por tal de no verse descubierto, es capaz de
recurrir al crimen. Para hacer
una de sus
fechorías, es tan paciente, que
es capaz de pasarse horas, días,
semanas, meses y si vale la pena el golpe, hasta
años en vela, planeando cómo
hacer su trabajo
y pasar inadvertido.
La Biblia,
la Palabra de
Dios, pronuncia serias
sentencias acerca de estos
sujetos, aunque solo
usaré las necesarias para
este trabajo. El mandamiento de
Dios en Éxodo 20: 15, dice
claramente: “No hurtaras”. Sin rodeos
prohíbe el hecho
de robar. Nuestro Señor
y Salvador Jesucristo hizo una comparación donde describe a las personas
con este tipo
de comportamiento: “El ladrón no
viene sino para hurtar, y matar, y destruir. Yo he venido para que tengan
vida, y para que la
tengan en abundancia”
(Jn. 10:10).
También
se refirió a estos individuos al relatar
la parábola del buen samaritano:
“Un hombre descendía de
Jerusalem a Jericó,
y cayó en manos de ladrones,
los cuales le despojaron, e
hiriéndole, se fueron y
lo dejaron medio
muerto” (Lc. 10:30). En su paso por la
tierra, Jesús llamó a
hombres de disímiles
condiciones, y en este caso, referimos la ocasión en que lo
hizo con un
ladrón, a quien dio
la responsabilidad de administrar los bienes económicos del grupo.
Así que no
es extraño que el Espíritu Santo, en estos tiempos, los llame también a
la Iglesia a cumplir algún ministerio.
Sabemos, por la evidencia de
los evangelios, que Jesús fue crucificado
entre dos ladrones: “Entonces
crucificaron con él dos
ladrones, uno a
la derecha, y otro
a la izquierda”
(Mt. 27: 38); aunque
Lucas los califica
de otra manera: “Llevaban también
con él a otros dos, que
eran malhechores, para ser
muertos.
Y uno de los
malhechores que estaban
colgados le injuriaba, diciendo:
Si tú eres el Cristo, sálvate a ti
mismo y
a nosotros. Respondiendo el otro, le
reprendió, diciendo: ¿Ni aun
temes tú a Dios, estando en
la misma condenación? Nosotros, a
la verdad, justamente padecemos, porque
recibimos lo que merecieron
nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas
en tu reino” (Lc. 23:32, 39-42). Nótese la gran diferencia que existe entre los
dos ladrones que
fueron crucificados con Jesús. Uno
le pidió que descendiera de la cruz, para que se salvara él y a ellos.
Al otro, por el contrario, no le
interesaba descender de la cruz,
por que reconocía que había fallado, que estaba pagando lo que merecían sus hechos; este reconoció en
Jesús a un
inocente que sufría y pagaba por
el pecador, por eso pudo
decir “acuérdate de mí…”
El apóstol
Pablo incluye a un ladrón en
una lista de
la clase social
más denigrante y despreciable que
se conoce, cuando le
escribe a los
corintios así: “¿No sabéis que
los injustos no poseerán el
reino de Dios?
No erréis, que ni
los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni
los que se
echan con varones, ni
los ladrones, ni
los avaros, ni los borrachos,
ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”
(1 Co 6: 9, 10).
Es imprescindible reconocer
que si estamos en
la iglesia, es
porque el Espíritu Santo
nos trajo y
nos convenció de pecado,
justicia y juicio. Actualmente, para
pertenecer a la iglesia,
hay que comenzar
por ser visita, luego visita regular, candidato, miembro, miembro
ungido y finalmente misionero.
Dentro de estos últimos hay varias escalas: Pastores y oficiales en
distintas categorías.
Es posible
que uno que nos visita sea un ladrón. También
es posible que uno de
nosotros lo haya
sido antes de pertenecer a la
institución; lo que no debe suceder
es que alguien que haya conocido a Cristo,
siga siendo un ladrón. Una visita, que se inscribe en la iglesia como fiel, debe de dejar de ser, si
lo era, un ladrón. Es importante que analicemos lo que implica este concepto,
pues a veces relacionamos el robo solo
con cosas de
mucho valor; pero al tomar lo ajeno, aunque se trate de un alfiler, ya
entramos en la categoría de ladrones; no
importa si su dueño dejó el objeto descuidado, o si aparentemente no
tiene dueño.
Al ser
negligentes con el pago de un deber,
por insignificante que parezca
o sea, igualmente
entramos en la categoría de ladrones. Un ejemplo típico de
esto puede ser el pago del pasaje en una guagua; el chofer o
el cobrador pueden,
por descuido, dejar de cobrarnos;
pero un cristiano genuino nunca aceptaría
eso, sino que haría efectivo su
pago, ya que si pasó inadvertido ante los hombres, está
siendo observado por Dios. La iglesia tiene
que velar para
que una persona que no sea
honrada no tenga libertad de acción entre nosotros; pero cada
uno de nosotros tiene que velar sobre sí
mismo, porque hay muchas maneras de apropiarse de lo ajeno, desde lo insignificante hasta lo mayúsculo; hay muchas maneras de ser ladrones, y por cualquiera de ellas seremos hallados
culpables ante Dios.
