martes, 30 de julio de 2013

El séptimo Mensajero



La columna del director
En  la  pasada  edición  de  la  revista  comentamos  que  la  mente  humana  está tan  acostumbrada  a  valorar  todo  a  su alrededor  según  su  costo,  que  no  se adapta completamente a  la  idea de que la gracia de Dios es absolutamente gratis, y debido a esa  inadaptabilidad, muchos quieren, a toda costa, ponerle una etiqueta con un precio. Pero, ¿qué puede  dar  el  hombre  por  su  salvación,  si todo lo que tenemos nos ha sido dado? (“…¿quién  soy  yo,  y quién  es mi pueblo,  para  que  pudiésemos  ofrecer  voluntariamente  cosas  semejantes?Pues todo  es  tuyo,  y  de  lo  recibido  de  tu mano te damos”. 1 Cr 29:14). Tener es el  gran  espejismo  de  la  humanidad; ¿cómo  pude  poseer  algo  aquel  que  no puede  retener  ni  siquiera  su  propia existencia?  (“Ninguno  de  ellos  podrá en manera  alguna  redimir  al  hermano, ni  dar  a Dios  su  rescate  porque  la  redención de su vida es de gran precio, y no  se  logrará  jamás,  para  que  viva  en adelante para siempre, y nunca vea corrupción”.  Sal  49:7-9).  Creerse  dueño de algo es una falacia con la que el diablo ata a los hombres (“Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y  sus  habitaciones  para  generación  y generación; dan sus nombres a sus  tierras.
Mas el hombre no permanecerá en honra;  es  semejante  a  las  bestias  que perecen. Este su camino es locura; con todo,  sus  descendientes  se  complacen en  el  dicho  de  ellos. Como  a  rebaños que  son  conducidos  al  Seol,  la muerte los pastoreará”. Sal 49:11-14).  Por  eso  el  Salvador  llamó  a  sus  seguidores  a  desatarse  de  esas  ligaduras  diciendo: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”  (Luc 14:33).
Y  la   renuncia incluye la de uno  mismo, pues a  lo que más  se  aferra  el hombre es  a su propio yo, de un modo tan complejo,  que  a  veces,  creyendo  reducirlo, estamos  sirviéndole.  Para  lograr  una entrega absoluta a  la gracia   de Cristo, solo  existe  el  camino  de  la  negación: “Si  alguno  quiere  venir  en pos  de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mat 16:24). El hombre que se siente  libre  de  todo  afán  y  del gran espejismo  de  este mundo  puede  decir como  David  en  el  salmo  que  arriba citamos:  “Dios  redimirá  mi  vida  del poder  del  Seol,  porque  él me  tomará consigo”  (Sal  49:15).  Pero  ¿debemos considerar esta renuncia como el pago a  la  gracia? La  respuesta  es NO, pues solo  cumplimos  un  deber  y  seguimos siendo  siervos  inútiles,  es  decir,  todo esto  seguiría  siendo  insuficiente,  insignificante.  Es  como  si  un mendigo  se presentara  en  las  instalaciones  de  la firma Boing, el más gran fabricante de aviones del mundo, y pretendiera comprar el modelo 777 con el valor de  los harapos que lleva puestos.
Si  hay  algo  que  debemos  equiparar  al tamaño  de  nuestra  incapacidad  de  pago, eso debe ser nuestro amor y nuestra  gratitud,  dos  inequívocos medidores  de  la  presencia  de Dios  en  nosotros,  dos  indicadores  de  la  madurez espiritual, y  también  la más alta expresión del placer de la vida: un gozo estable que no depende de  lo que nos hagan o de lo que nos den, sino de lo que nadie nos podrá quitar nunca.  “Regocíjate y canta...; porque grande es en medio de  ti el Santo de Israel”  (Isa 12:6).  
Superintendente Eliezer Simpson Jackson. Presidente de la iglesia en Cuba.

El  cuarto  jueves de noviembre celebramos  el Día de Acción de  Gracias.  Desde  sus  comienzos nuestra iglesia festeja este día. Es  una  fecha  de  poca  mención  en nuestro país; sin embargo es una fiesta oficial en Estados Unidos y en Canadá. La  historia  de  su  origen  se  cuenta  de diferentes  maneras,  y  actualmente  lo esencial  casi  siempre  se  pasa  por  alto. En  Norteamérica  se  venden  millones de  pavos  y  de  calabazas  para  la  ocasión, pues  forman parte de  la  cena de ese  día. Es  una  oportunidad  para  que las  familias  se  reúnan  y  se  diviertan; pero,  ¿es  ese  el  objetivo  del  festejo? ¿Sus  iniciadores  solo  tenían  en mente un banquete familiar? ¿De dónde viene la idea de un día así? 
Casi  todas  las  culturas  tenían  alguna forma de fiesta de las cosechas. Con  este  término se denomina a  las festividades que casi  todos  los pueblos de  la antigüedad  celebraban  al  recoger  los frutos  de  la  tierra.  Esos  días  festivos tenían  un  profundo  carácter  religioso. La  alegría  por  la  cosecha  estaba  más que justificada, porque de ella dependía la  subsistencia  de  la  comunidad,  y  las civilizaciones  la  convirtieron  en  un acto  sagrado.  Lamentablemente  a  través del mundo se rendía tributo a muchas  divinidades,  agradeciendo  y  rogando por  la  fertilidad de  la  tierra.
La humanidad,  sumida  en  la  ignorancia, adoró  a  los  que  no  eran  dioses  y  les dieron la gloria a las criaturas antes que al Creador;  pero  las  Sagradas Escrituras reivindicaron la fiesta de la cosecha, dándole el sentido correcto y enfocándola  en  la  adoración  del  único  Dios: “También  celebrarás  la  fiesta  de  las semanas, la de las primicias de la siega del  trigo,  y  la  fiesta de  la  cosecha  a  la salida  del  año”  (Éxo  34:22).  Esta  solemnidad,  cuyo  aspecto  primordial  es el  agradecimiento  al  Eterno  por  sus bondades,  guió  el  espíritu  de  los  creyentes  durante  siglos,  en  el  reconocimiento de que todo proviene del Creador y con todo debemos honrarlo. 
Esa fue también la actitud de los peregrinos  que  arribaron  a  las  costas  de América del Norte en 1620, y  se establecieron  como  colonos  en  Plymouth Rock  (actual  Massachusetts).  Estos hombres  y mujeres  que  venían  de  Inglaterra, proclamaron un día de acción de gracias y de oración cuando recogieron  la  primera  cosecha.  Poco  a  poco esa  celebración  se  convirtió  en  una costumbre en  las colonias, y en el año 1863  el  presidente  Abraham  Lincoln designó  oficial  el  día  de  Acción  de Gracias en todo el país. 
Sin embargo, al pasar más de cien años de aquel hecho,  la mayoría de  las personas  desconoce  la  importancia  de  la conmemoración.  La  humanidad  no tiene la misma relación con la tierra; en la  agricultura  moderna  un  solo  hombre, con una máquina, realiza el trabajo de  cien. El  ser  humano  ha perdido  el contacto estrecho con  la naturaleza;  la cosecha  no  tiene  la  misma  connotación,  y  la gratitud  se ha vaciado de  su sentido  original.  En  un  futuro  no  lejano la mayoría de la gente pensará que las  frutas  se  producen  en  fábricas  robotizadas,  porque  solo  las  ven  en  los mercados,  enlatadas,  etiquetadas,  procesadas. El  hombre  se  distancia  de  su origen; el estado de dependencia con el suelo,  que  llevaba  a  un  acto  vital  de gratitud,  desaparece;  se  rompe  el  propósito original de un ser rodeado de un ambiente natural, al que debe cuidar y servirse de él.
 No por gusto  los veinticuatro  ancianos del Apocalipsis,  luego del  toque  de  la  séptima  trompeta, anuncian  juicio  para  las  naciones  y  la destrucción  de  los  que  destruyen  la tierra (Ap 11:18).   Indiscutiblemente  nos  corresponde levantar  la voz con una fuerza directamente proporcional al número mayoritario  y  creciente  de  personas  que  se olvidan  de  Dios,  que  se  olvidan  de todo  lo  que  es  verdadero,  honesto, justo, puro, amable,  lo que es de buen nombre; que  olvidan,  sobre  todo,  que somos  un  poco  de  polvo,  levantado del  suelo  con  el  aliento  del  Creador, para darle honra. 
