domingo, 21 de julio de 2013

La cuarta publicación.




La columna del director

Esta es una época del año muy hermosa: es el comienzo de la primavera en el hemisferio norte,   estación en  la que  la naturaleza viste sus mejores galas; y los animales, movidos por  los  instintos de procreación,  puestos  en  ellos  por  el Creador,  se buscan,  se aparean, anidan o  preparan  un  lugar  seguro  para  sus descendientes.  El  reflejo  de  eso  se  ve también  en  los  humanos. No  es mera coincidencia que al final del invierno el mundo  celebre  el  día  del  amor  y  la amistad.
En nuestro país  los  inviernos no  suelen  ser  muy  fríos;  en  el  recién terminado  casi  no  tuvimos  que  usar abrigos; pero en otras regiones  los días invernales son crudos y las personas se alegran cuando se acerca el tiempo cálido, cuando la nieve forma riachuelos  y todo se renueva en la tierra.
Nuestra  iglesia  tiene  fijadas dos  fechas importantes  en  esta  época:  el  10  de abril celebramos el día de la familia, y el 28 de abril, el día del matrimonio. Digo importantes, porque  sobre  esos pilares descansa  la  continuidad  de  la  especie humana y vienen directamente de Dios. Y se hace imprescindible que destaquemos el  lugar que siguen  teniendo en el seno  de  la  iglesia,  porque,  lamentablemente,  esa  obra  hermosa  del  Creador se está desintegrando en el mundo. La sociedad  cree que  evoluciona hacia un nivel superior de organización; en cambio,  la  Palabra  de Dios  declara  que  el mundo  se  arruina moralmente, porque va en contra de  los propósitos divinos.
Las  estadísticas  globales  confirman  lo que está predicho en la Biblia: las familias no pueden prevalecer, el amor desaparece,  el  egoísmo  del  hombre  sale  a la superficie. Sabemos que hay muchísimos divorcios; sin embargo, lo peor no es  eso,  sino  que  las  generaciones  que vienen ni siquiera pensarán en casarse,   y  cuando  lo  hagan  será  por  acuerdos prácticos, no con la intención de que el amor  los  una  hasta  que  la muerte  los separe.  Los  individuos  se  sienten  tan seguros de  ser dueños de  sus destinos que  no  quieren  sacrificar  lo    que  llaman “su libertad”.
Se acercan los tiempos en que el mundo  será  como  Sodoma  y Gomorra,  y frente  a  ese desafío  enorme,  la  iglesia, aunque  parezca  anacrónica,  tiene  que seguir predicando  los valores del principio:  la  unión  del  hombre  y  la mujer en santidad tanto tiempo como los dos han de vivir, y  la formación de un hogar donde  los hijos  crezcan  saludables y felices, con  la educación que exige  la Palabra  de  Dios.  Cada  vez  será  más difícil convencerlos de que es  la  iglesia la que  está bien, porque  en  todas partes se  les enseña que  las relaciones antes  del matrimonio,  las  uniones  informales, el divorcio, la homosexualidad y otras  prácticas  diversas,  son  fenómenos normales.
La  iglesia  es  mensajera  del  amor;  la iglesia  arrostrará  dificultades  hasta  el final  en  su misión de  fomentar  la  formación y el cuidado de la familia como de  un  regalo  precioso  que  el  Creador nos  dio. La  iglesia  es  consejera matrimonial; está seriamente comprometida en  salvaguardar  este  patrimonio  santo e indisoluble. Nuestros pastores y líderes  tienen  que  ser  ejemplo  de  buenos esposos  y  padres  de  familias,  porque los  que  no  saben  cuidar  bien  de  sus casas,  ¿cómo  podrán  cuidar  la  iglesia del  Señor?  (1Ti  3:5). El  cuidado  de  la familia  es  el  primer  deber  de  ambos cónyuges  cristianos. El matrimonio  se ha  de  sostener  con  amor,  respeto  y sabiduría. 
Superintendente Eliezer Simpson Jackson.
Presidente de la iglesia en Cuba 

Mirando el matrimonio con los ojos del apóstol Pablo 
 
Por el superintendente Sergio de la C.
González Caballero.
Al  pensar  en la  familia,  veo dos  realidades divinas:  primeramente  la familia  establecida  por Dios  al  inicio de  la  creación,  y  en  segundo  lugar  la iglesia, amparada por él en Cristo desde  el  mismo  comienzo  de  la  historia cristiana. Las dos continúan un patrón similar en cuanto a relaciones  internas.
A  lo  largo  de  las  épocas,  el  sentido cristiano del matrimonio  se ha  llegado a  aceptar  ampliamente.  La  mayoría todavía lo registran como un ideal hermoso,  aun  en  estos  días  de  tanta  corrupción.  El  matrimonio  se  percibe como  la  unión  perfecta  de  cuerpo, mente  y  espíritu  entre  un  hombre  y una  mujer.  Pero  las  cosas  eran  muy disímiles  cuando  Pablo  escribía  a  los efesios,  pues  estaba  proponiendo  un ideal de pureza  radiante en un mundo inmoral.
Primeramente  los  judíos  tenían  una opinión baja de las mujeres. En su oración matinal incluían una expresión en la  que  el  varón  hebreo  daba  gracias  a Dios por no haberle hecho ni gentil, ni esclavo,  ni  mujer.    Para  los  judíos  la mujer  era más una propiedad que una persona. Tenía pocos derechos legales, y su marido decidía su suerte; una mujer  repudiada  estaba  en  graves problemas.  En  el  tiempo  de  Jesucristo,  el  y amenazado, porque las jóvenes judías se  negaban  a  casarse,  ya  que  su  posición como esposas era muy incierta.
Con esos conceptos en vigencia plena, Pablo  habla  de  la  familia  en  Efesios 5:22-25   “…las casadas estén sujetas a sus  propios maridos,    como  al  Señor; porque  el marido  es  cabeza de  la mujer,    así  como  Cristo  es  cabeza  de  la iglesia,  la cual es su cuerpo,  y él es su Salvador. Así que,  como la iglesia está sujeta a Cristo,  así también las casadas lo  estén  a  sus maridos  en  todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella…”
En  toda  entidad o  relación humana  el precepto de  las relaciones es un pasaje de  doble  sendero,  uno  de  potestad  y otro de sujeción. Él respeta  lo establecido  por  Dios  en  la  naturaleza  para emplear  la  verdad  de  la  contención recíproca. Es  interesante  conocer  lo  que  Pablo requiere  de  las  casadas:  sujeción  a  sus maridos. La acción que este verbo envuelve es la de doblegarse, o sujetarse a la  autoridad  de  otro;  en  este  caso  las esposas a los esposos.
El  esposo,  como  el  representante  de Dios  ante  la  familia, merece  la misma consideración  en  el nivel humano que la esposa da al Señor en el área espiritual. A menudo, la palabra sumisión se  usa  mal.  No  significa  convertirse  en una persona de poco carácter. En una relación  conyugal,  ambos  esposos  tienen  el  llamado  a  someterse.  Para  la esposa, esto significa sujetarse voluntariamente  al  liderazgo  de  su  esposo  en Cristo. Para el esposo significa echar a un  lado  sus  intereses a  fin de cuidar a su  esposa.  La  sumisión  rara  vez  es un  problema  en hogares  en  los que las  parejas  mantienen  una  sólida  relación con Cristo y en el que cada uno está  interesado  en la  felicidad  del otro.
Pablo dice a las esposas que  deben  someterse  a sus  esposos.  El  hecho de  que  una  enseñanza no  sea  popular,  no  es una  razón  para  descartarla. De acuerdo con la Biblia, el hombre es la cabeza espiritual de  la  familia  y  su  esposa  lo  acompaña en el liderazgo. Pero el verdadero liderazgo espiritual es el servicio. Un esposo  sabio que honra  a Cristo no  sacará ventaja de su papel, y una esposa sabia que  honra  a  Cristo  no  procurará menospreciar el liderazgo de su esposo. Si esto  se  toma  en  cuenta,  se  evitará  la desunión  y  la  fricción  en  el matrimonio. El consejo de Pablo  a  los  efesios es  el  ideal  bíblico  para  el matrimonio.
 El matrimonio, para él, es unión santa, un símbolo viviente, una preciosa relación que merece  amor,  atención  auto sacrificial. Generalmente  esta  sumisión  tiene  tres circunstancias: el amor, la voluntad y el deber  cristiano.  El  amor  desprendido del  cónyuge  abastece  el  ambiente  que despierta y atestigua la obediencia de la esposa. La buena voluntad de la esposa es  la  respuesta  de  ella  al mando  templado que él ejercita.
Primeramente  vemos  esto  como una exégesis sensata  del  mandato señalado  por Dios en la formación de la  primera  pareja. Toda  compañía o estructura  tiene una  sola  mente  o soberanía  principal;  en  el  caso  de  la familia es el esposo. Esta  es  una  autoridad encomendada  por Dios  y  nadie  debe  derogarla. A  la vez no es una  jurisdicción  arbitraria para avasallar o explotar, sino es un  compromiso  sagrado  que  ha  sido concedido  por  Dios  para  ordenar  la familia y así presidir la sociedad. En  segundo  lugar,  este  sometimiento en  el  casamiento  alecciona  la  relación íntima y vital entre Cristo como cabeza de  la  iglesia  y  la  iglesia  como  su  cuerpo. De  igual manera,  en  el  orden  divino  de  la  creación,  la mujer  se  halla realizada  en  la  unión  conyugal  con  su esposo.
Como  la  iglesia  depende  de Cristo  en todo  para  su  vida,  su  sostén  y  su  expectativa, de igual manera las esposas  cristianas  acatan  de  sus  esposos  todo con respecto al contenido familiar. Pablo tiene mucho que decir en cuanto a  la  responsabilidad  del  hombre,  pero nada en cuanto a sus derechos. De esta manera  da  un  vuelco  total  al  pensamiento de su época. Comienza con una recomendación fuerte para los esposos “amad a vuestras esposas”. El amor da de sí mismo para beneficio del amado Esto implanta el concepto cristiano de amor  ágape  en  el matrimonio,  en  contraste  con  el  amor  filio  y  eros  del  casamiento mundano. Él inicia con un consejo  a  los  esposos  y  termina  con  una conmovedora descripción de  la  iglesia.
Así como Cristo se negó a sí mismo y fue sacrificado para redimir a su iglesia el  hombre  se  entrega  en  amor  para  el bien de su esposa. Este amor gobierna las  actitudes  y  las  acciones  del  esposo hacia  su  cónyuge  y  elimina  cualquier tendencia hosca, egoísta o maniática. Para  ilustrar  el  tipo  de  amor  que  los esposos  deben mostrar  a  sus  esposas emplea cinco formas verbales para describir  el  amor de Cristo por  su  iglesia la amó, se entregó, la santificó, la purificó, y se la presentó. Es un amor completo  e  inclusivo.  La  razón  de  este amor sacrificial de Cristo hacia su  iglesia fue su santificación.
Con este amor tan agraciado en mente Pablo  vuelve  el  pensamiento  hacia  e esposo  con  respecto  al  amor  que  él proporciona  a  su  esposa.  Este  cariño apela al cuidado afectivo que uno mismo da a su propio cuerpo. La muestra para  este  pensamiento  es  el  hecho  de que  nadie  abusa  de  su  propio  cuerpo sino que lo cuida y sustenta. Llegado el momento, la atracción marital es más fuerte que los lazos paternales. El  amor  que  el  contrayente  siente hacia su novia es más poderoso que el amor para  los padres  y  resulta  en una unión íntegra.
Aunque el papel de cada desposado es distinto,  hay  una  paridad  de  compromiso equitativa y aumentada para cada uno. De esta manera auxilian  la armonía  y  unión  familiar,  fortaleciendo  la unidad  de  la  iglesia,  y más  que  todo, honrando a Dios. Algunas veces  se  asienta  totalmente  el énfasis en este pasaje, y se ve como si su esencia  fuera el  sometimiento de  la mujer  al marido.  La  frase: “el marido es  la cabeza de  la mujer” se cita a menudo  separadamente;  sin  embargo  la base del pasaje no es el poderío, sino el amor. Este debe ser un amor sacrificado. No debe ser nunca un amor egoísta. Cristo amó a  la  iglesia, no para que la iglesia hiciera cosas por él, sino para hacer él cosas por ella. 
El  marido  es  la  cabeza  de  la  mujer; pero  también dice que debe amar a su mujer  como  Cristo  amó  a  la  iglesia, con un amor que nunca ejerce un control  arbitrario,  sino  que  está  pronto  a hacer cualquier  inmolación por el bien de la esposa.
Debe  ser  un  amor  purificador.  Bien pudiera ser que Pablo tuviera en mente una costumbre griega. Una de las usanzas  griegas  del  matrimonio  era  que, antes  de  que  la  esposa  fuera  llevada  a su marido, se bañaba en el agua de una corriente consagrada a algún dios o  diosa.  Pablo  está  pensando  en  el bautismo. Mediante el agua del bautismo  y  la  confesión  de  fe,  Cristo buscó hacer una iglesia para sí, limpia y consagrada, de tal manera que no  le  quedara  ninguna  mancha  ni arruga  que  la  desluciera.  Cualquier amor  que  insensibiliza  en  lugar  de suavizar  el  carácter,  que  recurre  al engaño, que debilita  la  fibra moral, no  es  amor. El  verdadero  amor  es el gran curativo de la vida. Debe  ser  un  amor  que  cuida.  Un hombre  debe  amar  a  su mujer  como  ama  su  propio  cuerpo. El  verdadero  amor  no  ama  para  obtener servicios, ni para asegurarse la satisfacción  de  sus  necesidades  físicas; se  preocupa  de  la  persona  amada.
No funciona como es debido cuando  un  hombre  considera  a  su mujer,  consciente  o  inconscientemente, como la que le hace la comida, le lava  la  ropa,  le  limpia  la  casa  y  le cuida los hijos. Es  un  amor  inquebrantable.  Por este  amor  un  hombre  deja  a  sus padres y se une a su mujer. Él queda unido a ella como  los miembros del  cuerpo  están  unidos  entre  sí;  y el separarse sería como el desgarrar los  segmentos  de  su  cuerpo.  Aquí tenemos sin duda un ideal para una edad en  la que  se cambia de pareja tan  fácilmente  como  se  cambia  de ropa;  no  obstante,  en  un matrimonio  cristiano  no  están  implicadas dos personas,  sino  tres  y  la  tercera es Cristo, y con él de compañero y timonel, el mundo familiar será mejor.