Si en este
razonamiento usted se siente aludido, no proceda
como el primero de
los ladrones que menciona el evangelista Lucas;
haga como el
segundo, reconozca que ha
fallado, confiéselo a quien haga
falta, restituya lo que
llegó a sus manos por
ese medio, entregue su vida a Jesús
y él dirá: “De cierto te digo, hoy
estarás conmigo en el Paraíso”.
Este trabajo
tiene como objetivo ayudar a
aquellos que se
dedican a este triste
oficio, haciendo daño
a tantos hermanos, y por lo tanto
a la Iglesia, a que dejen de
hacerlo, que no
causen más disgustos, que no se
hundan más el cieno del
pecado, y dejen
detrás y para siempre ese
deshonroso calificativo de ladrón.
NUESTRA MAYOR NECESIDAD
Por el miembro Abel Caraballo
Bársaga, ex pastor adventista.
Es un alto privilegio
dirigirme a los ministros de nuestra iglesia a través del
Mensajero; y doy
gracias a Dios
por esta oportunidad. Quiero
tratar tres puntos aquí:
1. La oración.
2. El
estudio diario de la Biblia.
3. El
crecimiento en santidad.
Es mi propósito
que con el estudio de este material podamos crecer un poco más.
1. En
el presente el
mayor desafío ministerial que
tenemos es la búsqueda del rostro de Dios con ahínco. Cuando las ciudades eran silenciadas
en el sueño de la
media noche, cuando
cada hombre se había marchado a su propio hogar, Cristo,
nuestro supremo ejemplo, se
retiraba al monte de los olivos; y allí,
entre la sombras de
los árboles, pasaba la noche entera en oración.
2. En la
Palabra de Dios,
en Marcos 1:35, leemos: “Levantándose muy de mañana y siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un
lugar desierto a orar”. El estandarte de
la verdad y
la santidad, así
como la sabiduría
y su gracia están listos para ser impartidos a
aquellos que le busquen de todo corazón.
La vida
devocional debería de
ser su primera gran necesidad, ya
que el evangelista Mateo nos dice: “Buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia y todas las otras
cosas serán añadidas” (Mateo 6:33). Pastor, sea presto
en la oración; usted es olor de
vida para vida, usted ocupa un puesto tremendamente responsable; su influencia atraerá a otros y los confirmará, y tendrá el privilegio de ver a su
iglesia edificada; por eso le
exhorto a que no pierda el tiempo,
sino a que lo redima.
Tomen sus
Biblias, humíllense, y lloren, giman,
ayunen y oren ante el Señor. Pastor, acérquese
a Dios en súplica
y será como árbol plantado junto a arroyos de agua fresca, cuyas hojas
estarán siempre verdes y cuyo
fruto aparece a su
tiempo. Hoy necesitamos más que nunca
el poder del
Espíritu Santo, el que Dios
está dispuesto a
darnos sin límites si se lo
pedimos. Si usted es un varón de Dios que ora, tendrá siempre una fe viva que
manifestará obras correspondientes,
y grandes resultados acompañarán siempre
su trabajo a pesar de los obstáculos combinados de la tierra
y el infierno, porque somos más que vencedores
por los méritos
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Si somos
hombres de oración tendremos mayor relación con
Dios, mayor unción,
mayor resultado positivo
en el trabajo, mayor poder, mayor
consagración, mayor gracia,
mayor sacrificio, mayor vida
devocional, mayor piedad personal y práctica,
y sobre todo, mayor santidad.
En las Sagradas Escrituras el
apóstol Pablo dice en segunda de
Timoteo 3:16: “Toda la
Escritura es inspirada por
Dios, y es
útil para enseñar,
reprender, enmendar e
instruir en justicia,
para que el
hombre de Dios
sea preparado para toda
buena obra”. En la Biblia
tenemos el consejo
infalible de Dios, sus enseñanzas,
que ejecutadas en
forma práctica capacitarán
al hombre para puestos
de responsabilidad.
Es la voz de Dios que habla cada día al
alma santificada en la verdad de su Palabra. Su estudio diario es
importante ya que
de esta forma
vamos teniendo un encuentro con
el Eterno. Su Palabra es el pan de vida, su Palabra es río de
agua viva, su Palabra es una
fuente inagotable de
sabiduría. Conocemos a Dios a
través del estudio de la Biblia y de
su obra creadora.
Usted
debiera dedicarse cada
día a estudiar profundamente la
Palabra de Dios. Escoja, preferiblemente, una hora temprano
en la mañana, ore fervientemente y lea con sabiduría celestial el mensaje de Dios para
usted en esa jornada; estoy seguro de que será una bendición para usted y los
suyos.