El pueblo santo, escogido, fiel, diseminado  por  el  orbe,  tiene  que mantener viva  la gratitud ancestral, que se manifestaba con  la misma  fuerza de  sobrevivir,  luego  de  recibir  de Dios  el  pan material  y  el  Pan  que  descendió  del Cielo: uno para vida de este cuerpo de lodo, y el otro para darle vida al cuerpo transfigurado con que hemos de entrar en la eternidad.
La crisis económica y Dios  Por el Pre Evangelista Abraham Fernández Durante  los  años  noventa —que en  paz  descansen—,  el  cubano de a pie vio cómo una horrible y macilenta vaca devoraba  su mesa y escaparates.  Fueron  años  de  penurias  en  los que  la  inventiva  culinaria  rebasó  los límites de  la  imaginación,  todo  (o  casi todo) pasó de ser cotidiano a “vamos a ver  si  viene”,  que  junto  a  “llegó”  y “trajeron”, fueron  las palabras más hermosas que podían escucharse. Cuando los  partes  anunciaron  que  el  huracán “Período Especial”, nacido a 9550 km, atravesaba  el  Atlántico  en  dirección nuestra,  algunos  permanecieron  tranquilos,  al  amparo  de  un  tal Mammón; pero  la  inmensa  mayoría  comenzó  a buscar a Dios, es cierto que no siempre con  absoluta  sinceridad,  no  obstante miles de personas  afluyeron  a  las  iglesias,  donde  encontraron  un  poco  de sosiego.    Veinte  años  después,  el  recuerdo  de aquella  crisis  está  siendo  opacado  por la mayor crisis que ha sacudido al mundo. Todo comenzó cuando el estallido de  la  burbuja  inmobiliaria,  y  aun  no comprendo  cómo  pudo  causar  tanto desastre la explosión de una “burbuja”.
El caso es que, una tras otra, las economías mundiales han ido cayendo a medida  que  son  alcanzadas  por  la  onda expansiva, la cual deja tras de sí desempleo y un montón de “bancas rotas”; ni siquiera  la antigua y glamorosa Europa ha  podido  resistir  la  embestida,  y  está intentado salvar  su  maltrecho  euro  a   golpe de  rescates  económicos  y medidas de austeridad,  lo que por supuesto no  les  ha  gustado  a  los  que  se  hacen llamar el “99 %”, quienes comenzando en la emblemática Plaza del Sol en Madrid, han  encendido  el polvorín  social en casi todo el orbe.
Ahora  bien,  usted  se  preguntará  ¿qué tiene que ver Dios con esto?, pues nadie  pensaría  que  él  fuera  el  origen  de tanta desgracia,  y  tendrían  razón, porque  si bien  es  cierto que  castiga  a  sus hijos,  lo hace siempre con  la  intención de  que  mejoren.  Además,  debemos notar que en la mayoría de los casos es el  hombre  quien  en  su  desenfreno  y codicia  provoca  estas  crisis.  Cuando Dios  interviene,  siempre  hay  un  final feliz.
Veamos  un  ejemplo: en Génesis leemos la historia de José, que fue vendido  como  esclavo  por  sus  propios hermanos  y,  durante  unos  veintidós años, sufrió la separación de su familia; sin embargo, al reencontrarse con ellos les  dijo:  “Yo  soy  José  vuestro  hermano,  el  que  vendisteis  para  Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese  haberme  vendido  acá;  porque para  preservación  de  vida  me  envió Dios  delante  de  vosotros.  Pues  ya  ha habido dos  años de hambre  en medio de  la  tierra,  y  aún  quedan  cinco  años en los cuales ni habrá arada ni siega.
Y Dios  me  envió  delante  de  vosotros, para  preservaros  posteridad  sobre  la tierra, y para daros vida por medio de gran  liberación.  Así,  pues,  no me  enviasteis acá   vosotros,   sino Dios,   que me  ha puesto por padre de Faraón y  por señor de  toda su casa, y por   gobernador  en  toda  la  tierra  de  Egipto”  (Gén 45:4-8). Esa historia suscita algunas preguntas: ¿Ocasionó  Dios  el  período  de  siete años de hambre?,  o ¿simplemente en su omnisciencia  sabía el  futuro y dispuso  así  las  cosas? En Génesis 41:25 está  la  respuesta:  “Entonces  respondió José a faraón: El sueño de faraón es  uno  mismo;  Dios  ha  mostrado  a faraón  lo  que  va  a  hacer”.
Dios  entonces llevó a cabo la reconciliación y preservación  de  la  familia  que  daría origen  al  pueblo  de  Israel… ¡desatando una crisis!  Algunos  hoy  no  le  reprocharían  al chico  de  diecisiete  años  si  hubiera renegado  de  Dios  por  todo  lo  que pasó;  sin  embargo, pese  a  las  tribulaciones mantuvo su fidelidad,  José era  un hombre  a prueba de  crisis. Y nosotros ¿lo somos también? La preocupación por  la  economía no es nueva; hace  más  de  tres  mil  años  un  levita llamado Asaf, confesó: “Casi se deslizaron  mis  pies;  porque  tuve  envidia de  los arrogantes, viendo  la prosperidad de  los  impíos”  (Sal 73:2,3).
Obesos,  altaneros,  despreocupados  de  su muerte  y  violentos,  así  los  vio  Asaf. Fue tanta su congoja que llegó a pensar  que  había  limpiado  en  vano  su corazón  y  lavado  en  inocencia  sus manos. Tuvo  incluso  la  tentación  de querer  hablar  y  actuar  como  ellos. Habría sido otra su historia si Asaf no hubiera entrado al santuario, donde al tener una experiencia con Dios comprendió cual  sería el  fin de ellos,  lo que le  llevó  a  decir:  “¿A  quién  tengo  yo  en los  cielos  sino  a  ti? Y  fuera  de  ti  nada deseo en la tierra” (Sal 73:25).
La  profecía  bíblica  habla  de  hambre, guerras  y  terremotos  para  los  últimos tiempos, lo que vemos y leemos a diario en  las  noticias  no  es  nada  comparado con  lo que ha de venir sobre  la  tierra, a la  que  un  famoso  reportero  llama  “la única  y  maltratada  nave  espacial  en  la que viajamos por el espacio”. Confiemos plenamente en Dios, quien aun antes de que  se  lo pidamos  ya  sabe de qué  tenemos necesidad. Roguemos con humildad por  nuestro  pan  diario,  sin  ambiciones, como dijera el proverbista: “No me des pobreza  ni  riquezas; mantenme  del  pan necesario” (Pro 30:8). No me atrevo a decir que fue Dios o el hombre quien desencadenó  la crisis que golpea hoy  al mundo, pero  creo, por  la experiencia de José y Asaf, que lo mejor para  estos  casos,  es  acercarnos  a  él  con sinceridad y arrepentimiento, y no esperar  a  que  nos  “apriete  el  zapato”  para correr  a  refugiarnos  en  las  iglesias. 
Por mi  parte,  me  uno  al  profeta  Habacuc, que dijo:  “Aunque  la higuera no  florezca,  ni  en  las  vides  haya  frutos,  aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová,  y me  gozaré  en  el Dios  de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza,  el  cual  hace mis  pies  como  de  ciervas,  y  en  mis  alturas  me  hace  andar” (Hab 3:17-19). 
 


El escrito que presentamos a continuación, es la segunda parte del ensayo  homónimo  que  publicamos  en  la  pasada  edición  de  la revista, cuyo tema es la salvación por medio de la gracia. 
Los editores
La  primera  parte  habla  de  una  elección,  y  esto  se  lleva  a  cabo mediante un  plan  completamente  gratuito  que es  conocido  como  la  predestinación. Negar  la  existencia  de  la  predestinación es como querer ignorar al profeta Jeremías  y  la  forma  en  que  Dios  lo eligió: “Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes  que  te  formase en  el  vientre  te  conocí,  y  antes  que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”  (Jer 1:4,5).  O tener en poco a Sansón cuando Dios se lo prometió a su madre para salvación del  pueblo  hebreo:  “Ahora,  pues,  no  bebas  vino  ni  sidra,  ni  comas  cosa inmunda. Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará  sobre  su  cabeza,  porque  el  niño será  nazareo  a  Dios  desde  su  nacimiento,  y  él  comenzará  a  salvar  a  Israel  de  mano  de  los  filisteos”  (Jue 13:4,5). O desconocer plena y absolutamente  al  sacerdote  Zacarías  y  su revelación acerca de  su hijo: “Pero el ángel  le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer  Elizabeth  te  dará  a  luz  un  hijo,  y llamarás  su  nombre  Juan.  Y  tendrás gozo  y  alegría,  y muchos  se  regocijarán  de  su  nacimiento;  porque  será grande  delante  de  Dios. 