Entrevista con Dios
Por la evangelista Magbis Verdecia Toledano.
Soñé que tenía una entrevista con Dios.  
— ¿Te  gustaría  entrevistarme?  —Dios preguntó.
—Si tienes tiempo —le dije.  Dios sonrió:
—Soy  eterno,  ¿qué  quieres  preguntarme?
—¿Qué opinas de mí?  
Y Dios me respondió: 
—Pierdes  tu  salud  para  hacer  dinero  y luego  usas  tu  dinero  para  recobrar  la salud.  Estás  tan  ansioso  por  el  futuro que olvidas el presente, vives  la vida sin presente, como  si nunca  fueras a morir, y mueres como si nunca hubieses vivido.
—Padre, dime ¿qué lecciones deseas que yo aprenda? 
Él volvió a sonreír:
—Que  aprendas  que  no  puedes  hacer que todos te amen y lo que puedes hacer es amar a  los demás. Que aprendas que lo más valioso no es  lo que  tengas en  la vida, sino que tienes vida. Que aprendas que una persona  rica no  es  la que  tiene más,  si  no  la  que  necesita menos. Que aprendas que únicamente toma unos  segundos herir profundamente a una persona que amas, y que toma años cicatrizar la herida. Que perdonar se aprende perdonando. Que aprendas que hay personas que  te  aman  entrañablemente  y que muchas no  saben  cómo  expresarlo. Que aprendas que dos personas pueden mirar  la misma cosa y  las dos percibir algo diferente. Que perdonar a los otros no es fácil, y que perdonarse a sí mismo es el primer paso. Y que aprendas que yo siempre estoy aquí para ti. Siempre. 