3. Ningún hombre
recibe la santidad como
derecho de nacimiento,
o como un don de
cualquier otro
ser humano. La santidad es un don
de Dios mediante Cristo. Aquellos que reciben al Salvador se
hacen hijos de
Dios. Son sus hijos
espirituales, nacidos a
través del Espíritu, renovados
en justicia y en verdadera santidad.
Sus mentes son transformadas, contemplan
las realidades eternas con
una clara visión.
Son adoptados en la
familia de Dios, y se transforman
a su semejanza, cambiados de gloria en gloria por su Espíritu.
La santificación
es un estado continuo de
santidad, manifestado en el
interior así como en lo exterior; es pertenecer a Dios en
forma consagrada y
sin reserva, no como un mero
formalismo, sino genuinamente. Toda
impureza de pensamiento,
toda pasión concupiscente separa el
alma de Dios, porque Cristo no puede poner su ropaje de justicia sobre un
pecador, para ocultar
su deformidad.
Si los
creyentes en Cristo tienen
ya el don de su santidad mediante
la presencia del Espíritu Santo en sus corazones, ¿por qué necesitamos crecer
en santidad? La respuesta de
la biblia es sencilla: Porque
todavía tienen la naturaleza humana
caída que les
insta a pensar, hablar
y actuar en
forma contraria a la voluntad de Dios. Vencer la fuerza activa de
nuestra naturaleza humana degradada
es un proceso que demanda tiempo y continua dependencia
de Dios y de su Espíritu Santo.
Cristo dijo: “Sin mí
nada podéis
hacer” (Juan 15:5).
Pablo
escribió acerca de su constante lucha contra las demandas de su naturaleza caída, de la
necesidad de permanecer
constantemente dependiendo del
poder del Espíritu Santo para obtener la victoria: “Así que, yo de esta manera
corro, no como a la ventura; de esta
manera peleo, no
como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo,
y lo pongo en servidumbre,
no sea que habiendo sido heraldo para
otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26, 27).
La vida
cristiana es una
batalla y una marcha.
En esta guerra
no hay descanso,
los esfuerzos deben ser continuos y perseverantes. Es por un empeño
incesante que obtendremos la victoria
sobre las tentaciones
de Satanás. La integridad cristiana debe de buscarse con energía indoblegable y se le
debe de conservar con
una resolución caracterizada por la firmeza de propósito. La verdadera
santificación significa amor perfecto, obediencia
perfecta, conformidad con la voluntad de Dios. Seremos santificados para Dios mediante la
obediencia a la voz del Espíritu
Santo. Nuestra conciencia debe ser
purificada de las
obras muertas para servir al Dios
vivo. Todavía no somos perfectos, pero tenemos
el privilegio de liberarnos de los lazos del yo y del
pecado, y avanzar hacia la perfección;
grandes posibilidades, logros santos
y elevados están
al alcance de todos.
Quiero concluir
con algo poético que aprecio mucho: “Quiero
aprender la cuesta del
calvario, subir por
ella como tú subiste, con valor silencioso y temerario,
Señor, yo quiero ser como tú fuiste”.
Igual Que Tú
Por
la Evangelista Magbis
Verdecia Toledano
Pastor, me
has preguntado, como a los otros
niños, qué quiero
ser cuando sea grande. Me he quedado mudo
por unos instantes
y alzo mi vista poco
a poco hasta encontrarme con
tu profunda mirada, y entonces sé
qué responderte ¡Quiero ser igual que tú!
¿Sabes por qué? Pues porque aún siento
tu mano cálida
sobre mi cabeza cuando me
bendecías presentándome al Señor.
Porque no
puedo olvidar aquel día cuando al llegar a mi casa, mi madre te invitó a pasar;
le contestaste que estabas apurado
llevando algo para vuestra cena, pero al preguntarle por mí, te
contó que estaba enfermo, y
lo que habías dicho antes
acerca de tu
apuro, casi lo olvidaste.
Te acercaste a mi
cama, no preguntaste,
como otros, si me
habían llevado al médico,
sino que doblando
tus rodillas alzaste tus manos al cielo y, como
si yo fuese
tu hijo, le pediste a Dios por mí con intensa necesidad y…
¡Oh! ¡Qué fe! La
fiebre al instante me dejó.
Y ¿cómo
no recordar el
día en que mi perrito murió?
Todos me decían “tonto”, al
verme llorar, pero usted
tomó un pico
y una pala y,
seriamente, me dijo: “Ya que no
podemos hacer nada más, lo vamos a enterrar”. Los dos, en silencio, depositamos
su cuerpo en la fosa y
lo cubrimos con la
tierra fresca, poniéndole al
descuido una rosa roja. Al pasar los días te me apareciste
con otro perrito, que en nadase parecía a Skipper, pero me decía mucho de tu
amor por mí.