No  beberá vino ni sidra, y será  lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y  hará  que muchos  de  los  hijos de  Israel  se  conviertan  al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu  y  el  poder  de Elías, para  hacer volver  los  corazones  de  los  padres  a los  hijos,  y  de  los  rebeldes  a  la  prudencia  de  los  justos,  para  preparar  al Señor un pueblo bien dispuesto” (Luc  1:13-17).  O  ignorar  la  afirmación  del teólogo  por  excelencia  en  el  Nuevo Testamento:  “Pero  cuando  agradó  a Dios,  que me  apartó  desde  el  vientre de mi madre,  y me  llamó  por  su  gracia” (Gál 1:15).   
En su soberanía Dios realiza distinciones  sobre  especificidades  y  elige  en particular  a  seres  extraordinarios  para alguno  de  sus  propósitos. De  esto  no tengo  dudas,  estos  cuatro  personajes antes mencionados  lo  reafirman,  pero la  extensión  de  su  gracia  abarca  a  todos. Él puede elegir a algunos de nosotros desde antes de nacer, eso  lo acepto, y  la Biblia me  lo reafirma, pero me estimula  la  grandeza  del  que  vertió  su sangre “PARA QUE TODO AQUEL QUE  EN  ÉL  CREE NO  SE  PIERDA”. La salvación es y siempre ha sido POR GRACIA A TRAVÉS DE LA FE. El  acto de  fe por  el  cual  el hombre  es  salvo,  viene  a  ser  la  ley  de  su salvación  y  de  ahí  fluyen  las  buenas obras, a partir de este principio de la fe viviente: “De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al que me envió,  tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). 
Según  el  comentarista  Donald  C. Stamps,  Jesús  describe  al  que  tiene vida eterna y no será condenado como “el que oye… y cree”. “Oye”, (del griego  akouon)  y  “cree”  (del  griego  piesteuon), participios de presente que destacan la acción continua (el que está oyendo y creyendo). Por tanto, el oír y el  creer  no  son  actos  de  un  solo momento, sino acciones que deben continuar.
Trataremos  de  explicar  someramente con la Palabra, algunos textos que avalan este rompecabezas difícil para algunos. Pudiéramos, a manera de ejemplo, explicar  que  la  iglesia  es  predestinada, cuando  se  refiere  al  plan  de  salvación tal  como  se  manifiesta  en  el  llamamiento  universal.  Él  vendrá  a  buscar una Iglesia, no una secta o cofradía, al menos  eso  dice  la Biblia. Y  hablando de su elección podemos decir que lo es por  cuanto  se  refiere  a  un  grupo,  los electos  o  escogidos  que  han  aceptado los ofrecimientos de infinita misericordia del Pastor que la escogió.
Es bueno recalcar  que  los  que  son  elegidos  son seleccionados,  no  por  disposición  absoluta,  sino  porque  aceptan  las  condiciones  del  llamado:  “El  que me  ama, mi  Palabra  guardará”,  así  dijo  Jesús; esas  son  sus  condiciones.  Creo  en  la gracia y en la posibilidad no restringida de  salvación,  creo  en  la  grandeza  del amor  que  facilitó  no  una  selección, sino  un  espacio  condicionado  a  la creencia  en  su  amor  y  misericordia.  Analicemos  algunos  textos  que  corroboran esta idea: Juan  3:16,17:  “Porque  de  tal  manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo  unigénito,  para  que  todo  aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque no envió Dios a su  Hijo al mundo para condenar al mundo,  sino para que  el mundo  sea  salvo por  él”.    Este  pasaje  es  conocido  en teología como “el evangelio en miniatura”.  Es  importante  observar  que  el verbo tenga está en tiempo presente, lo cual significa que la intención es que la vida eterna sea una posesión de actualidad.  Dios  no  solo  amaba  a  Israel, habla de la idea del amor universal que se encuentra en  todo el Nuevo Testamento. Los que  abogan por  la  redención  limitada  se  ven  forzados  a  decir que  este  versículo  significa  que  Dios amó solamente al mundo de  los elegidos.
Nada  que  ver  con  el  “todo”  sin distinción,  sin  razas,  sin  costumbres, sin edades.   “Todo”, habla de  la grandeza eterna del  infinito amor de Dios puesto en función de  los seres que un día perdieron su imagen.  Hechos  17.30: “Pero Dios, habiendo pasado  por  alto  los  tiempos  de  esta ignorancia,  ahora  manda  a  todos  los hombres  en  todo  lugar,  que  se  arrepientan”. 
Este  versículo  declara  el asunto  en  la  forma más  amplia  posible. Dios manda a  todos  los hombres en  todos  los  lugares  que  se  arrepientan,  que  cambien  su  estilo  de  vida. Atribuirle  el  sentido  de  “todos  los hombres  sin distinción de  raza o  rango  en  todos  los  lugares  del mundo”, pero  solo  entre  los  “elegidos”  —ya que  así  piensan  los  que  creen  en  la predestinación  (forma  en  que  debiera entenderse para  respaldar  la expiación limitada)—, no es de ningún modo la  elucidación  o  interpretación más  segura. 2  Corintios  5:14,15:  “Porque  el  amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que  si uno murió por  todos,  luego  todos murieron; y por  todos murió, para que  los que viven, ya no vivan para sí, sino  para  aquel  que  murió  y  resucitó por ellos”.
El amor que Cristo demostró al dar su vida, hace que el creyente se  sienta  constreñido  a  agradar  al  Señor,  quien murió  por  toda  la  humanidad;  aunque  el beneficio de  su muerte solo  es  efectivo para  los que por  fe  le reciben,  y  se  identifican  con  él  en  su muerte y resurrección. 1 Timoteo  2:4-7:  “El  cual  quiere  que todos  los  hombres  sean  salvos  y  vengan al conocimiento de  la verdad. Por-que hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio  a  su debido  tiempo.
Para  esto yo fui constituido predicador y apóstol (digo  verdad  en  Cristo,  no miento),  y maestro de los gentiles en fe y verdad”. En el contexto de 1 Tim 2, Pablo está interesado  en  subrayar  la  compasión divina hacia  todas  las personas sin distinción  de  razas,  nivel  social  o  condición alguna. Él desea  la salvación de  la humanidad plena;  sin  embargo  la  existencia del libre albedrío atenta contra el deseo de Dios, pues muchos hombres olvidan  a  su  Creador,  que  entregó  el valioso  tesoro que es su Hijo, en pago del mal cometido por el hombre.
Pero ahí repito lo dicho anteriormente y que aclara mi  ponencia:  la  salvación  es  el resultado  de  la  obra  de  Dios,  pero también  está  determinada  por  la  respuesta  humana.  Analicemos  a  dos personas en el evangelio de  las cuales se dice que Cristo  las amó particular-mente, uno es el joven rico (Entonces Jesús,  mirándole,  le  amó…  Mar 10:21),  y  el  otro  es  Lázaro  (Dijeron entonces  los  judíos:  Mirad  cómo  le amaba.  Juan  11:36).  Del  primero, cuentan  los  evangelistas,  que  era  correcto, que  tenía buenas obras; a este, Jesús,  le enseñó que esas obras no  lo eran  todo,  que  faltaba  el  elemento más  importante:  la  gracia.
Pero  darlo todo y seguir al Maestro fue demasiado para él, pese al  llamado directo de Cristo:  “Jesús  le  dijo:  Si  quieres  ser perfecto, anda, vende  lo que  tienes, y dalo a  los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mat 19:21). Su  decisión  personal  fue  desestimar esta invitación, ratificándonos que aún el llamado de Dios puede ser rechazado por el hombre. 1 Timoteo 4:10: “Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos. Que por  esto  mismo  trabajamos  y  sufrimos  oprobios,  porque  esperamos  en el Dios viviente, que es el Salvador de todos  los  hombres,  mayormente  de los  que  creen”. 
