La columna del director
Esta
es una época del año muy hermosa: es el comienzo de la primavera en el hemisferio
norte, estación en la que
la naturaleza viste sus mejores galas; y los animales, movidos por los
instintos de procreación,
puestos en ellos
por el Creador, se buscan,
se aparean, anidan o preparan un
lugar seguro para
sus descendientes. El reflejo
de eso se ve también
en
los humanos. No es mera coincidencia que al final del
invierno el mundo celebre el
día del amor
y la amistad.
En
nuestro país los inviernos no
suelen ser muy
fríos; en el
recién terminado casi no
tuvimos que usar abrigos; pero en otras regiones los días invernales son crudos y las personas
se alegran cuando se acerca el tiempo cálido, cuando la nieve forma
riachuelos y todo se renueva en la
tierra.
Nuestra iglesia
tiene fijadas dos fechas importantes en
esta época: el
10 de abril celebramos el día de
la familia, y el 28 de abril, el día del matrimonio. Digo importantes,
porque sobre esos pilares descansa la
continuidad de la
especie humana y vienen directamente de Dios. Y se hace imprescindible
que destaquemos el lugar que siguen teniendo en el seno de la iglesia,
porque, lamentablemente, esa
obra hermosa del
Creador se está desintegrando en el mundo. La sociedad cree que
evoluciona hacia un nivel superior de organización; en cambio, la
Palabra de Dios declara
que el mundo se
arruina moralmente, porque va en contra de los propósitos divinos.
Las estadísticas
globales confirman lo que está predicho en la Biblia: las familias
no pueden prevalecer, el amor desaparece,
el egoísmo del
hombre sale a la superficie. Sabemos que hay muchísimos
divorcios; sin embargo, lo peor no es
eso, sino que
las generaciones que vienen ni siquiera pensarán en
casarse, y cuando
lo hagan será
por acuerdos prácticos, no con la
intención de que el amor los una
hasta que la muerte
los separe. Los individuos
se sienten tan seguros de ser dueños de
sus destinos que no quieren
sacrificar lo que
llaman “su libertad”.
Se
acercan los tiempos en que el mundo será como
Sodoma y Gomorra, y frente
a ese desafío enorme,
la iglesia, aunque parezca
anacrónica, tiene que seguir predicando los valores del principio: la unión del
hombre y la mujer en santidad tanto tiempo como los
dos han de vivir, y la formación de un
hogar donde los hijos crezcan
saludables y felices, con la
educación que exige la Palabra de Dios. Cada
vez será más difícil convencerlos de que es la
iglesia la que está bien,
porque en todas partes se les enseña que las relaciones antes del matrimonio, las
uniones informales, el divorcio,
la homosexualidad y otras prácticas diversas,
son fenómenos normales.
La iglesia
es mensajera del
amor; la iglesia arrostrará
dificultades hasta el final
en su misión de fomentar
la formación y el cuidado de la
familia como de un regalo
precioso que el
Creador nos dio. La iglesia
es consejera matrimonial; está
seriamente comprometida en salvaguardar este
patrimonio santo e indisoluble.
Nuestros pastores y líderes tienen que
ser ejemplo de
buenos esposos y padres
de familias, porque los
que no saben
cuidar bien de sus
casas, ¿cómo podrán
cuidar la iglesia del
Señor? (1Ti 3:5). El
cuidado de la familia
es el primer
deber de ambos cónyuges cristianos. El matrimonio se ha
de sostener con
amor, respeto y sabiduría.
Superintendente Eliezer Simpson Jackson.
Presidente de la iglesia en Cuba
Mirando el matrimonio con los ojos del
apóstol Pablo
Por el superintendente Sergio de la C.
González Caballero.
Al pensar
en la familia, veo dos
realidades divinas:
primeramente la familia establecida
por Dios al inicio de
la creación, y
en segundo lugar
la iglesia, amparada por él en Cristo desde el mismo comienzo
de la historia cristiana. Las dos continúan un
patrón similar en cuanto a relaciones
internas.
A lo
largo de las
épocas, el sentido cristiano del matrimonio se ha
llegado a aceptar ampliamente.
La mayoría todavía lo registran
como un ideal hermoso, aun en
estos días de
tanta corrupción. El
matrimonio se percibe como
la unión perfecta
de cuerpo, mente y espíritu entre
un hombre y una
mujer. Pero las
cosas eran muy disímiles
cuando Pablo escribía
a los efesios, pues
estaba proponiendo un ideal de pureza radiante en un mundo inmoral.
Primeramente los judíos tenían
una opinión baja de las mujeres. En su oración matinal incluían una
expresión en la que el varón hebreo
daba gracias a Dios por no haberle hecho ni gentil, ni esclavo, ni mujer. Para
los judíos la mujer era más una propiedad que una persona. Tenía
pocos derechos legales, y su marido decidía su suerte; una mujer repudiada
estaba en graves problemas. En el tiempo
de Jesucristo, el y amenazado, porque
las jóvenes judías se negaban a
casarse, ya que
su posición como esposas era muy
incierta.
Con
esos conceptos en vigencia plena, Pablo
habla de la
familia en Efesios 5:22-25 “…las
casadas estén sujetas a sus propios
maridos, como
al Señor; porque el marido
es cabeza de la mujer,
así como Cristo
es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén
a sus maridos en
todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella…”
En toda entidad
o relación humana el precepto de las relaciones es un pasaje de doble sendero, uno
de potestad y otro de sujeción. Él respeta lo establecido por Dios en
la naturaleza para emplear
la verdad de
la contención recíproca. Es interesante
conocer lo que
Pablo requiere de las
casadas: sujeción a sus maridos.
La acción que este verbo envuelve es la de doblegarse, o sujetarse a la autoridad
de otro; en
este caso las esposas a los esposos.
El esposo,
como el representante
de Dios ante la
familia, merece la misma consideración en el
nivel humano que la esposa da al Señor en el área espiritual. A menudo, la
palabra sumisión se usa mal. No significa
convertirse en una persona de
poco carácter. En una relación conyugal, ambos
esposos tienen el llamado a
someterse. Para la esposa, esto significa sujetarse voluntariamente al
liderazgo de su
esposo en Cristo. Para el esposo
significa echar a un lado sus
intereses a fin de cuidar a
su esposa. La
sumisión rara vez es
un problema en hogares
en los que las parejas
mantienen una sólida
relación con Cristo y en el que cada uno está interesado
en la felicidad del otro.
Pablo
dice a las esposas que deben someterse
a sus esposos. El
hecho de que una
enseñanza no sea popular,
no es una razón
para descartarla. De acuerdo con
la Biblia, el hombre es la cabeza espiritual de
la familia y
su esposa lo
acompaña en el liderazgo. Pero el verdadero liderazgo espiritual es el
servicio. Un esposo sabio que honra a Cristo no
sacará ventaja de su papel, y una esposa sabia que honra
a Cristo no
procurará menospreciar el liderazgo de su esposo. Si esto se
toma en cuenta,
se evitará la desunión
y la fricción
en el matrimonio. El consejo de
Pablo a
los efesios es el
ideal bíblico para
el matrimonio.
El matrimonio, para él, es unión santa, un
símbolo viviente, una preciosa relación que merece amor,
atención auto sacrificial. Generalmente esta
sumisión tiene tres circunstancias: el amor, la voluntad y
el deber cristiano. El
amor desprendido del cónyuge
abastece el ambiente
que despierta y atestigua la obediencia de la esposa. La buena voluntad
de la esposa es la respuesta
de ella al mando
templado que él ejercita.
Primeramente vemos
esto como una exégesis
sensata del mandato señalado por Dios en la formación de la primera
pareja. Toda compañía o
estructura tiene una sola
mente o soberanía principal;
en el caso de la
familia es el esposo. Esta es una
autoridad encomendada por
Dios y
nadie debe derogarla. A
la vez no es una
jurisdicción arbitraria para
avasallar o explotar, sino es un compromiso sagrado
que ha sido concedido
por Dios para
ordenar la familia y así presidir
la sociedad. En segundo lugar,
este sometimiento en el
casamiento alecciona la
relación íntima y vital entre Cristo como cabeza de la
iglesia y la
iglesia como su
cuerpo. De igual manera, en
el orden divino
de la creación,
la mujer se halla realizada en
la unión conyugal
con su esposo.
Como la iglesia depende
de Cristo en todo para
su vida, su
sostén y su expectativa,
de igual manera las esposas cristianas acatan
de sus esposos
todo con respecto al contenido familiar. Pablo tiene mucho que decir en
cuanto a la responsabilidad del
hombre, pero nada en cuanto a sus
derechos. De esta manera da un
vuelco total al
pensamiento de su época. Comienza con una recomendación fuerte para los
esposos “amad a vuestras esposas”. El amor da de sí mismo para beneficio del
amado Esto implanta el concepto cristiano de amor ágape
en el matrimonio, en contraste con
el amor filio
y eros del
casamiento mundano. Él inicia con un consejo a los esposos
y termina con
una conmovedora descripción de
la iglesia.