EL CÍRCULO DEL   ODIO
El  administrador  de  una  empresa  le gritó al jefe de personal porque estaba enojado en ese momento. El jefe de personal llegó a su casa y le gritó a su esposa, acusándola de gastar demasiado en las compras de la casa. La  esposa  le  gritó  al  hijo  porque  no quería bañarse para  hacer la tarea.
El  niño  le  dio  un  puntapié  al  perro porque tropezó con él. El  perro  salió  corriendo  y  mordió  a una  señora  que  pasaba  por  la  acera, porque  obstaculizaba  su  carrera  de escape . Esa señora fue al hospital a vacunarse contra la rabia y le gritó a la enfermera, porque no pudo  atenderla rápido.
La  enfermera  llegó  a  su  casa  y  le gritó a su madre, porque  la comida no era de su agrado. La madre le acarició los cabellos y le dijo: —Hija querida, mañana haré tu  comida  favorita.    trabajas  mucho, estás cansada y necesitas de una buena  noche  de  sueño. Acuéstate  y  descansa  con  tranquilidad.  Mañana  te sentirás mejor.
Luego  la bendijo y abandonó  la habitación, dejándola  sola  con  sus pensamientos.  En  ese  momento,  se  interrumpió  el  círculo  del  odio,  porque chocó con la tolerancia, el perdón y el amor. Si  has  ingresado  en  un  círculo  de odio,  acuérdate  que  con  tolerancia, disposición  al  perdón  y  sobre  todo, con amor, puedes romperlo.
Según estadísticas, los pastores ineficaces  emplean  el  80  por  ciento  de  su tiempo en hacer cosas inútiles, o lo que es lo mismo, desperdician su tiempo. Y la razón principal de esta triste realidad es que encuentran muy difícil decir no. Y de esa manera queda su agenda atestada de cosas irrelevantes que los priva de  concentrarse  en  las  cosas  que  realmente harían  la diferencia. Tristemente,  Satanás  en  ocasiones  nos  ha  engañado, provocándonos  a  apagar pequeños  incendios  dentro  de  la  iglesia, cuando  fuera  de  ella  el mundo  entero está en llamas. Solamente tenemos una vida, por  lo  tanto no podemos permitirnos el lujo de perder el 80 por ciento de nuestro valioso  tiempo, así que debemos empezar a aprender a decir no. 
Pero seamos honestos, decir que no es difícil. Ningún líder quiere que lo vean como el malo de la película.  En  las  sociedades de consumo, donde existen cientos de medios para convencerte de comprar algo, los operarios de tele marketing  saben  que  a  la  gente  le resulta  difícil  decir  no  y  se  aprovechan    de  eso.   En  algunos  lugares  las llamadas con ofertas que los consumidores  reciben  son  tan  frecuentes,  que existen empresas que se dedican exclusivamente  a  borrar  a  la  gente  de  las listas de las empresas de tele marketing.
Los consumidores prefieren pagar este servicio  y  evitar  pasar  por  la  pena  de decir no. 
Los  líderes  de  la  iglesia  tienen  sentimientos. La mayoría  tiene un  corazón pastoral que  se ocupa  con  cuidado de las personas a las que sirven. Decir que no  es  algo  que  debe  hacerse  con  la sabiduría  y  el  conocer  de  los  tiempos de Dios.  Maxwell, en su libro Principios de oro, plantea que  la decisión de ayudar a  las personas en lugar de hacerlas felices es muy  difícil.  Él  dice:  “¡Quería  hacer ambas cosas, y en los primeros años de mi carrera, a menudo escogí agradar a los  demás  por  encima  de  ayudarles, pero pronto descubrí que alguna gente quiere  lo que no necesita y necesita  lo que no quiere. Alguien tiene que decírselo,  y  esa  tarea usualmente  cae  sobre los hombros del  líder!” Las  cargas del liderazgo  son grandes. Una de  ellas  es ser  impopular  cuando  sea  necesario.
George F. Will, columnista y ganador  del premio Pulitzer, dice: “El  liderazgo  es,  entre otras  cosas,  la  capacidad de causar dolor y quedar  impune por ello...  es  dolor  a  corto  plazo  en  aras de sacar provecho a largo plazo”.  Resumiendo  la  idea,  creo  que  la mayoría de  los pastores  encuentran difícil decir “no”, por al menos tres razones: 
1.  Es más  fácil  hacer  lo  que  se  nos pide  qué  decir  “no”,  y  arriesgarse  a perder una  amistad. Decir “no”  a  alguien  puede  lastimar,  enfadar,  o  decepcionar  a  la  persona,  y  ésa  no  es generalmente una tarea divertida. 
2. Muchos pastores están más preocupados por agradar a su gente que por transformar el mundo.
3.  Algunos  pastores  sienten  que  no tienen elección cuando un  feligrés  les pide  que  hagan  algo. Después  de  todo, son sus pastores.  
Leí un  triste  artículo de un pastor de 55 años que comentaba: “He gastado mi vida entera  tratando de complacer los deseos de otras personas, y ahora, cuando miro  atrás  sobre mi ministerio, me doy cuenta de que nunca conseguí  hacer  las  cosas  que Dios  quiso que yo hiciera porque estaba demasiado ocupado cumpliendo las expectativas  de  las  otras  personas.  En  otras palabras,  tratando  de  ser  “todo  para to “nada  para  todo  el   mundo”.   
¿Cuántas  cosas  está  usted  haciendo actualmente,   solo  por   miedo  a decepcionar  a  otros  o  miedo  a  no  ser necesitado?  ¿Cuántas  de  sus  presentes actividades  le  molestan  secretamente? Ore  para  ejercitar  el  discernimiento, esa habilidad espiritual de dar prioridad a lo que es mejor sobre lo que es meramente bueno. Decir “no”, es una manera efectiva de organizar su vida. Usted  tendrá más  tiempo  para  ir  despacio, estar solo, derramar su sobrecargado corazón ante Dios y admitir su desesperada  necesidad  de  refrigerio  interno.
Según  expertos  aprender  a decir  “no” mucho más a menudo que “sí”, es una de  las  claves  para  crear  un pueblo  fenomenal.  Lograr  este  objetivo  no  es egoísta, es estratégico. Permanecer enfocados es esencial para ser  eficientes,  y  una  iglesia  no  puede permanecer enfocada sin decir que no. Aunque no es  fácil,  la salud de  la  iglesia puede estar en  juego. Pero el asunto del enfoque es muy difícil de llevar a la práctica porque muchas cosas reclaman  nuestra  atención  y  nos  quieren desviar del propósito principal. El  enfoque es una verdad que las Escrituras enseñan y reafirman de principio a fin.  David  oró en  el  Salmo  27:4:
“Una  cosa le  pido  al Señor, y es lo  único que persigo: habitar  en  la  casa del Señor todos los días de mi vida”. Una  cosa  tenía  en  mente.  Una  relación íntima y apasionada con Dios era  lo que  más  le  preocupaba.  Pablo  dijo en  Filipenses  3:13-14:  “Mas    bien,  una    cosa    hago:    olvidando  lo  que queda  atrás  y  esforzándome  por  alcanzar lo que está delante, sigo avanzando  hacia  la  meta  para  ganar  el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento  celestial  en  Cristo  Jesús”. 
Estaba  enfocado  en  una  cosa.  El objetivo  de  ser  como  Cristo  lo  impulsaba  a  avanzar  en  su  recorrido espiritual.  El  escritor  de  Hebreos nos indica que debemos despojarnos del pecado y de todo lo que nos impida  correr  la  carrera  que Dios  nos puso  por  delante  (Heb.  12:1).  Los corredores  no  competirían  con  un tapado  de  piel  ni  con  peso  en  los tobillos. Lo  hacen  con  ropa  sencilla y ajustada al cuerpo. Todo  lo demás se  elimina.
 El  escritor  de  Hebreos menciona  un  llamado  a  enfocarnos, a  fijar  nuestros  ojos  solo  en  Cristo (Heb. 12:2). El  desafío  es  eliminar  todo  lo  que  entorpezca  la  transformación  espiritual.  Como  líder  de iglesia eres compañero de Dios en la tarea de edificar la vida de las personas.  Si  Dios  te  ha  dado  esa  encomienda,  debes  concentrarte  en  esto solamente,  pues  esa  es  la  razón  de ser de la iglesia. Diga “no” a todo lo demás.  Recuerde  siempre:  El  comienzo del  fin  en  el ministerio pastoral  es pretender  “quedar bien  con todo  el  mundo”.  Jesús  no  pudo  ni quiso hacerlo, haga usted lo mismo.


Parte III
Por el pastor Raimel Barrios Izquierdo

Sin lugar a dudas uno de los más grandes desafíos  que  enfrentamos  como  ministros de  Jesucristo es  la evangelización, y esto  lo  digo  por  la  responsabilidad  que tenemos.  La  evangelización  no  es  ningún  extra opcional  para  quienes  disfrutan  de  este tipo de cosas, sino un aspecto básico de la obediencia de toda la iglesia al mandamiento de su Señor: él nos dijo que fuésemos  a  todo  el  mundo  e  hiciésemos discípulos, y los únicos que pueden dar a conocer  a Cristo  son  aquellos que  ya  lo conocen.  La  iglesia,  como  nos  recuerda Pedro, existe “para que anunciéis las virtudes de aquel que os  llamó de  las  tinieblas a su  luz admirable; vosotros que en otro  tiempo  no  erais  pueblo,  pero  que ahora  sois  pueblo  de Dios;  que  en  otro tiempo  no  habíais  alcanzado  misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 P 2:9-10).
 Unas buenas nuevas así  son  para  compartir,  y  la  iglesia  para ser digna de ese nombre debe asegurarse de  que  tal  cosa  se  haga.  Existen  varias definiciones  de  lo  que  es  la  evangelización. Entre ellas escojo para este escrito una  frase  que  se   atribuye a C. H Spurgeon,  el  famoso  predicador  y evangelista británico del  siglo XIX. Él dijo: La evangelización, es un mendigo diciéndole  a  otro dónde puede  conseguir  pan.
Me  gusta  esa  definición,  ya que  llama  la  atención  tanto  sobre  la necesidad del recipiente como sobre la generosidad  del  dador:  Dios  no  nos dará  una  piedra  si  le  pedimos  pan. Y me  gusta  la  igualdad  que  subraya:  un evangelista no es en modo alguno mejor,  ni  se  halla  en  una  posición  más elevada  que  la  persona  a  la  que  está hablando. En torno a la cruz de Cristo el  terreno  se  encuentra  nivelado,  y  la única  diferencia  entre  los  dos mendigos  hambrientos  es  que  uno  ha  sido alimentado  y  sabe  dónde  hay  siempre comida disponible. No existe demasiado misterio al  respecto. La evangelización es simplemente decirle a otro buscador  en  qué  lugar  puede  conseguir pan.
No todos los creyentes son llamados  a  predicar,  (ese  es  un  don  para algunos  cristianos);  pero  todos    son llamados  a dar  testimonio del Señor  a quienes aman y sirven. Cada uno puede  contar  su  historia  personal,  lo  que causa mucho impacto. Así es como las iglesias  que  crecen  se  extienden  tan rápidamente  en  cualquier  parte.  Tal vez no tengan predicadores destacados —y ciertamente no poseen una educación  excepcional—,  pero    entienden claramente que uno no puede ser cristiano  sin  ser  al mismo  tiempo  testigo de Jesucristo. 
Pero hay otro toque importante en esta definición: nos  recuerda que no podemos  llevar  a  los  demás  esas  buenas nuevas  a menos  que  nosotros,  personalmente, hayamos llegado a “gustar, y ver que es bueno Jehová” (Sal. 34.8).
Es  profundamente  conmovedor  ver que  para  esta  labor  extraordinaria  el gran Dios confía en nosotros: “Somos embajadores en nombre   de Cristo —escribía Pablo—  como  si Dios  rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre  de  Cristo:  Reconciliaos  con Dios”  (2  Co.  5.20).  La  política  de  un país  se  comunica  en  el  extranjero  por medio  de  sus  embajadas,  y  nosotros somos  una  embajada  del  cielo.  Mas nuestra  ciudadanía  está  en  los  cielos, de donde  también esperamos al Salvador,  al  Señor  Jesucristo;  (Fil.  3.20).
Dios  pretende  ponerse  en  comunicación  con  aquellos  a  quienes  desea  alcanzar  por  medio  de  su  pueblo.  La realidad de lo que él ofrece se ve mejor en  la vida de aquellos que han comenzado  a  ser  cambiados  por  dicha  realidad,  y  los  que  han  sido  convencidos por Cristo son quienes mejor  transmiten la convicción. Vez tras vez se repite  el mismo  tema  en  el Nuevo Testamento: “Somos  colaboradores  de Dios” (1 Co. 3.9). “Por lo cual, teniendo  nosotros  este  ministerio  según  la misericordia  que  hemos  recibido,  no desmayamos” (2 Co. 4.1). Y el ministerio  del  que  habla  Pablo  es  el  de  la evangelización:  tenemos  la responsabilidad  de  evangelizar.  Si  nuestros  amigos  íntimos  perecen  por  falta  de  esas buenas  nuevas  que  salvan  la  vida,  nosotros seremos los responsables.
Pablo fue muy  claro  al  respecto. En  Romanos 1.14-15, el apóstol afirma categóricamente:  «A  griegos  y  a  no  griegos,  a sabios  y  a  no  sabios  soy  deudor.  Así que,  en  cuanto  a  mí,  pronto  estoy  a anunciaros el Evangelio...» Y en Mileto   recordó  a  sus  amigos  dentro  del  liderazgo  de  la  iglesia  de  Éfeso  que  era inocente  de  la  sangre  de  todos  ellos, porque  no  se  había  retraído  de  declararles  todo  el  consejo  de  Dios  (Hch. 20.26).  ¿Podríamos  decir  nosotros  lo mismo? Resulta  triste  decirlo,  pero mucho  de lo que pasa por evangelización hoy en día no tiene nada que ver con ella.
Leí que en el momento de las Olimpíadas  de  1960,  una  revista  publicó  una divertida  caricatura  que  mostraba  al célebre corredor de  la batalla de Maratón llegando a Atenas y cayendo agotado al suelo mientras mascullaba con un rostro sin expresión: «...He olvidado el mensaje».  ¡Por  desgracia  así  parece suceder muchas veces con la iglesia.  Nos  agotamos  en  cosas  no  esenciales olvidando  la naturaleza de nuestra misión. La  evangelización  exige  una  decisión. No basta con que  la gente oiga  la predicación  del  Evangelio  y  sea  movida por  la  calidad  de  la  vida  cristiana  que tiene en  su medio: deben decidir  si va o  no  a  doblar  la  rodilla  ante  su  Rey Jesús.  Debemos  señalar  aquí  también que  la evangelización desemboca en el discipulado. No  es  simplemente  cuestión de proclamar las buenas nuevas; ni tampoco  de  producir  decisiones  por Cristo,  conseguir que  las manos  se  levanten  o  que  haya  un  llanto  de  compromiso.
 El  objetivo de  la evangelización   no   es   ni     más   ni   menos   que cumplir  la Gran Comisión y hacer discípulos  de  Jesucristo. Un  discípulo  es un aprendiz, y la evangelización verdadera desemboca en una vida que de  ir por su propio camino pasa a seguir el  camino de Cristo. Necesitamos  volver a  la amplitud de  las buenas nuevas como Jesús mismo las proclamó ante una asombrada  sinagoga  local  en Nazaret: “El  Espíritu  del  Señor  está  sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a  los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4.18).
Jesús cerró el  rollo de Isaías 61, del cual había estado  leyendo  este pasaje,  y  sorprendió a  sus  oyentes  diciéndoles:  «Hoy  se  ha cumplido  esta  Escritura  delante  de vosotros»  (Lc.  4.21). No  se  trataba de unas  buenas  nuevas  ordinarias,  ni  de un mensajero corriente: era nada más y nada menos  que  la  salvación  de Dios largamente esperada proclamada por el Mesías mismo.
Debe  ser  nuestra  ferviente  y  sincera oración  para  que  el  buen  Espíritu  de Dios  nos  use  para  llevar  a  su  iglesia por  los  derroteros  de  la  verdadera evangelización  esa  que  tan  acertadamente  definiera  el  apóstol  Luis  Cruz Lara como Vida. 