Y si he
podido consolarme de la pérdida de
mi abuelita, ha
sido gracias a ti. Yo no podía entenderlo; los que me decían algo era
solo para recordarme que
era viejecita, que había vivido
mucho y que debía morir. Usted solo se me acercó, me estrechó
contra su pecho,
y lloramos juntos.
También has
tenido que regañarme,
es cierto, pero
siempre a mí solo, sin
más testigos que
Dios. Cuando estropeé la planta del templo me
dijiste: “Has estropeado una
hechura de Dios”. ¡Cuánto me dolió aquello!;
pues no me
gusta que me rompan
mis dibujos, y puedes estar seguro que aprendí la lección.
Hay mucho
más, y
no lo expreso no
porque sea un
niño, sino porque
el mejor poeta, o
un gran escritor
tampoco se atrevería, so pena de dañar
la hermosura de tu vida; aunque
creo, pastor, haber encontrado la mejor
forma de expresarme, y por eso
ahora, cuando me preguntas qué quiero ser cuando sea grande, respondo con sencillez,
pero seguro: “Quiero ser igual que tú”.
Creemos que aún en nuestros tiempos el Espíritu Santo se sigue derramando
sobre los fieles. Entendemos que el
creyente no es ungido inmediatamente
después de ser bautizado en agua, sino que el Espíritu se debe pedir a Dios y
ser buscado con una vida de buen testimonio. Por eso celebramos cultos
especiales de oración en espera de la promesa del Espíritu Santo. Estos cultos
son presididos por oficiales de la iglesia que, con discernimiento espiritual,
auxiliados por el testimonio de otros ungidos y por señales en los que “esperan”
—tales como el hablar otras lenguas—, declaran a los nuevos ungidos; para ello
es imprescindible que reciban un mensaje de Dios que confirme la unción; esos
mensajes son los que publicamos en esta
sección y que acompañan
a cada hermano, como una marca personal de la bendición divina.
Ricardo
Falcón
Este es un
mensaje universal. Alábenle todos
sus santos por
su gloria. Él es santo
y sus hijos deben ser santos. Hoy he
llenado este lugar
de mi gloria. Lo que yo
hago muchos no
lo pueden entender. Él estaba
lejos, pero yo lo
acerco a mí. Él es mi ungido para que me sirva en santidad, recíbelo. Amén.
Obispo
Onésimo Rodríguez
Vladimir
Rodríguez
Anda en mis
caminos, no mires a un lado ni a otro
para que no
perezcas como le sucedió
a la mujer
de Lot, convirtiéndose en
estatua de sal.
Tu clamor ha sido respondido
y te he
llenado de mi unción. Esta
es mi manifestación, no dudes,
confía en mí y serás
un vencedor.
Superintendente
Elías Cruz
Daimelis
Luna
Una alabanza
de corazón, un
cántico de júbilo, un
arrepentimiento sincero ha movido mi
misericordia, hija mía. Alaba
a tu Dios en
todo tiempo y yo estaré contigo. Mi
Espíritu he puesto en
ti, para que
anuncies el mensaje final. Yo vengo pronto. Amén.
Superintendente
Humberto Delfino
Daily Gigato
En la pureza de
tu tierno corazón encontré
una tierra fértil para sembrar el árbol que contiene el
fruto de mi Espíritu. Pequeña y
dulce, sana y
limpia; pero te he emblanquecido aún más con la sangre del Cordero.
Daily, quiero tu juventud y
tu vigor. ¿Me
lo darás? ¿Aceptas mi compañía?
Si lo haces y te decides por mí, estaré contigo hasta el final. Amén.
Superintendente
Sergio González
Casas Culto matanceras en
funcionamiento.
Por la
miembro Damaris Zamora Escanell
El presidente
de la Iglesia en Cuba, el superintendente
Eliezer Simpson Jackson, viajó hasta la provincia de Matanzas comenzando
la segunda quincena del mes de enero, para participar en los servicios de varias casas culto en ese territorio.
En estos
momentos allí funcionan tres casas-culto en
los repartos de La Jaiba, Naranjal
y Versalles, las
dos primeras creadas desde hace
tres años y la segunda hace
apenas cuatro meses.
La casa culto
de La Jaiba,
nombrada Misión de
Salvación, tiene como
líderes a Omar Díaz y Sonia Vistorte, y en ella se reúnen unas
veinte personas como promedio.
La del Reparto
Naranjal, es conocida
como Casa de Paz,
y está liderada
por Eneida Sánchez y
Mercedes Piedra, quienes atienden a una membresía de 30 hermanos.
En Versalles,
Armina Coruña recibe en su hogar a cuatro hermanos desde hace
apenas cuatro meses, y los cultos que celebra le han dado vida a la obra
en un reparto
de tanta cantidad de habitantes como ese.