Así
como Cristo se negó a sí mismo y fue sacrificado para redimir a su iglesia el hombre se
entrega en amor
para el bien de su esposa. Este
amor gobierna las actitudes y
las acciones del
esposo hacia su cónyuge
y elimina cualquier tendencia hosca, egoísta o
maniática. Para ilustrar el
tipo de amor
que los esposos deben mostrar
a sus esposas emplea cinco formas verbales para describir el amor
de Cristo por su iglesia la amó, se entregó, la santificó, la
purificó, y se la presentó. Es un amor completo
e inclusivo. La
razón de este amor sacrificial de Cristo hacia su iglesia fue su santificación.
Con
este amor tan agraciado en mente Pablo
vuelve el pensamiento
hacia e esposo con
respecto al amor que él proporciona a
su esposa. Este
cariño apela al cuidado afectivo que uno mismo da a su propio cuerpo. La
muestra para este pensamiento
es el hecho
de que nadie abusa
de su propio
cuerpo sino que lo cuida y sustenta. Llegado
el momento, la atracción marital es más fuerte que los lazos paternales.
El amor
que el contrayente
siente hacia su novia es más poderoso que el amor para los padres
y resulta en una unión íntegra.
Aunque
el papel de cada desposado es distinto, hay
una paridad de
compromiso equitativa y aumentada para cada uno. De esta manera
auxilian la armonía y
unión familiar, fortaleciendo
la unidad de la
iglesia, y más que
todo, honrando a Dios. Algunas veces
se asienta totalmente
el énfasis en este pasaje, y se ve como si su esencia fuera el
sometimiento de la mujer al marido.
La frase: “el marido es la cabeza de
la mujer” se cita a menudo separadamente; sin
embargo la base del pasaje no es
el poderío, sino el amor. Este debe ser un amor sacrificado. No debe ser nunca
un amor egoísta. Cristo amó a la iglesia, no para que la iglesia hiciera cosas
por él, sino para hacer él cosas por ella.
El marido
es la cabeza
de la mujer; pero
también dice que debe amar a su mujer
como Cristo amó
a la iglesia, con un amor que nunca ejerce un control arbitrario,
sino que está
pronto a hacer cualquier inmolación por el bien de la esposa.
Debe ser
un amor purificador.
Bien pudiera ser que Pablo tuviera en mente una costumbre griega. Una de
las usanzas griegas del
matrimonio era que, antes
de que la
esposa fuera llevada
a su marido, se bañaba en el agua de una corriente consagrada a algún
dios o diosa. Pablo
está pensando en el
bautismo. Mediante el agua del bautismo
y la confesión
de fe, Cristo buscó hacer una iglesia para sí, limpia
y consagrada, de tal manera que no le quedara
ninguna mancha ni arruga
que la desluciera.
Cualquier amor que insensibiliza
en lugar de suavizar
el carácter, que
recurre al engaño, que
debilita la fibra moral, no es amor. El
verdadero amor es el gran curativo de la vida. Debe ser un
amor
que cuida. Un hombre
debe amar a su
mujer como ama
su propio cuerpo. El
verdadero amor no
ama para obtener servicios, ni para asegurarse la
satisfacción de sus
necesidades físicas; se preocupa
de la persona
amada.
No
funciona como es debido cuando un hombre
considera a su mujer,
consciente o inconscientemente, como la que le hace la
comida, le lava la ropa,
le limpia la
casa y le cuida los hijos. Es un
amor inquebrantable. Por este
amor un hombre
deja a sus padres y se une a su mujer. Él queda unido
a ella como los miembros del cuerpo
están unidos entre
sí; y el separarse sería como el
desgarrar los segmentos de
su cuerpo. Aquí tenemos sin duda un ideal para una edad
en la que se cambia de pareja tan fácilmente
como se cambia
de ropa; no obstante,
en un matrimonio cristiano
no están implicadas dos personas, sino
tres y la
tercera es Cristo, y con él de compañero y timonel, el mundo familiar
será mejor.
Entrevista con Dios
Por la evangelista Magbis Verdecia
Toledano.
Soñé
que tenía una entrevista con Dios.
—
¿Te gustaría entrevistarme? —Dios preguntó.
—Si
tienes tiempo —le dije. Dios sonrió:
—Soy eterno,
¿qué quieres preguntarme?
—¿Qué
opinas de mí?
Y
Dios me respondió:
—Pierdes tu
salud para hacer
dinero y luego usas
tu dinero para
recobrar la salud. Estás
tan ansioso por
el futuro que olvidas el
presente, vives la vida sin presente, como si nunca
fueras a morir, y mueres como si nunca hubieses vivido.
—Padre,
dime ¿qué lecciones deseas que yo aprenda?
Él
volvió a sonreír:
—Que aprendas
que no puedes
hacer que todos te amen y lo que puedes hacer es amar a los demás. Que aprendas que lo más valioso no
es lo que tengas en
la vida, sino que tienes vida. Que aprendas que una persona rica no
es la que tiene más,
si no la
que necesita menos. Que aprendas
que únicamente toma unos segundos herir
profundamente a una persona que amas, y que toma años cicatrizar la herida. Que
perdonar se aprende perdonando. Que aprendas que hay personas que te
aman entrañablemente y que muchas no saben
cómo expresarlo. Que aprendas que
dos personas pueden mirar la misma cosa
y las dos percibir algo diferente. Que
perdonar a los otros no es fácil, y que perdonarse a sí mismo es el primer
paso. Y que aprendas que yo siempre estoy aquí para ti. Siempre.
EL CÍRCULO DEL ODIO
El administrador
de una empresa
le gritó al jefe de personal porque estaba enojado en ese momento. El
jefe de personal llegó a su casa y le gritó a su esposa, acusándola de gastar demasiado
en las compras de la casa. La
esposa le gritó
al hijo porque
no quería bañarse para hacer la
tarea.
El niño
le dio un
puntapié al perro porque tropezó con él. El perro salió corriendo
y mordió a una
señora que pasaba
por la acera, porque
obstaculizaba su carrera
de escape . Esa señora fue al hospital a vacunarse contra la rabia y le
gritó a la enfermera, porque no pudo
atenderla rápido.
La enfermera
llegó a su
casa y le gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado. La madre le
acarició los cabellos y le dijo: —Hija querida, mañana haré tu comida
favorita. Tú trabajas
mucho, estás cansada y necesitas de una buena noche
de sueño. Acuéstate y descansa con
tranquilidad. Mañana te sentirás mejor.
Luego
la bendijo y abandonó la habitación, dejándola sola
con sus pensamientos. En
ese momento, se
interrumpió el círculo
del odio, porque chocó con la tolerancia, el perdón y
el amor. Si has ingresado
en un círculo
de odio, acuérdate que
con tolerancia, disposición al
perdón y sobre
todo, con amor, puedes romperlo.
Según
estadísticas, los pastores ineficaces
emplean el 80
por ciento de su tiempo
en hacer cosas inútiles, o lo que es lo mismo, desperdician su tiempo. Y la
razón principal de esta triste realidad es que encuentran muy difícil decir no.
Y de esa manera queda su agenda atestada de cosas irrelevantes que los priva de concentrarse
en las cosas
que realmente harían la diferencia. Tristemente, Satanás
en ocasiones nos
ha engañado, provocándonos a
apagar pequeños incendios dentro
de la iglesia, cuando fuera
de ella el mundo
entero está en llamas. Solamente tenemos una vida, por lo
tanto no podemos permitirnos el lujo de perder el 80 por ciento de nuestro
valioso tiempo, así que debemos empezar
a aprender a decir no.
Pero
seamos honestos, decir que no es difícil. Ningún líder quiere que lo vean como
el malo de la película. En las
sociedades de consumo, donde existen cientos de medios para convencerte
de comprar algo, los operarios de tele marketing saben
que a la
gente le resulta difícil
decir no y
se aprovechan de
eso. En algunos
lugares las llamadas con ofertas
que los consumidores reciben son
tan frecuentes, que existen empresas que se dedican exclusivamente a
borrar a la
gente de las listas de las empresas de tele marketing.
Los
consumidores prefieren pagar este servicio
y evitar pasar
por la pena
de decir no.
