miércoles, 22 de mayo de 2013

Aquí el tercer Mensajero de la actual temporada.


La columna del director
Hay  un  lema  de  nuestra  iglesia  que dice: “Año nuevo, vida nueva; comience  con  el  año,  pero  no  envejezca  con él,  renueve  su  vida  de  día  en  día…” Tenemos que aceptar que es el Espíritu de  Dios,  con  su  infinita  sabiduría, quien nos está hablando así,   pues, comúnmente,  empezamos  cada  año  con buenos  propósitos,  con muchas  ganas de hacer; pero todo eso dura poco. Las energías se van desvaneciendo, se diluyen con el paso de los días y los meses, y entonces volvemos a la monotonía de siempre. Sucede en todas las áreas de la vida,  incluyendo  los  temas más  sagrados: nos  trazamos  metas  espirituales, nos  proponemos  conseguir  esto  o aquello;  sin  embargo,  tal  como  lo  expresa  la  parábola  del  sembrador,  los afanes  de  la  vida,  que  crecen  como plantas  espinosas por  todos  lados, van ahogando esos deseos de consagración, de  trabajo  misionero,  de  entregarnos con fe en manos del Espíritu, para que él  haga  con  nuestro  tiempo  según  su voluntad. Por eso el lema citado termina  diciendo:  “Viva  la  vida  de  Cristo, misteriosa y verdadera, encubierta para el mundo  y  revelada  al hombre  espiritual, quien goza y gozará de  sus  riquezas aquí y allá”.   La mayor riqueza que el hombre puede poseer es este conocimiento  que  lo  conduce  a  la  eternidad.
El misterio  de Dios  se  ha  revelado  al hombre en la persona de Cristo, y vivir en Cristo es encontrar placer en todo lo que  nos  rodea  y  en  todo  lo  que  nos acontece,  aunque  implique  sacrificio. Cuando  vivimos  la  vida  de  Cristo  le encontramos sentido aun a los momentos difíciles;  algo que  la mayoría de  la gente  no  puede  comprender;  en  cambio  el  hombre  de  Dios  sabe  que  su Padre  en  los  cielos  lo  perfecciona  al probar  su  fe,  lo amolda y  lo pule para hacerlo participar de su gloria.  Hermanos,  por  la  gracia  de Dios  hemos terminado otro año, y si lo vamos a  resumir,  lo más  importante  de  todo es  que  seguimos  con  Cristo,  y  seguimos anunciando su reino eterno. Pero, al  hacer  planes  para  esta  nueva  jornada, medítelo en oración, no se fije metas  a  la  ligera; haga propósitos  firmes, comprométase  con Dios  y  renueve  su compromiso  de  día  en  día.  No  deje que se  le  escurra  el  tiempo  entre  las manos,  recuerde  que  el  tiempo  es  lo único  que  no  se  puede  recuperar. Aprovéchelo para hacerse un tesoro en los  Cielos.  Aprovéchelo  para  sentir  a Cristo  en  su  vida.  Aprovéchelo  para agradecerle  su gran  amor,  entregándose a su obra en cuerpo y alma.  Recordemos  ese  otro  lema  que  dice: “Cada nuevo año que aparece en nuestra  peregrinación  cristiana  es  un  eslabón más  en nuestra  cadena de  esfuerzos, evite que se quiebre, dele su  temple  hasta  que  alcance  la  consistencia debida y pueda  trabarse del próximo”. Ore y trabaje para que este año sea de triunfo para usted y para la iglesia, que vuelva a ser un año de victoria, que sea en  verdad  un  eslabón  que  se  añada  a nuestro  peregrinar  hasta  entrar  en  las moradas eternas.
Eliezer Simpson Jackson
     Presidente de la iglesia en Cuba.

De niño, mientras crecía al  lado de  la parroquia de mi pueblo natal,  siempre tuve temores. Apenas unos tres metros separaban  mi  casa  de  aquel  templo inmenso  y  sombrío,  de  tejas  acanaladas.  Grandes  campanas  llamaban  a misa  a  los  fieles  del  barrio;  a menudo me  sobresaltaban  con  su  cadencia  penetrante. Cada mañana de domingo era torturante.  Si me quedaba  en  cama,  el estruendoso  aviso  para  el  servicio religioso  contrariaba  mi  sueño.  A veces, mientras  jugaba, me asomaba por  la puerta  lateral que daba al pasillo  de  mi  casa,  y  en  una  semi penumbra  podía  observar  las  estatuas inmensas que, a la tenue luz de  las velas, daban una  luctuosa visión  a  un  niño  menor  de  cinco años.  En  ocasiones,  las  ancianitas que visitaban el  santuario me  llamaban,  y  con mis  temores  escondidos, entraba en aquel  lugar que me  llenaba de  espanto. A  ambos  lados había imágenes  con  reclinatorios,  y  al  fondo,  una  escalera  en  espiral  hasta  el altísimo campanario, llena de misterio para mi mente  infantil, y en el centro de  la Iglesia, detrás del altar, estaba  la mayor  imagen,  la  que más me  impresionaba. Aquella  efigie  colosal  tenía  la cara  desencajada,  estaba  semidesnudo, clavado  a un madero,  con un  rollo de espinos    en  su  cabeza,  entre  lujosas cortinas y  antiguas  butacas  que completaban  la  fastuosidad  del  lugar. Mis instructoras me decían que  ese  era  Jesús. No me gustaba, pero así lo conocí de párvulo. Su imagen solo se suavizaba para mí cuando en navidad y el día de reyes, lo veía acompañado de figuritas  de  animales  y  de  aquellos  magos llamados Melchor,  Gaspar  y  Baltasar, que  visitaban  mi  casa  y  me  dejaban juguetes y golosinas, hasta  la noche en que  mi  padre  me  robó  la  ilusión,  diciéndome que el donante era él. 
Cuando  tenía  alrededor de  cinco  años de edad, mi familia se mudó y terminó mi  relación  sombría  con  aquella  edificación  llena de  incógnitas  y  reservas. Desde entonces, el Jesús que me recibía  en  casa,  y  en  casi  todas  las  que visitaba,  era  el  Cristo  del  Sagrado Corazón:  un  retrato  del  Señor  que fue muy popular en nuestro país. Al pasar  los  años,  mi  padre  se hizo un cristiano evangélico  practicante,  y  a  mis once  años  me  habló  de otro  Jesús.  Pero,  ¿cómo cambiar  entonces  la  idea  que  sobre él  tenía? No obstante, poco  a poco comencé a concebir, por su instrucción, que Jesús era más que un ídolo; que era corpóreo y etéreo al mismo  tiempo  y,  por  la  fuerza  de  su amor, me permitió  conocerle,  sentirle.  A  partir  de  ese momento  lo asocié a mi vida y todavía andamos juntos. 
Sobre  su  divina persona  hay muy pocos  datos  que  lo  distingan  físicamente. De manera general, los cuadros donde humanizan  su  figura  lo presentan    con  características  europeas,  algo así como  aunque  habitan  por  el  lugar  donde  él  nació,  no  tienen  tales  facciones  ni  color de piel. Sobre sus rasgos  lo más explícito que ha llegado a nuestros tiempos, es una carta —cuestionada por algunos historiadores—,  que  se  le  atribuye  a Publio  Léntulo,  amigo  de  Pilatos,quien la escribió al senado romano. En ella  él  lo  describe  así:  “En  este  tiempo apareció  un  hombre  dotado  de  grandes  poderes. Se  llama  Jesús. Sus discípulos  le  llaman Hijo  de Dios.  Es  de  estatura  noble  y  bien proporcionada,  y  de  rostro  lleno de  bondad  y al mismo  tiempo  de  firmeza,  de manera  que quienes  le  contemplan  le  aman  y  a  la  vez  le temen. Tiene  el  cabello  de  color  vino,  lacio  y sin lustre, pero de las orejas para abajo crespo y  lustroso.  Su  frente  es  llana  y  sin  arrugas, todo su rostro sin defecto y adornado de cierta serena  hermosura.  Su  aspecto  es  ingenioso  y bondadoso. La nariz  y  la boca no  tienen defecto alguno; la barba muy poblada y del mismo  color del  cabello,  los ojos azules muy brillantes”. Quizá a esto se deba la generalización  de  esa  idea  expandida  en  el mundo occidental, y como tal  la  inspiración  de  los  pintores  y  escultores  en su difusión de  cuadros  y  estatuas, que imponen a este Jesús como modelo.  En las Sagradas Escrituras no hay descripción alguna sobre su físico, aunque ochocientos  años  antes  de  su  nacimiento, el profeta Isaías hablaba de su apariencia poco atractiva; pero es probable  que  se  estuviera  refiriendo  a  su modo  de  vivir,  humilde  para  quien habría de  ser Rey. Su manifestación al mundo  no  concordaba  con  las  ideas del  Mesías  que  los  judíos  se  habían formado.  Se  esperaba  que  viniera  con pompa,  lujos  y  belicoso;  en  cambio creció como una planta, silenciosa e   ario, aunque los hombres  inadvertidamente, en una región ni aun tenida por territorio hebreo.