Cuando  Pablo  dice que Dios  es  el Salvador de  todos  los hombres  y  luego  distingue  a  los  creyentes  en  una  forma  especial,  usa  la palabra Salvador en un sentido doble:  preservador  y  salvador  espiritual. Pablo  subraya  el  alcance universal de  la salvación,  aunque  aquí  se  concentra en  la necesidad de  la  fe para  su  realización.  Aunque  todos  califican  para ese desafío, los que creen son extraordinarios al dar el paso necesario. Junto a  Jesús hubo dos hombres perversos que purgaban  sus delitos  ante  las leyes romanas, uno fue salvo sencillamente porque  creyó,  el otro no, porque no lo hizo.
Él vino a salvar lo que se había perdido; pero hay una condición: creer en él. Tito  2:11:  “Porque  la  gracia  de Dios se  ha  manifestado  para  salvación  a todos  los  hombres”.  Se  nos  está  diciendo que la manifestación de la gracia ha sido plena, absoluta en  la vida, muerte y resurrección del Mesías. Este  es  uno  de  los  pasajes  del  Nuevo Testamento  que  nos  presentan  con mayor  claridad  el  poder moral  de  la encarnación. Hace hincapié  suprema-mente en el milagro del cambio moral que  Jesucristo  puede  realizar  en  los que  ponen  su  confianza  en  él.  Solo Cristo  puede  hacer  que  nuestra  vida exterior  y  también  lo más  íntimo  de nuestro  corazón  lleguen  a  ser  aptos para  que  Dios  los  vea  con  agrado; aunque eso depende de nuestra determinación. Hebreos  2:9:  “Pero  vemos  a  aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a  Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de  la  muerte,  para  que  por  la  gracia  de Dios gustase la muerte por todos”.
La muerte  fue  el  terrible  sendero  de  esa gloria para Jesucristo; pero, por la gracia de Dios,  también  fue  el medio de salvación  para  la  humanidad. De  este texto  resulta  estar  claro  que  la  expiación  fue  universal;  porque  ¿de  qué otra  manera  pudiera  el  escritor  decir que él gustó  la muerte por  todos? No fue por uno, ni por un grupo  selecto, fue  por  todos  los  que  le  aceptaran  o no.  “Todos”,  palabra  asombrosa  que abarca a los injustos y justos, a los feos y bonitos,  a  los gordos  y  flacos,  a  los ricos y pobres, a los cultos e incultos.   2 Pedro 3:9: “El Señor no  retarda  su promesa,  según  algunos  la  tienen  por tardanza,  sino  que  es  paciente  para con  nosotros,  no  queriendo  que  ninguno  perezca,  sino  que  todos  procedan al arrepentimiento”.
Generalmente  no  comprendemos  cuán  grande  es el amor de Dios para sus criaturas, sin embargo, el pastor principal de la Iglesia  primitiva  nos  regala  esta  hermosa expresión que habla de  su paciencia y de su deseo de que todos —y se repite una y otra vez—, “todos” puedan volverse de sus malos caminos y regresar a  la  imagen perdida. Dios puede tener un  cupo,  un  número  de  salvados,  y esto es parte de debates de siglos por los  teólogos,  pues  algunos  hablan  de que  los  salvados  se corresponderán al equivalente  de  los  ángeles  caídos,  u otras distintas cifras; eso pudiera ser o no, pero lo que sí es real es que todos podemos acceder a este privilegio, mediante la fe en él. 1 Juan 2:1,2: “Hijitos míos, estas cosas os  escribo  para  que  no  pequéis;  y  si alguno  hubiere  pecado,  abogado  tenemos para  con  el Padre,  a  Jesucristo  el justo. Y él es  la propiciación por nuestros  pecados;  y  no  solamente  por  los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.
Este  versículo  explica  con claridad  que  la  muerte  de  Cristo  fue por el mundo entero, puesto que él es la  propiciación  no  solo  por  nuestros pecados  sino  también por  los de  todo el mundo.   Además,  la  única  otra  vez que aparece la frase “el mundo entero” en  los  escritos  de  Juan  es  en  1  Juan 5:19, y allí, indiscutiblemente, incluye a todas  las  personas. Así  que  se  da  por sentado que  también se  refiere a  todas las personas en 2:2. Y esto significa que Cristo murió  por  todos  los  humanos, aunque  todos  no  sean  finalmente  salvos.
Hablando de  la gracia Juan Wesley declaró:  “Considerando  que  todas  las almas  de  los  hombres  son muertas  en pecado por naturaleza, esto no excluye a nadie, en vista de que no hay  individuo  que  esté  en  un  mero  estado  de naturaleza;  no  hay  hombre,  a  menos que  haya  contristado  al  Espíritu,  que no  pueda  recibir  gracia  de  Dios”.  La excepción  intercalada  de  Wesley  se refiere  a  la  clara  sentencia  del Mesías: “Por  tanto  os  digo:  Todo  pecado  y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mat 12:31). 
Desde  el  principio  nuestros  padres fundadores,  sin  definirse  como  calvinistas  o  arminianos,  nos  han  legado una  fe  que  coincide mayormente  con el punto de vista de Arminius; aunque también  han  participado  de  ideas  como  la  predestinación  casuística  (de casos  excepcionales).  No  obstante, evitamos  tanto  un  nombre  como  el otro,  independientemente  de  que aceptamos  la  idea de Wesley  expuesta en el párrafo anterior, y que en esencia resume el mensaje bíblico.
Así lo veo yo también, así lo creí, y así lo creo actualmente, aunque haya estudiado  los diferentes conceptos que de la salvación se esgrimen en la Teología moderna. Acepto  la redención universal o expiación ilimitada para todos los que crean. Cada movimiento del alma hacia Dios es iniciado por la gracia, sin embargo,  hay,  al  mismo  tiempo,  un reconocimiento  de  que  el  hombre  es un agente de libre albedrío. Usted puede discrepar de esta opinión, pero este es  el  legado  de  quienes  nos  precedieron y establecieron  los cimientos doctrinales  de  la  iglesia  Soldados  de  la Cruz de Cristo, sin ser teólogos ni eruditos; pero siendo guiados por el Espíritu Santo. 
La  voluntad  humana  decide  en  última instancia  y  la  gracia  divina  ofrecida  al hombre  es  aceptada  o  rechazada.  Es absoluto  Jesús: todos  tenemos entrada a  la gracia, previo arrepentimiento. No hay clases, colores, edades o razas prevalecientes.  Jesús  abrió  las puertas  del cielo  a  todas  sus  criaturas,  terminó  la distinción  del  pueblo  elegido  con  su entrada  al  santuario,  finalizaba  la  circuncisión  como  señal  de  pactos,  concluía  el  antiguo  compromiso  selectivo para algunos solamente.
Allí, en el portal de Belén, mientras  la  estrella  alumbraba  a  los  magos  del  oriente,  nacía para el mundo una época de esperanza y  realización.  Jesús  murió  por  todos. Esa es mi esperanza y debe ser la tuya, no estamos excluidos. El reino de Dios llegó hasta mí, y dejé mis redes convirtiéndome  en  objeto  de  su  amor. A  él sea  la  gloria  por  su  gracia  redentora que  nos  permitió  el  reencuentro  con nuestro Creador. 
Fuentes bibliográficas utilizadas por el autor: Culbertson-Wiley, Introducción a  la Teología Cristiana.  (Kansas City: Casa  Nazarena  de  Publicaciones, 1989), p. 294. Grudem Wayne, Doctrina  Bíblica.  Ryrie W.  Teología  Básican.

Yiya*
De  un  gran  anón  salieron muchas  semillas  buscando  un  lugar  donde  vivir. Solo Yiya,  la más  joven, se quedó al pie del árbol. Temía ser enterrada. Allí  conoció  a  Lala Bibijagua,  quien subía  y  bajaba constantemente, cargando  hojas  para  su cueva.  Se  hicieron  amigas  y  Yiya  le confesó  a Lala  su  gran  sueño: Quería ser una mata voladora; pues la profundidad de  la  tierra  le daba mucho miedo.
Lala Bibijagua  era  feliz  allá  abajo,  y  la convenció  para  que  la  visitara,  asegurándole  que  nada  le  pasaría.  Escribió su dirección en un pedacito de corteza y se la entregó.