Los líderes de
la iglesia tienen
sentimientos. La mayoría tiene
un corazón pastoral que se ocupa
con cuidado de las personas a las
que sirven. Decir que no es algo
que debe hacerse
con la sabiduría y
el conocer de
los tiempos de Dios. Maxwell, en su libro Principios de oro,
plantea que la decisión de ayudar a las personas en lugar de hacerlas felices es
muy difícil. Él
dice: “¡Quería hacer ambas cosas, y en los primeros años de
mi carrera, a menudo escogí agradar a los
demás por encima
de ayudarles, pero pronto
descubrí que alguna gente quiere lo que
no necesita y necesita lo que no quiere.
Alguien tiene que decírselo, y esa
tarea usualmente cae sobre los hombros del líder!” Las
cargas del liderazgo son grandes.
Una de ellas es ser
impopular cuando sea
necesario.
George
F. Will, columnista y ganador del premio
Pulitzer, dice: “El liderazgo es,
entre otras cosas, la
capacidad de causar dolor y quedar
impune por ello... es dolor
a corto plazo
en aras de sacar provecho a largo
plazo”. Resumiendo la
idea, creo que la
mayoría de los pastores encuentran difícil decir “no”, por al menos
tres razones:
1. Es más
fácil hacer lo
que se nos pide
qué decir “no”,
y arriesgarse a perder una
amistad. Decir “no” a alguien
puede lastimar, enfadar,
o decepcionar a
la persona, y ésa no es
generalmente una tarea divertida.
2.
Muchos pastores están más preocupados por agradar a su gente que por
transformar el mundo.
3. Algunos
pastores sienten que no
tienen elección cuando un feligrés les pide
que hagan algo. Después
de todo, son sus pastores.
Leí
un triste artículo de un pastor de 55 años que comentaba:
“He gastado mi vida entera tratando de
complacer los deseos de otras personas, y ahora, cuando miro atrás
sobre mi ministerio, me doy cuenta de que nunca conseguí hacer
las cosas que Dios
quiso que yo hiciera porque estaba demasiado ocupado cumpliendo las
expectativas de las
otras personas. En
otras palabras, tratando
de ser “todo
para to “nada para
todo el mundo”.
¿Cuántas cosas
está usted haciendo actualmente, solo
por miedo a decepcionar
a otros o miedo a
no ser necesitado? ¿Cuántas
de sus presentes actividades le
molestan secretamente? Ore para
ejercitar el discernimiento, esa habilidad espiritual de
dar prioridad a lo que es mejor sobre lo que es meramente bueno. Decir “no”, es
una manera efectiva de organizar su vida. Usted
tendrá más tiempo para
ir despacio, estar solo, derramar
su sobrecargado corazón ante Dios y admitir su desesperada necesidad
de refrigerio interno.
Según expertos
aprender a decir “no” mucho más a menudo que “sí”, es una
de las
claves para crear
un pueblo fenomenal. Lograr
este objetivo no es
egoísta, es estratégico. Permanecer enfocados es esencial para ser eficientes,
y una iglesia
no puede permanecer enfocada sin
decir que no. Aunque no es fácil, la salud de
la iglesia puede estar en juego. Pero el asunto del enfoque es muy
difícil de llevar a la práctica porque muchas cosas reclaman nuestra
atención y nos
quieren desviar del propósito principal. El enfoque es una verdad que las Escrituras
enseñan y reafirman de principio a fin.
David oró en el Salmo 27:4:
“Una cosa le
pido al Señor, y es lo único que
persigo: habitar en la
casa del Señor todos los días de mi vida”. Una cosa
tenía en mente.
Una relación íntima y apasionada
con Dios era lo que más
le preocupaba. Pablo
dijo en Filipenses 3:13-14:
“Mas bien, una
cosa hago: olvidando
lo que queda atrás
y esforzándome por alcanzar
lo que está delante, sigo avanzando
hacia la meta para ganar
el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial
en Cristo Jesús”.
Estaba enfocado
en una cosa.
El objetivo de ser
como Cristo lo impulsaba a
avanzar en su
recorrido espiritual. El escritor
de Hebreos nos indica que debemos
despojarnos del pecado y de todo lo que nos impida correr
la carrera que Dios
nos puso por delante
(Heb. 12:1). Los corredores no
competirían con un tapado
de piel ni
con peso en los
tobillos. Lo hacen con
ropa sencilla y ajustada al
cuerpo. Todo lo demás se elimina.
El
escritor de Hebreos menciona un
llamado a enfocarnos, a
fijar nuestros ojos
solo en Cristo (Heb. 12:2). El desafío
es eliminar todo
lo que entorpezca
la transformación espiritual.
Como líder de iglesia eres compañero de Dios en la tarea
de edificar la vida de las personas.
Si Dios te
ha dado esa
encomienda, debes concentrarte
en esto solamente, pues
esa es la
razón de ser de la iglesia. Diga
“no” a todo lo demás. Recuerde siempre:
El comienzo del fin
en el ministerio pastoral es pretender
“quedar bien con todo el
mundo”. Jesús no
pudo ni quiso hacerlo, haga usted
lo mismo.
Parte III
Por el pastor Raimel Barrios Izquierdo
Sin
lugar a dudas uno de los más grandes desafíos
que enfrentamos como
ministros de Jesucristo es la evangelización, y esto lo
digo por la
responsabilidad que tenemos. La
evangelización no es
ningún extra opcional para
quienes disfrutan de este
tipo de cosas, sino un aspecto básico de la obediencia de toda la iglesia al
mandamiento de su Señor: él nos dijo que fuésemos a
todo el mundo
e hiciésemos discípulos, y los
únicos que pueden dar a conocer a
Cristo son aquellos que
ya lo conocen. La
iglesia, como nos
recuerda Pedro, existe “para que anunciéis las virtudes de aquel que
os llamó de las
tinieblas a su luz admirable;
vosotros que en otro tiempo no
erais pueblo, pero
que ahora sois pueblo
de Dios; que en
otro tiempo no habíais
alcanzado misericordia, pero ahora
habéis alcanzado misericordia” (1 P 2:9-10).
Unas buenas nuevas así son
para compartir, y
la iglesia para ser digna de ese nombre debe asegurarse
de que
tal cosa se
haga. Existen varias definiciones de
lo que es
la evangelización. Entre ellas
escojo para este escrito una frase que
se atribuye a C. H Spurgeon, el
famoso predicador y evangelista británico del siglo XIX. Él dijo: La evangelización, es un
mendigo diciéndole a otro dónde puede conseguir
pan.
Me gusta
esa definición, ya que
llama la atención
tanto sobre la necesidad del recipiente como sobre la generosidad del
dador: Dios no nos
dará una
piedra si le
pedimos pan. Y me gusta
la igualdad que
subraya: un evangelista no es en
modo alguno mejor, ni se halla
en una posición
más elevada que la
persona a la
que está hablando. En torno a la
cruz de Cristo el terreno se
encuentra nivelado, y la única diferencia
entre los dos mendigos
hambrientos es que
uno ha sido alimentado y
sabe dónde hay
siempre comida disponible. No existe demasiado misterio al respecto. La evangelización es simplemente
decirle a otro buscador en qué
lugar puede conseguir pan.
No
todos los creyentes son llamados a predicar,
(ese es un
don para algunos cristianos);
pero todos sí son
llamados a dar testimonio del Señor a quienes aman y sirven. Cada uno puede contar
su historia personal,
lo que causa mucho impacto. Así
es como las iglesias que crecen
se extienden tan rápidamente en
cualquier parte. Tal vez no tengan predicadores destacados —y
ciertamente no poseen una educación excepcional—, pero
sí entienden claramente que uno
no puede ser cristiano sin ser al
mismo tiempo testigo de Jesucristo.
Pero
hay otro toque importante en esta definición: nos recuerda que no podemos llevar
a los demás
esas buenas nuevas a menos
que nosotros, personalmente, hayamos llegado a “gustar, y
ver que es bueno Jehová” (Sal. 34.8).
Es profundamente
conmovedor ver que para esta labor
extraordinaria el gran Dios
confía en nosotros: “Somos embajadores en nombre de Cristo —escribía Pablo— como si
Dios rogase por medio de nosotros; os
rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios” (2 Co. 5.20).
La política de un país se comunica en
el extranjero por medio
de sus embajadas,
y nosotros somos una
embajada del cielo.
Mas nuestra ciudadanía está
en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
(Fil. 3.20).
Dios pretende
ponerse en comunicación
con aquellos a
quienes desea alcanzar
por medio de
su pueblo. La realidad de lo que él ofrece se ve mejor en la vida de aquellos que han comenzado a ser cambiados
por dicha realidad,
y los que
han sido convencidos por Cristo son quienes mejor transmiten la convicción. Vez tras vez se
repite el mismo tema
en el Nuevo Testamento:
“Somos colaboradores de Dios” (1 Co. 3.9). “Por lo cual, teniendo nosotros
este ministerio según
la misericordia que hemos
recibido, no desmayamos” (2 Co.