En  los  evangelios  el  Señor  Jesús  fue conocido  como  “el  hijo  del  carpintero,”  por  lo  cual  es  deducible  que aprendió  ese  oficio,  ya  que  entre  los hebreos  estos  conocimientos  se  enseñaban de padres a hijos. Como carpintero  debió  ejercitar  la  fuerza  física, pues  todas  las obras de  ese  tiempo  se realizaban  a  mano.  Sin  embargo,  la religiosidad de  José y María, cuyas palabras y actitudes quedaron  registradas en  la  Biblia,  indican  que  estaban  en condiciones de ofrecer  al hijo una  correcta formación religiosa. Las palabras del Señor demuestran un  conocimiento amplísimo de  las enseñanzas de  los rabinos de su época. Inició  su  ministerio  en  las  bodas  de Caná, y esto da pié a que algunos eruditos, estudiando los Evangelios sinópticos,  piensen  que  antes  de  sus  actividades en el sur del país, llevó a cabo las del  norte,  en  Galilea;  aunque  esto  es difícil asegurarlo, porque los evangelistas  no  tenían  la  intención  de  guardar un  orden  cronológico  riguroso  en  su relación  de  los  sucesos  en  la  vida  del Señor.
 No  obstante,  las  palabras  de Pedro en Los Hechos 10:37 (“lo que se divulgó  por  toda  Judea,  comenzando desde  Galilea,  después  del  bautismo que  predicó  Juan”)  parecen  apuntalar, que  el  ministerio  del  Señor  comenzó realmente en Galilea. Allí  se movía de un  lugar  a otro  a pie, o  en una barca, tratando  de  alcanzar  toda  la  región. Incluso utilizaba  la barca de púlpito o plataforma,  para  discursar  desde  la ribera  del  mar.  Y    trasladándose    en  ella, al   presentarse   una   tempestad,  demostró a sus discípulos que “aún los vientos y el mar le obedecían”. 
Muchos milagros acompañaron su ministerio.  Desde  una  pesca  milagrosa, hasta  la curación de  leprosos,  la  liberación de  los poseídos por demonios,  la resurrección de muertos, la curación de ciegos,  paralíticos,  sordos… Los milagros servían de apoyo a su predicación: “Y enseñaba en  las  sinagogas de ellos, y  era  glorificado  por  todos”.  Su  estilo de  exposición  era  sencillo,  apelando  a cosas  conocidas de  la  vida diaria, para llevar  la mente  de  sus  oyentes  a  grandes  y  profundas  verdades  espirituales.
El  Sermón  del Monte  demuestra  que  tenía  una  voz  potente,  pues  enseñaba desde  un  monte  y  era  oído  por  una gran  muchedumbre  (Mat  5:1).  Este sermón es, probablemente, una recopilación de  enseñanzas del Señor   dadas en  diferentes  ocasiones.  Aunque  tampoco hay que rechazar la posibilidad de que su contenido haya sido repetido en varias  localidades.  Las  parábolas  y  los dictámenes  sapienciales  abundaban  en su  discurso,  pero  al  mismo  tiempo, hablaba  con  un  sentido  de  autoridad nunca antes conocido, al punto de que la gente se admiraba de su doctrina . 
El  autor  de  Hebreos  nos  dice  que  el Señor Jesús es “el resplandor de la gloria  de Dios,  y  la  imagen misma  de  su sustancia”.  Su  absoluta  perfección  en conducta, palabra y hechos, le permitió a  Pedro,  que  le  conoció  íntimamente, escribir: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1Ped 2:22).  El Jesús que amo vino por su pueblo y para  ellos,  pero  no  le  recibieron,  y  al rechazarle,  nos  permitieron  a  todos acceder  al  cariño  de  su  promesa  eternal:  “Venid  a mí  todos  los  que  estáis trabajados  y  cargados  que  yo  los  haré descansar” (Mat 11:28). Él  es  el  Alfa  y  la  Omega,  primera  y última  letras  del  alfabeto  griego,  algo que  nos  indica  que  Jesús  es  Señor  de todas las cosas.  Mi  Jesús  es  el  Cordero  de  Dios,  ese título    lo  relaciona con  la gloria que  le produce su humillación y muerte en  la cruz por los pecados y, al mismo tiempo,  la  suprema  dignidad  que  por  esa causa Dios  le ha  concedido.   El  Jesús que yo amo tenía un nombre muy utilizado entre los judíos, pero que tomaría su  verdadera  significación  en  la  obra que haría el Señor para la salvación del mundo. Este fue el nombre puesto por el ángel que hizo el anuncio de su nacimiento  “y  llamarás  su  nombre  Jesús, porque  él  salvará  a  su  pueblo  de  sus pecados” (Mat 1:21).  
De niño temí su figura representada en estampas, estatuas, efigies; pero cuando comprendí que él era más que todo lo que los escultores creen, los pintores imaginan, los orfebres fabrican, lo asimilé en su justa dimensión. Él es la Vida, la Esperanza, la Redención, el Camino, la Puerta, la Vid verdadera, el Rey de Reyes, el Fiel y Verdadero, el Dador de toda buena dádiva. Ese, el Jesús que amo y sirvo, es mi yo, mi amigo, mi hermano, mi abogado. Y en la medida que pasan los años y la vida se acorta para mí, el horizonte es más prometedor, con casa y reino en las galaxias. No sé dónde será, y no me preocupa donde será exactamente, pero el Jesús que yo amo tiene mi futuro asegurado. Tú también puedes amarle, y cuando lo hagas, notarás la tremenda diferencia que hace su amor entre los hombres. 
El día que conocí al  
Gigante

Desde  el  amanecer mi madre me  había  dicho  que me portara  bien,  que  íbamos  a ver  a  un  gran  hombre,  y  yo me  imaginé  enseguida  a  un hombre alto  con cara de malo: un verdadero gigante de  los que, en otro tempo, abundaban en Anac.  Vivíamos  a  la  entrada  de  la  nueva  Jericó, cerca de la fuente. Hacía días que los mayores de la ciudad no paraban de hablar en  las calles y en las casas. Se comentaba que el gran hombre había  recorrido  el  otro  lado  del  Jordán,  que  venía de regreso y que muchos de los que fueron a oírle ya estaban llegando a la ciudad vieja. 
Mi papá se fue desde temprano con sus amigos al camino del vado. Mi madre se arregló como para ir a una boda;  luego me puso  la  ropa nueva, me peinó y salimos. En el espacioso sendero que hay entre la Jericó vieja, y la nueva, nos reunimos con otras mujeres que  también habían  llevado  a  sus hijos.  Los  muchachos  nos  pusimos  a  jugar  con piedras  a  la orilla  del  camino, mientras nuestras madres  se  apartaban  para  conversar.  Cerca  del mediodía  se  oyó  un clamor en vuelta de  la ciudad vieja.
Yo  nunca  había  visto  tanta  gente reunida, ni siquiera el año anterior, cuando  fuimos a  Jerusalén. El murmullo  creció  tanto  que  los muchachos  nos  asustamos.  Soltamos  las piedras y corrimos a donde estaban nuestras madres.  El  gento  se  acercaba  y  el  ruido  de las voces era como el  retumbar del río  crecido. Unos   muchachos   mayores  pasaron  corriendo  frente  a  nosotros  y  gritaron:  “¡Ya viene,  ya  viene!”.
En  ese momento  volví  a  recordar al gigante y apreté  los brazos de mi madre. Un hombre montado  en  un  burro pasó en la misma dirección de  los  muchachos  y  dijo: “¡Hay  que  sacar  agua,  la gente  viene  cansada  y  sedienta!”.  En  verdad  hacía mucho  calor.  Yo  tenía  la garganta seca por el polvo. Dos  hombres  venían  a  paso  rápido  apartando  a  las personas.  Un  poco  más atrás un  grupo de  fariseos se  acercaban  en  mulas.
Después que ellos pasaron pudimos  distinguir  a  unos hombres  de  aspecto  vulgar.  Cerca  de  nosotros  alguien dijo: “¡Son galileos!”. El  que  venía  en medio  de ellos  era  un  poquito  más alto. En la apariencia no se  diferenciaba mucho del resto, aunque su manto púrpura era muy hermoso. Cuando  estuvieron  casi  delante  de nosotros,  noté  algo  en  su  cara  que me  dio  tristeza  y  alegría  al  mismo tiempo. Mientras avanzaban, a nuestro alrededor la gente decía: “Ese es”, “aquel, aquel”,  “ahí va el galileo”. Yo seguí  mirando  para  encontrar  al  gi-gante. Detrás  de  ellos marchaba  una procesión;  sin embargo, nadie  sobre-salía  por  su  estatura.  Pensé  que  el hombre  grande  no  venía.  Mi  madre me la  multitud.  Todas  las  mujeres  y  los niños caminábamos detrás de  la pro-cesión. Nos detuvimos  en  los  alrededores de  la  fuente, a  la entrada de  la ciudad  nueva.  No  podíamos  pasar  al centro del gento. Al rato oímos la voz de un hombre que estaba dando una enseñanza.  Yo  nunca  había  oído  una enseñanza en público. Algunas mujeres  cargaron  a  sus  hijos  y  lograron pasar a  la fuerza.  