Una tarde Yiya se llenó de valor y bajó a la cueva de su amiga; pero se quedó a la  entrada,  de  ninguna  manera  quiso pasar. Conversaron  en  la  puerta  hasta bien entrada la noche. Cuando regresaba tropezó, cayó en un hueco y empezó a chillar desesperadamente: — ¡Auxilio,  auxilio,  sáquenme  de  aquí! ¡No puedo ver! Lala Bibijagua escuchó los gritos y salió  rápidamente  a  buscarla.  Estaba muy  oscuro  y  no  pudo  encontrarla por más  que  buscó y buscó.
Al  día  siguiente las gallinas escarbaron  cerca  y taparon  el hueco. — ¡Sáquenme de aquí, por favor!  ¡Estoy  aquí  debajo…,  debajo  de  la tierra! Los  gritos  de Yiya  no  se  escuchaban en  la  superficie. La oscuridad y  la  tierra húmeda  se  le pegaron,  apresándola.  Afuera,  Lala  Bibijagua,  su  amiga, continuaba buscándola.
Algunos  días  después  Yiya  sintió  cómo poco a poco se  le abría  la barriga; parecía írsele la vida. Al mismo tiempo se  elevaba  despacio,  muy  despacio, hasta  que  nuevamente  vio  la  luz  del sol. Sin embargo, ya no era  la Yiya de antes.  Lala  Bibijagua,  quien  no  había dejado de buscarla, tampoco supo que aquella matica  de  anón  recién  nacida, era su amiga.
Pérez González, Eric A. La casa de los traba-cuentos. Edit. Unicornio. La Habana, 2003. 

El grillo y la oruga
Dando al vecindario entero
Insoportable martirio,
Entre las ramas de un lirio
Silba un grillo majadero.
Se detiene en una hoja 
Que un velo encoge y arruga
Y ve escondida una oruga
A quien su presencia enoja.
— ¿Qué haces allí sepultada,
Envuelta en ese sudario?
¡Vaya un gusto estrafalario!
Sal a la luz, desdichada.
—El reposo necesito,
Por eso en vida me entierro.
Más voy a dejar mi encierro,
Aguarda un poco, amiguito.
Rompe la tela rugosa
Que el grande misterio vela,
Y al espacio libre vuela
La brillante mariposa.
Testigo de aquel portento,
Mira el grillo entre temblores
El prodigio de colores,
De vida y de movimiento.
Y oye le dice la bella,
De gozo resplandeciente:
—La luz evité prudente
Para anegarme ahora en ella.
No aturdas tu juventud,
Que las alas del saber 
Tan solo pueden nacer
Del estudio y la quietud.
Aurelia Castillo de González.

El Burro de Betfagé
Por la Evangelista Magbis Verdecia Toledano
Zac 9:9; Luc 19:29-38  No todos los evangelistas relatan los hechos  de  Jesús  por  igual,  pero  todos  concuerdan  en  que  él  entró  a Jerusalén  montado  en  un  pollino que no se había domado aún. Nos  cuenta  una  vieja  historia  que este animalito volvió al establo y que dejó  de  comer;  no  se  juntaba  con nadie, y aunque había sido muy alegre y chistoso, ya ni siquiera hablaba.
El burro más  anciano del  establo  al notar  su  raro  comportamiento  se  le acerca  y  le  pregunta  por  qué  había cambiado  tanto,  entonces  aclarando su  borrica  voz,  le  contesta  emocionado el jovenzuelo: —Es que hace unos días unos hombres vinieron a buscarme, me pusieron  mantos  encima  y  yo  me  veía elegante,  luego alguien montó sobre mí y la gente vino a encontrarme, se quitaron sus mantos y  tomando hojas  de  los  árboles  las  tendían  en  el camino diciendo  cosas para  alegrarme y…  —¡Ah! Por eso has cambiado así —le  interrumpió el viejo burro. — ¿Es que no te diste cuenta de que eso no era para  ti?
Era  al que montaba  sobre  tus  lomos al que recibían de esa manera.  Pobre  burro,  burro  al  fin,  no  pudo comprender  que  la  gloria  era  para Jesús.  Que  este  conocido  relato  te sirva para  comprender que  si  el Señor te usa la gloria es para él.
El burro flautista
Esta fabulilla,
Salga bien o mal
Me ha ocurrido ahora
Por casualidad.
Cerca de unos prados 
Que hay en mi lugar
Pasaba un borrico
Por casualidad.
Una flauta en ellos
Halló, que un zagal
Se dejó olvidada
Por casualidad.
Acercóse a olerla
El dicho animal,
Y dio un resoplido
Por casualidad.
En la flauta el aire
Se hubo de colar,
Y sonó la flauta
Por casualidad.
— ¡Oh! —dijo el borrico.
— ¡Qué bien sé tocar!
Y dirán que es mala 
La música asnal.
Sin reglas del arte
Borriquitos hay,
Que una vez aciertan
Por casualidad.
Tomás de Iriarte

CORAZÓN DE DIAMANTE
 Zacarías 7:12 “Y pusieron su corazón  como  diamante,  para  no oír  la  ley  ni  las  palabras  que Jehová  de  los  ejércitos  enviaba por su espíritu...” 
El diamante es la sustancia conocida  más  dura  del  mundo.  Puede rayar  fácilmente  un  vidrio  plano,  o sacar chispas contra un metal. Para  tallarlo  y  darle  forma,  se  utiliza otro diamante, ya que es  tan duro, que se hace difícil utilizar metales u otro  material  para  producirle  un desgaste.  Podría  decirse  que  el diamante  es,  mecánicamente,  un material casi  inmutable; no se desgasta, no se oxida, siempre queda igual. Por eso  la Biblia compara al corazón del hombre endurecido por el  pecado,  con  un  diamante.
Muchos  han  tomado  la  decisión  de poner su corazón como "diamante", y  se  han  dicho  a  sí mismos: A mí nada me  va  a  cambiar,  ni  afectar; siempre  pensaré  igual.  ¡No  me vengan  a  hablar  de  Dios!  Soy  lo suficientemente resistente, y fuerte, para    no    depender    de  nadie.   Desarrollan  una  "dureza  interior" que  se  enfoca  en  el  rechazo  de cualquier  cosa  que  tenga  que  ver con Dios  y  con  su Palabra. No  es que  tenían  ya  un  corazón  de "diamante",  sino  que  la Biblia  dice que  "pusieron  su  corazón  como diamante". 
Es  el  caso  de  un  alma que  ya  estaba  endurecida,  pero que ahora, por medio de una decisión  consciente,  se  rebela  abiertamente contra Dios. Dios sigue   enviando  a  esta humanidad,  cada   día,  el  mensaje    de  salvación  en Jesucristo. Nos dice la Biblia que el corazón  de  Cristo  en  la  cruz  se derretía dentro de él:  Mi  corazón  fue  como  cera,  desliéndose en medio de mis entrañas... (Salmos 22:14). 
El  corazón  del  Salvador  se  funde por amor y compasión de ti.  Estimado amigo/a: Dios  testifica  que  su  corazón  es blando para contigo. Él vino a buscar a aquellos de corazón cual diamante,  que  brilla  orgullosamente, pero  que  en  sí mismo  solo  es  un trozo de cristal frío y sin vida.  ¿Querrás entregar en el día de hoy tu  duro  corazón?  El  diamante  es una piedra preciosa, pero  tener un corazón de dicho material no sirve para la vida. 
Es necesario un corazón que tenga latidos, que esté vivo. Es necesaria un alma perdonada por Dios,  lavada  por  la  sangre  de  Cristo,  para tener vida interior.  Un  corazón  vivo...  o  un  corazón duro y muerto, ¿con cuál te quedarás? Ezequiel 36:26: “Y quitaré de vuestra  carne  el  corazón  de piedra, y os daré corazón de carne”. 

NO SABE A DÓNDE VA
Por  el  Supervisor  Ramón  Pastor  Verdecia Labrada
El viento sopla de donde quiere, y oyes  su  sonido; mas  ni  sabes  de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel  que  es  nacido  del  Espíritu  (S. Juan 3:8).  Al parecer, el título de este trabajo da a entender  que  alguien  está  desorientado; pero si leemos con detenimiento el texto bíblico,  tratando de  saber qué  le dijo  Jesús  a  Nicodemo,  nos  daremos cuenta,  de  que  es  todo  lo  contrario, que el creyente en Dios, no debe viajar por sí mismo a su destino final.
