La columna del director
Hay un lema de
nuestra iglesia que dice: “Año nuevo, vida nueva; comience con
el año, pero
no envejezca con él,
renueve su vida
de día en día…”
Tenemos que aceptar que es el Espíritu de
Dios, con su
infinita sabiduría, quien nos
está hablando así, pues, comúnmente, empezamos
cada año con buenos
propósitos, con muchas ganas de hacer; pero todo eso dura poco. Las energías
se van desvaneciendo, se diluyen con el paso de los días y los meses, y entonces
volvemos a la monotonía de siempre. Sucede en todas las áreas de la vida, incluyendo
los temas más sagrados: nos
trazamos metas espirituales, nos proponemos
conseguir esto o aquello;
sin embargo, tal
como lo expresa
la parábola del
sembrador, los afanes de
la vida, que
crecen como plantas espinosas por
todos lados, van ahogando esos
deseos de consagración, de trabajo misionero,
de entregarnos con fe en manos
del Espíritu, para que él haga con
nuestro tiempo según
su voluntad. Por eso el lema citado termina diciendo:
“Viva la vida
de Cristo, misteriosa y
verdadera, encubierta para el mundo y revelada
al hombre espiritual, quien goza
y gozará de sus riquezas aquí y allá”. La mayor riqueza que el hombre puede poseer
es este conocimiento que lo
conduce a la
eternidad.
El misterio de Dios
se ha revelado
al hombre en la persona de Cristo, y vivir en Cristo es encontrar placer
en todo lo que nos rodea
y en todo
lo que nos acontece, aunque
implique sacrificio. Cuando vivimos
la vida de
Cristo le encontramos sentido aun
a los momentos difíciles; algo que la mayoría de
la gente no puede
comprender; en cambio
el hombre de Dios sabe
que su Padre en los cielos
lo perfecciona al probar
su fe, lo amolda y
lo pule para hacerlo participar de su gloria. Hermanos,
por la gracia
de Dios hemos terminado otro año,
y si lo vamos a resumir, lo más
importante de todo es
que seguimos con
Cristo, y seguimos anunciando su reino eterno. Pero, al hacer
planes para esta
nueva jornada, medítelo en
oración, no se fije metas a la
ligera; haga propósitos firmes,
comprométase con Dios y
renueve su compromiso de
día en día.
No deje que se le escurra el
tiempo entre las manos,
recuerde que el
tiempo es lo único
que no se
puede recuperar. Aprovéchelo para
hacerse un tesoro en los Cielos. Aprovéchelo
para sentir a Cristo
en su vida.
Aprovéchelo para agradecerle su gran
amor, entregándose a su obra en
cuerpo y alma. Recordemos ese
otro lema que
dice: “Cada nuevo año que aparece en nuestra peregrinación
cristiana es un
eslabón más en nuestra cadena de
esfuerzos, evite que se quiebre, dele su
temple hasta que
alcance la consistencia debida y pueda trabarse del próximo”. Ore y trabaje para que
este año sea de triunfo para usted y para la iglesia, que vuelva a ser un año
de victoria, que sea en verdad un
eslabón que se
añada a nuestro peregrinar
hasta entrar en las
moradas eternas.
Eliezer Simpson Jackson
Presidente de la iglesia en Cuba.
De niño, mientras
crecía al lado de la parroquia de mi pueblo natal, siempre tuve temores. Apenas unos tres metros
separaban mi casa
de aquel templo inmenso y
sombrío, de tejas
acanaladas. Grandes campanas
llamaban a misa a
los fieles del
barrio; a menudo me sobresaltaban
con su cadencia
penetrante. Cada mañana de domingo era torturante. Si me quedaba
en cama, el estruendoso aviso
para el servicio religioso contrariaba
mi sueño. A veces, mientras jugaba, me asomaba por la puerta
lateral que daba al pasillo
de mi casa,
y en una
semi penumbra podía observar
las estatuas inmensas que, a la
tenue luz de las velas, daban una luctuosa visión a
un niño menor
de cinco años. En
ocasiones, las ancianitas que visitaban el santuario me
llamaban, y con mis
temores escondidos, entraba en
aquel lugar que me llenaba de
espanto. A ambos lados había imágenes con
reclinatorios, y al fondo, una escalera en
espiral hasta el altísimo campanario, llena de misterio para
mi mente infantil, y en el centro de la Iglesia, detrás del altar, estaba la mayor
imagen, la que más me
impresionaba. Aquella efigie colosal
tenía la cara desencajada,
estaba semidesnudo, clavado a un madero,
con un rollo de espinos en
su cabeza, entre
lujosas cortinas y antiguas butacas
que completaban la fastuosidad
del lugar. Mis instructoras me
decían que ese era Jesús.
No me gustaba, pero así lo conocí de párvulo. Su imagen solo se suavizaba para
mí cuando en navidad y el día de reyes, lo veía acompañado de figuritas de animales y
de aquellos magos llamados Melchor, Gaspar
y Baltasar, que visitaban
mi casa y
me dejaban juguetes y golosinas,
hasta la noche en que mi
padre me robó
la ilusión, diciéndome que el donante era él.
Cuando tenía
alrededor de cinco años de edad, mi familia se mudó y terminó mi relación
sombría con aquella
edificación llena de incógnitas
y reservas. Desde entonces, el
Jesús que me recibía en casa,
y en casi
todas las que visitaba, era
el Cristo del
Sagrado Corazón: un retrato
del Señor que fue muy popular en nuestro país. Al pasar los
años, mi padre
se hizo un cristiano evangélico
practicante, y a mis
once años me
habló de otro Jesús.
Pero, ¿cómo cambiar entonces
la idea que
sobre él tenía? No obstante,
poco a poco comencé a concebir, por su
instrucción, que Jesús era más que un ídolo; que era corpóreo y etéreo al mismo tiempo
y, por la
fuerza de su amor, me permitió conocerle,
sentirle. A partir
de ese momento lo asocié a mi vida y todavía andamos
juntos.
Sobre su
divina persona hay muy pocos datos
que lo distingan
físicamente. De manera general, los cuadros donde humanizan su
figura lo presentan con
características europeas, algo así como
aunque habitan por
el lugar donde
él nació, no
tienen tales facciones
ni color de piel. Sobre sus
rasgos lo más explícito que ha llegado a
nuestros tiempos, es una carta —cuestionada por algunos historiadores—, que
se le atribuye
a Publio Léntulo, amigo
de Pilatos,quien la escribió al
senado romano. En ella él lo describe así:
“En este tiempo apareció un hombre dotado
de grandes poderes. Se
llama Jesús. Sus discípulos le
llaman Hijo de Dios. Es
de estatura noble
y bien proporcionada, y de rostro
lleno de bondad y al mismo
tiempo de firmeza,
de manera que quienes le
contemplan le aman
y a la vez le temen. Tiene el
cabello de color
vino, lacio y sin lustre, pero de las orejas para abajo
crespo y lustroso. Su frente es
llana y sin
arrugas, todo su rostro sin defecto y adornado de cierta serena hermosura.
Su aspecto es
ingenioso y bondadoso. La nariz y la
boca no tienen defecto alguno; la barba
muy poblada y del mismo color del cabello,
los ojos azules muy brillantes”. Quizá a esto se deba la generalización de
esa idea expandida
en el mundo occidental, y como
tal la
inspiración de los
pintores y escultores
en su difusión de cuadros y
estatuas, que imponen a este Jesús como modelo. En las Sagradas Escrituras no hay descripción
alguna sobre su físico, aunque ochocientos
años antes de
su nacimiento, el profeta Isaías
hablaba de su apariencia poco atractiva; pero es probable que se estuviera
refiriendo a su modo
de vivir, humilde
para quien habría de ser Rey. Su manifestación al mundo no
concordaba con las
ideas del Mesías que
los judíos se
habían formado. Se esperaba
que viniera con pompa,
lujos y belicoso;
en cambio creció como una planta,
silenciosa e ario, aunque los
hombres inadvertidamente, en una región
ni aun tenida por territorio hebreo.