4.1). Y el ministerio del que
habla Pablo es
el de la evangelización: tenemos
la responsabilidad de evangelizar.
Si nuestros amigos
íntimos perecen por
falta de esas buenas
nuevas que salvan
la vida, nosotros seremos los responsables.
Pablo
fue muy claro al
respecto. En Romanos 1.14-15, el
apóstol afirma categóricamente: «A griegos
y a no griegos, a sabios
y a no
sabios soy deudor.
Así que, en cuanto
a mí, pronto
estoy a anunciaros el
Evangelio...» Y en Mileto recordó a sus amigos
dentro del liderazgo
de la iglesia
de Éfeso que
era inocente de la
sangre de todos
ellos, porque no se
había retraído de
declararles todo el
consejo de Dios
(Hch. 20.26). ¿Podríamos decir
nosotros lo mismo? Resulta triste
decirlo, pero mucho de lo que pasa por evangelización hoy en día
no tiene nada que ver con ella.
Leí
que en el momento de las Olimpíadas
de 1960, una
revista publicó una divertida caricatura
que mostraba al célebre corredor de la batalla de Maratón llegando a Atenas y
cayendo agotado al suelo mientras mascullaba con un rostro sin expresión:
«...He olvidado el mensaje». ¡Por desgracia
así parece suceder muchas veces
con la iglesia. Nos agotamos
en cosas no
esenciales olvidando la
naturaleza de nuestra misión. La evangelización exige
una decisión. No basta con
que la gente oiga la predicación del
Evangelio y sea
movida por la calidad
de la vida
cristiana que tiene en su medio: deben decidir si va o
no a doblar
la rodilla ante
su Rey Jesús. Debemos
señalar aquí también que
la evangelización desemboca en el discipulado. No es
simplemente cuestión de proclamar
las buenas nuevas; ni tampoco de producir
decisiones por Cristo, conseguir que
las manos se levanten
o que haya
un llanto de compromiso.
El
objetivo de la evangelización no
es ni
más ni menos
que cumplir la Gran Comisión y
hacer discípulos de Jesucristo. Un discípulo
es un aprendiz, y la evangelización verdadera desemboca en una vida que
de ir por su propio camino pasa a seguir
el camino de Cristo. Necesitamos volver a
la amplitud de las buenas nuevas
como Jesús mismo las proclamó ante una asombrada sinagoga
local en Nazaret: “El Espíritu
del Señor está
sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”
(Lc. 4.18).
Jesús
cerró el rollo de Isaías 61, del cual
había estado leyendo este pasaje,
y sorprendió a sus
oyentes diciéndoles: «Hoy
se ha cumplido esta
Escritura delante de vosotros»
(Lc. 4.21). No se
trataba de unas buenas nuevas
ordinarias, ni de un mensajero corriente: era nada más y nada
menos que la salvación de Dios largamente esperada proclamada por el
Mesías mismo.
Debe ser nuestra ferviente
y sincera oración para
que el buen
Espíritu de Dios nos
use para llevar
a su iglesia por
los derroteros de
la verdadera evangelización esa
que tan acertadamente
definiera el apóstol
Luis Cruz Lara como Vida.
Amor
de hierro*
Había comenzado la
zafra. Muy tempranito el tren pasaba
por los cañaverales
despertándolos, con un largo y
metálico bon bón que repetía de cruce
en cruce hasta llegar
al ingenio. Allí tomaba agua, se
quitaba el sombrero y se pasaba un
pañuelo por la
trompa; después regresaba al centro
de acopio, donde volverían a llenar los vagones.
—Oye
parece que el tren está enamorado de la vaca Lucero, ¿has visto como la celebra? Además le deja caer cada vez que pasa cañas altas y
gordas —dijo el riel izquierdo a su compañero, el cual respondió:
—Eso lo
saben todos los
postes de la
vía, los cruces, los
puentes y hasta el mismo
chucho. ¡Allá ellos y su amor imposible.
Un día
el trencito le
iba a hacer
una carta a Lucero, cortó una caña, le sacó punta y le hizo la carta más dulce del mundo. En
ella le decía: Quiero que seas mi
esposa. Lucero leyó la carta y
todas las mañanas
lo esperaba en la curva y le
daba un cubo de leche.
Hasta que un mediodía,
a la hora
de almuerzo el
tren fue a
visitarla. Cuando llegó, Lucero
lo espera de lo más arregladita
con los cascos pintados y mucho colorete
alrededor de los ojos. Él se quitó el sombrero, se pasó el pañuelo por la
trompa y le dijo:
—Amor, espero
tu respuesta, de
ti depende que sea el tren más
feliz que han fabricado.
Lucero, se
le acercó con
una jarra de
leche, mientras él seguía hablando de sus buenas intenciones.
Lucero lo interrumpió
con una sonrisa y le dijo:
—Lo
he pensado mucho, tanto que estoy dando poca leche, y he decidido que seas mi
esposo. Sé que el amor de los trenes es
muy fuerte, pero antes de
dar este paso debo
decirte que tienes
que pedir mi pata y visitarme al
establo donde vivo, y que nuestra boda se efectúe en el batey del central.
Además me preocupa
una cosa muy importante.
Al
tren le brillaban como nunca sus grandes ojos negros, se sintió nervioso: —
¿Qué es? –preguntó. Lucero se
pasó la cola
por el lomo para
espantar algunas moscas
y expresó su inquietud:
—
¿Dónde vamos a vivir? Despreocúpate
de eso, cariño,
para un tren enamorado no
hay nada imposible, ya
lo verás; esta noche vengo a
pedir tu pata… y no
me demoro más
que debo seguir trabajando.
El
tren cumplió con todo lo que Lucero le había dicho, hasta el día de la boda, en
la cual los hermanos rieles, rectos y elegantes sirvieron de testigos. Y
mientras duró la zafra Lucero
iba en el
primer vagón desde el
central al centro
de acopio, sin que
le faltaran las
cañas gordas y
altas. Tenía una barriga enorme, porque esperaba un tren
ternero con la
alegría más grande que se halla visto en una vaca.
*Pérez González, Evasio.
Amor de hierro. Editorial
unicornio.
La Habana, 2007.
EL MILANO Y EL PELÍCANO
Un
milano voraz, ladrón de oficio
Vio
el raro sacrificio
Que
un pelícano hacía
Para
salvar a su naciente cría.
Falto
de otro sustento,
Su
pecho mismo sin piedad hería
El
amoroso pájaro contento,
Y
por manjar a sus polluelos daba
La
sangre que la herida derramaba.
—Por
Dios te juro —díjole el milano—
Que
por más que cavilo, no comprendo
Esa
barbaridad que estás haciendo.
¿Qué
ave de juicio sano
Vertiera
de su sangre ni una gota
Por
una impertinente familiota?
¡Que
son tus hijos! ¡La razón es buena!
Mantenlos
como yo, con sangre ajena.
Y
esto ha de ser, mientras el pollo es chico;
En
volando, que viva de su pico.
—
¡Educación de fácil desempeño
—Respondió
el buen pelícano— propones!
Mas
tú enseñas tus hijos a ladrones,
Y
yo a los míos a querer enseño.
Juan
Eugenio Hartzenbusch
Una institución sagrada
Por el miembro de la Brigada de Luz
Eric Adrián Pérez González
¿Cuál fue el
primer nombre de la primera
mujer? A veces respondemos de inmediato preguntas
como esta, basados más en la
información que recibimos del
medio —y que
automáticamente incorporamos a
nuestro acervo—, que en la
reflexión y en nuestra propia búsqueda.
Lo más probable es que
usted haya pensado:
“Eso es tan sencillo;
por supuesto que es
Eva”; o quizá se
haya dicho: “Varona”.
Sin embargo, Eva fue
el nombre que le
puso Adam (Gén 3:20), y varona es la traducción de una palabra hebrea (ishá) que significa mujer o
esposa, e igualmente fue el hombre quien la llamó así (Gén 2:23); pero
el primer nombre se lo puso Dios
y era el mismo que el del hombre:
Adam (Varón y hembra los creó, y los bendijo, y los llamó
Adam, el
día en que
fueron creados, Génesis 5:2). ¿Por
qué? Porque Adam
fue un ser humano, pero Adam
es también la humanidad.
Dios no solo
creó a dos personas,
él creo el
género humano.