Si queremos  ir al cielo  tenemos  la necesidad de dejarnos guiar por alguien: el Espíritu  Santo,  que    sabe  a  dónde  va,    y puede  guiarnos  con  toda  seguridad. Así  lo entendieron  los que nos antecedieron en este santo y glorioso camino, como Henoch, Abraham, Moisés, Daniel,  los  amando y obedeciendo a Dios en todo. Abraham,  el  padre  de  la  fe,  recibió  el llamado de Dios así: “Vete de tu tierra y  de  tu  parentela,  y  de  la  casa  de  tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gén 12:1).   Y vemos que en Hebreos 11:8, dice:  “Por  la  fe  Abraham,  siendo  llamado, obedeció para  salir al  lugar que había  de  recibir  por  heredad,  y  salió SIN  SABER  A  DÓNDE  IBA”.  Cuando llegó  el momento   más  difícil  para  la vida  de  Abraham,  Dios  le  dice  así: “Toma ahora  tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo  allí  en  holocausto  sobre  uno de los montes que yo te diré”  (Gén  22:2).
 Abraham volvió a salir sin saber exactamente el lugar a donde iba. Moisés,  el  gran  legislador  del  pueblo hebreo,  fue  llamado  para  liberar  a  su nación del poder de los egipcios. Fue a Egipto  y  cumplió  con  la  voluntad  de Dios, haciendo milagros y señales en el país;  sacó  al  pueblo  al  desierto,  y  allí dejó  de  saber  por  dónde  iba. A  partir de ese momento estaba guiado por una nube de día y por una columna de fuego  de  noche,  que  le  decían  cuándo  y dónde  debían  acampar.  Este  hombre santo,  para  tomar  una  determinación, por simple o difícil que fuera, consultaba  a  Dios  y  obtenía  la  respuesta.  Él dejó  de  gobernarse  a    mismo,  para convertirse  en  un  instrumento  en  las manos del Todopoderoso.
Jesús  le dijo a Nicodemo, que  los que son nacidos del Espíritu,  son  como  el viento, que no se sabe de dónde viene, ni a dónde va. Como se sabe, hay muchas  cosas que nacen,  y  varias  formas de nacer: nacen las plantas de las semillas, nacen las bestias y los seres humanos. En todos  los casos hay nacimientos  prematuros,  raquíticos,  enfermos, mutilados,  y hasta muertos,  y  también los hay a su tiempo, completos, saludables y  robustos. Pero quiero hacer énfasis en el más difícil y complejo de los nacimientos,  aquel  del  cual  le  habló Jesús  a Nicodemo,  nacer  del Espíritu, como  condición  indispensable  para entrar  en  el Reino  de  los Cielos:  “De cierto, de cierto  te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (S. Juan 3:5).  
En este sentido  también pueden ocurrir nacimientos prematuros,  raquíticos, enfermos, mutilados, y hasta  muertos;  o,  por  el  contrario  a  su debido  tiempo,  completos,  sanos  y robustos.   Si  creemos  haber  nacido  del Espíritu, ¿nos  hemos  preguntado  alguna  vez, cómo  fue  nuestro  nacimiento?  ¿Nos estamos  dando  cuenta  de  cómo  es nuestro  proceder  y  nuestra  conducta? ¿Estamos  queriendo  guiarnos  a  nosotros mismos,  creyendo que  sabemos  a dónde  vamos?,  ¿o  estamos  dispuestos a ser como el viento, que no se sabe de dónde viene, ni a dónde va? Te hago la interrogante  de  un  precioso  himno: “¿El  Espíritu ejerce dominio en ti?”, o ¿acaso  eres    quien  pretende  tener dominio  sobre  el Espíritu?  ¿Cómo  influye  esto  en  el  estado  de  tu  familia? ¿Qué frutos negativos o positivos estas cultivando con tus manos? ¿Qué haces para dar solución  a los problemas que se presentan en la familia o en la parte de  la  Iglesia  que  atiendes?  ¿Haces  como Moisés,  que  para  todo  iba  a  consultar a Dios, y esperaba la respuesta, o tomas  las  determinaciones  por  ti mismo? 
Te diré lo que vi y aprendí del  apóstol Ángel  María  Hernández,  el  primero que  conocí  en  esta  Iglesia  en mi  paso por  la  escuela  preparatoria  y  en  los años sucesivos: Para dar solución a los grandes problemas que se presentaban, él convocaba a la Iglesia a ayuno y oración.  Para  asignaciones  y  traslados  en las conferencias, se pasaba horas orando, hasta tener respuesta para cada uno de  los  casos.  Para  hacer  una  declaración de que alguien ya no era ungido,  oraba  hasta  recibir  un  mensaje  de Dios.
El  gran  patriarca  Abraham  obtuvo  la condición  de  amigo  de  Dios,  obedeciéndolo  en  todo  lo  que  el  Señor  le ordenó. Anduvo un  largo camino desde Ur de los caldeos, sin saber a dónde iba, hasta la tierra de La Palestina. Moisés,  el  gran  varón  de  Dios,  desde  su llamado a hacer la obra  que el Señor le encomendó,  tuvo que recorrer el extenuante  sendero  desde  Madián  hasta Egipto, y desde este lugar de vuelta a la tierra  prometida,  muchas  veces  sin conocer  el  terreno por donde  andaba. Lo hizo porque se dejaba guiar por una columna de nube y de fuego.  
Los  que  hemos  sido  llamados  para servir  a Dios, hemos  aceptado  a  Jesucristo como Salvador, como el camino, la  verdad  y  la  vida;  hemos  aceptado nacer del agua y del Espíritu, y obedecerle  incondicionalmente  por  el  resto de  nuestra  vida. Quizá  no  tendremos que recorrer en este mundo  largos trayectos,  como  lo  hicieron  Abraham  y Moisés, para cumplir con el llamado de Dios; pero    el  camino  a  las moradas celestiales,  y para  andar por  esa  senda es  absolutamente  imprescindible  ser dóciles  a  la  voz  del  Espíritu,  nuestro guía y nuestra luz.
Tienes que nacer en él, y ser como el viento, que no se sabe de dónde viene ni a dónde va.  No  hay  experiencia más  deliciosa  que la  libertad del Espíritu;  es  como  tener alas  para  elevarnos  en  el  azul  infinito, remontarnos  sobre  todo  lo  terrenal  y cambiar  la  fatiga  humana  por  la  paz eterna de Dios.

UNA EVALUACIÓN MINISTERIAL
Por el Evangelista Raimel Barrios Izquierdo
La  revista Ministerio  es  sin  dudas  una excelente publicación que se especializa en  temas  relacionados  con  el  accionar ministerial de los siervos de Dios, de su número correspondiente a los meses de mayo-junio  del  2001  extraigo  algunas ideas  y  adapto  otras  que  me  parecen muy importantes para nosotros los que estamos  encargados  de  alguna misión. Creo  que  el  momento  es  crucial  para que  pensemos  en  estas  cosas  después del  impacto  recibido del Espíritu en  la pasada reunión extraordinaria de pastores celebrada en La Lisa  los días 1 y 2 de octubre. 
El  apóstol  Pablo  nos  aconseja: “Examinaos  a  vosotros mismos  si  estáis  en  la  fe;  probaos  a  vosotros mismos.  ¿O  no  os  conocéis  a  vosotros mismos,  que  Jesucristo  está  en  vosotros,  a  menos  que estéis  reprobados?” (2 Co 13:5).
La  evaluación ministerial  es  clave  para descubrir  los  peligros  que  amenazan  a cada ministro  en particular. Así  se podrá  definir  mejor  el  éxito  y  evitar  el fracaso  de muchos  de  ellos.  Sobre  todo,  para  ayudarles  a  alcanzar  el  nivel espiritual que la iglesia espera ver en ellos. En síntesis: la evaluación podría proyectar el modelo de ministerio que la  iglesia necesita de sus pastores.
Por lo  tanto,  es  muy  importante  evaluar cuidadosamente a todos  los aspirantes al  santo ministerio. Quizá podría ayudar en  la elaboración de cualquier  instrumento  o  método  de  evaluación  el planteamiento  y  la  respuesta  a  tres preguntas  básicas,  a  partir  del  texto Sagrado.
1. ¿Es  el  pastorado  una  profesión  o un llamamiento? 
2. ¿Qué  es más  importante: el  trabajo pastoral o  la vida espiritual del pastor?