En los
evangelios el Señor
Jesús fue conocido como
“el hijo del
carpintero,” por lo
cual es deducible
que aprendió ese oficio,
ya que entre
los hebreos estos conocimientos
se enseñaban de padres a hijos.
Como carpintero debió ejercitar
la fuerza física, pues
todas las obras de ese
tiempo se realizaban a
mano. Sin embargo,
la religiosidad de José y María,
cuyas palabras y actitudes quedaron
registradas en la Biblia,
indican que estaban
en condiciones de ofrecer al hijo
una correcta formación religiosa. Las
palabras del Señor demuestran un
conocimiento amplísimo de las
enseñanzas de los rabinos de su época.
Inició su ministerio
en las bodas
de Caná, y esto da pié a que algunos eruditos, estudiando los Evangelios
sinópticos, piensen que
antes de sus
actividades en el sur del país, llevó a cabo las del norte,
en Galilea; aunque
esto es difícil asegurarlo,
porque los evangelistas no tenían
la intención de
guardar un orden cronológico
riguroso en su relación
de los sucesos
en la vida
del Señor.
No
obstante, las palabras
de Pedro en Los Hechos 10:37 (“lo que se divulgó por
toda Judea, comenzando desde Galilea,
después del bautismo que
predicó Juan”) parecen
apuntalar, que el ministerio
del Señor comenzó realmente en Galilea. Allí se movía de un lugar
a otro a pie, o en una barca, tratando de
alcanzar toda la
región. Incluso utilizaba la
barca de púlpito o plataforma, para discursar
desde la ribera del
mar. Y trasladándose en
ella, al presentarse una
tempestad, demostró a sus
discípulos que “aún los vientos y el mar le obedecían”.
Muchos
milagros acompañaron su ministerio.
Desde una pesca
milagrosa, hasta la curación
de leprosos, la
liberación de los poseídos por
demonios, la resurrección de muertos, la
curación de ciegos, paralíticos, sordos… Los milagros servían de apoyo a su
predicación: “Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era
glorificado por todos”.
Su estilo de exposición
era sencillo, apelando
a cosas conocidas de la
vida diaria, para llevar la mente de
sus oyentes a grandes y profundas verdades
espirituales.
El Sermón
del Monte demuestra que
tenía una voz
potente, pues enseñaba desde un
monte y era
oído por una gran
muchedumbre (Mat 5:1).
Este sermón es, probablemente, una recopilación de enseñanzas del Señor dadas en
diferentes ocasiones. Aunque
tampoco hay que rechazar la posibilidad de que su contenido haya sido
repetido en varias localidades. Las
parábolas y los dictámenes sapienciales
abundaban en su discurso,
pero al mismo
tiempo, hablaba con un
sentido de autoridad nunca antes conocido, al punto de
que la gente se admiraba de su doctrina .
El autor
de Hebreos nos
dice que el Señor Jesús es “el resplandor de la gloria de Dios,
y la imagen misma
de su sustancia”. Su
absoluta perfección en conducta, palabra y hechos, le permitió a Pedro,
que le conoció
íntimamente, escribir: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su
boca” (1Ped 2:22). El Jesús que amo vino
por su pueblo y para ellos, pero
no le recibieron,
y al rechazarle, nos
permitieron a todos acceder
al cariño de
su promesa eternal:
“Venid a mí todos
los que estáis trabajados y
cargados que yo
los haré descansar” (Mat 11:28).
Él es
el Alfa y
la Omega, primera
y última letras del
alfabeto griego, algo que
nos indica que
Jesús es Señor
de todas las cosas. Mi Jesús
es el Cordero
de Dios, ese título
lo relaciona con la gloria que
le produce su humillación y muerte en
la cruz por los pecados y, al mismo tiempo, la
suprema dignidad que
por esa causa Dios le ha
concedido. El Jesús que yo amo tenía un nombre muy utilizado
entre los judíos, pero que tomaría su
verdadera significación en la obra que haría el Señor para la salvación del
mundo. Este fue el nombre puesto por el ángel que hizo el anuncio de su nacimiento “y
llamarás su nombre
Jesús, porque él salvará
a su pueblo
de sus pecados” (Mat 1:21).
De niño temí su figura
representada en estampas, estatuas, efigies; pero cuando comprendí que él era
más que todo lo que los escultores creen, los pintores imaginan, los orfebres
fabrican, lo asimilé en su justa dimensión. Él es la Vida, la Esperanza, la
Redención, el Camino, la Puerta, la Vid verdadera, el Rey de Reyes, el Fiel y
Verdadero, el Dador de toda buena dádiva. Ese, el Jesús que amo y sirvo, es mi yo,
mi amigo, mi hermano, mi abogado. Y en la medida que pasan los años y la vida
se acorta para mí, el horizonte es más prometedor, con casa y reino en las
galaxias. No sé dónde será, y no me preocupa donde será exactamente, pero el
Jesús que yo amo tiene mi futuro asegurado. Tú también puedes amarle, y cuando
lo hagas, notarás la tremenda diferencia que hace su amor entre los
hombres.
El día que
conocí al
Gigante
Desde el
amanecer mi madre me había dicho
que me portara bien, que
íbamos a ver a
un gran hombre,
y yo me imaginé
enseguida a un hombre alto con cara de malo: un verdadero gigante
de los que, en otro tempo, abundaban en
Anac. Vivíamos a
la entrada de
la nueva Jericó, cerca de la fuente. Hacía días que
los mayores de la ciudad no paraban de hablar en las calles y en las casas. Se comentaba que
el gran hombre había recorrido el
otro lado del
Jordán, que venía de regreso y que muchos de los que
fueron a oírle ya estaban llegando a la ciudad vieja.
Mi papá se
fue desde temprano con sus amigos al camino del vado. Mi madre se arregló como
para ir a una boda; luego me puso la
ropa nueva, me peinó y salimos. En el espacioso sendero que hay entre la
Jericó vieja, y la nueva, nos reunimos con otras mujeres que también habían llevado
a sus hijos. Los
muchachos nos pusimos
a jugar con piedras
a la orilla del
camino, mientras nuestras madres
se apartaban para
conversar. Cerca del mediodía
se oyó un clamor en vuelta de la ciudad vieja.
Yo nunca
había visto tanta
gente reunida, ni siquiera el año anterior, cuando fuimos a
Jerusalén. El murmullo
creció tanto que
los muchachos nos asustamos.
Soltamos las piedras y corrimos a
donde estaban nuestras madres. El gento
se acercaba y
el ruido de las voces era como el retumbar del río crecido. Unos
muchachos mayores pasaron
corriendo frente a
nosotros y gritaron:
“¡Ya viene, ya viene!”.
En ese momento
volví a recordar al gigante y apreté los brazos de mi madre. Un hombre
montado en un
burro pasó en la misma dirección de
los muchachos y
dijo: “¡Hay que sacar
agua, la gente viene
cansada y sedienta!”.
En verdad hacía mucho
calor. Yo tenía
la garganta seca por el polvo. Dos
hombres venían a paso rápido
apartando a las personas.
Un poco más atrás un
grupo de fariseos se acercaban
en mulas.
Después que
ellos pasaron pudimos distinguir a unos
hombres de aspecto
vulgar. Cerca de
nosotros alguien dijo: “¡Son
galileos!”. El que venía
en medio de ellos era
un poquito más alto. En la apariencia no se diferenciaba mucho del resto, aunque su manto
púrpura era muy hermoso. Cuando
estuvieron casi delante
de nosotros, noté algo
en su cara
que me dio tristeza
y alegría al
mismo tiempo. Mientras avanzaban, a nuestro alrededor la gente decía:
“Ese es”, “aquel, aquel”, “ahí va el
galileo”. Yo seguí mirando para
encontrar al gi-gante. Detrás de
ellos marchaba una
procesión; sin embargo, nadie sobre-salía
por su estatura.
Pensé que el hombre
grande no venía.
Mi madre me la multitud.