Amor de hierro*

Había  comenzado  la  zafra. Muy  tempranito el tren  pasaba  por  los  cañaverales  despertándolos,  con  un  largo  y  metálico  bon bón  que repetía de  cruce  en  cruce hasta  llegar  al  ingenio. Allí tomaba agua, se quitaba el sombrero   y se pasaba  un  pañuelo  por  la  trompa;  después regresaba al centro de acopio, donde volverían a llenar los vagones.
—Oye parece que el tren está enamorado de la vaca Lucero,  ¿has visto como  la celebra? Además  le deja caer cada vez que pasa cañas altas y gordas —dijo el  riel  izquierdo a su compañero, el cual respondió:
—Eso  lo  saben  todos  los  postes  de  la  vía,  los cruces,  los  puentes  y  hasta  el mismo  chucho. ¡Allá ellos y su amor imposible.
Un  día    el  trencito  le  iba  a  hacer  una  carta  a Lucero, cortó una caña,  le sacó punta y  le hizo la carta más dulce del mundo. En ella  le decía: Quiero que seas mi esposa. Lucero  leyó  la  carta  y  todas  las  mañanas  lo esperaba  en  la  curva  y  le daba un  cubo de  leche.  Hasta  que  un mediodía,  a  la  hora  de  almuerzo  el  tren  fue  a  visitarla.  Cuando  llegó, Lucero  lo espera de  lo más arregladita con  los cascos pintados y mucho colorete alrededor de los ojos. Él se quitó el sombrero, se pasó el pañuelo por la trompa y le dijo:
—Amor,  espero  tu  respuesta,  de  ti  depende que sea el tren más feliz que han fabricado.
Lucero,  se  le  acercó  con  una  jarra  de  leche, mientras él seguía hablando de sus buenas  intenciones.  Lucero  lo  interrumpió  con una sonrisa y le dijo: 
—Lo he pensado mucho, tanto que estoy dando poca leche, y he decidido que seas mi esposo. Sé que el amor de  los  trenes es  muy  fuerte,  pero  antes  de  dar  este paso  debo  decirte  que  tienes  que  pedir mi pata y visitarme al establo donde vivo, y que nuestra boda se efectúe en el batey del  central.  Además  me  preocupa  una cosa muy importante.
Al tren le brillaban como nunca sus grandes ojos negros, se sintió nervioso: — ¿Qué es? –preguntó.  Lucero  se  pasó  la  cola  por  el  lomo  para espantar  algunas  moscas  y  expresó  su inquietud:
— ¿Dónde vamos a vivir? Despreocúpate  de  eso,  cariño,  para  un tren  enamorado no  hay  nada  imposible, ya  lo verás; esta noche   vengo a pedir tu pata…  y  no  me  demoro  más  que  debo seguir trabajando.
El tren cumplió con todo lo que Lucero le había dicho, hasta el día de la boda, en la cual los hermanos rieles, rectos y elegantes sirvieron de testigos. Y mientras duró la  zafra  Lucero  iba  en  el  primer  vagón desde  el  central  al  centro  de  acopio,  sin que  le  faltaran  las  cañas  gordas  y  altas. Tenía una barriga enorme, porque esperaba  un  tren ternero  con  la  alegría más grande que se halla visto en una vaca.
*Pérez González, Evasio.
Amor de hierro. Editorial unicornio. 
La Habana, 2007.
EL MILANO Y EL PELÍCANO
Un milano voraz, ladrón de oficio
Vio el raro sacrificio
Que un pelícano hacía
Para salvar a su naciente cría.
Falto de otro sustento,
Su pecho mismo sin piedad hería
El amoroso pájaro contento,
Y por manjar a sus polluelos daba
La sangre que la herida derramaba.
—Por Dios te juro —díjole el milano—
Que por más que cavilo, no comprendo
Esa barbaridad que estás haciendo.
¿Qué ave de juicio sano
Vertiera de su sangre ni una gota
Por una impertinente familiota?
¡Que son tus hijos! ¡La razón es buena!
Mantenlos como yo, con sangre ajena.
Y esto ha de ser, mientras el pollo es chico;
En volando, que viva de su pico.
— ¡Educación de fácil desempeño
—Respondió el buen pelícano— propones!
Mas tú enseñas tus hijos a ladrones,
Y yo a los míos a querer enseño.
 Juan Eugenio Hartzenbusch

Una institución sagrada 
Por el miembro de la Brigada de Luz
Eric Adrián Pérez González