Desde que
los concibió los
concibió como un ser
que solo se
siente completo cuando
se une a
su pareja. La frase
“no se halló
ayuda idónea para él”
no quiere decir
que Dios estaba usando
el método de
ensayo y error mientras creaba;
es una expresión
antropomorfista que refleja la realidad del hombre sin
esa otra parte
indispensable de su ser que es
la mujer. Por eso hay atracción entre
los sexos; por
eso hay afinidad perfecta; por eso el instinto sexual
es tan fuerte
y Sigmund Freud, el fundador del
psicoanálisis, le dio un valor
preponderante en el comportamiento del
individuo; por eso la
unión del hombre y la mujer es placentera y reconfortante, porque es el reencuentro
de
la carne con su
misma esencia, es el regreso a su estado original (la mujer fue sacada
del costado del hombre).
El nombre Adam,
está relacionado con
la palabra sangre
(en hebreo dam),
y el nombre de Eva, con la vida (javvá), y ya
sabemos, por las Escrituras, que
en la sangre está la vida (Porque la vida de toda
carne es su sangre, Lev 17:14). Esto
es uno de los misterios que hacen
de dos
seres un complemento perfecto, “una sola carne”.
Por
eso nosotros creemos que el
matrimonio es una institución sagrada, creada por Dios en el momento
de establecer el
estado original de la humanidad;
creemos que es una bendición
(Proverbios 18:22 y Salmo
128) y es la
manera en que se
sigue cumpliendo el
pacto edénico (Y creó Dios
al hombre a
su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y
los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad
y multiplicaos; llenad la tierra,
y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias
que se mueven sobre la tierra. Y
dijo Dios: He
aquí que os he dado toda planta
que da semilla, que está
sobre toda la
tierra, y todo árbol
en que hay
fruto y que da
semilla; os serán para comer, Gén
1:27-29).
Nuestra iglesia
acepta el matrimonio entre personas de edad adulta, y
rechazamos las relaciones homosexuales y el matrimonio entre personas de un mismo sexo. Creemos
que el matrimonio es indisoluble
siempre que se
haya efectuado en toda regla y legitimidad. El
divorcio no es
una ley, fue una
permisión temporal. De la misma
forma en que el Creador
tuvo que reacomodar el mundo después del
pecado, para adaptarlo a la naturaleza del hombre caído, así también la ley
dejó un espacio de permisión para
la separación del
matrimonio.
Esto
se hizo por las características de
la época en que
Israel llegó a
ser una nación y por sus
características como pueblo (pueblo
de dura cerviz,
Éxo 32:9). Ahora bien, el
divorcio, contrario a lo
que se
cree, era más bien una protección para
la mujer, imagínese una
mujer aborrecida por
su marido, sin tener la posibilidad de separarse de él, en una
sociedad donde los hombres ejercían una autoridad
discriminatoria donde podían
tener más de una mujer: eso sería
una tortura de
por vida.
Pero tal permisión
no significa que Dios
aprueba el divorcio,
y tampoco prueba la tiranía del hombre sobre
la mujer. Si leemos con detenimiento nos damos cuenta de que la ley, sin
pretender cambiar de un golpe la
mentalidad de la época, hacía provisión para la mujer:
“Y esta
otra vez haréis
cubrir el altar de
Jehová de lágrimas, de
llanto, y de clamor;
así que no
miraré más a la ofrenda, para
aceptarla con gusto
de vuestra mano. Mas
diréis: ¿Por qué? Porque Jehová
ha atestiguado entre ti y la mujer de tu
juventud, contra la cual has sido
desleal, siendo ella tu compañera, y
la mujer de
tu pacto. ¿No
hizo él uno, habiendo
en él abundancia
de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una
descendencia para Dios. Guardaos, pues,
en vuestro espíritu,
y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel
ha dicho que
él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo
Jehová de los
ejércitos. Guardaos, pues, en
vuestro espíritu, y no
seáis desleales” (Mal
2:13-16).
“Bebe
el agua de tu misma
cisterna, y los raudales de tu
propio pozo… Sean para ti solo,
y no para
los extraños contigo. Sea
bendito tu manantial,
y alégrate con la mujer
de tu juventud, como cierva
amada y graciosa
gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y
en su amor
recréate siempre” (Pro 5:15-19).
“Si tomare para
él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber
conyugal. Y si ninguna de estas tres cosas hiciere, ella saldrá de gracia, sin
dinero” (Éxo 21:10-11).
En todo caso, como
antes dijimos, el repudio era una permisión, no un mandato;
está claro que incluso en tiempos de
la ley, ese
no era el
propósito de Dios. En cambio
el matrimonio sí es una
ordenanza: “Por tanto,
dejará el hombre a su
padre y
a su madre, y se unirá
a su mujer, y serán una sola carne” (Gén 2:24; Mat 19:5; Mar 10:7; Efe 5:31).
Solo
en casos excepcionales Dios aprueba que el hombre o la
mujer se quede sin casar: “Quisiera más bien que todos
los hombres fuesen
como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro
de otro. Digo,
pues, a los
solteros y a las viudas,
que bueno les fuera quedarse
como yo; pero
si no tienen don
de continencia, cásense, pues mejor es
casarse que estarse quemando”
(1Co 7:7-9).
El
concubinato surgió por la necesidad de
herederos. En sociedades anteriores al
pueblo israelita, y
contemporáneas con este, existía
la costumbre, especialmente en las clases dominantes, de buscar una madre
substituta; o sea
que si una mujer no podía tener
hijos, el marido tenía relaciones
íntimas con una de sus sirvientas con el fin de procrear, sin que ello implicara
una falta al matrimonio. Los hijos
eran reconocidos como hijos
legítimos de la esposa. Es similar a lo que llaman hoy “un vientre
alquilado”; es el contrato que se hace con una mujer para usar su
vientre: en algunos países, una pareja
que no pueda
tener descendencia, o que no lo
desee por el daño que pueda
causar a la
esposa, contratan a una mujer sana, y
luego de convenir el pago, la llevan a un hospital donde se realiza el
implante de un óvulo fecundado.
La diferencia con respecto al pasado remoto es
que, en aquellos tiempos, al no existir
la manera de implantar la
materia prima, el donante
debía hacer el “gestión” de manera natural.
Por tanto la
sugerencia que le hizo Sara a Abraham era algo que ya se practicaba en el mundo y
que ellos conocían de su vida en Aram (Gén 16:2). Lo mismo sugirió Raquel a Jacob años más tarde
(Gén 30:3). La
expresión “dar a luz sobre mis rodillas” se refiere a que estas madres
substitutas daban a luz sentadas sobre
las piernas de la esposa legal,
la que a su vez se sentaba en la silla de parto y así, simbólicamente, el hijo
era traído al
mundo por esta última.
En el modelo
bíblico del matrimonio el hombre
es la cabeza del hogar. Muchos cuestionan
esto en la
actualidad; pero el Creador
lo estableció así
para garantizar el orden y la seguridad. Aunque todos
los ciudadanos tengan
los mismos derechos, alguien tiene que ser el presidente de un país. Aunque todos los trabajadores
sean iguales, alguien tiene que ser el director en una
fábrica. También en un
matrimonio alguien tiene que
estar al frente; un barco con dos capitanes
se hunde, como dice un refrán.
Además el
liderazgo del hombre no es una tiranía, porque el mismo que le dio
al
hombre la autoridad,
le dio la obligación
de amar a
la esposa como a su propio
cuerpo. La armonía
y la felicidad de un matrimonio vienen
de la comprensión
y aceptación del propósito
del Creador. Mientras no hay
aceptación hay inconformidad, y
mientras hay inconformidad hay desavenencias y frustraciones.
El
varón debe entender que no tiene el liderazgo para servirse de él e imponer su voluntad
aunque sea un
disparate; ser la cabeza del
hogar implica educar, instruir, proteger,
agenciar para los suyos, y todo eso con amor: “Así también
los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se
ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la
cuida, como también
Cristo a la
iglesia” (Efe 5:28-29).
Por el
otro lado la mujer debe aceptar con gusto seguir a su esposo, respetarlo y apoyarlo. Esto no significa que se someta ciegamente, sino
que, en caso de desacuerdo, no se convierta
en un enemigo
o en gotera continua en
tiempo de lluvia; que siga siendo
la compañera fiel, la ayuda idónea, la
inspiración del hombre. Destaco
esta frase porque
es algo que no
se logra
con tanta frecuencia
como debiera. La mujer
sabia es como
un canal por el cual fluyen las
ideas hacia el varón. Por
eso Dios mandó
a Abraham a oír a su esposa (…en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, Gén 21:12). Generalmente las mujeres
son capaces de administrar los bienes familiares, ellas
saben lo que
necesita el hogar (Prov. 31);
pero esto no las convierte en líderes;
el Autor de la vida dijo:
“…tu deseo será
para tu marido”
(Gén 3:16).