Todas las mujeres
y los niños caminábamos detrás de la pro-cesión. Nos detuvimos en
los alrededores de la
fuente, a la entrada de la ciudad
nueva. No podíamos
pasar al centro del gento. Al
rato oímos la voz de un hombre que estaba dando una enseñanza. Yo
nunca había oído
una enseñanza en público. Algunas mujeres cargaron
a sus hijos
y lograron pasar a la fuerza.
Mi
madre las siguió conmigo a
rastras. El del manto
púrpura era el que hablaba.
Los fariseos le hacían
preguntas y él
respondía para que todos
oyeran. El grupo
de madres trató de acercarse a él y los
que lo
acompañaban las apartaron
bruscamente. En seguida el del
manto hermoso los
regañó y dijo
muy alto: “Dejad que
los niños vengan
a mí, no se lo
impidáis”. Los escribas
y maestros de la ley pusieron mala cara y mandaron a sacar a las mujeres
con los chiquillos; pero el Maestro
volvió a decir: “¡Ay del que estorbe a uno de estos inocentes”. Entonces
acarició a los más chicos, abrazó a los más
crecidos y los bendecía a todos. A mí me daba
pena acercarme. Mi madre me
puso una mano en la espalda
y me empujó cerca de él. Yo tenía casi nueve años.
El del manto
púrpura me miró fjamente.
Me puse
nervioso; sin embargo su mirada me dio alivio. Tenía los ojos como
la miel y su cara tranquila,
parecía que iba
a sonreír. Estró su derecha y,
lentamente, yo le di la mía. Me
acercó a él,
pasó sus dedos por el pelo que mi madre había peinado con esmero
y me bendijo. Entonces habló
a los que
nos rodeaban: “Si
no os volviereis
como este niño, no
entraréis al Reino
de los Cielos”. Luego
nos despidió y siguió hablando
con los hombres.
Mi madre y
las otras mujeres nos llevaron fuera del círculo de
personas y regresamos a casa. Yo
no quería irme; pero ella dijo
que papá se molestaría si
nos demorábamos. Antes de
entrar le pregunté:
“Mamá, ¿por qué no vino
el gigante?” “¿Qué
gigante?”, dijo ella.
“El gran hombre, mamá,
del que me
hablaste por la mañana”.
“Ah”, me respondió,
“no entendiste bien; un gran
hombre no es un
gigante, un gran
hombre es aquel que tene un
corazón de niño”.
Entonces comprendí que era más que un gigante
el que había puesto su mano sobre mí.
*Por el miembro de la Brigada de Luz
Eric Adrián Pérez González
Luis Carlos
Mompié Olivera
Como el
silbo apacible y delicado que apreció Elías en Horeb, así llegué a tu vida. En la quietud y serenidad de un corazón arrepentido
encuentro espacio para mi gracia.
Alégrate, gózate, levántate
porque ha llegado tu luz. Lo que ofrezco tiene el precio de mi sangre que todavía tiene
vigencia para perdonar y
transformar corazones. Dile a otros de
mi amor y
poder. Amén.
Superte.
Sergio González
Gabriel
Alemán
No con tus fuerzas sino con mi Espíritu. Entrégate
en mis brazos. Acércate cada día a mí y podrás conocer mi manifestación, en
la obediencia está mi
bendición. Cuida mi
Espíritu. Amén.
Superte. Humberto Delfino
Juan Reyes
Rodríguez
Juan, te doy
mi Espíritu Santo porque he visto tu entrega por mí. Yo te
escogí desde muy temprano, te
bendigo porque me agrada tu
fidelidad. Joven de gran
valor. Hoy me gozo en
darte mi Espíritu, porque quiero usarte con más valor, déjate
guiar y sé
ejemplo de los fieles.
¿Es todo Señor? Es todo, decláralo. Amén.
Superte.
Juan Charón Peregrín
Anayanci
Matos Navarro
Como
a la mujer
samaritana que le brindé del agua que salta para vida eterna,
así te he dado a ti; mira que el gozo que sientes
es verdadero. Cuídalo porque has sido coronada por mí, que Soy el
que Soy. Amén. Joven, te espero aquí en mi gloria, para que te sigas gozando. Amén.
Superte.
Juan Charón Peregrín
Midalis
Brocard Guilarte
Como perdoné
a la mujer pecadora, a ti yo también te perdono; mira lo que hago por ti. No
más descuidos porque no siempre tendrán la oportunidad de recibir el perdón.
Midalis, sé más humilde, con temor en tu corazón para que no te venga algo
peor. El fin, el fin se acerca y quiero que todo mi pueblo esté preparado para ese
día que será muy pronto; estén alertas, muy alertas. Amén.
Superte. Juan Charón Peregrín
“...el buen
pastor su vida da por las ovejas. Mas
el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias
las ovejas, ve
venir al lobo y deja
las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa”.
Juan 10:11-12.
Carta de una
madre:
Pastor, aún
conservo fresco en la memoria
el día en que le dediqué mi hijo al Señor, fue todo muy humilde, no hubo
fiesta; pero mi corazón sal-taba de gozo. No me fue fácil encontrar
al padrino y la madrina; aunque no le di
mucha importancia a eso, yo solo quería que usted lo bendijera, y me pareció que lo hizo con
amor. En lo adelante, yo contaba los días y los años; quería ver crecer a mi
bebé, y verlo compartir con los otros niños
de la iglesia;
que cantara, jugara
y sonriera con ellos;
sin embargo no fue así. Reconozco que mi esposo no era fiel, que yo
no tenía una
buena preparación; pero él, él era
tan solo un niño que dediqué al
Señor, y, no obstante, todos
buscaban la manera de evitarlo.
“Por favor
Pastor”, le pedí
un día, “ayude a mi hijo, él
quiere cantar, y nunca le dan la
oportunidad”. “Veré que puedo
hacer”, me dijo usted,
y más tarde añadió: “Es que... él
no lo hace muy bien ¿sabe?,
hay otros...” “Trate de enseñarle
otra cosa”. Me costó trabajo hacerlo
cambiar de idea; pero se
esforzó y memorizó una
poesía, y otra,
y otra más;
no obstante, tampoco hubo
oportunidad para él. De nuevo le
pedí ayuda y solo recibí su respuesta de costumbre: “Veré que puedo hacer”.
Mientras tanto, mi
hijo iba creciendo. Al sentirse rechazado buscó
otras amistades. ¡Claro!,
los muchachos buenos ya
no quisieron acercarse más
a él. Por
doquier se oía:
“¡Cuidado!
Anda con malas compañías”. Y volví a
pedirle ayuda; usted solo me dijo:
“Veré que puedo
hacer”. Pero todo quedaba ahí.
Usted tenía cursos, conferencias, trabajos, planes; no había tempo (yo lo comprendo)
para atender a un niño descarriado.
Y así pasó
el tempo; se le escapó la bella oportunidad de hacer algo por mi hijo;
cuando trató, ya el chico estaba en serios problemas y fue a
la cárcel. Aun así,
le pedí de nuevo que hiciera algo
por él; además,
él solicitaba su presencia.
Usted me dijo: “Veré
que puedo hacer”.
Sin embargo, su agenda
estaba muy, pero muy apretada. En
mi pena sin fin, en lo más hondo de mi
dolor, clamé al
cielo, era mi única esperanza, y,
¿sabe?, una noche, dentro de aquella oscura celda en la
que mi hijo
esperaba a que usted
lo visitara, se le apareció una tenue luz,
y seguidamente a
él le pareció ver
una figura hermosa; luego distinguió a un hombre que se le
acercaba. “¿Quién eres?”, le preguntó mi
muchacho; “¿el pastor
te encargó que vinieras?”.
El hombre llegó justo a donde estaba él, y con dulce acento
le dijo: “Yo soy
Jesús, el buen
Pastor; yo también esperaba que él
viniera, pero como
no lo hizo, vine yo”.
Le escribo
porque, aunque ya no hace falta que
ayude a mi hijo,
quizás haya alguna madre desesperada, que le esté
preguntando en esta misma hora: “Pastor, ¿cuándo vas a ayudar
a mi hijo?”.
Desafíos Pastorales. Parte II.