Mi madre  las siguió conmigo  a  rastras.  El  del manto  púrpura era el que hablaba.  Los  fariseos le  hacían  preguntas  y  él  respondía para  que  todos  oyeran.  El  grupo  de madres  trató de   acercarse a él  y  los que    lo  acompañaban  las  apartaron  bruscamente. En  seguida el del manto  hermoso  los  regañó  y  dijo  muy alto:  “Dejad  que  los  niños  vengan  a mí, no  se  lo  impidáis”.  Los  escribas  y maestros de la ley pusieron mala cara y mandaron a sacar a las mujeres con los  chiquillos; pero  el Maestro  volvió a decir: “¡Ay del que estorbe a uno de estos inocentes”. Entonces acarició a  los más chicos, abrazó a  los más crecidos y los bendecía a todos. A mí me daba  pena  acercarme. Mi madre me puso  una mano  en  la  espalda  y me empujó cerca de él. Yo tenía casi nueve  años.  El  del  manto  púrpura  me miró  fjamente.  
 Me  puse  nervioso; sin embargo su mirada me dio alivio. Tenía  los ojos como  la miel y su cara tranquila,  parecía  que  iba  a  sonreír. Estró su derecha y, lentamente, yo le di  la  mía. Me  acercó  a  él,  pasó  sus dedos por  el pelo que mi madre había peinado con esmero y me bendijo.  Entonces  habló  a  los  que  nos  rodeaban:  “Si  no  os  volviereis  como este  niño,    no  entraréis  al  Reino  de los  Cielos”.  Luego  nos  despidió  y  siguió    hablando    con    los    hombres.  Mi  madre  y  las  otras  mujeres nos llevaron fuera del círculo de personas y  regresamos  a  casa.  Yo  no  quería irme; pero ella dijo que papá  se molestaría  si  nos  demorábamos.  Antes de  entrar  le  pregunté:  “Mamá,  ¿por qué  no  vino  el  gigante?”  “¿Qué  gigante?”,  dijo  ella.  “El  gran  hombre, mamá,  del  que  me  hablaste  por  la mañana”.  “Ah”,  me  respondió,  “no entendiste  bien;  un gran  hombre  no es  un  gigante,  un  gran  hombre  es aquel que tene un corazón de niño”.
Entonces comprendí que era más que un  gigante  el  que  había  puesto  su mano sobre mí.
*Por el miembro de la Brigada de Luz
Eric Adrián Pérez González 
Luis Carlos Mompié Olivera 

Como el silbo apacible y delicado que apreció Elías en Horeb, así llegué a tu vida. En  la quietud y serenidad de un corazón  arrepentido  encuentro  espacio  para  mi  gracia.  Alégrate,  gózate, levántate porque ha llegado tu luz. Lo que ofrezco tiene el precio de mi sangre  que  todavía  tiene  vigencia  para perdonar  y  transformar  corazones. Dile  a  otros  de  mi  amor  y  poder. Amén. 
Superte. Sergio González
Gabriel Alemán
 No con tus fuerzas sino con mi Espíritu. Entrégate en mis brazos. Acércate cada día a mí y podrás conocer mi manifestación,  en  la  obediencia  está mi  bendición.  Cuida  mi  Espíritu. Amén.
  Superte. Humberto Delfino

Juan Reyes Rodríguez 
Juan,  te  doy mi Espíritu  Santo  porque he visto tu entrega por mí. Yo te escogí desde muy  temprano,  te  bendigo  porque  me  agrada  tu  fidelidad.  Joven  de gran  valor. Hoy me  gozo  en  darte mi Espíritu, porque quiero usarte con más valor,  déjate  guiar  y    ejemplo  de  los fieles.  ¿Es  todo Señor? Es  todo, decláralo. Amén.
Superte. Juan Charón Peregrín

Anayanci Matos Navarro 
 Como  a  la  mujer  samaritana  que  le brindé del agua que salta para vida eterna, así te he  dado a ti; mira que el gozo que  sientes  es  verdadero. Cuídalo  porque has sido coronada por mí, que Soy el que Soy. Amén. Joven, te espero aquí en mi gloria, para que te sigas gozando. Amén. 
Superte. Juan Charón Peregrín

Midalis Brocard Guilarte
Como perdoné a la mujer pecadora, a ti yo también te perdono; mira lo que hago por ti. No más descuidos porque no siempre tendrán la oportunidad de recibir el perdón. Midalis, sé más humilde, con temor en tu corazón para que no te venga algo peor. El fin, el fin se acerca y quiero que todo mi pueblo esté preparado para ese día que será muy pronto; estén alertas, muy alertas. Amén.   
               Superte. Juan Charón Peregrín
“...el buen pastor  su vida da por las  ovejas. Mas  el  asalariado,    y que no es el pastor,  de quien no son  propias  las  ovejas,    ve  venir al  lobo  y deja  las ovejas  y huye,  y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa”.
 Juan 10:11-12.  

Carta de una madre:
Pastor,  aún  conservo  fresco  en  la memoria el día en que le dediqué mi hijo al Señor, fue todo muy humilde, no hubo fiesta; pero mi  corazón  sal-taba de gozo. No me fue fácil encontrar al padrino y  la madrina; aunque no le di mucha importancia a eso, yo solo quería que usted  lo bendijera, y me pareció que lo hizo con amor. En  lo adelante, yo contaba  los días y los años; quería ver crecer a mi bebé, y verlo compartir con los otros niños  de  la  iglesia;  que  cantara,  jugara  y sonriera  con  ellos;  sin  embargo  no fue así. Reconozco que mi esposo no era  fiel,  que  yo  no  tenía  una  buena preparación; pero él, él era  tan  solo un niño que dediqué  al  Señor, y, no obstante,  todos buscaban  la manera de evitarlo.
“Por  favor  Pastor”,  le  pedí  un  día, “ayude a mi hijo, él quiere  cantar, y nunca le dan la oportunidad”.  “Veré que  puedo  hacer”, me  dijo  usted,  y más tarde añadió:  “Es que... él no lo hace muy  bien  ¿sabe?,  hay  otros...” “Trate de enseñarle otra cosa”.  Me costó trabajo hacerlo cambiar de idea;  pero  se  esforzó  y  memorizó una  poesía,  y  otra,  y  otra  más;  no obstante,  tampoco  hubo  oportunidad para él. De nuevo  le pedí ayuda y solo recibí su respuesta de costumbre: “Veré que puedo hacer”.
Mientras  tanto, mi  hijo  iba  creciendo. Al sentirse rechazado buscó otras  amistades.  ¡Claro!,  los  muchachos buenos  ya  no  quisieron  acercarse más  a  él.  Por  doquier  se  oía:
“¡Cuidado! Anda con malas  compañías”. Y volví a pedirle ayuda; usted solo me  dijo: “Veré  que  puedo  hacer”. Pero  todo quedaba ahí. Usted tenía cursos, conferencias, trabajos, planes; no había tempo (yo lo comprendo) para atender a un niño descarriado.
Y así pasó el tempo; se le escapó la bella oportunidad de hacer algo por mi  hijo;  cuando  trató,  ya  el  chico estaba en  serios problemas  y  fue  a la  cárcel. Aun  así,  le pedí de nuevo que  hiciera  algo  por  él;  además,  él solicitaba  su  presencia.  Usted  me dijo:  “Veré  que  puedo  hacer”.  Sin embargo,  su  agenda  estaba  muy, pero muy apretada. En mi pena sin fin, en lo más hondo de mi  dolor,  clamé  al  cielo,  era mi única esperanza, y, ¿sabe?, una noche, dentro de aquella oscura celda en  la  que  mi  hijo  esperaba  a  que usted  lo visitara, se  le apareció una tenue  luz,  y  seguidamente  a  él  le pareció  ver  una  figura  hermosa; luego distinguió a un hombre que se le acercaba. “¿Quién eres?”,  le preguntó mi muchacho;  “¿el  pastor  te encargó  que  vinieras?”.  El  hombre llegó  justo a donde estaba él, y con dulce  acento  le dijo:  “Yo  soy  Jesús, el buen Pastor; yo también esperaba  que  él  viniera,  pero  como  no  lo hizo, vine yo”.
Le escribo porque, aunque ya no hace  falta  que  ayude  a mi  hijo,  quizás haya alguna madre desesperada, que le  esté  preguntando  en  esta misma hora: “Pastor, ¿cuándo vas a ayudar a mi hijo?”.

Desafíos Pastorales.  Parte II.
Por el pastor Raimel Barrios Izquierdo
En  el  presente  la  iglesia  necesita modificar la forma en que evaluamos el éxito, y creo que es un gran desafío.  Anhelamos  profundamente  ser exitosos  en  nuestro  trabajo ministerial,  y,  en  la  misma  medida,  tememos al  fracaso personal y pastoral, y casi  siempre  juzgamos  el  temor  como  algo  negativo;  pero  esa  mezcla de anhelo y temor bien puede ser de bendición;  todo  depende  de  cómo respondamos al temor.