La iglesia
matancera trabaja para que
estas actividades espirituales sigan fructificando, para lograr que se funde, al menos, una casa culto
en cada
reparto, con la
intención de llegar a los vecinos y
familiares con un programa
semanal, y además con la finalidad de invitar a los que
allí asistan, a los servicios que se
realizan en la
Iglesia, el último fin de semana de cada mes.
Otros siete alumnos
egresaron de la Escuela
Preparatoria de nuestra
Iglesia, los cuales recibieron estudios por más de dos meses, en el lapso
comprendido entre el17
de septiembre y
el 2 de
diciembre del 2012.
Los graduados
son Aliuska García Fonte, José
Raúl Tamayo Rosales,
Hermiyandis Montano
Hernández, y Kenny González Simpson, encabezados por Mayrelis Aurora Cruz Rodríguez, Leidys Alonso
Pulido y EIrislay Menocal Trimiño, quienes alcanzaron los mejores resultados.
Está previsto
que el próximo curso comience en el mes de marzo de 2013.
La Escuela
Nacional de Teología fue fundada en 1945, en
la calle 166 Nº 515, Playa Baracoa, Bauta, actualmente
provincia Artemisa, donde permanece
hasta hoy. El iniciador de esta obra fue el apóstol fundador Daddy John, y funcionó
solo como escuela preparatoria
para discípulos por más
de treinta años.
En la década del
ochenta, uno de nuestros
misioneros, llamado José Celedonio Duménigo Fabregat, estableció
el Seminario, con el propósito de preparar pastores y brindar mejor servicio en
la obra misionera. En sus inicios el centro no contaba con buenas condiciones,
prácticamente todo el inmueble era de madera. Más adelante, el 12 de agosto de 1992
se reconstruyó con la estructura que mantenemos en nuestros días, a la que se
le han hecho varios remozamientos.
La
Iglesia en la Isla.
Desde 1958,
la propiedad adquirida por
Armando Rodríguez, representante de la Iglesia en aquel entonces en Nueva Gerona,
Isla de la
Juventud, ha sufrido muchos
cambios hasta la fecha.
Varios han
sido los pastores que se han sucedido en el
lugar, afianzando la obra de esa
región; aunque no
en todas las etapas el inmueble donde se realizan los cultos estuvo
bien conservado.
Desde hace dos años, luego
de las últimas transformaciones, esta propiedad se halla
en manos del
matrimonio integrado por el Pre
Evangelista Leandro Walcott González y la
Brigada de Luz
Yasenia López Ramírez.
Ellos recibieron
una casa pastoral
con buenas condiciones; aunque
le faltan detalles de
terminación. De igual manera el
esfuerzo de los
pastores se ha
visto reflejado en otras aristas.
En ese empeño
cuentan con el apoyo de la Oficina Nacional
y del pastor
Nelvis Nay Goitizolo, quien les ha donado equipos para el sistema de
audio. De esa manera,
la opinión de
muchos comunitarios en cuanto a si la Iglesia era efectiva o no en aquel
sitio, ha quedado atrás con la nueva
perspectiva de trabajo.
De ahí que,
de catorce feligreses que había cuando llegaron
los pastores actuales,
hoy la congregación
cuenta con veinticuatro, de
los cuales seis
son miembros; siete son
candidatos al bautismo, y once son visitas regulares.
El primer
gozo, con respecto
al crecimiento de la membrecía,
se alcanzó a inicios
del 2012, cuando
se realizó el primer bautismo, y hoy se preparan cinco
almas más para tan especial ocasión.
UN SEGURO PARA LA FAMILIA
Por el miembro de la Brigada de Luz
Orlando P. Pimienta Izaguirre
Conozco a un
joven que ha pasado en prisión algunos de
los escasos años de su vida. El padre también ha sido sancionado y
actualmente una de sus hermanas lleva
una vida desordenada y es adicta al alcohol.
Hechos como este suceden cada día en nuestro derredor; no
hay barrio ni comunidad que haya escapado a
situaciones como esta que describimos, y son muchas las familias que poseen uno o más miembros
involucrados en actos
punibles o deshonrosos.
Estas son
las consecuencias de una
educación familiar deficiente en verdaderos
valores edificantes, y
a la indulgencia
de los padres
y de la
sociedad ante lo mal hecho.
También se debe a no saber discernir
entre lo correcto
y lo incorrecto, por
falta de una
educación cívica y
familiar sustentada en valores cristianos.
La falta
de una convicción
firme sobre lo que
es bueno y
lo que es malo pone en peligro el presente y el futuro
de nuestros hijos.
¿Por qué? Porque es la conducta
natural de una generación que no tiene
un concepto objetivo de lo bueno y de lo malo.
Para ellos, la
verdad es subjetiva: cuestión
de gustos, de preferencia individual,
circunstancial. (Tomado del
libro Es bueno o es malo, de J.