Por el pastor Raimel Barrios Izquierdo
En el
presente la iglesia necesita modificar la forma en que evaluamos el
éxito, y creo que es un gran desafío. Anhelamos
profundamente ser exitosos en nuestro trabajo ministerial, y,
en la misma
medida, tememos al fracaso personal y pastoral, y casi siempre juzgamos
el temor como
algo negativo; pero
esa mezcla de anhelo y temor bien
puede ser de bendición; todo depende
de cómo respondamos al temor.
El verdadero
éxito no se mide por el carisma personal
o porque nos sigan grandes multitudes. Esa
es la idea que tiene el mundo acerca del éxito. Tampoco
se mide poniendo de manifiesto los dones
espirituales. La unción
y los dones
espirituales no son evidencia de que Dios esté complacido. El
señor Jesucristo nos dice: “Muchos me
dirán en aquel
día:
Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu
nombre, y en
tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros?
Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad” (Mat 7:22-23). El apóstol
Pablo confesa: “...golpeo
mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no
sea que habiendo
sido heraldo para otros,
yo mismo venga a ser eliminado”
(1Co 9:27).
En Éxodo
17:1-7, vemos un
incidente en que
Dios le dice a
Moisés: "Y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas". Luego se le dice: "Y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará
su agua". Moisés
se aproxima, da su
breve discurso, golpea la peña dos veces y... brota agua abundantemente (Números 20). Note que el agua salió en
cantidad abundante. Aquí se
encuentra la primera cosa
digna de tomar
en cuenta. Él fue un hombre
exitoso. La gente tenía
sed. Él golpeó
la peña y el agua salió en abundancia y
la necesidad fue
suplida. Si se observa
esto, hablando humanamente,
se podría decir
que el trabajo
fue hecho. Fue
algo bien hecho.
Pero lo cierto
es que no fue
así. ¡Fue el más grande fracaso de Moisés! Por causa de este
pecado, él no
pudo entrar en
la tierra de Canaán.
Todo lo que Moisés hizo, toda su fidelidad,
toda su intercesión,
toda el agua provista,
se opacaron por
culpa de este pecado.
Necesitamos tener cuidado. Dios
no busca sólo los resultados. Él quiere que las cosas se hagan a su manera.
La santidad de
Dios es exaltada cuando
se le sirve
en obediencia. Y sólo
así puede el ministerio de
alguien ser contado como exitoso.
Después de
tres años y medio
de ministerio, Jesús no tenía la apariencia de ser un hombre
de éxito. Muchos
de sus seguidores lo abandonaron,
y hasta uno de los doce apóstoles lo traicionó.
Llegó un momento en
que Cristo parecía ser todo un
fracaso al colgar de una cruz. Sin embargo, fue el campeón más grande
de todos los
tempos.
¿Cómo, entonces, mide Dios el
éxito? Según nos ajustemos
a su voluntad, porque entonces
nuestras obras permanecen.
La cruz fue
la voluntad del Padre
para el Hijo
y solo a
través de ella llegó el más
rotundo de sus triunfos.
Por eso cuando
Jesús anunció a sus discípulos que iba a Jerusalén para ser entregado en manos
de pecadores y luego crucificado,
Pedro clamó: “Señor, ten compasión de t; en ninguna manera
esto te acontezca”
(Mt.16:22), y el
Señor lo reprendió
duramente. Satanás no
tolera la cruz
en ninguna forma, ya
sea como instrumento
de muerte o
como estilo de vida,
y hará cualquier
cosa para mantenernos
separados de ella.
Re cuerda que el éxito es otra forma de derrota si se
olvidan las prioridades, y nuestra prioridad número uno es la de tener
una estrecha relación
de amor con nuestro Padre
celestial. El mayor deseo
del apóstol Pablo
era ganar a Cristo,
no solamente tener un
gran ministerio: “cuantas
cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de
Cristo.
Y ciertamente,
aun estimo todas
las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he
perdido todo, y lo
tengo por basura, para ganar a Cristo” (Flp 3:78). Y cuando
tenemos a Cristo brota de manera natural
un profundo deseo de
servirle en cualquier
lugar que Dios determine,
sea en un
lugar “grande” o en
uno “pequeño”; no hay
obras pequeñas para
Dios, así que debemos
considerar un honor servir a Dios en cualquier sito de su viña, porque el verdadero éxito consiste
en servir a Dios con integridad y obediencia.
Encontré un
poema de autor desconocido, que
transcribo por su belleza y pertenencia en este tema: Maestro, ¿dónde trabajaré
hoy? Y mi amor fluyó cálido y
libre. Me señaló un lugarcito y me
dijo: “Atiende eso para mí”. Pero le respondí
rápidamente: “Oh, no. Ahí no; ese
lugarcito no es para mí. Porque nadie
lo verá Por bien que hiciera mi trabajo.
Ese lugarcito no es para mí”. La palabra que me habló, no fue dura,
Me contestó tiernamente: “Discípulo, mira tu corazón. ¿Trabajas para mí o para ellos? Nazaret era
un lugarcito y
también Galilea” .
Debemos estar
conscientes de que en la vida habrá ocasiones en que no nos
agradecerán, ni seremos recompensados por el
arduo trabajo realizado,
incluso por otros
cristianos, ni por los que están
sobre nosotros en el Señor. Tendremos victoria al adoptar la actitud
descrita en Colosenses 3:23-24: “Y
todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como
para el Señor y no para los hombres;
sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo
el Señor servís”. Recuerda que “tu
Padre que ve en lo secreto
te recompensará en público” (Mt. 6:4). Asegúrese de trabajar para el
Señor y no para el hombre, ese será
tu más grande
éxito ministerial, y el mayor reconocimiento público
que debes anhelar
es escuchar las
palabras hermosas de tu maestro: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el
reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mat 25:34).
El Nuevo
Empleado*
En el restaurante La Pechuga, trabajaba de mesera una tiñosa, llamada Bertiña.
Aunque era muy limpia y educada, a
los clientes les daba asco que ella sirviera la comida.
—Pide
trabajo en la funeraria, allí necesitan empleados —le sugirió
el dueño del lugar a Bertiña,
al ver cómo estaba perdiendo la
clientela.
Bertiña le
suplicó que no
la despidiera, pues
tenía cuatro tiñositos que mantener.
El dueño,
compadecido, la dejó continuar. Ella era la mejor mesera
del restaurante; sin
embargo, los clientes cada vez
eran menos. Bertiña tuvo que irse. Estuvo alicaída y piquivirada muchos días,
sin conseguir trabajo, hasta que la
llamaron de la Escuela de Pilotos
para que impartiera clases de vuelo. Enseguida se ganó el cariño y respeto
de los aviadores. Resultó ser
una excelente maestra, nadie
superaba la elegancia y destreza
de su vuelo.
El dueño de
La Pechuga contrató a un gato relamido para sustituir a Bertiña. Poco a poco la
clientela volvió a crecer, al percatarse de cómo el nuevo empleado, cada
vez que tenía
un rato libre
se lavaba las manos y las orejas. Atendidos por el gato, los clientes comían con gusto, sin
sospechar que el muy
pícaro manoseaba la comida antes
de llevarla a las
mesas, cogiendo de cada plato cuanto deseaba.
*Pérez González, Eric Adrián.
La casa de los trabacuentos.
Editorial unicornio.
La Habana, 2003.
Historia**
Un ajo cayó
en la olla Por besar a una cebolla. Es una historia de amor
Que me contó
un tenedor.
**Del escritor habanero
Evasio Pérez González.
Cuentan de
un sabio que un día Tan pobre y mísero
estaba, Que solo se sustentaba De unas
hierbas que cogía. — ¿Habrá otro —entre sí
decía— Más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió Halló la
respuesta, viendo Que iba otro sabio cogiendo Las hojas que él arrojó.
Pedro Calderón de la Barca
¿Pueden los
cristianos comer de todo? La
suposición de que
los cristianos pueden comer los alimentos que en la Ley están declarados inmundos, surgió por la
deliberada tergiversación de las
Escrituras, por varios
motivos y en diferentes etapas de la iglesia primitiva.