Por muy
preparada que esté, por
muy capaz que
sea, la esposa debe saber cuál es
su cometido y que en
desempeñarlo bien está
la bendición del hogar
(La mujer sabia edifica
su casa; mas
la necia con
sus manos la derriba,
Pro 14:1). Precisamente
las más inteligentes son las que, desde su lugar, logran influir
sabiamente en las
decisiones de su
esposo. Nuestra iglesia acepta
este modelo bíblico del matrimonio. El mundo moderno ataca
este modelo pregonando una falsa igualdad, ignorando que
Dios les dio responsabilidades diferentes
a cada uno, sin
negar la posibilidad
de que ambos participen en todo.
Al atacar ese patrón se destruyen los cimientos del matrimonio, se
desestabiliza el complemento lógico
y, ¿cuál es
el resultado?, divorcios al por
mayor. En el intento de ser iguales
—dando un testarazo contra el diseño
primigenio del Todopoderoso— los hombres
se feminizan; quieren lucir
“bonitos”: se dejan
crecer el pelo, se sacan las cejas, se afeitan los brazos, se
ponen aretes, y quizá
dentro de poco
se pinten los labios y los ojos.
Por
su parte las mujeres han asumido con furia su
independencia y su
igualdad. Una mujer
que viste con pantalones y que lleva el pelo corto está diciendo a las
claras que ella es la dueña de su
vida y que
no está dispuesta a
aceptar el liderazgo
del hombre. Nosotros no tenemos
que asimilar lo que
sabemos está mal.
No tenemos que sentirnos
ridículos porque el mundo considere
pasado de moda nuestro comportamiento
y nuestro esquema familiar. Quien
sienta eso como
una presión no es un cristiano convencido, pleno, feliz; es solo un
guardador de la forma que nunca
se sentirá realizado en
este camino.
En el
centro mismo del modelo
que aceptamos está
el amor. Solo cuando pienso en el amor, creo saber
por qué Dios
nos hizo hombre y mujer. Solo el
amor responde todas las
preguntas. Solo el
amor supera todos los
temores y la
vanidad humana. El Creador no
encontró mejor manera de
manifestar su propia esencia en
la obra de sus
manos. Por eso formó una criatura y luego la separó en dos. Las partes no
hallan la felicidad si no se
unen; no encuentran
el rumbo si no vuelven a ser uno, y solo vuelven a serlo por amor.
El hombre
ha distorsionado la
idea primaria del Hacedor.
El resultado es horrible. Si
compras un ordenador
y empiezas a violar las instrucciones del fabricante
pronto lo estropearás.
Si dice que se
debe conectar en
una red de 110 voltios, y lo
conectas en una de 220; si dice que no se debe operar a la intemperie, y lo
dejas bajo la lluvia;
si dice que no
expongas sus circuitos,
y lo abres y lo
trasteas con un destornillador; no
hay dudas de que los resulta-dos serán desastrosos.
Eso ha hecho el
hombre con la
obra del Padre Celestial. Se han violado
todas sus recomendaciones acerca
de nuestras relaciones con
Él, acerca de nosotros mismos y acerca de la naturaleza.
Hemos ido en contra de las sugerencias del fabricante, y
la historia humana es un recuento de las consecuencias.
La psiquis
femenina y la
masculina responden a esquemas puestos allí por el Creador. El hombre
es atraído por lo que ve; la mujer se guía por la perspicacia innata
en ella para
valorar qué hay más allá de la
apariencia del varón. La mujer siente
la necesidad de ser
atractiva, y el
hombre es impulsado por
la belleza; pero su éxito
consistirá en demostrar su capacidad para formar y sostener un
hogar, ya que la
mujer busca ser protegida, amparada, y siempre tiene la perspectiva de la
seguridad familiar; en tanto el hombre, instintivamente, es protector de
aquello que le complace
y que considera
suyo. Esto responde a mecanismos
que Dios creó para favorecer la atracción,
para establecer la familia y para
dar continuidad a la especie.
Luego de
haber destrozado nuestros vínculos con
el Creador, de
hacer añicos el mundo hermoso que
nos dio, ahora estamos
destruyendo el último reducto que nos
queda, la institución humana más sagrada:
el matrimonio y la familia. Cuando la
sociedad sea una anarquía total,
será como si
separásemos las últimas
piezas del ordenador; colmaremos la
medida de Sodoma
y Gomorra, y como aquellas ciudades, prósperas y podridas, llegaremos al
fin.
Cada generación
que llega al
mundo reacciona con más rebeldía
hacia las buenas costumbres. No
solo se acepta la promiscuidad; sino
que el matrimonio empieza a dejar de ser
una meta. El modelo original de
sociedad ha sido deshecho, para favorecer la opinión de que
puede ser estructurado de acuerdo a
la opinión individual.
De ahí que ahora
dos hombres, o
dos mujeres, pueden constituir
una familia. Puede ser
legal y aceptado por la
humanidad; pero es ilegal
y abominable según
el código eterno; pues el Creador hizo un varón y una hembra
(Gén 1:28), para que fueran una sola carne (Gen 2:24).
Muchos
quieren la receta para la felicidad. En estos tiempos son exitosos los libros
de consejería, porque la mayoría se
engaña pensando que la felicidad es asunto de
consultar especialistas, de cursos, de postgrados… No pierda su tiempo
y su dinero;
acuérdese de lo que
Pablo le aseguró
a Timoteo: “Porque vendrá
tiempo cuando no sufrirán
la sana doctrina,
sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros
conforme a sus
propias concupiscencias, y apartarán de
la verdad el oído y
se volverán a
las fábulas” (2Ti 4:3-4).
Si usted todavía tiene un matrimonio o una familia acójase al código de
1 Corintios capítulo
13.
No pruebe
más recetas que
el amor. No luche por
la supremacía con
respecto a su pareja; el matrimonio no es una guerra donde vence el
mejor estratega. Tenga el
valor de amar;
no se amedrente pensando en que
al demostrar lo que siente se convertirá
en una víctima. “El amor
es sufrido, es benigno; el amor
no tiene envidia,
el amor no es jactancioso, no se
envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo
lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1Co 13:4-8).
“El amor es el
vínculo perfecto” (Col 3:14). Atrévase
a vivir así
y verá las bendiciones en
su vida y
en sus seres queridos. Todos
los días le
parecerán hermosos; los afanes morirán, y el lado bueno de los acontecimientos será
el más grande.
Si los animales pudieran hablar
Compitiendo con la
luz eléctrica
¡Ay! ¡Que me hace daño! ¡Haga el favor de no ser
tan rudo tocando
mis alas! Puede tenerme en su mano; solamente que no me
aplaste, y luego déjeme otra vez en libertad. A
cambio le voy
a contar un
poco de mi vida ¿vale?
¿Verdad que no
ha sido difícil para usted cazarme en esta cálida
noche de junio? En la oscuridad no tuvo que
esforzarse para vernos
volar a todos.
De día seguro que no se habría
percatado de nosotros. Seríamos de
poco interés para
usted ¿no es así? Ya lo sé, lo que
le fascina a usted es que
lucimos.
Si
me da la vuelta con mucho cuidado,
verá en mi
abdomen los dos puntos luminosos de color verde amarillento. De ahí que
vea nuestra luz
solamente cuando volamos por
encima de usted.
Pero ahora vuelva
a darme la
vuelta otra vez, por favor. ¡Ay!
¡Pero tenga usted un poco más de
cuidado! ¡Si no mido más de diez milímetros!
Con sus enormes dedazos sólo tiene que darme un ligero golpecito, y ya está, a
no ser que quiera aplastarme, claro. A
ver, encienda usted
su linterna, y examíneme
usted a la
luz. Dicho sea de
paso, si
ahora estuviera usted
en América del Sur y pusiese a mi
lado, en su mano, a mi pariente el cocuyo, podría guardar tranquilamente ese exagerado aparato,
porque él despide una luz tan viva que podría observarme a mí
sosegadamente. Por eso hay personas
allí que meten a
los cocuyos en jaulas y los usan como farol portátil.
Explotación de luz inigualable
Aunque soy
un pequeño
escarabajo insignificante, no obstante soy una maravilla del taller de
Dios. Me llaman luciérnaga (Lampyris phausis), gusano de
luz o también candelilla.
Pero en realidad,
esos nombres no son
correctos, porque ni soy
un gusano, ni
soy incandescente. Porque la luz
que yo produzco es «fría». En este proceso
denominado bioluminiscencia no se
genera calor de ninguna clase. Eso es precisamente lo asombroso que sus técnicos
todavía no han podido imitar. Una bombilla normal transforma en
luz como máximo el 4 % de la energía
suministrada, y un tubo fluorescente llega como mucho al 10 %. Todo
el res-to se desperdicia en forma de calor.