El verdadero éxito no se mide por  el carisma personal o porque nos sigan grandes  multitudes.  Esa  es  la  idea que tiene el mundo acerca del éxito. Tampoco se mide poniendo de manifiesto  los  dones  espirituales.  La  unción  y  los  dones  espirituales  no  son evidencia de que Dios esté complacido. El señor Jesucristo nos dice:  “Muchos  me  dirán  en  aquel  día:
Señor,  Señor,  ¿no  profetizamos  en tu  nombre,  y  en  tu  nombre  echamos  fuera demonios, y en tu nombre  hicimos  muchos  milagros?  Y entonces  les  declararé:  Nunca  os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat 7:22-23). El apóstol  Pablo  confesa:  “...golpeo  mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no  sea  que  habiendo  sido  heraldo para  otros,  yo mismo  venga  a  ser eliminado” (1Co 9:27). 
En  Éxodo  17:1-7,  vemos  un  incidente  en  que  Dios  le  dice  a Moisés: "Y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas".  Luego se le dice: "Y hablad a  la peña a vista de ellos; y ella  dará    su  agua".  Moisés  se aproxima,  da  su  breve  discurso, golpea  la peña dos veces y... brota agua  abundantemente  (Números 20). Note que el agua salió en cantidad abundante.  Aquí  se  encuentra  la primera  cosa  digna  de  tomar  en cuenta.   Él fue un hombre exitoso. La  gente  tenía  sed.  Él  golpeó  la peña y el agua salió en abundancia y  la  necesidad  fue  suplida.  Si  se observa  esto,  hablando  humanamente,  se  podría  decir  que  el  trabajo  fue  hecho.  Fue  algo  bien  hecho.  Pero  lo  cierto  es  que  no  fue así.  ¡Fue el más grande  fracaso de Moisés! Por causa de este pecado,  él  no  pudo  entrar  en  la  tierra  de  Canaán. Todo lo que Moisés hizo, toda su fidelidad,  toda  su  intercesión,  toda  el agua  provista,  se  opacaron  por  culpa de  este  pecado.  Necesitamos  tener cuidado. Dios no busca sólo los resultados. Él quiere que las cosas se hagan a su  manera.  La  santidad  de  Dios  es exaltada  cuando  se  le  sirve  en  obediencia.  Y  sólo  así  puede el ministerio de alguien ser contado como exitoso. 
Después  de  tres  años  y medio  de ministerio, Jesús no tenía la apariencia de ser  un  hombre  de  éxito.  Muchos  de sus seguidores  lo abandonaron, y hasta uno de los doce apóstoles lo traicionó.  Llegó  un momento  en  que  Cristo parecía ser todo un fracaso al colgar de una cruz. Sin embargo, fue el campeón más  grande  de  todos  los  tempos.
¿Cómo,  entonces, mide Dios  el  éxito? Según  nos  ajustemos  a  su  voluntad, porque  entonces  nuestras  obras  permanecen.  La  cruz  fue  la  voluntad  del Padre  para  el  Hijo  y  solo  a  través  de ella  llegó el más  rotundo de  sus  triunfos.  Por  eso  cuando  Jesús  anunció  a sus discípulos que  iba a Jerusalén para ser entregado en manos de pecadores y  luego  crucificado,  Pedro  clamó: “Señor,  ten compasión de t; en ninguna  manera  esto  te  acontezca”  (Mt.16:22),  y  el  Señor  lo  reprendió  duramente.  Satanás  no  tolera  la  cruz  en ninguna  forma,  ya  sea  como  instrumento  de  muerte  o  como  estilo  de vida,  y  hará  cualquier  cosa  para  mantenernos  separados  de  ella.  Re cuerda que el éxito es otra forma de derrota  si  se olvidan  las prioridades,  y nuestra prioridad número uno es la de  tener  una  estrecha  relación  de amor  con  nuestro Padre  celestial.  El mayor  deseo  del  apóstol  Pablo  era ganar  a  Cristo,  no  solamente  tener un  gran  ministerio:  “cuantas  cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.
Y  ciertamente,  aun  estimo  todas  las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo  Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido  todo, y  lo  tengo por basura, para ganar a Cristo” (Flp 3:78). Y  cuando  tenemos  a Cristo brota de manera  natural  un  profundo  deseo de  servirle  en  cualquier  lugar  que Dios  determine,  sea  en  un  lugar “grande”  o  en  uno  “pequeño”;  no hay  obras  pequeñas  para  Dios,  así que  debemos  considerar  un  honor servir a Dios en cualquier sito de  su viña, porque el verdadero éxito consiste en servir a Dios con integridad y obediencia.
Encontré un poema de  autor desconocido, que transcribo por su belleza y pertenencia en este tema: Maestro, ¿dónde trabajaré hoy?  Y mi amor fluyó cálido y libre.  Me señaló un lugarcito y me dijo:   “Atiende eso para mí”. Pero le respondí rápidamente: “Oh, no. Ahí no;  ese lugarcito no es para mí.   Porque nadie lo verá  Por bien que hiciera mi trabajo. Ese lugarcito no es para mí”. La palabra que me habló,  no fue dura,  Me contestó tiernamente: “Discípulo, mira tu corazón.  ¿Trabajas para mí o para ellos? Nazaret  era  un  lugarcito  y  también Galilea” .
Debemos  estar  conscientes  de  que en la vida habrá ocasiones en que no nos agradecerán, ni  seremos  recompensados  por el  arduo  trabajo  realizado,  incluso  por  otros  cristianos,  ni por  los que están  sobre nosotros en el Señor. Tendremos victoria al adoptar  la  actitud descrita en Colosenses 3:23-24: “Y  todo  lo  que  hagáis,  hacedlo de corazón, como para el Señor y no para  los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.   Recuerda que “tu Padre que ve en  lo  secreto  te  recompensará en público”  (Mt. 6:4). Asegúrese de trabajar para el Señor y no para el hombre,  ese  será  tu  más  grande  éxito ministerial, y el mayor reconocimiento  público  que  debes  anhelar  es  escuchar  las  palabras  hermosas  de  tu maestro:  “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mat 25:34).
El Nuevo Empleado*
En el  restaurante La Pechuga,  trabajaba de mesera una tiñosa, llamada Bertiña. Aunque era muy limpia y educada, a  los  clientes  les daba asco que ella  sirviera la comida.
—Pide trabajo en la funeraria, allí necesitan empleados —le  sugirió  el dueño del  lugar  a Bertiña,  al  ver cómo estaba perdiendo la clientela.
Bertiña  le  suplicó  que  no  la  despidiera,  pues  tenía cuatro tiñositos que mantener.
El dueño, compadecido, la dejó continuar. Ella era la mejor  mesera  del  restaurante;  sin  embargo,  los clientes cada vez eran menos. Bertiña tuvo que irse. Estuvo alicaída y piquivirada muchos días, sin conseguir  trabajo, hasta que  la  llamaron de  la Escuela de Pilotos para que impartiera clases de vuelo. Enseguida se ganó el cariño y respeto de  los aviadores. Resultó  ser  una  excelente maestra,  nadie  superaba  la elegancia y destreza de su vuelo.
El dueño de La Pechuga contrató a un gato relamido para sustituir a Bertiña. Poco a poco la clientela volvió a crecer, al percatarse de cómo el nuevo empleado,  cada  vez  que  tenía  un  rato  libre  se  lavaba  las manos y las orejas. Atendidos por el gato,  los clientes comían con gusto,  sin  sospechar  que  el muy  pícaro manoseaba  la comida  antes  de  llevarla  a  las mesas,  cogiendo  de cada plato cuanto deseaba.
*Pérez González, Eric Adrián. 
La casa de los trabacuentos. Editorial unicornio. 
La Habana, 2003.
Historia**
Un ajo cayó en la olla Por besar a una cebolla. Es una historia de amor
Que me contó un tenedor.
**Del escritor habanero 
Evasio Pérez González.
Cuentan de un sabio  que un día Tan pobre y mísero estaba, Que solo se sustentaba  De unas hierbas que cogía. — ¿Habrá otro —entre sí  decía— Más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió Halló la respuesta, viendo Que iba otro sabio cogiendo Las hojas que él arrojó.