La mayoría de los
creyentes desconocen la historia de cómo se llegó a esta herejía, y aceptan, sin
un análisis profundo,
esta creencia tan generalizada; pero
no vamos a contar cómo evolucionó
este error durante la época en que
la iglesia se estableció
en la Roma pagana;
mejor veamos este asunto
únicamente a la luz de las
Escrituras Sagradas; pues si
alguien quiere ser sincero,
tiene que aceptar que EN NINGUNA DE LAS OCASIONES EN
QUE SE HABLA
DE ALIMENTOS EN LA
BIBLIA, Y ESPECIALMENTE EN EL
NUEVO TESTAMENTO (NT), SE ESTÁ PONIENDO EN DUDA LA VALIDEZ DE
LA LEY DE SALUBRIDAD.
Todas los debates acerca de las comidas en el NT se escribieron dando por
hecho que los destinatarios de esos escritos
conocían y practicaban
la ley de salubridad,
pues, aunque algunos eran
de origen pagano,
ya estaban familiarizados con
el judaísmo, y
en el ámbito de la iglesia
se practicaba, como
algo sin discusión,
el régimen alimentario judío.
Es muy importante
que se tenga
esto en cuenta a la hora de leer algunos
pasajes para no cometer
el error de mal
interpretarlos: Los escritores de los Evangelios y de las
epístolas practicaban la dieta
bíblica, y si no son más explícitos en su redacción de esos
temas, es por-que daban por sentado que sus lectores tenían pleno conocimiento de este hecho. Repito: En ninguna de ocasiones en
que se habla
de alimentos en el NT, se está
poniendo en duda la vigencia de la ley de salubridad.
Cuando se
trata ese tópico,
en algunos casos se valora si
comer con las manos sin lavar
hace impuros los alimentos;
o si participar
de ellos en compañía
de gentiles era compartir
la impureza de
estos; o si en verdad Dios
consideraba a los gentiles tan inmundos
como a los animales desclasificados en la Ley; o si era
pecado comer la
carne de un animal que había sido sacrificado a los ídolos; o
simplemente, si se debía o no comer carne, ya que algunos creyentes
eran totalmente vegetarianos y
querían imponerle esta disciplina
a los demás.
Publicamos a
continuación un extracto del estudio
del finado obispo
Buenaventura Luis, que amplía el
tema y ex-plica con claridad
el contenido de los
versículos que generalmente
son mal interpretados. Si
usted busca la verdad, juzgue
imparcialmente, lea hasta el final este
artículo y deje que Dios le hable.
________________________
Según podemos
leer en Levítico capítulo
11, y en Deuteronomio capítulo 14, Dios, por medio de Moisés,
enseñó a su pueblo a hacer diferencia entre los animales limpios
y los inmundos. Les dio una ley que permite comer unos y no los otros; pero
no debemos creer que
fue la ley
quien hizo inmundos
a los animales inmundos.
La ley no creó
ni transformó algún
animal, solamente declaró la diferencia existente desde el principio
entre los animales creados por Dios, cuya
naturaleza y sustancia no sabemos
que haya variado alguna vez.
No todas las carnes son iguales. Dios mismo hizo
diferencia entre los animales limpios y los inmundos, cuando Noé
preparaba el arca,
mucho tiempo antes de ser escritas
las leyes del Pentateuco:
“Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda
tu casa en
el arca; porque a ti he visto
justo delante de mí en esta generación.
De todo animal
limpio tomarás siete parejas,
macho y su hembra; mas de los animales
que no son
limpios, una pareja,
el macho y su hembra” (Gén 7:1-2). Eso
demuestra que, desde
la misma creación del mundo,
la carne de
cada especie de animal
es diferente, siendo algunas venenosas, otras de difícil asimilación
por el hombre
y otras más digeribles.
No todas
las carnes nutren por
igual ni todas tienen
la misma influencia sobre
la salud, el
carácter y conducta de las
personas que las ingieren, y por
lo mismo de
los pueblos; esta es una de las razones por las cuales Dios reglamentó el régimen
alimenticio de sus hijos. No todas
las leyes del
Antiguo Testamento (AT) fueron
abolidas. En el NT aparecen
distintos pasajes que aparentemente
indican la nulidad de la ley
de salubridad alimenticia dictada por Dios; pero estos pasajes, al igual que
otras expresiones bíblicas que se presentan
a diversas interpretaciones, deben
ser estudiadas con imparcialidad
y en oración, para
poderlas entender correctamente.
Es verdad
que muchas de las leyes que se encuentran en el AT son relativas al modo
provisional de alcanzar limpieza y el
perdón de los pecados, mediante ceremonias simbólicas
que prefiguraban el sacrificio de
Cristo. También es verdad que tales leyes quedaron abolidas al efectuarse el verdadero
sacrificio del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Pero también es
verdad que las leyes de
salubridad del AT no fueron dadas para simbolizar al Cristo que había
de venir, sino
para preservar la pureza
física y moral del pueblo
escogido. Lo que antes resultaba abominable
para Dios, lo sigue siendo ahora.
Los antiguos tenían que
ser rociados con agua
y sangre de
animales, y practicar diversos
lavamientos para quitar sus inmundicias;
ahora la sangre de Jesucristo
es la que nos limpia de todo pecado
y contaminación; pero nosotros,
al igual que los antiguos,
debemos mantenernos alejados del pecado y de
toda suciedad (Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice
el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2Co 6:17).
El NT confirma
la ley de
salubridad alimenticia. En
1 Pedro 1:15-16 se puede leer:
“…como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está:
Sed santos, porque
yo soy santo”. Cuando el apóstol Pedro
dijo esto, lo dijo
confirmando la vigencia
y autoridad de un texto del AT
que puede leerse, precisamente, en el mismo capítulo donde Dios declara cuáles
son los animales que
el hombre puede
comer y cuáles no: “Porque yo
soy Jehová vuestro Dios;
vosotros por tanto
os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que
no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la
tierra. Porque yo soy
Jehová, que os hago subir
de la tierra
de Egipto para ser vuestro Dios:
seréis, pues, santos, porque
yo soy santo.
Esta
es la ley acerca
de las bestias,
y las aves,
y todo ser viviente
que se mueve
en las aguas,
y todo animal que
se arrastra sobre
la tierra, para hacer diferencia entre lo inmundo y lo
limpio, y entre los animales
que se pueden
comer y los animales
que no se
pueden comer” (Lev 11:44-47). ¿Limpió Jesús
a los animales? Muchas personas
interpretan Mateo 15:1-20 y
Marcos 7:1-23 como una clara
indicación de que
Jesucristo limpió los animales
inmundos, y para ello hacen resaltar estas frases: “No lo
que entra en la
boca contamina al
hombre”, y “esto decía,
haciendo limpios todos
los alimentos”; pero estas frases no deben ser consideradas aisladamente,
sino en su
contexto, para poder
comprender a qué se
refieren (leer cuidadosamente los textos de Mateo y Marcos).
Hoy en día
casi todos reconocemos los peligros de la falta de higiene, sobre todo en la
manipulación de los
alimentos, y Jesús no
ignoraba esto; pero
él quiso dejar en claro que comer con las manos por
lavar podía, en todo
caso, afectar la salud
del cuerpo, cosa
de menor importancia si
se compara con el
peligro de contaminar
el alma con los malos pensamientos, las fornicaciones, etc.
Sabía también el Señor
que aquellos que le
criticaban se habían lavado
siete veces las manos
antes de comer; en cambio tenían
el corazón y la mente
corrompidos, y estos
contaminaban sus bocas más
de lo que podía hacerlo
un alimento saludable,
tomado con poca higiene. En
esa ocasión nada se estaba
tratando acerca de carnes
de animales inmundos, sino
de alimentos supuestamente
inmundos por haberlos
tomado con las manos sin lavar ( Mat 15:20; Mar 7:2).