¿Cuál  fue  el primer  nombre de  la primera  mujer? A  veces  respondemos de inmediato  preguntas  como  esta,  basados más en  la  información que  recibimos  del  medio  —y  que  automáticamente  incorporamos  a  nuestro  acervo—, que en  la  reflexión y en nuestra propia  búsqueda. Lo más  probable  es que  usted  haya  pensado:  “Eso  es  tan sencillo;  por  supuesto  que  es Eva”;  o quizá  se  haya  dicho:  “Varona”.  Sin embargo,  Eva  fue  el  nombre  que  le puso Adam  (Gén 3:20), y varona es  la traducción de una palabra hebrea (ishá) que  significa mujer  o  esposa,  e  igualmente fue el hombre quien la llamó así (Gén  2:23); pero  el primer nombre  se lo puso Dios y era el mismo que el del hombre:  Adam  (Varón  y  hembra  los creó, y los bendijo, y los llamó Adam,  el  día  en  que  fueron  creados, Génesis 5:2).  ¿Por  qué?  Porque  Adam  fue  un ser humano, pero Adam es  también  la humanidad.  Dios  no  solo  creó  a  dos personas,  él  creo  el  género  humano.
Desde  que  los  concibió  los  concibió como  un  ser  que  solo  se  siente  completo  cuando  se  une  a  su  pareja.  La frase  “no  se  halló  ayuda  idónea  para él”  no  quiere  decir  que  Dios  estaba usando  el  método  de  ensayo  y  error mientras  creaba;  es  una  expresión  antropomorfista que refleja la realidad del hombre  sin  esa  otra  parte  indispensable de  su  ser que es  la mujer. Por eso hay  atracción  entre  los  sexos;  por  eso hay afinidad perfecta; por eso el instinto  sexual  es  tan  fuerte  y  Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis,  le dio un valor preponderante en el comportamiento  del  individuo;  por  eso  la unión del hombre y la mujer es placentera y reconfortante, porque es el reencuentro  de  la  carne  con  su  misma esencia, es el regreso a su estado original (la mujer fue sacada del costado del hombre).
El  nombre Adam,  está  relacionado  con  la  palabra  sangre  (en  hebreo  dam),  y  el  nombre de Eva, con la vida (javvá), y ya sabemos,  por las Escrituras,  que  en  la  sangre está la vida (Porque la vida de toda carne es su sangre, Lev  17:14).  Esto  es  uno de los misterios que hacen de  dos  seres  un  complemento perfecto, “una sola carne”.
Por eso nosotros creemos que  el matrimonio  es  una institución sagrada, creada por Dios en el  momento  de  establecer  el  estado original de  la humanidad; creemos que es  una  bendición  (Proverbios  18:22  y Salmo  128)  y  es  la manera  en  que  se sigue  cumpliendo  el  pacto  edénico  (Y creó Dios  al  hombre  a  su  imagen,  a imagen de Dios  lo creó; varón y hembra  los creó. Y  los bendijo Dios, y  les dijo:  Fructificad  y multiplicaos;  llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y  en  todas  las  bestias  que  se mueven sobre  la  tierra.  Y  dijo  Dios:  He  aquí que os he dado  toda planta que da semilla,  que  está  sobre  toda  la  tierra,  y todo  árbol  en  que  hay  fruto  y  que  da semilla; os serán para comer,  Gén 1:27-29).
Nuestra  iglesia  acepta  el  matrimonio entre personas de edad adulta, y rechazamos las relaciones homosexuales y el matrimonio entre personas de un mismo  sexo. Creemos  que  el matrimonio es  indisoluble  siempre  que  se  haya efectuado en toda regla y legitimidad.  El  divorcio  no  es  una  ley, fue  una  permisión  temporal. De  la misma  forma en que  el  Creador  tuvo  que reacomodar el mundo después  del  pecado,  para adaptarlo  a  la  naturaleza del hombre caído, así también  la  ley dejó un espacio de permisión para  la  separación  del  matrimonio.
Esto se hizo por  las características  de  la  época  en que  Israel  llegó  a  ser  una nación  y  por  sus  características  como pueblo  (pueblo  de  dura  cerviz,  Éxo 32:9). Ahora  bien,  el  divorcio,  contrario  a  lo que  se  cree,  era más bien una protección  para  la  mujer,  imagínese una  mujer  aborrecida  por  su  marido, sin tener  la posibilidad de separarse de él, en una sociedad donde los hombres ejercían  una  autoridad  discriminatoria donde podían  tener más de una mujer:  eso  sería  una  tortura  de  por  vida.
Pero  tal  permisión  no  significa  que Dios  aprueba  el  divorcio,  y  tampoco prueba  la  tiranía del hombre  sobre  la mujer. Si leemos con detenimiento nos damos cuenta de que la ley, sin pretender cambiar de un golpe  la mentalidad de la época, hacía provisión para la mujer:
“Y  esta  otra  vez  haréis  cubrir  el  altar de  Jehová  de  lágrimas, de  llanto,  y  de clamor;  así  que  no  miraré  más  a  la ofrenda,  para  aceptarla  con  gusto  de vuestra  mano.  Mas  diréis: ¿Por  qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de  tu  juventud, contra  la cual has sido desleal, siendo ella  tu compañera,  y  la  mujer  de  tu  pacto.  ¿No  hizo  él uno,  habiendo  en  él  abundancia  de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba  una  descendencia  para  Dios. Guardaos,  pues,  en  vuestro  espíritu,  y no seáis desleales para con la mujer de vuestra  juventud. Porque  Jehová Dios de  Israel  ha  dicho  que  él  aborrece  el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido,  dijo  Jehová  de  los  ejércitos. Guardaos,  pues,  en  vuestro  espíritu,  y no  seáis  desleales”  (Mal  2:13-16).
 “Bebe  el  agua de  tu misma  cisterna,  y los raudales de tu propio pozo… Sean para  ti  solo,  y  no  para  los  extraños contigo.  Sea  bendito  tu  manantial,  y alégrate  con  la mujer  de  tu  juventud, como  cierva  amada  y  graciosa  gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo,  y  en  su  amor  recréate  siempre”  (Pro  5:15-19). 
“Si  tomare para  él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal. Y si ninguna de estas tres cosas hiciere, ella saldrá de gracia, sin dinero” (Éxo 21:10-11).
En  todo  caso,  como  antes  dijimos,  el repudio era una permisión, no un mandato; está claro que incluso en tiempos de  la  ley,  ese  no  era  el  propósito  de Dios. En  cambio  el matrimonio    es una  ordenanza:  “Por  tanto,  dejará  el hombre  a  su padre  y  a  su madre,  y  se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén 2:24; Mat 19:5; Mar 10:7; Efe 5:31).
 Solo  en  casos  excepcionales Dios aprueba que el hombre o la mujer se quede sin casar: “Quisiera más bien que  todos  los  hombres  fuesen  como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a  la verdad de un modo, y  otro  de  otro.  Digo,  pues,  a  los  solteros  y  a  las  viudas,  que  bueno les fuera  quedarse  como  yo;  pero  si  no tienen  don  de  continencia,  cásense, pues mejor  es  casarse que  estarse quemando” (1Co 7:7-9).
El concubinato surgió por  la necesidad de herederos. En sociedades anteriores al  pueblo  israelita,  y  contemporáneas con este, existía  la costumbre, especialmente en las clases dominantes, de buscar  una madre  substituta;  o  sea  que  si una mujer no podía tener hijos, el marido  tenía  relaciones  íntimas con una de sus sirvientas con el fin de procrear, sin que ello implicara una falta al matrimonio.  Los  hijos  eran  reconocidos  como hijos  legítimos de  la esposa. Es  similar a lo que llaman hoy “un vientre alquilado”; es el contrato que se hace con una mujer  para  usar  su  vientre:  en  algunos países,  una  pareja  que  no  pueda  tener descendencia, o que no  lo desee por el daño  que  pueda  causar  a  la  esposa, contratan a una mujer sana, y  luego de convenir el pago, la llevan a un hospital donde se realiza el implante de un óvulo fecundado.
 La diferencia con respecto al pasado remoto es que, en aquellos tiempos, al no existir  la manera de  implantar  la  materia  prima,  el  donante debía hacer el “gestión” de manera natural.  Por  tanto  la  sugerencia  que  le hizo Sara a Abraham  era algo que ya se practicaba en el mundo y que ellos conocían de su vida en Aram (Gén 16:2).  Lo mismo sugirió Raquel a Jacob años más  tarde  (Gén  30:3).  La  expresión “dar a luz sobre mis rodillas” se refiere a que estas madres substitutas daban a luz  sentadas  sobre  las piernas de  la esposa legal, la que a su vez se sentaba en la silla de parto y así, simbólicamente, el  hijo  era  traído  al  mundo  por  esta última. 
En  el modelo  bíblico  del matrimonio el hombre es  la cabeza del hogar. Muchos  cuestionan  esto  en  la  actualidad; pero  el  Creador  lo  estableció  así  para garantizar el orden y la seguridad. Aunque  todos  los  ciudadanos  tengan  los mismos derechos, alguien tiene que ser el presidente de un país. Aunque todos los  trabajadores  sean  iguales,  alguien tiene que ser el director en una fábrica. También  en  un  matrimonio  alguien tiene que estar al  frente; un barco con dos capitanes se hunde, como dice un refrán.
Además  el  liderazgo  del  hombre no es una tiranía, porque el mismo que  le  dio  al  hombre  la  autoridad,  le dio  la  obligación  de  amar  a  la  esposa como a su propio cuerpo.  La  armonía  y  la  felicidad de un matrimonio  vienen  de  la  comprensión  y aceptación  del  propósito  del  Creador. Mientras no hay aceptación hay inconformidad,  y mientras  hay  inconformidad hay desavenencias y  frustraciones.
El varón debe entender que no tiene el liderazgo para servirse de él e imponer su  voluntad  aunque  sea  un  disparate; ser  la cabeza del hogar  implica educar, instruir,  proteger,  agenciar  para  los suyos, y todo eso con amor: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres  como  a  sus mismos  cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida,  como  también  Cristo  a  la  iglesia”  (Efe  5:28-29).
Por  el  otro  lado  la mujer debe aceptar con gusto  seguir a su esposo,  respetarlo y apoyarlo.  Esto no significa que se someta ciegamente, sino que, en caso de desacuerdo, no se convierta  en  un  enemigo  o  en  gotera continua  en  tiempo de  lluvia; que  siga siendo  la compañera fiel,  la ayuda  idónea, la  inspiración del hombre. Destaco  esta  frase  porque  es  algo  que  no se  logra  con  tanta  frecuencia  como debiera.  La  mujer  sabia  es  como  un canal por el cual  fluyen  las  ideas hacia el  varón.  Por  eso  Dios  mandó  a Abraham a oír a su esposa (…en todo lo que  te dijere Sara, oye  su voz, Gén 21:12). Generalmente  las mujeres  son capaces de administrar los bienes familiares,  ellas  saben  lo  que  necesita  el hogar (Prov. 31); pero esto no las convierte  en  líderes;  el  Autor  de  la  vida dijo:  “…tu  deseo  será  para  tu  marido”  (Gén  3:16).
Por  muy  preparada que  esté,  por  muy  capaz  que  sea,  la esposa debe saber cuál es su cometido y  que  en  desempeñarlo  bien  está  la bendición  del  hogar  (La  mujer  sabia edifica  su  casa;  mas  la  necia  con  sus manos  la  derriba,  Pro  14:1).  Precisamente  las más  inteligentes son  las que, desde su lugar, logran influir sabiamente  en  las  decisiones  de  su  esposo. Nuestra  iglesia  acepta  este modelo bíblico  del matrimonio.  El mundo moderno  ataca  este  modelo  pregonando una falsa igualdad, ignorando que Dios les  dio  responsabilidades  diferentes  a cada  uno,  sin  negar  la  posibilidad  de que ambos participen en  todo. Al atacar ese patrón se destruyen los cimientos del matrimonio,  se  desestabiliza  el complemento  lógico  y,  ¿cuál  es  el  resultado?, divorcios al por mayor. En el intento de ser  iguales —dando un  testarazo contra el diseño primigenio del  Todopoderoso— los hombres se feminizan;  quieren  lucir    “bonitos”:  se  dejan  crecer el pelo, se sacan las cejas, se afeitan  los  brazos,  se  ponen  aretes,  y quizá  dentro  de  poco  se  pinten  los labios y los ojos.
Por su parte las mujeres han asumido con furia su  independencia  y  su  igualdad.  Una  mujer  que viste con pantalones y que lleva el pelo corto está diciendo a las claras que ella es  la  dueña  de  su  vida  y  que  no  está dispuesta  a  aceptar  el  liderazgo  del hombre. Nosotros  no  tenemos  que  asimilar  lo que  sabemos  está  mal.  No  tenemos que sentirnos ridículos porque el mundo  considere pasado de moda nuestro comportamiento  y  nuestro  esquema familiar.  Quien  sienta  eso  como  una presión no es un cristiano convencido, pleno, feliz; es solo un guardador de la forma  que  nunca  se  sentirá  realizado en  este  camino. 
En  el  centro  mismo del  modelo  que  aceptamos  está  el amor. Solo cuando pienso en el amor, creo  saber  por  qué  Dios  nos  hizo hombre y mujer. Solo el amor responde  todas  las  preguntas.  Solo  el  amor supera  todos  los  temores  y  la  vanidad humana. El Creador no  encontró mejor  manera  de  manifestar  su  propia esencia  en  la  obra  de  sus manos. Por eso formó una criatura y luego la separó en dos. Las partes no hallan la felicidad  si  no  se  unen;  no  encuentran  el rumbo si no vuelven a ser uno, y solo vuelven a serlo por amor.
El  hombre  ha  distorsionado  la  idea primaria  del Hacedor. El  resultado  es horrible.  Si  compras  un  ordenador  y empiezas a violar las instrucciones del  fabricante  pronto  lo  estropearás.  Si dice  que  se  debe  conectar  en  una  red de 110 voltios, y lo conectas en una de 220; si dice que no se debe operar a  la intemperie,  y  lo dejas bajo  la  lluvia;  si dice  que  no  expongas  sus  circuitos,  y lo  abres  y  lo  trasteas  con un destornillador; no hay dudas de que los resulta-dos serán desastrosos.
Eso  ha  hecho  el  hombre  con  la  obra del Padre Celestial. Se han violado  todas  sus  recomendaciones  acerca  de nuestras  relaciones  con  Él,  acerca  de nosotros mismos y acerca de la naturaleza. Hemos ido en contra de las sugerencias del  fabricante, y  la historia humana es un recuento de las consecuencias.
La  psiquis  femenina  y  la  masculina responden a esquemas puestos allí por el Creador. El  hombre  es  atraído  por lo que ve;  la mujer se guía por  la perspicacia  innata  en  ella  para  valorar  qué hay más allá de la apariencia del varón. La  mujer  siente  la  necesidad  de  ser atractiva,  y  el  hombre  es  impulsado por  la belleza; pero  su  éxito  consistirá en demostrar su capacidad para formar y  sostener  un  hogar,  ya  que  la mujer busca ser protegida, amparada, y siempre tiene la perspectiva de la seguridad familiar; en tanto el hombre, instintivamente,  es  protector  de  aquello  que  le complace  y  que  considera  suyo.  Esto responde a mecanismos que Dios creó para  favorecer  la  atracción,  para  establecer la familia y para dar continuidad a la especie. 
Luego  de  haber  destrozado  nuestros vínculos  con  el  Creador,  de  hacer  añicos el mundo hermoso que nos dio,  ahora  estamos  destruyendo  el  último reducto  que  nos  queda,  la  institución humana más  sagrada:  el matrimonio  y la  familia. Cuando  la  sociedad  sea una anarquía  total,  será  como  si  separásemos  las  últimas  piezas  del  ordenador; colmaremos  la  medida  de  Sodoma  y Gomorra,  y  como  aquellas  ciudades, prósperas y podridas, llegaremos al fin.
Cada  generación  que  llega  al  mundo reacciona  con  más  rebeldía  hacia  las buenas costumbres. No solo se acepta la promiscuidad;  sino que  el matrimonio empieza a dejar de ser una meta. El modelo  original  de  sociedad  ha  sido deshecho, para favorecer la opinión de que puede ser estructurado de acuerdo a  la  opinión  individual.  De  ahí  que ahora  dos  hombres,  o  dos  mujeres, pueden  constituir  una  familia.  Puede ser  legal y aceptado por  la humanidad; pero  es  ilegal  y  abominable  según  el código eterno; pues el Creador hizo un varón  y  una  hembra  (Gén  1:28),  para que fueran una sola carne (Gen 2:24).
Muchos quieren la receta para la felicidad. En estos tiempos son exitosos los libros de consejería, porque  la mayoría se engaña pensando que  la felicidad es asunto  de  consultar  especialistas,  de cursos, de postgrados… No pierda  su tiempo  y  su  dinero;  acuérdese  de  lo que  Pablo  le  aseguró  a  Timoteo: “Porque  vendrá  tiempo  cuando  no sufrirán  la  sana  doctrina,  sino  que  teniendo comezón de oír, se amontonarán  maestros  conforme  a  sus  propias concupiscencias, y apartarán de  la verdad  el  oído  y  se  volverán  a  las  fábulas”  (2Ti  4:3-4). Si usted  todavía  tiene un matrimonio o una familia acójase al código  de  1  Corintios  capítulo  13. 
No  pruebe  más  recetas  que  el  amor. No  luche  por  la  supremacía  con  respecto a su pareja; el matrimonio no es una guerra donde vence el mejor estratega.  Tenga  el  valor  de  amar;  no  se amedrente pensando en que al demostrar  lo que siente se convertirá en una víctima.  “El  amor  es  sufrido,  es  benigno;  el  amor  no  tiene  envidia,  el amor no es  jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo  lo sufre,  todo  lo cree, todo  lo  espera,  todo  lo  soporta.  El amor nunca deja de ser”  (1Co 13:4-8).
“El  amor  es  el  vínculo perfecto”  (Col 3:14).  Atrévase  a  vivir  así  y  verá  las bendiciones  en  su  vida  y  en  sus  seres queridos.  Todos  los  días  le  parecerán hermosos; los afanes morirán, y el lado bueno  de  los  acontecimientos  será  el más grande.