Debe
reconocer que sus lámparas son
más bien estufas que alumbraderas. Pero en mi caso, el Creador ha logrado el mejor rendimiento posible:
el 100 %
de la energía invertida
se transforma en
luz. Mejor no se
puede aprovechar la
energía. Ahora contemple
usted mi alzacuello. Protege mi cabeza mejor que el
casco de un motorista. Mi Creador,
además, dispuso el material rígido de
tal forma que fuera transparente
delante de mis
ojos —y sólo allí lo es. Así puedo ver el mundo a través de estas
ventanas.
Bueno,
ya puede apagar su pobre lamparilla,
si no le
importa. Lo demás
se lo puedo contar a oscuras. ¿Ve
allí repartidos en la hierba
los muchos puntitos de luz? Son nuestras
hembras. No pueden volar. Durante
el período de
apareamiento se suben
a los tallos
de hierba sobresalientes. En
cuanto se acerca
un macho, la hembra sube
en alto la
parte trasera de su
abdomen con su
órgano luminoso. Así se ve muy bien la luz amarillenta tirando a verde,
y el macho viene a aparearse. Entre
mis parientes —y tengo
más de 2.000
diferentes— está otro alumbranoche,
el photinus pyralis. En su familia,
machos y hembras se
comunican por medio
de destellos. Uno de
esos destellos dura
solamente seis centésimas de
segundo. Es notable que los
machos emiten un
destello exactamente cada 5,7
segundos, y las hembras contestan al
mismo ritmo, pero 2,1 segundos más
tarde. Hasta el día de hoy, nadie
sabe cómo pueden
encender y apagar la luz tan
rápidamente.
En
el verano mi hembra pone los huevos en lugares
húmedos debajo de hojas muertas. De ahí se desarrollan primeramente unas larvas medio adultas. Pasan el invierno
en ese mismo lugar,
la primavera siguiente
se transforman en crisálidas
y luego salen
de ahí como luciérnagas. Entre
nuestros enemigos están las
ranas. En el caso
de que una de
ellas se haya
comido demasiadas de nuestra
especie —y esto,
lamentablemente, ocurre de vez
en cuando— ella misma
empieza a lucir
en la oscuridad.
¡Qué
raro debe parecerles a ellas...! Esto tiene
que ver con
el hecho de
que ya nuestros huevos
desprenden un poco de
luz, naturalmente también
nuestras larvas y crisálidas.
¿Pero cómo es
posible que podamos lucir? Eso
seguro que le
interesará, ¿verdad? En el año 1887 el francés Raphael Dubois
descubrió en la
mucosa luminosa del litófago
(una almeja que perfora
las rocas) las
dos sustancias indispensables para
la producción de luz. Cuando estas reaccionan la una con la
otra, se produce luz.
Por
eso denominó la una luciferina
y la otra luciferasa. La composición
química de la
segunda todavía se desconoce por completo. Lo único que se
sabe hoy es
que posee aproximadamente mil
unidades de aminoácidos, es decir,
su estructura es sumamente complicada
y dificilísima de reconocer. ¡Estoy asombrada del trabajo que
se ha tomado el Creador con unos seres tan pequeños
como nosotros! Analizando la otra sustancia, la
luciferina, unos científicos
americanos han descubierto recientemente que el número de las
moléculas de luciferina
oxidadas corresponde
exactamente al número
de los fotones de luz emitidos. Así que, efectivamente, el 100 % de la
energía es transformada en luz.
Una persiana como interruptor de
la luz
Le
contaré otra cosa que seguramente no sabe. ¿Ha oído alguna vez del «pez linterna» (photoblepharon palebratus
steinitzi)? ¡A que no! Aunque no
hay parentesco entre nosotros, él también
luce. Pero no
es él quien produce su
luz, sino que proviene de bacterias luminosas cuya luz
se produce por una reacción química parecida a la mía. Una
bacteria sola es
tan pequeña, que usted
no puede apreciar
su luz. Se requiere una colonia de muchos millones para
que usted vea la luz. En el pez linterna,
las bacterias están situadas
en un órgano luminoso de forma oval que se encuentra por debajo de
los ojos. Allí
se halla una densa
red de finísimos
vasos sanguíneos con la
que el pez
provee la energía y el oxígeno
que necesitan. Aparte de esto, el Creador
instaló allí para el pez linterna una especie de persiana, un pliegue ocular
negro, que puede
bajar para «apagar» la luz. Si
quiere puede emitir también señales
intermitentes con ayuda de
la persiana. Las ideas del
Creador son ilimitadas. Él hace que la
luz se produzca de las más diversas formas.
Árboles
centelleantes
También tengo
parientes en Asia
Meridional. Allí se
reúnen las luciérnagas
a veces por miles en ciertos árboles a orillas de un río. Todas ellas
emiten destellos de luz exactamente al mismo ritmo. Los
que han visto este impresionante espectáculo en Burma o Tailandia no han encontrado
palabras para describirlo.
A veces se
hallan juntos unos cuantos de estos árboles. Entonces no es
extraño ver cada hoja ocupada por una
luciérnaga. ¡Imagínese esos destellos intermitentes! Hasta
ahora, la ciencia
no ha podido
averiguar por qué todos
despiden los destellos
de luz al mismo tiempo.
¡A lo mejor es que
el Creador simplemente
quiere que usted se maraville ante su ingenio!
El principio del reflector
Pero volvamos
otra vez a mi «persona»
- y luego, por favor, póngame otra vez
en libertad. Tengo
que contarle todavía sobre
el admirable órgano luminoso del
que me ha dotado el Creador a mí y a mis parientes. En el fondo se compone de
tres capas de células. La capa
inferior la forman células cuyo
plasma está repleto
de diminutos cristales angulares.
Estos cristales actúan como
una pared re-flectora - comparable a los reflectores de las
bicicletas. La capa
intermedia contiene las
células luminosas propiamente dichas.
Están llenas de
unas partículas redondas, las
mitocondrias que como centrales
eléctricas en miniatura son
responsables de proveer la energía.
De
manera especial, estas células
luminosas están ricamente provistas de
nervios finísimos y pequeños
conductos respiratorios. La tercera capa, la exterior, es la piel. En esa parte del
cuerpo precisamente es transparente, de
modo que puedo dejar
brillar mi luz
ante hombres y animales.
Un
tren en miniatura
Un tren en miniatura Reconozco que no lo hago de manera tan
impresionante como el «gusano
trenecillo» del Brasil (phrixothrix). La larva de este escarabajo tiene
dos «luces» de
color naranja en
la parte delantera
de su cuerpo. Cuando presiente un
peligro, enciende dos ristras
de 11 linternas verdosas a cada
lado, con lo
que se parece efectivamente
a un trenecillo en la oscuridad.
Yo no me parezco a ningún tren. A mí las mujeres no me ponen en
su pelo, como
hacen con mis parientes
sudamericanos, los elatéridos, que por
las noches lucen como
brillantes sobre sus
cabezas.
Mi luz no resplandece
de forma intermitente,
ni tampoco es
de varios colores; no
obstante, alabo a mi Creador que
también a mí me hizo como
una pequeña maravilla.
¿Por qué no me acompaña en esta alabanza a Dios? Y ahora,
déjeme volar otra
vez - y lucir.
El mal del siglo XXI
Por el miembro Cire Nairda P. G.
Hay
cientos de amenazas para la salud humana. Hay
enfermedades cuyos nombres causan pavor,
a pesar de los
avances de las
ciencias médicas. El SIDA
y los diferentes tipos
de cáncer son graves
problemas, aún no
resueltos, que siegan
las vidas de
muchas personas diariamente; sin
embargo, el mal más generalizado
en el mundo es el
estrés. Esta palabra viene
del inglés (stress) y significa tensión.
No es una enfermedad; pero es la causa de serios trastornos de la salud. En las sociedades
modernas es difícil encontrar a
una persona que
no esté estresada. Los
adelantos científicos y tecnológicos facilitan
las tareas diarias; no obstante las personas no adelantan mucho con respecto
al estrés, porque al
hacer más fácil el
trabajo, se incrementa
el número de
actividades que tenemos que realizar y
el resultado es que
seguimos en el mismo
sitio.
Esto le fue anunciado al profeta Daniel en el siglo VI a. C.,
cuando Dios le
dijo: “Pero tú Daniel, cierra
las palabras y sella
el libro hasta
el tiempo del
fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará”
(Dan 12:4). Ese “correrán de aquí para allá” está describiendo el desasosiego y
el estrés de la humanidad, aunque
la ciencia se
haya “aumentado”. Somos testigos
de este fenómeno, y
peor aún: lo padecemos; pero lo más grave del estrés, suele ser, que lo
padecemos inconscientemente.