 Pedro Calderón de la Barca 

¿Pueden los cristianos comer de todo? La  suposición  de  que  los  cristianos pueden comer  los alimentos que en  la Ley están declarados inmundos, surgió por  la  deliberada  tergiversación  de  las Escrituras,  por  varios  motivos  y  en diferentes etapas de la iglesia primitiva. La mayoría  de  los  creyentes  desconocen  la historia de cómo se  llegó a esta herejía,  y  aceptan,  sin  un  análisis  profundo,  esta  creencia  tan generalizada;  pero  no  vamos a contar cómo evolucionó este error durante la época  en  que  la  iglesia  se estableció  en  la  Roma pagana;  mejor  veamos este  asunto  únicamente  a la  luz  de  las  Escrituras Sagradas;  pues  si  alguien quiere  ser  sincero,  tiene  que  aceptar que EN NINGUNA DE LAS OCASIONES  EN  QUE  SE  HABLA  DE ALIMENTOS  EN  LA  BIBLIA,  Y ESPECIALMENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO (NT),  SE ESTÁ  PONIENDO EN DUDA LA VALIDEZ  DE  LA  LEY  DE  SALUBRIDAD. Todas  los debates acerca de  las comidas en el NT se escribieron dando por hecho que los destinatarios de esos escritos  conocían  y  practicaban  la  ley de  salubridad,  pues,  aunque  algunos eran  de  origen  pagano,  ya  estaban  familiarizados  con  el  judaísmo,  y  en  el ámbito  de  la  iglesia  se  practicaba,  como  algo  sin  discusión,  el  régimen  alimentario judío.
Es muy  importante  que  se  tenga  esto en cuenta a  la hora de  leer algunos  pasajes  para  no cometer  el  error  de  mal interpretarlos:  Los escritores de  los Evangelios  y de las  epístolas  practicaban  la dieta  bíblica,  y  si  no  son más explícitos en su redacción de esos temas, es por-que daban por sentado que sus lectores tenían pleno conocimiento de  este hecho. Repito: En ninguna de ocasiones  en  que  se  habla  de  alimentos en el NT, se está poniendo en duda la vigencia de la ley de salubridad. 
Cuando  se  trata  ese  tópico,  en  algunos casos se valora si comer con las manos  sin  lavar  hace  impuros los  alimentos;  o  si  participar  de ellos  en  compañía  de  gentiles  era compartir  la  impureza  de  estos;  o si en verdad Dios consideraba a los gentiles  tan  inmundos  como  a  los animales desclasificados en la Ley; o  si  era pecado  comer  la  carne de un animal que había sido sacrificado a los ídolos; o simplemente, si se debía o no comer carne, ya que algunos  creyentes  eran  totalmente vegetarianos  y  querían  imponerle esta disciplina a los demás.
Publicamos a continuación un extracto  del  estudio  del  finado  obispo  Buenaventura Luis, que amplía el  tema y ex-plica  con  claridad  el  contenido  de  los versículos  que  generalmente  son  mal interpretados.  Si  usted  busca  la  verdad,  juzgue  imparcialmente,  lea hasta  el  final  este  artículo  y  deje que Dios le hable.
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Según  podemos  leer  en Levítico  capítulo  11,  y  en Deuteronomio  capítulo 14, Dios, por medio de Moisés, enseñó a su pueblo a hacer diferencia entre los animales  limpios  y  los  inmundos. Les dio una  ley que permite comer unos y no  los  otros;  pero  no  debemos  creer que  fue  la  ley  quien  hizo  inmundos  a los  animales  inmundos.  La  ley  no creó  ni  transformó  algún  animal, solamente declaró la diferencia existente desde el principio entre los animales creados  por Dios,  cuya  naturaleza  y sustancia no sabemos que haya variado alguna vez.
 No  todas  las carnes son  iguales. Dios mismo  hizo  diferencia  entre  los animales limpios y los inmundos, cuando  Noé  preparaba  el  arca,  mucho tiempo antes de ser escritas  las  leyes  del  Pentateuco: “Dijo  luego  Jehová a Noé: Entra    y  toda  tu  casa  en  el  arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación.  De  todo  animal  limpio  tomarás siete parejas, macho y  su hembra; mas de  los animales  que  no  son  limpios,  una  pareja,  el macho y su hembra” (Gén 7:1-2). Eso  demuestra  que,  desde  la  misma creación  del mundo,  la  carne  de  cada especie  de  animal  es  diferente,  siendo algunas  venenosas, otras de difícil  asimilación  por  el  hombre  y  otras  más digeribles.
No  todas  las  carnes  nutren por  igual ni  todas  tienen  la misma  influencia  sobre  la  salud,  el  carácter  y conducta de las personas que las ingieren,  y  por  lo  mismo  de  los  pueblos; esta es una de  las razones por  las cuales Dios reglamentó el régimen alimenticio de sus hijos.  No  todas  las  leyes  del  Antiguo Testamento  (AT)  fueron  abolidas.  En el NT aparecen distintos pasajes  que  aparentemente  indican  la nulidad de  la  ley de salubridad alimenticia dictada por Dios; pero estos pasajes, al igual que otras expresiones bíblicas  que  se  presentan  a  diversas  interpretaciones,  deben  ser  estudiadas con  imparcialidad  y  en  oración, para  poderlas  entender  correctamente.
Es verdad que muchas de las leyes que se encuentran en el AT son relativas al modo provisional de alcanzar limpieza  y el perdón   de  los pecados, mediante ceremonias  simbólicas  que  prefiguraban el sacrificio de Cristo. También es verdad que  tales  leyes quedaron  abolidas al efectuarse el verdadero sacrificio del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Pero también es verdad que las  leyes  de  salubridad  del  AT no fueron dadas para simbolizar al Cristo  que  había  de  venir,  sino  para preservar  la  pureza  física  y moral del pueblo escogido. Lo  que  antes resultaba  abominable  para Dios,  lo sigue siendo ahora. Los antiguos  tenían  que  ser  rociados con  agua  y  sangre  de  animales,  y practicar diversos lavamientos para quitar  sus  inmundicias;  ahora  la sangre de  Jesucristo  es  la que nos limpia de  todo pecado  y  contaminación; pero nosotros, al  igual que los  antiguos,  debemos  mantenernos  alejados del pecado  y de  toda suciedad (Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2Co 6:17).
El NT  confirma  la  ley  de  salubridad  alimenticia.  En  1  Pedro 1:15-16 se puede leer: “…como  aquel  que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito  está:  Sed  santos,  porque  yo  soy  santo”. Cuando  el  apóstol  Pedro  dijo  esto,  lo dijo  confirmando  la  vigencia  y  autoridad de un texto del AT que puede leerse, precisamente, en el mismo capítulo donde Dios declara cuáles son  los animales  que  el  hombre  puede  comer  y cuáles no: “Porque  yo  soy  Jehová  vuestro Dios;  vosotros  por  tanto  os  santificaréis,  y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre  la  tierra. Porque yo soy  Jehová,  que  os  hago  subir  de  la  tierra  de Egipto  para  ser  vuestro  Dios:  seréis,  pues, santos,    porque  yo  soy  santo.
 Esta  es  la  ley acerca  de  las  bestias,  y  las  aves,  y  todo  ser viviente  que  se  mueve  en  las  aguas,  y  todo animal  que  se  arrastra  sobre  la  tierra,  para hacer diferencia entre lo inmundo y lo limpio, y entre  los  animales  que  se  pueden  comer  y  los animales  que  no  se  pueden  comer”  (Lev 11:44-47). ¿Limpió  Jesús  a  los  animales? Muchas  personas  interpretan  Mateo 15:1-20 y Marcos 7:1-23 como una clara  indicación  de  que  Jesucristo  limpió los  animales  inmundos,  y para  ello hacen resaltar estas frases: “No  lo  que  entra en  la  boca  contamina  al  hombre”,  y  “esto decía,   haciendo  limpios  todos  los alimentos”; pero estas frases no deben ser consideradas  aisladamente,  sino  en  su  contexto,  para  poder  comprender  a  qué  se refieren (leer cuidadosamente los textos de Mateo y Marcos). 
Hoy en día casi todos reconocemos los peligros de la falta de higiene, sobre todo  en  la manipulación  de  los  alimentos,  y  Jesús  no  ignoraba  esto;  pero  él quiso dejar en claro que comer con las manos  por  lavar podía,  en  todo  caso, afectar  la  salud  del  cuerpo,  cosa  de menor  importancia  si  se  compara  con el  peligro  de  contaminar  el  alma  con los malos pensamientos, las fornicaciones,  etc.  Sabía  también  el  Señor que aquellos  que  le  criticaban  se  habían lavado  siete  veces  las manos  antes  de comer;  en  cambio  tenían  el  corazón  y la mente  corrompidos,  y  estos  contaminaban  sus bocas más de  lo que podía  hacerlo  un  alimento  saludable,  tomado con poca higiene. En  esa  ocasión nada se estaba tratando acerca  de  carnes  de  animales  inmundos,  sino  de  alimentos  supuestamente  inmundos  por  haberlos  tomado con las manos sin lavar ( Mat 15:20; Mar  7:2).
 Si Cristo  hubiera  declarado limpios los animales inmundos, él  y  sus  discípulos  los  hubieran  comido, y la censura de los fariseos hubiera sido  entonces más  decisiva  por  haber traspasado  la  ley, en cambio ellos solo le  criticaron  por  traspasar  la  tradición  de  los  ancianos  (Mat  15:2; Mar 7:3).  Marcos  termina este pasaje afirmando: “Esto  decía  haciendo  limpios  todos  los  alimentos”.  La  definición  de  la  palabra alimento  es la siguiente: “Cualquier sustancia  que  sirve  para  nutrir”;  así  que cuando  hablamos  de  alimentos,  o  de comidas, no nos referimos a  la totalidad de las plantas y animales existentes,  ya  que muchas  especies,  lejos de  ser  nutritivas,  no  son  comestibles por  ser  venenosas  o,  simplemente amargas.