Si los animales pudieran hablar

Compitiendo con  la  luz   eléctrica
¡Ay!  ¡Que me hace daño!  ¡Haga el favor de no  ser  tan  rudo  tocando  mis  alas!  Puede tenerme en su mano; solamente que no me aplaste, y luego déjeme otra vez en libertad. A  cambio  le  voy  a  contar  un  poco  de mi vida  ¿vale?  ¿Verdad  que  no  ha  sido  difícil para usted cazarme en esta cálida noche de junio? En  la oscuridad no  tuvo que  esforzarse  para  vernos  volar  a  todos.  De  día seguro que no se habría percatado de nosotros.  Seríamos  de  poco  interés  para  usted ¿no es así? Ya  lo sé,  lo que  le fascina a usted es que  lucimos.
Si me da  la vuelta con mucho  cuidado,  verá  en  mi  abdomen  los dos puntos  luminosos de color verde amarillento.  De  ahí  que  vea  nuestra  luz  solamente  cuando  volamos por  encima  de  usted.  Pero  ahora  vuelva  a  darme  la  vuelta otra vez, por  favor.  ¡Ay!  ¡Pero  tenga usted un poco más de cuidado!  ¡Si no mido más de diez milímetros! Con sus enormes dedazos sólo tiene que darme un ligero golpecito, y ya está, a no ser que quiera aplastarme, claro. A  ver,  encienda  usted  su  linterna,  y examíneme  usted  a  la  luz.  Dicho  sea  de paso,  si  ahora  estuviera  usted  en América del Sur y pusiese a mi  lado, en su mano, a mi pariente el cocuyo, podría guardar tranquilamente  ese  exagerado  aparato,  porque él despide una  luz  tan viva que podría observarme a mí sosegadamente. Por eso hay personas  allí  que meten  a  los  cocuyos  en jaulas y los usan como farol portátil.