Si Cristo
hubiera declarado limpios los
animales inmundos, él y sus discípulos los
hubieran comido, y la censura de
los fariseos hubiera sido entonces
más decisiva por
haber traspasado la ley, en cambio ellos solo le criticaron
por traspasar la tradición de
los ancianos (Mat
15:2; Mar 7:3). Marcos termina este pasaje afirmando: “Esto decía
haciendo limpios todos
los alimentos”. La
definición de la
palabra alimento es la siguiente:
“Cualquier sustancia que sirve
para nutrir”; así
que cuando hablamos de
alimentos, o de comidas, no nos referimos a la totalidad de las plantas y animales existentes, ya que
muchas especies, lejos de
ser nutritivas, no
son comestibles por ser
venenosas o, simplemente amargas.
Cuando hablamos de comidas
nos referimos solo
a lo que
acostumbramos a ingerir, y con ese mismo significado está
usada la palabra
alimentos en el texto citado. Así,
pues, lo que el
Señor hizo limpio (o, más precisamente, declaró limpios)
en aquella ocasión no fueron
las carnes de animales
inmundos, sino sustancias alimenticias que
aun los fariseos
más escrupulosos aceptaban como
alimento, vianda o
comida, pero que,
según ellos, estaban contaminadas por haber sido tocados con las
manos sin lavar.
Pedro,
mata y
come. Algunos años después de la resurrección del Señor, el apóstol
Pedro tuvo una visión
en que le fueron
mostrados conjuntamente animales limpios
y no limpios
(Hech 10:10-16). Este pasaje y
las palabras “mata y come”, han
servido de confusión a muchos
que las han interpretado con
ligereza. El mismo Pedro no entendió
de momento el sentido
de la revelación,
y mientras meditaba en ella, el
Espíritu Santo le habló
de nuevo para
hacerle entender que aquellos
animales que le
fueron mostrados en visión
representaban a judíos y gentiles
juntamente incorporados a la iglesia. Tengamos
en cuenta que una de las
principales reglas de la hermenéutica es reconocer cuando la Palabra de Dios se
interpreta a sí misma, y más adelante tenemos un
ejemplo de esto,
pues el mismo apóstol declara:“…pero a mí me ha mostrado
Dios que a ningún hombre
llame común o inmundo” (Hech 10:28).
La declaración
de Pedro de que jamás había entrado
en su boca cosa
común o inmunda, es demostrativa de que
para él todavía
eran inmundos todos los animales que la
ley declaraba como tales,
y eso prueba
que Jesús no le había
enseñado lo contrario, y
por supuesto ellos
(sus discípulos) no tenían
autoridad para abrogar los
mandamientos de Dios; por tanto no pudieron hacerlo a partir de
entonces. Después de aquel
incidente, cuando los demás apóstoles
y los que estaban en
Judea supieron que
Pedro había entrado en casa de
Cornelio, disputaron con él
(¿Por qué has
entrado en casa de
hombres incircuncisos, y
has comido con ellos? Hech 11:3); pues hay una ley que establece diferencia
entre los animales limpios y los inmundos,
y había otra, con carácter ritual, que establecía diferencia entre los hombres
limpios y los inmundos, o
sea, entre judíos ( C i r c u n c i d a d o s ) y g
e n t i l e s (Incircuncisos).
La
diferencia entre los animales,
además de ser legal, es natural (conforme a
la creación de cada
especie) y permanente; sin embargo,
la diferencia entre
los hombres era
solamente legal, y
transitoria, ya que toda
la humanidad tiene
una sola naturaleza física en
Adán, y al ser desplazada la parte
ceremonial de la ley,
todos los fieles,
judíos y gentiles, tenemos una misma
naturaleza espiritual en
Cristo, quien derribó
la pared intermedia de
separación racial (Efe 2:11-18; Col 2:14). ¡Cristo no murió
por los animales!; él no
vino a limpiar
con su sangre
la naturaleza inmunda de
los animales, sino de los hombres
que en otro tiempo eran inmundos,
representados por animales en la
visión que tuvo Pedro. Comed sin
preguntar. Otros pasajes del NT tratan también de alimentos inmundos; pero
no por su
naturaleza, sino por haber
sido dedicados a los espíritus inmundos, o sea, a los
ídolos.
El capítulo
8 de la
primera epístola a los
corintios, y los
versículos 19 al 31 del
capítulo 10 de la misma epístola, se refieren solamente a esos sacrificios. Todavía en los días actuales hay personas
que consagran a sus ídolos carnes, frutas y
otras comidas que
después ingieren. Los creyentes debemos evitar participar de tales comidas; no porque esos alimentos se
hayan vuelto inmundos al ser dedicados
a los
ídolos, pues en realidad, en sí mismos no han sufrido alteración
alguna, ya que
“el ídolo nada es”.
Pablo enseñaba que no
se debían comer esas carnes en honor a
los ídolos, o dar
la apariencia de
ello de manera que otros
se pudieran confundir,
no obstante dijo que los
creyentes no debían entrar en muchas
averiguaciones al respecto si
eran invitados a
comer por personas no
convertidas, ni tampoco al comprar carne, aun a sabiendas de
que un animal sacrificado a los ídolos
podía estar en
venta en cualquier carnicería (1Cor 10:25-27). Eso sí,
¡no se debe confundir
una cosa con
otra! Pablo recomendó no
averiguar si una carne
fue ofrecida o
no a los ídolos; pero eso no significa que él diera licencia
para aceptar carne de animales ahogados o de animales
inmundos.
Todas las
cosas, a la verdad, son limpias.
Hay muchos religiosos
que toman como apoyo el capítulo 14 de
rancia con ellos, ya que les quedaba ese rezago de
sus antiguas costumbres, quizás debido
a que eran
recién convertidos. Pablo mismo
se declaró dispuesto
a privarse de
un alimento limpio
para no escandalizar
a los que lo
consideraban inmundo equivocadamente. Lo importante no era comer o
dejar de comer lo bueno, sino mantener
la unión y
la paz entre
los hermanos. Nadie os
juzgue en comidas
o en bebidas. También
Colosenses 2:16 17 ha sido
interpretado por muchos como una
clara indicación de que todas las regulaciones
alimenticias del AT quedaron
abolidas.
Allí dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o
en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo
cual es sombra de lo que ha de
venir; pero el
cuerpo es de
Cristo”. ¿Se refiere este texto a las carnes de animales inmundos?
Por supuesto que no; ya está dicho que la ley
de salubridad no fue dada para
simbolizar el sacrificio de
Cristo. Ahora bien, ¿tenían las sombras, o ceremonias pre-figurativas
del sacrificio del Señor, algo que ver con comidas? Sí (ver Éx 12:3-8; Lev 7:11-15; Núm 15:2-5).
En esos pasajes, como
en otros muchos
del AT, la carne de
los animales sacrificados
tenía que ser
comida por los
oficiantes y los oferentes, junto con otros alimentos de
procedencia vegetal (espigas, pan,
aceite, vino…). A
estas comidas y bebidas y a los
días de fiestas solemnes que incluían días de reposo ceremoniales*, es a lo que
se refiere
Pablo en Col
2:16.
__________________________________________________________________
*Los sábados
o días de
reposo obligatorio (ceremoniales)
en las fiestas podían caer en cualquier día
de la semana;
no deben ser
confundidos con el sábado del séptimo día. Romanos para
enseñar que se
puede comer de todos
los animales (Rom 14:1-6). Muchos
interpretan que los flacos o débiles de quienes se habla allí
eran creyentes que se abstenían de comer carnes inmundas, señalando como firmes
en la fe a los que sí
las comían. Esa interpretación es
errónea. Nótese que en ese capítulo no se llama débil al que era capaz de
comer carne de
ani-males limpios, sino al que se
abstenía de todo tipo
de carne, alimentándose
exclusivamente de vegetales.
Se trataba
de cristianos procedentes del judaísmo
(esenios) y del
paganismo (pitagóricos y
otros grupos que creían en
la reencarnación y
pensaban que podían estar
comiéndose a una persona reencarnada
en un animal),
que se sentían obligados
a abstenerse de la carne, unos
permanentemente (versículo 2), y
otros solo en
ciertos días (versículo 5), tal
como han observado los católicos
los viernes santos y otros días de su calendario litúrgico. Entendamos entonces, que
en ese pasaje Pablo
no trató de
allanar una disputa entre
creyentes que comían carnes
limpias y otros
que supuestamente comían
animales inmundos; la discordia
era entre creyentes
que comían carnes limpias y
creyentes vegetarianos.