 Cuando hablamos de  comidas  nos  referimos  solo  a  lo  que  acostumbramos a ingerir, y con ese mismo significado  está  usada  la  palabra  alimentos en el texto citado. Así,  pues,  lo  que  el Señor hizo  limpio  (o, más precisamente, declaró  limpios)  en aquella ocasión  no  fueron  las  carnes  de animales  inmundos,  sino  sustancias alimenticias  que  aun  los  fariseos  más escrupulosos  aceptaban  como  alimento,  vianda  o  comida,  pero  que,  según ellos,  estaban  contaminadas por haber sido tocados con las manos sin lavar.
Pedro, mata  y  come. Algunos años después de la resurrección del Señor, el apóstol Pedro  tuvo una  visión  en que le  fueron  mostrados  conjuntamente animales  limpios  y  no  limpios  (Hech 10:10-16). Este  pasaje  y  las  palabras “mata y come”, han servido de confusión  a  muchos  que  las  han interpretado  con  ligereza. El mismo Pedro  no  entendió  de  momento  el sentido  de  la  revelación,  y  mientras meditaba  en  ella,  el  Espíritu  Santo  le habló  de  nuevo  para  hacerle  entender que  aquellos  animales  que  le  fueron mostrados  en  visión  representaban  a judíos y gentiles juntamente incorporados  a  la  iglesia.  Tengamos  en  cuenta que una de las principales reglas de la hermenéutica es reconocer cuando la Palabra de Dios se interpreta a    misma, y más adelante  tenemos un  ejemplo  de  esto,  pues  el  mismo apóstol declara:“…pero a mí me ha mostrado Dios que a  ningún  hombre  llame común o inmundo” (Hech 10:28). 
La declaración de Pedro de que  jamás había  entrado  en  su boca  cosa  común o inmunda, es demostrativa de que 
para él  todavía eran  inmundos todos los animales que la ley declaraba  como  tales,  y  eso  prueba  que Jesús no  le había enseñado  lo contrario,  y  por  supuesto  ellos  (sus discípulos)  no  tenían  autoridad para  abrogar  los  mandamientos de Dios; por tanto no pudieron hacerlo a partir de entonces. Después  de  aquel  incidente,  cuando los demás  apóstoles  y  los que  estaban en  Judea  supieron  que  Pedro  había entrado  en  casa  de  Cornelio,  disputaron con él (¿Por  qué  has  entrado  en  casa de  hombres  incircuncisos,  y  has  comido  con ellos? Hech 11:3); pues hay una  ley que establece  diferencia  entre  los  animales limpios  y  los  inmundos,  y  había  otra, con carácter  ritual, que establecía diferencia entre  los hombres  limpios y  los inmundos,  o  sea,  entre  judíos ( C i r c u n c i d a d o s )   y   g e n t i l e s (Incircuncisos).
 La  diferencia  entre los  animales,  además de  ser  legal, es natural (conforme  a  la  creación de  cada  especie)  y  permanente; sin  embargo,  la  diferencia  entre  los  hombres  era  solamente  legal,  y  transitoria, ya  que  toda  la  humanidad  tiene  una sola naturaleza  física en Adán, y al ser desplazada  la  parte  ceremonial  de  la ley,  todos  los  fieles,  judíos  y  gentiles, tenemos  una misma  naturaleza  espiritual  en  Cristo,  quien  derribó  la  pared intermedia  de  separación  racial  (Efe 2:11-18; Col 2:14). ¡Cristo  no murió  por  los  animales!; él  no  vino  a  limpiar  con  su  sangre  la naturaleza  inmunda  de  los  animales, sino de los hombres que en otro tiempo  eran  inmundos,  representados  por animales en la visión que tuvo Pedro.  Comed  sin  preguntar. Otros pasajes del NT tratan también de alimentos inmundos;  pero  no  por  su  naturaleza, sino  por  haber  sido  dedicados  a  los espíritus  inmundos, o sea, a  los  ídolos.
El  capítulo  8  de  la  primera  epístola  a los  corintios,  y  los  versículos  19  al  31 del capítulo 10 de la misma epístola, se refieren solamente a esos sacrificios. Todavía en los días actuales hay personas que consagran a sus  ídolos carnes, frutas  y  otras  comidas  que  después ingieren. Los creyentes debemos evitar participar de  tales comidas; no porque esos alimentos se hayan vuelto  inmundos al ser dedicados a  los  ídolos, pues en realidad, en sí mismos no han sufrido  alteración  alguna,  ya  que  “el  ídolo nada es”.
  Pablo enseñaba   que no  se debían comer esas carnes en honor a  los  ídolos, o  dar  la  apariencia  de  ello  de manera que  otros  se  pudieran  confundir,  no obstante dijo que  los creyentes no debían  entrar  en muchas  averiguaciones al  respecto  si  eran  invitados  a  comer por  personas  no  convertidas,  ni  tampoco al comprar carne, aun a sabiendas de que un animal sacrificado a los ídolos  podía  estar  en  venta  en  cualquier carnicería  (1Cor 10:25-27). Eso  sí,  ¡no se  debe  confundir  una  cosa  con  otra! Pablo  recomendó  no  averiguar  si una  carne  fue  ofrecida  o  no  a  los ídolos; pero eso no significa que él diera  licencia  para  aceptar  carne de animales ahogados o de animales inmundos.
Todas las cosas, a la verdad, son limpias.  Hay  muchos  religiosos  que toman como apoyo el capítulo 14 de  rancia con ellos, ya que les quedaba ese rezago  de  sus  antiguas  costumbres, quizás  debido  a  que  eran  recién  convertidos.  Pablo mismo  se  declaró  dispuesto  a  privarse  de  un  alimento  limpio  para  no  escandalizar  a  los  que  lo consideraban  inmundo  equivocadamente. Lo importante no era comer o dejar de comer lo bueno, sino mantener  la  unión  y  la  paz  entre  los  hermanos. Nadie  os  juzgue  en  comidas  o en  bebidas.  También  Colosenses 2:16 17  ha  sido  interpretado  por muchos como una clara indicación de que todas  las  regulaciones  alimenticias  del AT  quedaron  abolidas.
Allí  dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de  venir;  pero  el  cuerpo  es  de  Cristo”. ¿Se refiere este texto a las carnes de animales  inmundos?  Por  supuesto  que no; ya está dicho que  la  ley de salubridad no  fue dada  para  simbolizar el  sacrificio  de  Cristo.  Ahora  bien, ¿tenían las sombras, o ceremonias pre-figurativas del sacrificio del Señor, algo que ver con comidas? Sí  (ver Éx 12:3-8; Lev 7:11-15; Núm 15:2-5). En  esos pasajes,  como  en  otros  muchos  del AT,  la  carne de  los  animales  sacrificados  tenía  que  ser  comida  por  los  oficiantes y los oferentes, junto con otros alimentos  de  procedencia  vegetal (espigas,  pan,  aceite,  vino…).  A  estas comidas y bebidas y a  los días de fiestas solemnes que incluían días de reposo ceremoniales*, es a lo que se refiere
Pablo en Col 2:16.
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*Los  sábados  o  días  de  reposo  obligatorio (ceremoniales) en las fiestas podían caer en cualquier día  de  la  semana;  no  deben  ser  confundidos  con  el sábado del séptimo día.  Romanos  para  enseñar  que  se  puede comer  de  todos  los  animales  (Rom 14:1-6).  Muchos  interpretan  que  los flacos o débiles de quienes se habla allí eran creyentes que se abstenían de comer carnes inmundas, señalando como firmes en  la fe a  los que sí  las comían. Esa  interpretación  es  errónea. Nótese que en ese capítulo no se llama débil al que  era  capaz  de  comer  carne  de  ani-males limpios, sino al que  se abstenía de  todo  tipo  de  carne,  alimentándose  exclusivamente  de  vegetales.
Se trataba de cristianos procedentes del judaísmo  (esenios)  y  del  paganismo (pitagóricos  y otros  grupos que  creían en  la  reencarnación  y  pensaban  que podían  estar  comiéndose  a una persona  reencarnada  en  un  animal),  que  se sentían  obligados  a  abstenerse  de  la carne,   unos   permanentemente (versículo  2),  y  otros  solo  en  ciertos días  (versículo 5), tal como han observado  los  católicos  los viernes  santos  y otros días de su calendario litúrgico. Entendamos  entonces, que  en  ese pasaje  Pablo  no  trató  de  allanar  una disputa  entre  creyentes  que  comían carnes  limpias  y  otros  que  supuestamente  comían  animales  inmundos;  la discordia  era  entre  creyentes  que  comían carnes limpias y creyentes vegetarianos.