Explotación de  luz   inigualable
Aunque     soy     un     pequeño   escarabajo insignificante, no obstante soy una maravilla del taller de Dios. Me llaman luciérnaga  (Lampyris phausis),  gusano de  luz o  también  candelilla.  Pero  en  realidad,  esos nombres  no  son  correctos,  porque  ni soy  un  gusano,  ni  soy  incandescente. Porque  la  luz que yo produzco es «fría». En  este  proceso  denominado  bioluminiscencia no se genera calor de ninguna clase. Eso es precisamente lo asombroso que sus  técnicos  todavía no han podido imitar. Una bombilla normal  transforma en  luz como máximo el 4 % de  la energía suministrada, y un  tubo  fluorescente llega como mucho al 10 %. Todo el res-to se desperdicia en forma de calor.
 Debe  reconocer que sus  lámparas son más bien  estufas  que alumbraderas. Pero  en mi caso, el Creador ha  logrado el mejor rendimiento  posible:  el  100  %  de  la energía  invertida  se  transforma  en  luz. Mejor  no  se  puede  aprovechar  la  energía.  Ahora  contemple  usted  mi  alzacuello. Protege mi cabeza mejor que el casco de un motorista. Mi Creador,  además,  dispuso el material  rígido de  tal  forma que fuera  transparente  delante  de  mis  ojos —y sólo allí lo es. Así puedo ver el mundo a través de estas ventanas.
Bueno, ya puede apagar su pobre lamparilla,  si  no  le  importa.  Lo  demás  se  lo puedo contar a oscuras. ¿Ve allí  repartidos en  la hierba  los muchos puntitos de luz?  Son  nuestras  hembras. No  pueden volar.  Durante  el  período  de  apareamiento  se  suben  a  los  tallos  de  hierba sobresalientes.  En  cuanto  se  acerca  un macho,  la hembra  sube  en  alto  la  parte trasera  de  su  abdomen  con  su  órgano luminoso. Así se ve muy bien la luz amarillenta tirando a verde, y el macho viene a  aparearse.  Entre  mis  parientes  —y tengo  más  de  2.000  diferentes—  está otro alumbranoche, el photinus pyralis. En su  familia, machos  y hembras  se  comunican  por  medio  de  destellos.  Uno  de esos  destellos   dura   solamente  seis  centésimas de  segundo. Es notable que los  machos  emiten  un  destello  exactamente cada 5,7 segundos, y las hembras contestan  al mismo  ritmo, pero 2,1  segundos más  tarde. Hasta el día de hoy, nadie  sabe  cómo  pueden  encender  y apagar la luz tan rápidamente.
En el verano mi hembra pone  los huevos en lugares húmedos debajo de hojas muertas. De ahí se desarrollan primeramente unas  larvas medio adultas. Pasan el  invierno  en  ese mismo  lugar,  la  primavera  siguiente  se  transforman  en crisálidas  y  luego  salen  de  ahí  como luciérnagas.  Entre  nuestros  enemigos están  las  ranas. En  el  caso  de  que  una de  ellas  se  haya  comido  demasiadas  de nuestra  especie  —y  esto,  lamentablemente, ocurre de vez  en  cuando—  ella misma  empieza  a  lucir  en  la  oscuridad.
¡Qué raro debe parecerles a ellas...! Esto tiene  que  ver  con  el  hecho  de  que  ya nuestros  huevos  desprenden  un  poco de  luz,  naturalmente  también  nuestras larvas y crisálidas.  ¿Pero  cómo  es  posible  que  podamos lucir?  Eso  seguro  que  le  interesará, ¿verdad? En el año 1887 el francés Raphael  Dubois  descubrió  en  la  mucosa luminosa  del  litófago  (una  almeja  que perfora  las  rocas)  las  dos  sustancias indispensables  para  la  producción  de luz. Cuando estas reaccionan la una con la otra, se produce luz.
Por eso denominó  la una  luciferina  y  la otra  luciferasa. La  composición  química  de  la  segunda todavía se desconoce por completo. Lo único  que  se  sabe  hoy  es  que  posee aproximadamente mil unidades de aminoácidos,  es  decir,  su  estructura  es  sumamente  complicada  y  dificilísima  de reconocer. ¡Estoy asombrada del trabajo que se ha  tomado el Creador con unos seres  tan  pequeños  como  nosotros! Analizando  la otra sustancia,  la  luciferina,  unos   científicos   americanos  han descubierto recientemente que el número de  las  moléculas  de  luciferina  oxidadas corresponde  exactamente  al  número  de los fotones de luz emitidos. Así que, efectivamente, el 100 % de la energía es transformada en luz.
 
Una persiana como interruptor  de  la  luz
Le contaré otra cosa que seguramente no sabe. ¿Ha oído alguna vez del «pez linterna»  (photoblepharon  palebratus  steinitzi)?  ¡A que no! Aunque no hay parentesco entre nosotros,  él  también  luce.  Pero  no  es  él quien produce  su  luz,  sino  que proviene de bacterias luminosas cuya luz se produce por una reacción química parecida a la mía.  Una  bacteria  sola  es  tan  pequeña, que  usted  no  puede  apreciar  su  luz.  Se requiere una colonia de muchos millones para que usted vea la luz. En el pez linterna,  las bacterias  están  situadas  en un órgano  luminoso de  forma oval que se encuentra  por  debajo  de  los  ojos.  Allí  se halla  una  densa  red  de  finísimos  vasos sanguíneos  con  la  que  el  pez  provee  la energía y el oxígeno que necesitan. Aparte de esto, el Creador  instaló allí para el pez linterna una especie de persiana, un pliegue  ocular  negro,  que  puede  bajar  para «apagar»  la  luz.  Si  quiere  puede  emitir también  señales  intermitentes  con  ayuda de  la persiana. Las  ideas del Creador son ilimitadas. Él hace que  la luz se produzca de las más diversas formas. 
 Árboles centelleantes
También  tengo  parientes  en  Asia  Meridional.  Allí  se  reúnen  las  luciérnagas  a veces por miles en ciertos árboles a orillas de un río. Todas ellas emiten destellos de luz exactamente al mismo ritmo.   Los que han visto este  impresionante espectáculo  en Burma o Tailandia no han  encontrado  palabras  para  describirlo.  A  veces  se  hallan  juntos  unos cuantos de estos árboles. Entonces no es extraño ver cada hoja ocupada por una  luciérnaga.  ¡Imagínese esos destellos  intermitentes!  Hasta  ahora,  la  ciencia  no  ha  podido  averiguar  por qué  todos  despiden  los  destellos  de luz  al mismo  tiempo.  ¡A  lo mejor  es que  el  Creador  simplemente  quiere que usted se maraville ante su ingenio!
 El  principio del   reflector 
Pero  volvamos  otra  vez  a  mi «persona» - y luego, por favor, póngame  otra  vez  en  libertad.  Tengo  que contarle  todavía  sobre  el  admirable órgano luminoso del que me ha dotado el Creador a mí y a mis parientes. En el fondo se compone de tres capas de células. La capa  inferior  la  forman células  cuyo  plasma  está  repleto  de diminutos  cristales  angulares.  Estos cristales  actúan  como  una  pared  re-flectora - comparable a los reflectores de  las  bicicletas.  La  capa  intermedia contiene  las células  luminosas propiamente  dichas.  Están  llenas  de  unas partículas  redondas,  las  mitocondrias que  como  centrales  eléctricas  en miniatura son responsables de proveer la energía.
 De  manera  especial,  estas células  luminosas  están  ricamente provistas  de  nervios  finísimos  y  pequeños  conductos  respiratorios.  La tercera capa,  la exterior, es  la piel. En esa  parte  del  cuerpo  precisamente  es transparente,  de  modo  que  puedo dejar  brillar  mi  luz  ante  hombres  y animales.
Un  tren en miniatura 
Un  tren en miniatura  Reconozco que no lo hago de manera  tan  impresionante  como  el «gusano  trenecillo»  del  Brasil (phrixothrix). La  larva de este escarabajo  tiene  dos  «luces»  de  color  naranja  en  la  parte  delantera  de  su cuerpo. Cuando presiente un peligro, enciende  dos  ristras  de  11  linternas verdosas  a  cada  lado,  con  lo  que  se parece  efectivamente  a un  trenecillo en la oscuridad. Yo no me parezco a ningún tren. A mí las mujeres no me ponen  en  su  pelo,  como  hacen  con mis  parientes  sudamericanos,  los elatéridos,  que por  las  noches  lucen como  brillantes  sobre  sus  cabezas.
Mi  luz  no  resplandece  de  forma  intermitente,  ni  tampoco  es  de  varios colores;  no  obstante,  alabo  a  mi Creador  que  también  a mí me  hizo como  una  pequeña  maravilla.  ¿Por qué no me acompaña en esta alabanza a Dios? Y  ahora,  déjeme  volar  otra  vez  -  y lucir.
El mal del siglo XXI
Por el miembro Cire Nairda P. G.