Se habían
formado dos bandos de los cuales ninguno
aceptaba el régimen alimentario del
otro. El apóstol sabía que de suyo, en sí mismo, allí
no había nada inmundo, todas las cosas sobre
las que se discutía eran limpias.
Él no aceptaba
la tesis de los
vegetarianos, por lo
que la calificó
de debilidad, aunque, para no
lastimarlos, recomendó a los demás usar de tolerancia con ellos, ya que
les quedaba ese rezago de sus
antiguas costumbres, quizás debido
a que eran
recién convertidos. Pablo mismo
se declaró dispuesto
a privarse de
un alimento limpio
para no escandalizar
a los que lo
consideraban inmundo equivocadamente. Lo importante no era comer o
dejar de comer lo bueno, sino mantener
la unión y la paz
entre los hermanos.
Nadie os
juzgue en comidas
o en bebidas. También
Colosenses 2:16-17 ha sido
interpretado por muchos como una
clara indicación de que todas las regulaciones
alimenticias del AT quedaron
abolidas. Allí dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en
bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual
es sombra de lo que ha de venir; pero
el cuerpo es
de Cristo”. ¿Se refiere este
texto a las carnes de animales inmundos?
Por supuesto que no; ya está dicho que la ley
de salubridad no fue dada para
simbolizar el sacrificio de
Cristo.
Ahora bien, ¿tenían las sombras, o ceremonias pre
figurativas del sacrificio del Señor, algo que ver con comidas? Sí (ver Éx 12:3-8; Lev 7:11-15; Núm 15:2-5).
En esos pasajes, como
en otros muchos
del AT, la carne de
los animales sacrificados
tenía que ser
comida por los
oficiantes y los oferentes, junto con otros alimentos de
procedencia vegetal (espigas, pan,
aceite, vino…( A estas comidas y bebidas y a los días de fiestas solemnes que incluían
días de reposo ceremoniales*, es a lo que se refiere Pablo en Col 2:16.
__________________________________________________________________
*Los sábados
o días de
reposo obligatorio (ceremoniales)
en las fiestas podían caer en cualquier día
de la semana;
no deben ser
confundidos con el sábado del séptimo día. En
realidad los cristianos de
Colosas no comían carnes
de animales inmundos, ni habían pasado por
alto (como nunca lo hizo Pablo) la observancia del séptimo día. Ellos
simplemente estaban siendo inquietados y juzgados por los judíos
debido a que no
participaban de las ceremonias religiosas que no tenían eficacia después del
sacrificio de Cristo.
Todo lo que Dios creó es bueno, y nada hay que
desechar. “Pero el Espíritu
dice claramente que
en los postreros tiempos algunos apostatarán de la
fe, escuchando a espíritus
engañadores y a
doctrinas de demonios; por
la hipocresía de mentirosos
que, teniendo cauterizada la
conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse
de alimentos que Dios creó
para que con
acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad” (1Ti
4:1-3). Aquí el apóstol
previene contra doctrinas
de demonios, una de
cuyas características era mandar
abstenerse de alimentos creados por Dios para que, con
agradecimiento, participen de
ellos los fieles.
Pero téngase mucho
cuidado de no confundir
esas doctrinas torcidas con las
que enseñan a
comer, con agradecimiento, de
todo lo que Dios creó para
la alimentación, y también a abstenerse de
lo que no fue
creado para comer. A continuación el texto declara:
“Todo lo que
Dios creó es bueno,
y nada es de desecharse, si se toma
con acción de gracias”
(versículo 4). Con
estas palabras se confirma
la historia de la creación, que dice: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que
era bueno en gran manera” (Gén 1:31).
Es verdad
que todo lo que Dios creó es bueno (incluyendo los metales y las rocas); pero
eso no quiere decir que todo sea bueno para
comer. ¿Probaría alguien a comer de
todo, en toda
la extensión de la
palabra? ¡Seguro que no!
Entendiendo que ese
“todo” del que escribió
Pablo no es
completamente todo lo
que Dios creó,
sino todo lo que creó para que
sirviera de alimento,
debemos considerar nueva-mente
qué parte de
la creación debe ser
aceptada como alimento
por los fieles. En diferentes
lugares del mundo se come perro,
arañas, alacranes, ratones; entre
los esquimales una recién
parida se come su propia placenta; sin embargo, la mayoría de
los cubanos no nos referimos a
esas carnes cuando usamos
la palabra alimento.
De igual manera, cuando Pablo habló de las viandas que Dios creó para uso de los
fieles, se refería solo a lo que los creyentes
de aquel tiempo
entendían como alimento, pan o vianda. Leamos el siguiente versículo en
conexión con los
que le preceden;
así se aclaran mejor las palabras del apóstol: “Porque por la
Palabra
de Dios y
por la oración es santificado” (versículo
5). Es decir, por la Palabra, sin
oración, no se santifica el alimento, y por
la oración, sin la Palabra, tampoco.
¿Y cuál es la oración que limpia o
santifica los alimentos?
Es la que se
hace cuando nos disponemos a comer, y en ella damos gracias a Dios por lo que
nos ofrece, y a la vez le pedimos que bendiga nuestro pan, o sea,
que aparte de él la maldición que permanece
sobre todo lo que procede de la
tierra maldecida en el principio:
“maldita será la
tierra por tu causa...”
(Gén 3:17). ¿Y
la palabra de Dios que santifica los alimentos,
cuál es? Toda
palabra de Dios
es santa, y en
ella los fieles
somos santificados; pero la
que expresamente santifica
los alimentos es aquella
que con fuerza
creadora hizo brotar de la tierra y de las aguas todo lo que el hombre necesitaría para
comer, y que más
tarde, en Levítico 11
y en Deuteronomio 14
enseña a distinguirlo del resto de la creación que,
aunque es buena para otros usos, no lo es para
la alimentación del pueblo de
Dios. A nadie aconsejaríamos a que coma sin
oración la carne
de ovejas, aun siendo limpia por
la Palabra de Dios.
Tampoco aconsejaríamos a
alguien a comer,
con oración, cucarachas, gusanos, ratones,
porque estos fueron declarados
inmundos por la Palabra de Dios, y
las cosas que la
Palabra de Dios
ha declarado inmundas, no pueden ser limpiadas o santificadas por
ningún proceso de esterilización, ni
tampoco por la palabra
u oración de hombre alguno. En resumen,
la Ley de salubridad
alimenticia dictada por Dios en el AT
no fue anulada
por Cristo, como otras leyes
lo fueron. Todo lo que dice el NT
en cuanto a la
alimentación de los creyentes es
que los
fieles debemos tomar con
libertad y gratitud TODO ALIMENTO QUE
ESTÁ DECLARADO LIMPIO POR
LA PALABRA DE DIOS.
Quiero reproducirles
unas palabras que oí de un experimentado presentador de programas televisivos
de Estados Unidos. Tengo
que decirles que, viniendo estas palabras de una persona que vive
de la televisión,
me resultó curioso; me recordó
lo que se
escribe en las cajetillas de
cigarros que se venden en nuestro país: “fumar daña su salud”. Me
recordó esto porque es una gran verdad que a los viciosos no les
importa nada que se les diga
sobre su vicio;
así, al que tiene un hábito de televisión le es muy difícil abandonarlo.
Se dice, en broma, que
el hábito tóxico del cigarro
es la causa
de las estadísticas, o sea, que esa rama de las matemáticas existe a causa del cigarro.
Esto es porque los estudios
sobre el tema son
innumerables. Algo así pasa con
la televisión; es probable
que no exista
otro asunto en el mundo
al que se
le haya dedicado tanto
estudio desde la
perspectiva de todas
las ciencias sociales.
Me atrevo a
decir aquí que no hay nada tan de la
cultura de este mundo como la televisión;
la cultura de hoy es
la “cultura de
la televisión”. ¡Qué
pena que sea así! Es verdad que
esta cita es un poco larga, pero creo
que vale la pena colocarla
aquí completamente. Las palabras fueron dirigidas al público norteamericano,
pero lo que se dijo es igualmente aplicable
a nuestra sociedad. Creo que hay varias lecciones que podemos
sacar de estas palabras dichas por un incrédulo.