Mc Dowell y B. Hostetler).
Familias enteras
pertenecen a nuestra iglesia, integradas
por abuelos, hijos, nietos y bisnietos, y —salvo raras
excepciones— nunca se ha visto en esas familias
un caso como
el narrado anteriormente. Son miles de familias
en las que varias generaciones
han sido formadas en los principios cristianos,
enseñando a las nuevas generaciones la obligatoriedad de
cumplir los mandamientos de Dios
y dando constantemente ejemplos
de integridad ciudadana y de
moral a sus hijos.
Familias en
las que sus miembros no pueden robar, ni
decir palabras obscenas (algo tan
normal en nuestras
calles), ni vestir incorrectamente, ni
tomar bebidas alcohólicas. Familias
que al paso
de los años ostentan el maravilloso galardón
de ser íntegras, honradas,
respetables. Familias que nunca
han tenido ni
tendrán un asunto como el
relatado aquí. Y todos esos premios
son los resultados de vivir al abrigo del Altísimo, a
la sombra del Pastor Divino, guiándose por la Santa Palabra de Dios.
La iglesia te
exhorta a que hagas una revisión de tu conducta, de tu formación y de los valores
en los que se
basa tu
familia, brindándote la posibilidad
de tomar un nuevo
camino basado en
la observancia de las leyes de Dios. En
el templo se
canta una alabanza
que dice: “Mi vida tiene
seguro de fe,
...un seguro de Dios”. No te afanes en asegurar tu vida mediante una
alta suma de dinero, ni tus bienes
o los de
la familia.
Afánate por brindarle
los imperecederos valores cristianos y el temor de Dios, para
que sea una estirpe sustentada
en la Roca que es
Jesucristo, el único seguro en quien podemos confiar. Tal como dice el
Evangelio: “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa;
y no cayó,
porque estaba fundada sobre la roca” (Mt 7:25). Asegurarás así
tener una familia
buena, honesta, respetable y le darás
a cada uno de tus
familiares la mejor
educación y formación que existe,
para convertirlos en seres útiles a la sociedad y a Dios. De esta forma obtendrás
el respeto y
la admiración de los demás
como recompensa terrenal
y la esperanza
de morar con Dios en la vida futura.
Que Dios le bendiga
abundantemente a usted y a su
familia.
CONOCIMIENTO Y SABIDURÍA
Por el Predicador Sergio O. de la Cal
Cruz
Desde pequeño
admiro a las
personas que tienen gran
conocimiento. He sentido un profundo
respeto por los
maestros, los médicos, los escritores... Al ver a esas personas llenas de ciencia y capaces de dar soluciones
a casi todo, individuos muy preparados
que siempre tienen una explicación para cada cosa y,
sobre todo, que son verdaderamente útiles
para los demás, reconozco
el valor de la instrucción.
Mi abuela
paterna muchas veces dice que “el saber no ocupa lugar” y
que “la ignorancia mata
a los pueblos”;
es probable que en
parte estas frases
tan sabias me hayan llevado
a amar la
sabiduría y a aprovechar cada
segundo para llegar a ser un
hombre de bien. Entre el conocimiento
y la sabiduría, existen marcadas diferencias;
ya sea, que digamos, que
el conocimiento es
poder, y la sabiduría
libertad, (Will Durant);
o que la ciencia es el conocimiento organizado, mientras que la
sabiduría es la vida organizada (Immanuel
Kant); o que el
conocimiento es el saber qué, cómo y dónde, mientras que la sabiduría es
saber qué hacer con toda
esa información, de lo que
sí se puede estar seguro es de que la combinación entre
el conocimiento y sabiduría genera resultados
brillantes.
Cualquier persona
medianamente inteligente, y que
conozca, al menos en parte la
historia del rey
Salomón, admirará aquel momento
en que teniendo
la oportunidad de pedir
a Dios cualquier otra cosa,
él anheló sabiduría
para emprender la
tarea de dirigir
al pueblo; no demandó riquezas, bienes o gloria, sino sabiduría.
El conocimiento te
hace fuerte y rico, y la sabiduría te hace superior, como es superior la
luz del sol a la de una vela.
Cualquier
hombre necio y materialmente millonario,
es millones de veces más
miserable que un hombre sabio, aunque este fuere humilde. A propósito,
hablando de humildad, pero en el sentido
espiritual, es oportuno
apuntar que hasta
en cuestiones de conocimiento,
esta juega un
papel preponderante, porque como
dijera alguien, “si dices
„no sé‟, te
enseñarán hasta que llegues
a ser sabio,
mas si dices „yo
sé‟, te preguntarán
hasta que no sepas”.
Y eso va
con aquellos que no paran de hablar y hablar;
tal parece que con el propósito de que se cumpla en ellos
el proverbio del
propio Salomón: “En las muchas palabras no falta pecado”, o se haga
realidad lo planteado por J.