3. ¿Qué  es más  determinante: los  resultados del trabajo ministerial o los motivos  que  impulsan  a  buscar  el logro de esos resultados?
Las  cinco  declaraciones  que  siguen establecen  la superioridad del ministerio  como un  llamamiento por  encima de una profesión:
Primera: La  profesión  se  obtiene  por vía humana y el  llamamiento se recibe por  concesión divina. Dijo Pablo que él  era  “...apóstol,  no  de  hombres  ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios  el  Padre  que  lo  resucitó  de  los muertos” (Gál 1: 1).
Segunda: La profesión es un logro y el   llamamiento un don. El ministerio  es un honor inmerecido y nunca un premio.  Como  Pablo,  los  llamados  por Dios  reconocerán  que  la  camisa  les queda grande y que nadie es suficiente para  esa  vocación:  “Porque  yo  soy  el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por  la  gracia  de  Dios  soy  lo  que soy...”, (1 Cor 15: 9, l0a).
Tercera: La profesión es, generalmente, una  elección  entre  varias  alternativas, pero  el  llamamiento  es,  siempre,  una asignación sin opciones. La primera se puede evadir, el segundo es insoslayable. El que ha  sido  llamado por Dios no  es  feliz  fuera  del ministerio.  Jeremías,  frustrado  por  los  resultados  de su  trabajo,  dijo:  “No me  acordaré  de él,  ni  hablaré más  en  su  nombre;  no obstante,  había  en mi  corazón  como un fuego ardiente metido en mis huesos;  traté  de  sufrirlo  y  no  pude”  (Jer 20:8, 9).
Cuarta: La  profesión  se  ejerce  con información y conocimiento, el ministerio con poder de  lo alto. El apóstol del  amor  escribió: “Lo que  era desde el  principio,  lo  que  hemos  oído,  lo que hemos visto con nuestros ojos,  lo que  hemos  contemplado,  y  palparon nuestras  manos  tocante  al  Verbo  de vida...eso os anunciamos...” (1 Juan 1: 1-3).
Quinta: La  profesión  compromete  la vida  parcialmente,  pero  el  ministerio la  vida  total. El  que  sirve  a Dios  no tiene  dos  vidas:  una  privada  y  otra pública.  Un  exitoso  neurocirujano puede  ser  adúltero,  y  sin  embargo, seguir siendo un renombrado médico;  pero no ocurre lo mismo con el ministro del Señor. Del pastor se debe decir: “...  yo  entiendo  que  este  que  siempre pasa  por  nuestra  casa,  es  varón  santo de Dios” (2 Rey 4: 9).
Cuando  el  ministerio  se  toma  como una  profesión  se  corre  el  peligro  de trabajar para no perder el empleo; pero cuando se lo considera un llamamiento de Dios se trabaja “no sirviendo al ojo, como  los  que  quieren  agradar  a  los hombres, sino como siervos de Cristo,  de  corazón  haciendo  la  voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad,  como  al  Señor  y  no  a  los  hombres” (Efe 6: 6, 7).
¿Cuál es la implicación más importante en  la  creencia  que  el ministerio  es  un llamamiento  y no una profesión? Respondemos:  Si  fuera  una  profesión, entonces  el  trabajo  sería  de  máxima importancia,  pero  como  es  un  llamamiento,  nada  es  más  importante  que nuestra relación con el Señor... Entonces  interroguémonos: ¿Cómo está  la  calidad  de  nuestra  vida  íntima con  Dios?  ¿Podemos  decir  como  el salmista que en nuestra “meditación se encendió  fuego”  (Sal  39: 3b)?  ¿Será posible  que  nuestras  almas  estén  clamando por Dios como los ciervos braman por las corrientes de las aguas (Sal 42: 1)? ¿Cultivamos nuestra vida espiritual  con  la misma diligencia que dedicamos a nuestro buen desempeño pastoral? ¿O  invertimos el orden y buscamos  primero  la  actividad ministerial  y dejamos  que  el  reino  de  Dios  venga por  añadidura  (Mat  6:  33)?  ¿Tenemos los pastores otra manera de salvarnos?
¿No dice  la Biblia: “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en  confianza  será  vuestra  fortaleza”  (lsa 30: 15)? La Escritura enseña que  los falsos pastores  se  van  a  perder  finalmente,  no por su bajo  rendimiento, sino por algo más grave. Le dirán a su verdadero Presidente  el  día  de  ajuste  de  cuentas: “Señor,  Señor  ¿no  profetizamos  en  tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios,  y  en  tu  nombre  hicimos muchos milagros?” (Mat 7: 22).  No.  La  falla  no  estuvo  en  los  resultados.  Fueron  hombres  productivos. Eran  los más  cotizados  en  el mercado ministerial.
En su época disfrutaron de la  fama.  Quizá  la  iglesia  los  premió. Tarde  comprenden  que  los  reconocimientos  honoríficos  no  valen  mucho después  de  todo.  ¡Están  aterrorizados! Se preguntan: ¿Dónde  fallamos? Repasan  las evidencias de su éxito humano, y no hallan señales de fracasos. El Señor les responderá: “Nunca os conocí;  apartaos  de mí,  hacedores  de maldad”  (Mat  7: 23). El  problema  es  que conocían muy bien su trabajo; pero no conocían al Señor de la viña. Aprendieron cómo conservar el empleo; pero no cómo salvarse.
Para Dios no es más  importante trabajar  para  él  que  caminar  con  él.  Dice, refriéndose  a  los  falsos  pastores: “No envié yo a aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no  les hablé más ellos profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en  mi  secreto,  habrían  hecho  oír  mis palabras  a mi pueblo,  y  lo habrían hecho volver de su mal camino, y  la maldad de  sus obras”  (Jer 23: 21, 22). No hay  nada más  peligroso  para  el  pastor que  sustituir  su  vida  espiritual  por  el quehacer ministerial. 
Cuando los discípulos llegaron a Jesús contentos por sus realizaciones misioneras,  este  les  dijo  que  su  salvación personal  era  mucho  más  importante que  la  alegría  experimentada  en  el cumplimiento  de  la  misión:  “No  os regocijéis  de  que  los  espíritus  se  os sujetan,  sino regocijaos  de  que  vuestros  nombres  están  escritos  en  los cielos” (Luc 10: 17-20).
En otra ocasión, cuando el Señor dijo a sus discípulos: “A  la verdad  la mies es  mucha,  mas  los  obreros  pocos” (Mat 9: 37), no les dijo que sacrificaran su vida devocional para poder “terminar  la  obra”; más bien,  les  pidió:  “Rogad,  pues,  al  Señor  de  la mies,  que  envíe  obreros  a  su mies” (Mat 9: 38). ¿Cuál  es  la  razón  fundamental  para sostener que  la vida espiritual del ministro  es  más  importante  que  su desempeño pastoral? Porque el verdadero éxito de lo último depende de lo primero. Las elevadas normas de calidad del  trabajo ministerial  solo  se  reconocen, se adoptan y sostienen, en la medida  en  que  los  pastores  cultivan una  íntima  comunión  secreta  con  el Dios que  les  llamó  a  su  servicio.
Podríamos decir que a Dios no  le preocupa  lo poco ni  le  impresiona  lo mucho: “...  conoce  vuestros  corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Luc 16: 15). Recordemos  que  el  ministerio  es  un llamamiento  divino  donde  la  comunión íntima con Dios es el ingrediente más  importante  para  poder  rendirle un  servicio  santo,  y  producir  resultados que honren su Nombre.


 
 
Soy  el  Chorlito  dorado.  Mi  nuca  es negra como el tubo de una estufa —y también mi coronilla, abrigo y espalda tienen unos  reflejos negros preciosos. Pero,  mire,  cómo  el  Creador  le  ha puesto  a  cada  una  de mis  plumas  un maravilloso  borde.  ¿Ve  cómo  brilla todo por encima de un verde dorado?
De ahí mi nombre “Chorlito dorado”. Dios le ha dado a cada una de sus criaturas algo especial, ¿verdad? 
Un  hueco  escarbado  en  el  suelo siempre helado
Nací en Alaska, allá en  las  llanuras de la  tundra  rompí  la cáscara de mi huevo. Con mis hermanos me crié en un pequeño  hueco  hecho  en  la  tierra  y forrado de musgo y hojas secas. Nuestros padres nos alimentaron a base de bayas más bien agrias, orugas gorditas, empetros negros y escarabajos crujientes.