Durante años
sufrí trastornos digestivos;
luego de escuchar
consejos de todo tipo
y de tomar
muchos remedios, acudí a la
consulta de una doctora muy afamada en mi pueblo. En efecto, quedé muy
satisfecho de su atención, y lo mejor fue que ni siquiera me prescribió algún medicamento. Empezó
por hacerme varias preguntas
y me pidió que me acostara en una camilla con el torso
desnudo. Al acercarse a mí hizo un gesto de asombro y le dijo a su
asistente:
—
¡Mira qué salto tiene! A continuación me
pidió que levantara la cabeza y
observara. Su dedo
índice señalaba la región que llamamos “boca del estómago”, entre el
pecho y el abdomen. Quedé admirado de ver cómo ese lugar era
agitado por unas palpitaciones muy fuertes.
—Tú no estás enfermo.
Todo lo que tienes es un estrés muy grande.
Terminó su
reconocimiento y luego me dio una larga explicación acerca del
estrés. Ese día yo supe que uno puede tener
la falsa idea
de no estar
estresado, como en
mi caso. Erróneamente pensamos que
por aplazar los
problemas nos libramos de ellos. Resulta que aunque no estemos rumiando
los asuntos por resolver, ellos
siguen siendo una carga
para el cerebro.
Están ocupándolo a un nivel inferior al de la consciencia. Y
entonces aparecen los malestares y las enfermedades. Producto del estrés pueden surgir problemas estomacales
como las malas digestiones, la gastritis, el reflujo
gástrico, etc. También
produce enfermedades de la piel, caída del cabello, alteraciones metabólicas,
disfunciones sexuales, trastornos
cardiovasculares (hipertensión, taquicardias,
palpitaciones, infartos) y cerebrovasculares…
El
médico canadiense Hans Seyle, una autoridad
en esta materia,
indicó tres etapas del estrés.
En la
primera etapa hay un estado de
alarma: el organismo reconoce la tensión
y se prepara
para hacerle frente; las glándulas endocrinas segregan hormonas
que aumentan el ritmo
cardíaco y respiratorio,
se eleva el nivel de azúcar en la
sangre, se incrementa la transpiración, se
dilatan las pupilas y la
digestión se hace más lenta.
En
la segunda se produce una resistencia. El
cuerpo repara los daños
causados por la reacción de
alarma. Pero si el estrés
continúa, el cuerpo permanece alerta y no puede reparar los daños. Si esta situación se
prolonga, se inicia
la tercera etapa: el
agotamiento, cuya consecuencia
puede ser una alteración nerviosa. La
exposición prolongada a la tensión agota las reservas de energía del organismo y puede
llevar a circunstancias extremas, incluso
a la muerte.
La
energía física se recupera con relativa
facilidad; en cambio
la energía nerviosa tarda en
recuperarse y a veces no se repone. Para
evitar estos peligros
de la vida moderna, o para repararlos en caso de que
ya los estemos padeciendo, hay consultas
especializadas y hay diferentes terapias.
Pero la sugerencia
del Evangelio es buscar
primero el reino de Dios y su justicia, y vivir un día a
la vez: “…no os
afanéis por el
día de mañana, porque el día de
mañana traerá su afán. Basta
a cada día su propio mal” (Mat 6:34).
La
mente del hombre no descansa en el presente,
está siempre saltando del
pasado al futuro;
sin embargo, la realidad es que
solo existe el día de hoy. La vida es una carga maravillosa; pero si no la
sabes llevar puede aplastarte. La
preocupación por lo que comeremos, o con qué nos vestiremos, son
cosas que nos
mantienen agobiados cuando no
entendemos el propósito del
Creador. Anticipándose a este mal
de la humanidad, Cristo se ofreció
a llevar nuestras
preocupaciones, él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y
yo os haré descansar”
(Mat 11:28). Ocho siglos antes de que el Mesías viniera al
mundo, el profeta Isaías anunció que él llevaría nuestras
dolencias y enfermedades. Así que, para defenderte de
este proceso físico, químico
o emocional que genera
tensión y desencadena
enfermedades, anímate a compartir
tu carga con el Salvador.
En
la pasada fiesta de las cosechas celebradas en Jamal, Baracoa, nos propusimos
abrir una nueva obra misionera en la
cabecera municipal de Maisí.
Cuando tocamos la primera
puerta en ese
lugar nos recibió una señora alta
con el rostro muy triste.
Luego que nos identificamos nos invitó a pasar y comenzó a
contarnos la tragedia que
sufría pues su
nieto estaba padeciendo de
mononucleosis infecciosa, una
enfermedad más conocida como
el mal del
beso que produce fiebres
altas cada cuatro o
cinco días, daños
en la piel y las articulaciones.
Esto le había
comenzado a los
siete meses de vida y en la fecha en que le visitamos ya Marlon Denis
Matos Furones, que así se llama el niño,
tenía dos años de edad. Le hablamos a la señora de la hermana Digna Cuéllar, a
quien Dios usa con el don de sanidad divina. Por supuesto,
la distancia era un
obstáculo tremendo, pues
hablamos de una vecina de Maisí, en el extremo oriental de Cuba, y
la hermana Digna vive en La Lisa, Ciudad de La
Habana. Sin embargo
la señora Elvia Castro
Griñán, abuela del niño, y Yakelín
Furones Castro, la madre de este, dijeron que si Dios usaba a Digna, entonces
la distancia no iba a impedir
el milagro, y que ellas tenían
fe de que
por teléfono Dios iba a hacer la
obra.
Nosotros las
ayudamos a comunicarse
con la oficina
central en La Lisa
y contactamos con la
hermana Digna. Luego de explicarle la
situación ella nos indicó que le
diéramos el teléfono a la abuela del
niño para que escuchara la
oración, y que mientras ella estuviera orando en La Lisa, nosotros
mantuviéramos las manos puestas
sobre el niño.
Así realizamos la sanidad divina.
A los siete días
de aquel hecho
regresamos al hogar de Elvia y Yakelín y las encontramos muy contentas porque
Dios había hecho
un milagro: el niño estaba sano. Estas señoras quisieron
que se publicara
este testimonio para dar la gloria a Dios y
para aumentar la
fe de todos
los que puedan leerlo.
Mensajero N 7, año I (mayo de 1940)
El tren celestial
María
era una niña huérfana, de tres años de edad.
La madre había
muerto hacía algunos meses. Ella
extrañaba mucho a su madre quien le cantaba del
tren celestial. Vivían cerca
de una estación
del ferrocarril. Un día María
pensó tomar el tren para ir donde estaba su madre. Empaquetando sus piezas
de ropa salió para la estación y subió a un tren. Tomó un asiento y usando su paquete
como almohada se acostó a dormir. Momentos
después el conductor pasaba recogiendo
los boletos.
Viendo que
la niña estaba
sola le preguntó: ¿Dónde está
tu mamá? Yo no tengo madre, mi
mamá murió y ha
ido al cielo
--respondió la niña.
¿A dónde vas?
--preguntó el conductor. Yo voy a ver a mi mamá --dijo María.
¿Tienes boleto? --interrogó el conductor. Pues no, no
tengo boleto, ¿no es este
el tren celestial del cual me cantaba mi
madre y no es Jesús el conductor de este
tren? Mamá me decía que no
tenía que comprar
boleto para ir en este tren, y yo pensé que este era el
tren celestial.
Los pasajeros en el coche estaban todos
escuchando, algunos con lágrimas. María
preguntó al conductor:
¿Tiene usted una niñita? El hombre gigantesco, sollozando por un
momento dijo: No, yo una
vez tuve una
niñita como tú, pero ella murió hace un año. ¡Oh! ¿Va
usted a ver a su niñita ahora?
--interrogó María. El conductor no llevaba una vida como para que pudiera ir al cielo y no pudo decir una palabra.
Luego prorrumpió en llanto; de los ojos de
los pasajeros también caían
abundantes lágrimas.
María le
preguntó: ¿Quiere que le
diga algo a su hijita cuando llegue allí? ¿Debo decirle que
vi a su papá en
el tren? El conductor
bien sabía que
era pecador; pero estaba
enteramente quebrantado de corazón,
y cayendo de
rodillas abrazó a la niñita. Luego le pidió al ayudante que atendiera sus
deberes, pues él estaba demasiado ocupado. Realmente estaba buscando el lugar del arrepentimiento y haciendo la paz con
Dios. El conductor devolvió la niña a su pueblo
natal al día siguiente. Pero relatando
el incidente a su esposa, le manifestó
el deseo de adoptar a María en lugar
de la hija
que habían perdido.
La esposa
dijo: Yo bendigo a Dios y le daré
la bienvenida a esa niña que ha sido un
instrumento de Dios
para traer un cambio a la vida de mi esposo. Lamentablemente,
María solo vivió unos tres meses después de
aquello; sin embargo,
en su breve
vida hizo más
por Cristo que muchos adultos. Un niño
los guiará, dice la Palabra de Dios.
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