B. Matthews, quien dice
que “un pedante es
un hombre educado más allá de las posibilidades de su
inteligencia”.
Mejor es
esperar el momento adecuado de
hacer uso de nuestro caudal y brindar
a nuestros semejantes
la luz de la sabiduría. En este mismo escalón de disciplina se
halla Sócrates, quien admitió que
la duda es una fuente de la que bien
se deriva todo
el conocimiento, cuando dijo:
“Solo sé que no sé nada”.
Otros hombres
muy sabios en la historia, como José
Martí, le dieron
gran valor a la sabiduría y lo notamos cuan-do nos
encontramos tales expresiones:
“Ser cultos es
el único modo de ser
libres”, o: “La
educación empieza en la
cuna y no
termina sino con la
muerte”, enmarcando con esta última, un principio
inherente al ser
humano: la continuidad del aprendizaje durante toda la vida.
Y si como
Martí, el filósofo
romano Séneca tuviese razón al
decir: “La única libertad es
la sabiduría”, entonces convendría invertir mucho tiempo
en nuestra propia libertad, porque la ignorancia, puede
ser nuestra peor
enemiga; así lo
demostró la sentencia
de Dios a través del profeta Oseas, dirigida a su pueblo infiel, que pereció por su “falta de
conocimiento”, claro está, conocimiento
de la Ley de Dios.
El hombre
nunca debiera ignorar
la esencia de su vida, nunca debiera pasar por alto qué
propósito tiene en el mundo,
porque quien no sepa de dónde viene y hacia
dónde va, de
seguro está muerto. Un
entrañable amigo me recitó un poema
que ilustra este
criterio: “El ignorante vive en el desierto donde el agua es poca y el
aire impuro; un grano detiene el pie inseguro, camina tropezando, vive muerto…
Estudia y no
serás en lo crecido el juguete vulgar de las pasiones, ni el esclavo servil de
los tiranos”. Me provocan pena
las personas que rigen su vida por el azar y depositan lo esencial de
su existencia sobre
base tan deleznables como
arenas movedizas. Pienso en
personas encerradas en el
juego, la astrología, la adivinación, gente que vive sumida en las perversidades como la flor en el pantano,
ignorando que existe un mundo mejor dentro
de este mundo
perdido.
Quizás porque
no saben de él, tal vez nunca se lo
han dicho. Ese es el
mayor motivo para apreciar la sabiduría y
el conocimiento: mostrar a otros
el camino a la vida. Esa
razón engrandece a quienes se lanzan a las calles para salvar a los perdidos, y
se constituyen evangelios vivos para instruir en verdad y
justicia, y para rescatar del cenagal
de la ignorancia a quienes no alcanzan a ver más allá
del lodo que los circunda.
Sin embargo
no es ignorancia reconocer que existe un
límite que no podemos trascender; hay
discernimientos que solo le
pertenecen a Dios, y tratar de alcanzarlos
nos expondría al mismo peligro al que fue sometida Eva, cuando recibió la
tentativa de conocer todo sobre el bien y el mal. En este campo de la
vida del hombre,
como en casi todos, los extremos son
perjudiciales.
Entrelazando
dos célebres pensamientos del héroe nacional,
obtendríamos como resultado la
siguiente frase: “La mejor
manera de querer,
es educar”; por eso vale la
pena aprender, para tener
la posibilidad de
educar; vale la pena educar para poder querer, porque el hombre
que no sabe
amar, es peor que
un animal feroz,
pues este, aun siendo
una fiera, prepara
a sus crías para la vida.
Y si es cierta
la idea de que la sabiduría es el buen uso del conocimiento, nadie mejor que Jesucristo para ejemplarizar la perfecta combinación que hay
entre ambos, pues puso
en perfecto equilibrio
los dos extremos
de la virtud,
y siendo Dios, se hizo hombre, para
llevarnos al pleno conocimiento del amor del Padre,
descendió hasta lo
sumo para luego tocar
la gloria, y
aun después de tantos siglos,
seguirnos enseñando que el principio de la
sabiduría es el temor
de Jehová. El hombre
insensato desprecia la sabiduría y la enseñanza, mas
los sabios guardan
en su corazón el consejo de Dios.
LA OPINIÓN FEMENINA
La comunicación
Por
la Evangelista Carmen
R. Verdecia Toledano.
En esta
ocasión reflexionaremos sobre algo
que no debiera
faltar en ningún matrimonio: la comunicación. Al comienzo
de toda relación el tiempo
no alcanza para
conversar y compartir.
Siempre hay un
motivo para estar felizmente
juntos. Pero cuando los
casados llegan a
ser padres, dejan de
conversar como lo
hacían antes, todo lo abarca el
bebé.