Se habían formado dos bandos de  los cuales ninguno aceptaba el régimen  alimentario  del  otro.  El  apóstol sabía que de suyo, en sí mismo, allí no había nada inmundo, todas  las  cosas sobre  las que  se discutía eran  limpias.  Él  no  aceptaba  la  tesis  de  los vegetarianos,  por  lo  que  la  calificó  de debilidad, aunque, para no  lastimarlos, recomendó a los demás usar de tolerancia con ellos, ya que les quedaba ese rezago  de  sus  antiguas  costumbres, quizás  debido  a  que  eran  recién  convertidos.  Pablo mismo  se  declaró  dispuesto  a  privarse  de  un  alimento  limpio  para  no  escandalizar  a  los  que  lo consideraban  inmundo  equivocadamente. Lo importante no era comer o dejar de comer lo bueno, sino mantener  la  unión  y  la  paz  entre  los  hermanos.
Nadie  os  juzgue  en  comidas  o en  bebidas.  También  Colosenses 2:16-17  ha  sido  interpretado  por muchos como una clara indicación de que todas  las  regulaciones  alimenticias  del AT  quedaron  abolidas. Allí  dice:  “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de  venir;  pero  el  cuerpo  es  de  Cristo”. ¿Se refiere este texto a las carnes de animales  inmundos?  Por  supuesto  que no; ya está dicho que  la  ley de salubridad no  fue dada  para  simbolizar el  sacrificio  de  Cristo. 
Ahora  bien, ¿tenían las sombras, o ceremonias pre figurativas del sacrificio del Señor, algo que ver con comidas? Sí  (ver Éx 12:3-8; Lev 7:11-15; Núm 15:2-5). En  esos pasajes,  como  en  otros  muchos  del AT,  la  carne de  los  animales  sacrificados  tenía  que  ser  comida  por  los  oficiantes y los oferentes, junto con otros alimentos  de  procedencia  vegetal (espigas,  pan,  aceite,  vino…( A  estas comidas y bebidas y a  los días de fiestas solemnes que incluían días de reposo ceremoniales*, es a lo que se refiere Pablo en Col 2:16.
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*Los  sábados  o  días  de  reposo  obligatorio (ceremoniales) en las fiestas podían caer en cualquier día  de  la  semana;  no  deben  ser  confundidos  con  el sábado del séptimo día.  En  realidad  los cristianos de Colosas no  comían  carnes  de  animales  inmundos, ni habían  pasado por  alto (como nunca lo hizo Pablo) la observancia del séptimo día.  Ellos  simplemente estaban siendo inquietados y juzgados  por  los  judíos  debido  a  que  no participaban de las ceremonias religiosas que no tenían eficacia después del sacrificio de Cristo.
Todo  lo que Dios creó es bueno, y  nada  hay  que  desechar.  “Pero  el Espíritu  dice  claramente  que  en  los  postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando  a  espíritus  engañadores  y  a  doctrinas  de demonios;  por  la  hipocresía  de mentirosos  que, teniendo  cauterizada  la  conciencia,  prohibirán casarse,  y  mandarán  abstenerse  de  alimentos que Dios  creó  para  que  con  acción  de  gracias participasen de ellos  los creyentes y  los que han conocido  la  verdad”  (1Ti  4:1-3).  Aquí  el apóstol  previene  contra  doctrinas  de demonios,  una  de  cuyas  características era  mandar  abstenerse  de  alimentos creados por Dios para que, con agradecimiento,  participen  de  ellos  los  fieles.
Pero  téngase mucho  cuidado  de  no confundir  esas  doctrinas  torcidas con    las  que  enseñan  a  comer,  con agradecimiento, de todo  lo que Dios creó  para  la  alimentación,  y  también  a  abstenerse  de  lo  que  no  fue creado para comer. A  continuación  el  texto  declara:  “Todo  lo  que  Dios  creó  es bueno,  y nada  es de desecharse,  si  se  toma  con acción de gracias”  (versículo  4).  Con  estas palabras  se  confirma  la  historia  de  la creación,  que  dice:  “Y vio Dios todo lo que había hecho,  y he aquí que  era bueno  en  gran manera” (Gén 1:31).
Es verdad que todo lo que Dios creó es bueno (incluyendo los metales y las rocas); pero eso no quiere decir que  todo  sea  bueno  para  comer.  ¿Probaría alguien  a  comer  de  todo,  en  toda  la extensión  de  la  palabra?  ¡Seguro  que no!  Entendiendo  que  ese  “todo”  del que  escribió  Pablo  no  es  completamente  todo  lo  que  Dios  creó,  sino todo  lo que  creó para que  sirviera de alimento,  debemos  considerar  nueva-mente  qué  parte  de  la  creación  debe ser  aceptada  como  alimento  por  los fieles. En  diferentes  lugares  del mundo  se  come  perro,  arañas,  alacranes, ratones;  entre  los  esquimales  una  recién parida se come su propia placenta;  sin embargo,  la mayoría de  los cubanos no nos  referimos  a  esas  carnes cuando  usamos  la  palabra  alimento.
De  igual manera, cuando Pablo habló de  las viandas que Dios creó para uso de los fieles, se refería solo a lo que los creyentes  de  aquel  tiempo  entendían como alimento, pan o vianda. Leamos el siguiente versículo en conexión  con  los  que  le  preceden;  así  se aclaran mejor  las palabras del apóstol: “Porque  por  la  Palabra  de  Dios  y  por  la oración  es  santificado”  (versículo  5).  Es decir, por la Palabra, sin oración, no se santifica el alimento, y por  la oración, sin  la Palabra,  tampoco.  ¿Y  cuál  es  la oración  que  limpia  o  santifica  los  alimentos?
Es la que se hace cuando nos disponemos a comer, y en ella damos gracias a Dios por lo que nos ofrece, y a  la vez  le pedimos que bendiga nuestro pan, o sea, que aparte de él la maldición  que  permanece  sobre  todo  lo que procede de  la  tierra maldecida  en el principio: “maldita  será  la  tierra  por  tu causa...”  (Gén  3:17).  ¿Y  la  palabra  de Dios que santifica los alimentos, cuál   es?  Toda  palabra  de  Dios  es santa,  y  en  ella  los  fieles  somos santificados;  pero  la  que  expresamente  santifica  los  alimentos es  aquella  que  con  fuerza  creadora hizo brotar de la tierra y de las aguas todo  lo que el hombre necesitaría  para  comer,  y  que más  tarde,  en Levítico    11  y  en Deuteronomio  14  enseña  a  distinguirlo del resto de la creación que, aunque es buena para otros usos,  no  lo  es  para  la  alimentación del pueblo de Dios. A  nadie  aconsejaríamos  a  que coma  sin  oración  la  carne  de ovejas, aun  siendo  limpia por  la Palabra  de  Dios. 
Tampoco aconsejaríamos  a  alguien  a  comer,  con  oración,  cucarachas, gusanos,  ratones,  porque  estos fueron declarados inmundos por la Palabra de Dios, y  las  cosas que  la  Palabra  de  Dios  ha declarado inmundas, no pueden ser limpiadas o santificadas  por  ningún  proceso  de esterilización,  ni  tampoco por  la  palabra  u  oración  de hombre alguno. En  resumen,  la  Ley  de  salubridad alimenticia dictada por Dios en  el  AT  no  fue  anulada  por Cristo,  como otras  leyes  lo  fueron. Todo lo que dice el NT en cuanto  a  la  alimentación  de los creyentes es que  los  fieles debemos  tomar  con  libertad y gratitud TODO ALIMENTO QUE  ESTÁ  DECLARADO LIMPIO  POR  LA  PALABRA DE DIOS.
Quiero  reproducirles  unas  palabras que oí de un  experimentado presentador  de  programas  televisivos  de Estados  Unidos.  Tengo  que  decirles  que, viniendo estas palabras de una persona que  vive  de  la  televisión,  me  resultó curioso; me  recordó  lo  que  se  escribe en  las cajetillas de cigarros que se venden en nuestro país: “fumar daña su  salud”. Me  recordó  esto  porque es una gran verdad que a  los viciosos no  les  importa nada que se  les  diga  sobre  su  vicio;  así,  al que  tiene un hábito de  televisión le es muy difícil abandonarlo.
Se dice,  en broma, que  el hábito tóxico  del  cigarro  es  la  causa  de las estadísticas, o sea, que esa rama de  las matemáticas existe a causa del cigarro. Esto es porque  los  estudios  sobre  el tema  son  innumerables. Algo así  pasa  con  la  televisión;  es probable  que  no  exista  otro asunto  en  el mundo  al  que  se  le  haya dedicado  tanto  estudio  desde  la  perspectiva  de  todas  las  ciencias  sociales.
Me atrevo a decir aquí que no hay nada tan de  la cultura de este mundo como la televisión;  la cultura  de  hoy  es  la  “cultura  de  la  televisión”.  ¡Qué  pena que  sea así! Es verdad que esta cita es un poco larga,  pero creo que   vale   la   pena   colocarla   aquí completamente. Las palabras fueron dirigidas al público norteamericano, pero  lo que se dijo es igualmente  aplicable  a  nuestra  sociedad. Creo que hay varias lecciones que podemos sacar de estas palabras dichas por un incrédulo. 