Preciso que
cuando el presentador utiliza la palabra tubo, aunque es bastante claro, se está
refiriendo al televisor. He aquí
las palabras: “Estamos
en serios problemas porque
ustedes y otros
sesenta y dos millones de
americanos están escuchándome ahora mismo. Porque menos del tres por ciento de
ustedes leen libros. Porque
menos del quince por ciento de
ustedes leen diarios.
Porque la única
verdad que conocen
es la que reciben a través de
este tubo. Ahora mismo hay una
generación entera que nunca conoció nada que no haya salido de este tubo.
Este
tubo es el evangelio, la
última revelación; este
tubo puede hacer o quebrar
presidentes, papas, primeros ministros. Este
tubo es la
fuerza más fantástica en
este maldito mundo sin Dios. Y los desgraciados somos nosotros si alguna vez
cayera en las manos equivocadas. Y cuando la compañía más grande del mundo controla la más
fantástica fuerza propagandística de
este mundo sin Dios, quien sabe
que basura se venderá como si fuera verdad en esta cadena
televisiva. Así que escúchenme,
escúchenme: la televisión
no es la verdad,
la televisión es
solamente un parque de diversiones, es
un circo, un carnaval,
una tropa de
acróbatas viajeros, contadores
de historias, bailarines, cantantes, malabaristas, raros,
domadores de leones,
y jugadores de
futbol.
Somos el negocio de
matar el aburrimiento.
Pero ustedes, gente,
se sientan ahí día
tras día, noche
tras noche; de todas las edades, colores, credos. Somos todo
lo que ustedes conocen. Están empezando
a creer las
ilusiones que estamos
rodando aquí; están
empezando a creer que el tubo es
la realidad y que sus propias vidas son
irreales. Ustedes hacen
cualquier cosa que
el tubo les
diga que hagan. Se
visten como el
tubo les dice, comen como el tubo
les dice, educan a sus hijos como el
tubo les dice, y hasta piensan
como el tubo.
Esto es locura masiva, maniacos.
En nombre de Dios, ustedes,
gente, son la
realidad, nosotros somos la ilusión”. Es
verdad que algunos
cristianos comprendemos el
peligro de la
televisión. Pero es mi
convicción que se
ignora mucho acerca de este
asunto. Así, sería de utilidad en
alguna ocasión comentar con
alguna profundidad sobre
lo dicho por este
presentador. De momento, piensen y saquen conclusiones.
Yo tenía un
grano en el
seno, que había crecido
tanto que ya
se me notaba por encima de la
ropa, y estaba muy preocupada.
El médico ya me
había dicho que
tenía que operarme sin demora; me dio un turno y órdenes
para los análisis. Sin embargo, una noche
oí en un
sueño una voz que me decía: “La
sanidad”.
Eso me
causó una impresión muy
gran-de, porque yo estudiaba con los Testigos de Jehová, los cuales no creen en la sanidad divina.
No obstante sentí tanta
fe, que fui
a casa de los
hermanos Deymis Ramos
y Yureimis Otero, pastores de la
iglesia Soldados de la Cruz en la Sabana, donde vivo. Ellos oraron por mí y
rápidamente el grano
comenzó a desaparecer. Al llegar el día del turno en el hospital me hicieron un ultrasonido;
el médico me dijo muy asombrado que no
sabía cómo; pero
ya no tenía nada y no había que
operarme.
Él no
sabía, en cambio
yo estaba segura de que en el
nombre de Cristo se obró el milagro. Dios me sanó y le doy la gloria.
´
Quiero
hablarles de una experiencia de mi vida.
Antes de tener
la dicha de conocer
el Evangelio de Cristo, mi mejor
amigo y Salvador, estuve en otra
institución y tuve muchos amigos que me mostraban cierto afecto; pero cuando me decidí por la
iglesia Bando Evangélico Gedeón, a
la que felizmente pertenezco, aquellos que se decían
mis amigos no
estuvieron de acuerdo con
que yo comenzara
a vivir y obedecer
las palabras del Hijo de Dios. Yo tenía diecinueve años y aquellos amigos me
aconsejaban diciéndome que “¿cómo iba yo a darme a tantos sacrificios apenas comenzando
a vivir?, que no
fuera bobo, que gozara de la vida”; pero…
¡mucho cuidado! Pues
los que así hablan
no son verdaderos amigos, sino
enemigos de la
cruz de Cristo, de los que habló el
apóstol Pablo a
los filipenses: “el fin
de los cuales
será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal”
(Flp 3:19).
En aquel momento,
como ahora, yo había hecho mías otras palabras de la misma
epístola: “Y ciertamente,
aun estimo todas
las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por amor del cual lo he perdido todo,
y lo tengo
por basura, para ganar a Cristo” (Flp 3:8). Siento amor
por la juventud,
especialmente por los que comienzan
el camino cristiano, y les aconsejo que escuchen esa
antigua sentencia del hombre
más sabio del
mundo —después de Cristo—:
“Acuérdate de tu Creador en los
días de tu juventud”
(Ecl 12:1). Queridos jóvenes, no presten atención a las palabras de los “amigos” que les
aconsejan en contra de la vida
cristiana, porque ellos aman las cosas
de este mundo, que son temporales, y serán condenados eternamente, si no
se arrepienten de su desobediencia.
Hazte amigo
de los
jóvenes que llevan una buena
conducta en el pueblo de Dios, los que aguardan la manifestación gloriosa de
Cristo. “Hijo mío, si los
pecadores te quisieren
engañar, no consientas”
(Pro 1:10). “La amistad del mundo es enemistad contra
Dios” (Stg 4:4). Cuenta sobre todo con
la amistad del Hijo de Dios, que nunca te fallará: “…y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el
fin del mundo. Amén” (Mat 28:20).
Un hombre
bueno tuvo que dejar su casa
por unas semanas,
dejando sola su
anciana esposa, y
le dijo a
ella: “Llama al muchacho de la vecina para acompañarte y para hacerte los mandados”. La
anciana meditó por un
minuto; entonces dijo: “¡No! Manda buscar a Jaime
White”. Jaime era un
muchacho pobre de
la otra calle. “¿Por
qué a Jaime
White?” —preguntó el
esposo. “¿No es de buena
familia nuestro vecino?” “Sí —repuso ella— pero vi a este muchacho dando puntapiés
a su perro;
sin embargo, cuando
Jaime White viene de su
escuela, lo veo ocupado ayudando a
su querida madre, y mientras raja la leña para ella, su
perro juguetea con él,
dando saltos, y hasta
le carga trozos
de leña para la
casa, y el
gato se restriega contra
sus piernas, y el
muchacho parece gozar
con sus juegos.
Es la disposición de
un corazón benigno; es el muchacho que yo quiero”. Jaime White obtuvo la
colocación, viviendo en casa de un hombre rico y ganando $2.00
semanales. El mundo les está
mirando, muchachos, y Dios está mirando
también.
En el
estado de Massashusets, Estados Unidos de América, hace ya años, un fuego terrible que
escapó de los bosques, quemó la mitad de un pueblo y
se acercaba a una
iglesia y a la casa
pastoral. Empezaron a mudar los muebles
y otros efectos
de la casa a
un solar vacío, dejando a una niña al cuidado
de ellos, mientras volvieron a buscar
otras cosas que
se les quedaban. Cuando volvieron encontraron a la niña arrodillada en
ferviente oración, diciendo: “¡Oh, Dios,
salva a nuestro
hogar!; ¡oh, Dios, salva a nuestro hogar!; ¡oh, Dios, salva a nuestro
hogar!”
El Señor
oyó esa oración e hizo que se
levantara un gran viento que,
soplando en contra
del fuego, lo
hizo tornar hacia atrás, sobre los lugares ya quemados, salvando así a
los vecinos, a la iglesia
y al resto del pueblo. Tened fe en Dios y recordad
la oración.
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