Hay cientos de amenazas para  la salud humana.  Hay  enfermedades  cuyos nombres  causan pavor,  a  pesar  de  los avances  de  las  ciencias  médicas.  El SIDA  y  los diferentes  tipos  de  cáncer son  graves  problemas,  aún  no  resueltos,  que  siegan  las  vidas  de  muchas personas  diariamente;  sin  embargo,  el mal más  generalizado  en  el mundo  es el  estrés. Esta palabra  viene del  inglés (stress)  y  significa  tensión.  No  es  una enfermedad; pero es  la causa de serios trastornos de la salud. En  las  sociedades modernas  es  difícil encontrar  a  una  persona  que  no  esté estresada.  Los  adelantos  científicos  y tecnológicos  facilitan  las  tareas diarias; no obstante  las personas no adelantan mucho  con  respecto  al  estrés,  porque al  hacer más  fácil  el  trabajo,  se  incrementa  el  número  de  actividades  que tenemos  que  realizar  y  el  resultado  es que  seguimos  en  el mismo  sitio.
 Esto le fue anunciado al profeta Daniel en el siglo  VI  a.  C.,  cuando  Dios  le  dijo: “Pero  tú Daniel,  cierra  las  palabras  y sella  el  libro  hasta  el  tiempo  del  fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia  se aumentará”  (Dan 12:4). Ese “correrán de aquí para allá” está describiendo  el desasosiego  y  el  estrés de  la humanidad,  aunque  la  ciencia  se  haya “aumentado”. Somos testigos  de este  fenómeno,  y  peor  aún: lo padecemos; pero  lo más grave del estrés, suele ser, que lo padecemos inconscientemente.
Durante  años  sufrí  trastornos  digestivos;  luego  de  escuchar  consejos  de todo  tipo  y  de  tomar  muchos  remedios, acudí a la consulta de una doctora muy afamada en mi pueblo. En efecto, quedé muy satisfecho de su atención, y lo mejor fue que ni siquiera me prescribió  algún medicamento.  Empezó  por hacerme  varias  preguntas  y  me  pidió que me acostara en una camilla con el torso desnudo. Al  acercarse  a mí hizo un gesto de asombro y le dijo a su asistente:
— ¡Mira qué salto tiene!  A continuación me pidió que levantara la  cabeza  y  observara.  Su  dedo  índice señalaba la región que llamamos “boca del estómago”, entre el pecho y el abdomen. Quedé admirado de ver cómo ese  lugar  era  agitado por unas palpitaciones muy fuertes.
—Tú  no  estás  enfermo.  Todo  lo  que tienes es un estrés muy grande.
Terminó  su  reconocimiento  y  luego me dio una larga explicación acerca del estrés. Ese día yo supe que uno puede tener  la  falsa  idea  de  no  estar  estresado,  como  en  mi  caso.  Erróneamente pensamos  que  por  aplazar  los  problemas nos libramos de ellos. Resulta que aunque no estemos rumiando los asuntos  por  resolver,  ellos  siguen  siendo una  carga   para   el  cerebro.  Están  ocupándolo a un nivel  inferior al de  la consciencia.  Y  entonces  aparecen  los malestares y las enfermedades.  Producto del estrés pueden surgir problemas  estomacales  como  las  malas digestiones, la gastritis, el reflujo gástrico,  etc.  También  produce  enfermedades de  la piel, caída del cabello, alteraciones  metabólicas,  disfunciones  sexuales, trastornos cardiovasculares  (hipertensión,  taquicardias,  palpitaciones, infartos) y cerebrovasculares…
El médico canadiense Hans Seyle, una autoridad  en  esta  materia,  indicó  tres etapas  del  estrés. En  la  primera  etapa hay un estado de alarma: el organismo reconoce  la  tensión  y  se  prepara  para hacerle frente; las glándulas endocrinas segregan  hormonas  que  aumentan  el ritmo  cardíaco  y  respiratorio,  se  eleva el nivel de azúcar en la sangre, se incrementa  la  transpiración,  se  dilatan  las pupilas y la digestión se hace más lenta. 
En la segunda se produce una resistencia. El  cuerpo  repara  los daños  causados por  la  reacción de  alarma. Pero  si el estrés continúa, el cuerpo permanece alerta y no puede reparar  los daños. Si esta  situación  se  prolonga,  se  inicia  la tercera  etapa:  el  agotamiento,  cuya consecuencia puede  ser una  alteración nerviosa.  La  exposición  prolongada  a la tensión agota  las reservas de energía del organismo y puede llevar a circunstancias  extremas,  incluso  a  la muerte.
La energía física se recupera con relativa  facilidad;  en  cambio  la  energía nerviosa tarda en recuperarse y a veces no se repone. Para  evitar  estos  peligros  de  la  vida moderna, o para repararlos en caso de que ya los estemos padeciendo, hay  consultas  especializadas  y hay diferentes  terapias.  Pero  la  sugerencia  del Evangelio  es  buscar  primero  el  reino de Dios y su justicia, y vivir un día a la vez:  “…no  os  afanéis  por  el  día  de mañana, porque el día de mañana traerá  su  afán. Basta  a  cada día  su propio mal” (Mat 6:34).
La mente del hombre no descansa  en  el presente,  está  siempre  saltando  del  pasado  al  futuro;  sin embargo,  la realidad es que solo existe el día de hoy. La vida es una carga maravillosa; pero si no la sabes llevar puede  aplastarte.  La  preocupación  por  lo que comeremos, o con qué nos vestiremos,  son  cosas  que  nos  mantienen agobiados  cuando  no  entendemos  el propósito  del  Creador.  Anticipándose a  este mal  de  la  humanidad, Cristo  se ofreció  a  llevar  nuestras  preocupaciones, él dijo: “Venid a mí todos  los que estáis  trabajados  y  cargados,  y  yo  os haré  descansar”  (Mat  11:28).  Ocho siglos antes de que el Mesías viniera al mundo, el profeta Isaías anunció que él llevaría  nuestras  dolencias  y  enfermedades. Así que, para defenderte de este proceso  físico,  químico  o  emocional que  genera  tensión  y  desencadena  enfermedades,  anímate  a  compartir  tu carga con el Salvador.

En la pasada fiesta de las cosechas celebradas en Jamal, Baracoa, nos propusimos abrir una nueva obra misionera  en  la  cabecera municipal  de Maisí. Cuando  tocamos  la primera  puerta  en  ese  lugar  nos recibió una señora alta con el rostro  muy  triste.  Luego  que  nos identificamos nos  invitó a pasar y comenzó  a  contarnos  la  tragedia que  sufría  pues  su  nieto  estaba padeciendo  de  mononucleosis  infecciosa,  una  enfermedad  más conocida  como  el  mal  del  beso que  produce  fiebres  altas  cada cuatro  o  cinco  días,  daños  en  la piel  y  las  articulaciones. 
Esto  le había  comenzado  a  los  siete meses de vida y en la fecha en que le visitamos ya Marlon Denis Matos Furones, que así se  llama el niño, tenía dos años de edad. Le hablamos a la señora de la hermana Digna Cuéllar, a quien Dios usa con el don de sanidad divina. Por  supuesto,  la  distancia  era  un obstáculo  tremendo,  pues  hablamos de una vecina de Maisí, en el extremo oriental de Cuba, y la  hermana Digna vive en La Lisa, Ciudad  de  La Habana.  Sin  embargo  la señora Elvia  Castro Griñán,  abuela del niño, y Yakelín Furones Castro, la madre de este, dijeron que si Dios usaba a Digna, entonces la distancia no  iba  a  impedir  el milagro,  y  que ellas  tenían  fe  de  que  por  teléfono Dios iba a hacer la obra.
Nosotros  las  ayudamos  a  comunicarse  con  la  oficina  central  en  La Lisa  y  contactamos  con  la hermana Digna. Luego de  explicarle  la  situación ella nos indicó que  le diéramos el teléfono a  la abuela del niño para que  escuchara  la  oración,  y  que mientras ella estuviera orando en La Lisa,  nosotros  mantuviéramos  las manos  puestas  sobre  el  niño.  Así realizamos la sanidad divina.
A  los  siete  días  de  aquel  hecho  regresamos al hogar de Elvia y Yakelín y las encontramos muy contentas porque Dios  había  hecho  un milagro: el niño estaba sano. Estas señoras  quisieron  que  se  publicara  este testimonio para dar  la gloria  a Dios y  para  aumentar  la  fe  de  todos  los que puedan leerlo.
Mensajero N  7, año I (mayo de 1940) 
El tren celestial
María era una niña huérfana, de  tres años de  edad.  La  madre  había  muerto  hacía algunos meses. Ella extrañaba mucho a su madre  quien  le  cantaba  del  tren  celestial. Vivían  cerca  de  una  estación  del  ferrocarril. Un día María pensó tomar el tren para ir donde estaba su madre. Empaquetando sus piezas de  ropa salió para  la estación y subió a un  tren. Tomó un asiento y usando su paquete como almohada se acostó a dormir. Momentos  después  el  conductor pasaba  recogiendo  los  boletos.
 Viendo que  la  niña  estaba  sola  le  preguntó: ¿Dónde  está  tu mamá? Yo no  tengo madre, mi mamá murió  y  ha  ido  al  cielo  --respondió  la  niña.  ¿A  dónde  vas?    --preguntó el conductor. Yo voy a ver a mi mamá --dijo  María.  ¿Tienes  boleto?  --interrogó el conductor. Pues no,  no   tengo   boleto, ¿no es este el  tren celestial del cual me cantaba mi madre y no es Jesús el conductor  de  este  tren? Mamá me  decía que  no  tenía  que  comprar  boleto  para  ir en este tren, y yo pensé que este era el tren celestial.
 Los pasajeros en el coche estaban todos escuchando, algunos con lágrimas. María  preguntó  al  conductor:  ¿Tiene usted una niñita? El hombre gigantesco, sollozando  por  un momento  dijo: No, yo  una  vez  tuve  una  niñita  como  tú, pero ella murió hace un año. ¡Oh! ¿Va usted a ver a su niñita ahora?  --interrogó María. El conductor no llevaba una vida como para que pudiera  ir al cielo y no pudo decir una palabra. Luego prorrumpió en  llanto; de  los ojos de  los pasajeros  también  caían  abundantes  lágrimas.
María  le  preguntó: ¿Quiere  que  le  diga algo a su hijita cuando llegue allí? ¿Debo decirle  que  vi  a  su  papá  en  el  tren?  El conductor  bien  sabía  que  era  pecador; pero estaba enteramente quebrantado de corazón,  y  cayendo  de  rodillas  abrazó  a la niñita. Luego  le pidió al ayudante que atendiera sus deberes, pues él estaba demasiado ocupado. Realmente estaba buscando el  lugar del arrepentimiento y haciendo  la  paz  con  Dios.  El  conductor devolvió la niña a su pueblo natal  al día siguiente. Pero relatando el incidente a su esposa,  le manifestó el deseo de adoptar a María  en  lugar  de  la  hija  que  habían perdido.
La  esposa  dijo: Yo bendigo  a Dios  y  le daré la bienvenida a esa niña que ha sido un  instrumento  de  Dios  para  traer  un cambio a la vida de mi esposo. Lamentablemente, María solo vivió unos tres meses  después  de  aquello;  sin  embargo,  en  su  breve  vida  hizo  más  por Cristo que muchos adultos. Un niño  los guiará, dice la Palabra de Dios. 

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