Preciso que cuando el presentador utiliza la palabra tubo, aunque es bastante claro, se está refiriendo al televisor. He aquí  las  palabras:  “Estamos  en  serios problemas  porque  ustedes  y  otros  sesenta y dos  millones de americanos están escuchándome ahora mismo. Porque menos del tres por ciento de ustedes leen  libros.  Porque  menos  del  quince por ciento  de  ustedes  leen  diarios.  Porque  la  única  verdad  que  conocen  es  la que reciben a través de este tubo.  Ahora mismo hay una generación entera que nunca conoció nada que no haya salido de este  tubo.
 Este  tubo es el evangelio, la  última  revelación;  este  tubo  puede hacer o quebrar presidentes, papas, primeros ministros. Este  tubo  es  la  fuerza más  fantástica  en  este  maldito  mundo sin Dios. Y  los desgraciados somos nosotros si alguna vez cayera en las manos equivocadas. Y cuando la compañía más grande del mundo  controla  la más  fantástica  fuerza  propagandística  de  este mundo sin Dios, quien sabe  que  basura  se  venderá  como si fuera verdad en esta cadena televisiva. Así que escúchenme,  escúchenme:  la  televisión  no  es  la verdad,  la  televisión  es  solamente  un parque  de  diversiones,  es  un  circo,  un carnaval,  una  tropa  de  acróbatas  viajeros,  contadores  de  historias,  bailarines, cantantes, malabaristas,  raros,  domadores    de  leones,  y  jugadores  de  futbol.
Somos  el  negocio  de  matar  el  aburrimiento.  Pero  ustedes,  gente,  se  sientan ahí  día  tras  día,  noche  tras  noche;  de todas las edades, colores, credos. Somos todo lo que ustedes conocen. Están empezando  a  creer  las  ilusiones  que  estamos  rodando  aquí;  están  empezando  a creer que el tubo es la realidad y que sus propias  vidas  son  irreales.  Ustedes  hacen  cualquier  cosa  que  el  tubo  les  diga que  hagan.  Se  visten  como  el  tubo  les dice, comen como el tubo les dice, educan a sus hijos como el  tubo  les dice, y hasta  piensan  como  el  tubo.  Esto  es locura masiva, maniacos.
 En nombre de Dios,  ustedes,  gente,  son  la  realidad, nosotros somos la ilusión”. Es  verdad  que  algunos  cristianos  comprendemos  el  peligro  de  la  televisión. Pero  es  mi  convicción  que  se  ignora mucho  acerca de  este  asunto. Así,  sería de  utilidad  en  alguna  ocasión  comentar con  alguna  profundidad  sobre  lo  dicho por  este  presentador.  De  momento, piensen y saquen conclusiones. 
 
Yo  tenía  un  grano  en  el  seno,  que había  crecido  tanto  que  ya  se  me notaba por encima de la ropa, y estaba  muy  preocupada.  El  médico  ya me  había  dicho  que  tenía  que  operarme sin demora; me dio un turno y órdenes para los análisis. Sin embargo,  una  noche    en  un  sueño  una voz que me decía: “La sanidad”.
 Eso me  causó  una  impresión muy  gran-de, porque yo estudiaba con los Testigos de  Jehová,  los cuales no creen en  la  sanidad  divina.  No  obstante sentí  tanta  fe,  que  fui  a  casa  de  los hermanos  Deymis  Ramos  y  Yureimis Otero, pastores de la iglesia Soldados de  la Cruz en  la Sabana, donde vivo. Ellos oraron por mí y rápidamente  el  grano  comenzó  a  desaparecer. Al  llegar el día del  turno en el hospital me hicieron un ultrasonido; el médico me dijo muy asombrado  que  no  sabía  cómo;  pero  ya  no tenía nada y no había que operarme.
Él  no  sabía,  en  cambio  yo  estaba segura de que en el nombre de Cristo se obró el milagro. Dios me sanó y le doy la gloria. 
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Quiero hablarles de una experiencia  de mi  vida.  Antes  de  tener  la dicha  de  conocer  el Evangelio  de Cristo, mi mejor amigo y Salvador, estuve  en  otra  institución  y  tuve muchos amigos que me mostraban cierto  afecto; pero cuando me decidí por  la  iglesia Bando Evangélico  Gedeón,  a  la  que  felizmente pertenezco, aquellos que se decían mis  amigos  no  estuvieron  de acuerdo  con  que  yo  comenzara  a vivir  y  obedecer  las  palabras  del Hijo de Dios. Yo  tenía diecinueve años y aquellos amigos me aconsejaban diciéndome que  “¿cómo  iba yo a darme a tantos sacrificios apenas  comenzando  a  vivir?,  que  no fuera bobo, que gozara de la vida”; pero…  ¡mucho  cuidado!  Pues  los que  así  hablan  no  son  verdaderos amigos,  sino  enemigos  de  la  cruz de Cristo, de los que habló el  apóstol  Pablo  a  los  filipenses:  “el fin  de  los  cuales  será  perdición,  cuyo dios es el vientre,   y cuya gloria es su vergüenza;   que sólo piensan  en  lo  terrenal”  (Flp  3:19). 
En aquel  momento,  como  ahora,  yo había hecho mías otras palabras de la  misma  epístola:  “Y  ciertamente,  aun  estimo  todas  las  cosas  como pérdida por  la excelencia del  conocimiento de Cristo Jesús,  mi Señor,  por amor del cual lo he perdido todo,    y  lo  tengo  por  basura,    para ganar a Cristo” (Flp 3:8). Siento  amor  por  la  juventud,  especialmente por  los que comienzan el camino cristiano, y les aconsejo que escuchen  esa  antigua  sentencia  del hombre  más  sabio  del  mundo      —después de Cristo—: “Acuérdate de  tu Creador  en  los días de  tu  juventud”  (Ecl  12:1). Queridos  jóvenes, no presten atención a  las palabras de  los “amigos” que  les  aconsejan en contra de  la vida cristiana, porque ellos aman  las cosas de este mundo, que son temporales, y serán condenados eternamente, si no se   arrepienten de su desobediencia.
Hazte amigo de  los  jóvenes que  llevan una buena conducta en el pueblo de Dios, los que aguardan la manifestación gloriosa de Cristo. “Hijo mío,  si  los  pecadores  te  quisieren  engañar,  no  consientas”  (Pro  1:10).    “La amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Stg 4:4). Cuenta sobre todo con  la amistad del Hijo de Dios, que nunca te fallará: “…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,  hasta el fin del mundo.  Amén” (Mat 28:20). 
Un hombre bueno  tuvo que dejar  su casa  por  unas  semanas,  dejando  sola  su  anciana  esposa,  y  le  dijo  a  ella: “Llama al muchacho de la vecina para acompañarte  y para hacerte  los mandados”.  La  anciana  meditó  por  un minuto;  entonces  dijo: “¡No! Manda buscar  a  Jaime White”.  Jaime  era  un muchacho  pobre  de  la  otra  calle. “¿Por  qué  a  Jaime  White?”  —preguntó  el  esposo.  “¿No  es  de buena familia nuestro vecino?” “Sí —repuso ella— pero vi a este muchacho dando  puntapiés  a  su  perro;  sin  embargo,  cuando  Jaime White  viene  de su  escuela,  lo veo ocupado ayudando a su querida madre, y mientras raja  la leña  para  ella,  su  perro  juguetea  con él,  dando  saltos,  y hasta  le  carga  trozos  de  leña para  la  casa,  y  el  gato  se restriega  contra  sus  piernas,  y  el muchacho  parece  gozar  con  sus  juegos.
Es  la  disposición  de  un  corazón  benigno; es el muchacho que yo quiero”. Jaime  White  obtuvo  la  colocación, viviendo en casa de un hombre rico y ganando  $2.00  semanales. El mundo les  está mirando, muchachos,  y Dios está mirando también.         

En  el  estado de Massashusets, Estados Unidos de América, hace ya años, un  fuego  terrible  que  escapó  de  los bosques, quemó  la mitad de un pueblo  y  se  acercaba  a una  iglesia  y  a  la casa pastoral. Empezaron a mudar los muebles  y  otros  efectos  de  la  casa  a un  solar vacío, dejando a una niña al cuidado de ellos, mientras volvieron a buscar  otras  cosas  que  se  les  quedaban. Cuando volvieron encontraron a la  niña  arrodillada  en  ferviente  oración, diciendo: “¡Oh,  Dios,  salva  a  nuestro  hogar!; ¡oh, Dios, salva a nuestro hogar!; ¡oh, Dios, salva a nuestro hogar!”
El Señor oyó  esa oración  e hizo que se  levantara  un  gran  viento  que,  soplando  en  contra  del  fuego,  lo  hizo tornar hacia atrás, sobre los lugares ya quemados, salvando así a los vecinos, a  la  iglesia  y  al  resto del pueblo. Tened fe en Dios y recordad la oración.

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