Se van
olvidando de darse tiempo y hablar su lenguaje
de amor, que
es tan importante,
porque nos hace
sentir amados. He escuchado muchísimo esta
frase: “Yo soy más madre que mujer”. ¡Qué error tan grande!; los hijos
son un regalo de Dios, fruto del amor con tu pareja; sin embargo, son un
préstamo; tu responsabilidad es educarlos,
cuidarlos, pero no son para
ti. Son para
que formen un hogar
como tú lo
hiciste.
Lo primero después de Dios en tu vida tiene que
ser tu
esposo. Disfruta la maternidad
con él, igual que el nacimiento y crianza
de tus hijos.
Los polluelos pronto dejarán el nido
vacío, es la ley de
la vida y entonces ¿Qué será de
tu vida y tu relación de pareja?
A lo mejor dejaste pasar tu oportunidad
y sola, amargada, y frustrada, les haces
la vida muy difícil a
tus hijos y
realmente no tienes ese derecho.
Les diste todo y
reclamas todo, olvidando
el mandato de Dios en Gn. 2:24:
“Por tanto dejará el hombre a su padre y su madre…”
Algunas personas
son superficiales a la hora de contraer
compromisos, y su frase
favorita es: “te
escucharé mañana”. Si quieres
reaccionar y recuperar lo perdido, estás a tiempo.
Aprovéchalo y cambia
tu actitud. Quiero que sepas que con el paso del tiempo la falta de
comunicación produce una
brecha emocional, que después
se hace difícil de cerrar,
esto propicia los
conflictos. Si crees que está sucediendo en tu relación con tu cónyuge
considera esto:
1. Establezcan contacto diario: aunque estés
muy cansada, dedica
un tiempo para intercambiar
con tu cónyuge
las experiencias del día,
buenas y malas. Pregúntale cómo le fue a él; eso le demostrará lo mucho que vale para ti.
2. Propicie las
oportunidades de conversar:
Los cónyuges deben
reservar tiempo para conversar y darle prioridad a ese momento
de comunicación por encima
de cualquier otra
cosa. También aprovecha el tiempo a
la hora del baño, la cena, etc.
3.
Hable sobre temas
ajenos al hogar: ¿Cuáles son los temas de los que más
le gusta conversar a su pareja? Hablar de las actividades que a ambos les
gusta puede revitalizar
la relación. Recuerden
los tiempos cuando
no tenían hijos y cómo lo
disfrutaban, es importante excluir a
los niños de
esta conversación.
4. Evite que
su cónyuge se ponga a la defensiva:
A los
esposos les conviene tener presente
que no hay
nada más efectivo para que
el interlocutor se ponga
a la defensiva
que la palabra: “tú siempre…” Debemos utilizar también, “Yo…”,
y evitar la
crítica. Una declaración
como, “creo que
hemos perdido el contacto y quisiera que
tomáramos una limonada
juntos esta noche después
que se acuesten
los niños”, es un buen comienzo para una comunicación efectiva.
Cuando las mujeres
dicen: “debemos hablar”, enseguida los hombres
se ponen a la defensiva pensando
que van a
recibir un sermón o reclamaciones.
5. No rehúya
los temas delicados:
la consejera matrimonial Jan
Di Santo dice: “Una de las maravillas de la
intimidad es la
libertad para hablar
de todo”. Ese “todo” incluye los asuntos más delicados,
como puede ser la
preocupación por una vida sexual más o
menos intensa, o
las finanzas del hogar que están en los primeros
lugares de discrepancia en la
pareja. Aunque se ponga
nervioso y primero
le cueste trabajo,
inténtelo y verá los resultados, si de buena voluntad desea mantener una buena comunicación.
Quiero compartir
un consejo de José Leonardo
Rosas, “Por favor ¡escúchame! Cuando te
pido que me escuches
y comienzas a darme consejos, me siento mal. Cuando te pido que
me escuches, y comienzas
a decirme por qué no debería sentirme así, me siento mal. Cuando te pido que
me escuches, y
crees que debes hacer algo para
resolver mi problema, me siento aun peor.
Lo que te pido es únicamente que me escuches. Los consejos
son baratos, puedo
actuar, no soy
impotente, ni desvalido. Solo estoy desanimado y necesito hablar. Cuando haces algo por mí
que yo puedo hacer, aumentas mi miedo, no me
tienes confianza. Cuando
aceptas escuchar lo que
siento, puedo empezar
a comprender. Cuando
todo está claro, las respuestas son evidentes. Ya no necesito
consejo. Dios escucha
y nos deja resolver
solos nuestros problemas, ¿quieres hacer algo mejor que
Dios?
Por favor,
escúchame, compréndeme. Si
quieres hablar espera un momentito
y cambiemos de
lugar; tú hablarás y yo te
escucharé”. Tenga presente que hablando se agrada a veces, escuchando
se agrada siempre. El silencio es
el más hermoso de los lenguajes
si lo sabes
llenar con amor. Es que el éxito está en ser usted la persona adecuada.
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