Así  crecimos  con  rapidez. Pronto aprendimos a volar. El andar no se me da tan bien. Seguro que al verme, empezaría  usted  a  reírse.  Y  tiene  razón, porque  voy  siempre  tambaleándome. Mi Creador creyó oportuno construirme así. ¿O cree usted de veras que una “casualidad” (otros prefieren decir con más  pompa  “auto  organización  de  la materia”) pudo haberme dado origen a mí, tal y como soy? Y ¿sabe que vuelo desde Alaska  hasta Hawaii?  Sí,  efectivamente,  es  un  recorrido  colosal. ¿Que cómo  lo hago? Pues muy sencillo: Volando. Mi Creador no me hizo para ser un corredor veloz o un campeón en natación. ¡Sin embargo soy un excelente volador! 
Un exceso de peso del 50 %
Mis  hermanos  y  yo  a  penas  teníamos un  par  de meses  y  a  penas  habíamos aprendido  a  volar,  cuando  nos  abandonaron  nuestros  padres. Nos  precedieron  volando  a  Hawaii.  Pero  en aquel entonces aún no  lo sabíamos. Y si  soy  sincero,  tampoco  nos  interesaba.  Sino  todo  lo  contrario: Teníamos un  gran  apetito  y  comíamos muchísimo  y  con  ansia. En poco  tiempo  engordé  70  gramos,  es  decir más  de  la mitad de mi peso  total.  ¡Fíjese  lo que es eso!
¿Sabe lo que parecería usted, si en  tres  meses  le  ocurriera  eso,  si  en vez de pesar 80 kilos pesara de pronto 120?  Ahora  seguramente  que  querrá saber,  porqué  como  tanto.  Es  muy sencillo: Mi Creador me programó así. Necesito  este  peso  adicional  como combustible necesario para el viaje de Alaska  a Hawaii. Eso  son  casi  4  500 kilómetros.  Sí,  sí,  ha oído  usted  bien. Pero esto no es todo: Durante todo el trayecto  no  puedo  descansar  ni  una sola vez. Lamentablemente no hay en el camino ni una sola isla, islote o palmo  de  tierra  seca;  y  como  usted  ya sabe, no sé nadar.
250 000 flexiones en el suelo
Mis  compañeros  de  edad  y  yo  volamos 88 horas —o sea  tres días y cuatro  noches—  ininterrumpidamente cruzando alta mar.
Los científicos han calculado que durante este tiempo   batimos las alas 250 000 veces. Imagínese que usted tuviera que hacer un cuarto de millón de cuclillas. Ahora  permítame  que  le  haga  una  pregunta: ¿De dónde sabía yo que  tenía que comer hasta  tener un  exceso de peso de justo 70 gramos, para poder  llegar a Hawaii?  ¿Y  quién me  dijo  que  tenía  que  ir allí  y  la  dirección  que  tenía  que  tomar? Porque  nunca  antes  he  volado  esa  ruta.
En  el  camino  no  hay  ningún  punto  de orientación.  ¿Cómo  hemos  podido  encontrar esas diminutas  islas en medio del Océano Pacífico? Porque si no las hubiésemos  hallado,  nos  habríamos  estrellado en el océano al acabarse nuestro combustible.  ¡Muchos cientos de kilómetros a  la redonda no hay nada más que agua!
Un autopiloto
Sus científicos aún siguen calentándose la cabeza  intentando  saber  cómo  podemos determinar  y  corregir  nuestro  itinerario de vuelo, porque con frecuencia  las tempestades nos desvían de la ruta. Volamos a través de la niebla y lloviendo, independientemente de si hace sol, si hay un cielo estrellado o si el cielo está completamente nublado, y siempre  llegamos a nuestra meta.  Aunque  los  científicos  algún  día llegaran  a  averiguar  algo  sobre  esto,  seguirían  sin  saber  cómo  se han originado estas  asombrosas  facultades. Se  lo  voy  a revelar. Dios, el Señor, integró un autopiloto  en  nuestro  organismo.  Sus  aviones de  reacción  poseen  instrumentos  de  navegación muy  parecidos.
Están  conectados con ordenadores que miden constantemente la posición de vuelo y la comparan con  la ruta programada para  ir corrigiendo  de  esta  manera  la  dirección  de vuelo. El  Creador  programó  en  nuestro sistema de navegación las coordenadas que sin ningún problema puedo mantener mi  rumbo.  ¿Sigue  usted  creyendo que  todo  esto  se hizo por  casualidad? ¡Yo no! Reflexione un momento: El  chorlito  dorado  primitivo —fuere como  fuere—  ¿hubiera  comido  por pura  casualidad  hasta  almacenar  70 gramos de grasa? ¿Y piensa usted que igualmente  por  casualidad  le  vino  la idea de salir volando? ¿Luego otra vez por  casualidad  voló  en  la  dirección correcta? En  la  ruta de más de  4  000 km  ¿no hubo nada que  le desviara de la dirección que llevaba? ¿Halló casualmente  los  islotes  correctos  en  el océano? Y no olvidemos  a  los  chorlitos dorados  jóvenes.  ¿Hubieran podido experimentar ellos otra vez las mismas  casualidades?  Tenga  usted  en cuenta que una mínima desviación del rumbo  programado  sería  suficiente para hacer que todos sin falta perecieran.
Una velocidad fijada con exactitud
Pero  aún  no  le  he  contado  todo. Cuando vuelo los 4 500 km en 88 horas, mi velocidad de vuelo es de aproximadamente  51  km  por  hora.  Unos científicos  han  averiguado  ahora  que esa es la velocidad ideal para nosotros. Si  voláramos  más  despacio,  gastaríamos  demasiado  combustible  para  la propulsión.
Si voláramos más deprisa, desperdiciaríamos  demasiada  energía para superar la resistencia del aire. ¿Sigue  aun  creyendo que me hizo la  casualidad  y que  fue  ella  la que me  trajo  hasta  aquí?  ¡Yo  no!  Me importa poco la casualidad. Lo que haré es alabar a mi Creador.  ¡Claro que sí!
 
 
Un pensamiento de Piaget
Por el Miembro Cire Nairda
A  Jean  William  Fritz  Piaget  (Suiza 1896-1980)  es  difícil  definirlo  como profesional,  teniendo en cuenta que  la biología,  la epistemología,  las matemáticas,  la  filosofía  y  la  pedagogía,  no fueron  las  únicas  disciplinas  con  las que alcanzó prestigio mundial; aunque se reconoce principalmente por su enfoque constructivista del proceso enseñanza-aprendizaje.  Precisamente  uno de  sus pensamientos  relacionados  con esa  teoría,  es  el  objeto  de  nuestro  artículo de Cultura y Sociedad.
El pensamiento  en  cuestión dice: “Una  verdad aprendida no es más que una verdad a medias, mientras  que  la  verdad  entera debe ser reconquistada,  reconstruida o redescubierta por el propio alumno”. Para Piaget esto solo podía referirse al método científico, pues él tuvo la convicción de que el método científico era la única vía legítima de acceso al conocimiento, y que  los métodos reflexivos o  introspectivos de  la  tradición  filosófica o religiosa en el mejor de los casos solo  podían  contribuir  a  elaborar  un cierto  conocimiento.
Estoy plenamente  de  acuerdo  con  el  pensamiento  del prominente  suizo  citado  textualmente; pero  discrepo  de  su  opinión  sobre  el método  científico  como  única  vía  de acceso al conocimiento.  Como  le ocurre a casi  todos  los hombres  de  ciencia,  al  pretender  que  la ciencia  no  puede  armonizar  con  la concepción  creacionista  del  universo, Piaget  manifiesta  una  contradicción entre  esa  convicción  y  sus postulados, que una y otra vez confirman la veracidad de la Palabra Eterna. 
Con  su  pensamiento  Piaget  estaba mostrando su descuerdo con siglos de influencia escolástica. Pero, ¿no subyace su criterio en el principio de la creación  divina?  ¿No  fue  este  el  ejercicio de  realización personal que el Creador le dio al hombre desde que lo hizo? El Divino Autor  pudo  haber  puesto  a  la humanidad en un estado de trance feliz en que degustara de todo placer ideado por  su  mente  infinita;  en  cambio  lo ubicó en una situación de experimentación.  En  esa  situación  el  gozo  de  la realización  venía  a  través  de  probar todo  aquello  que  identificaba,  y  lo identificaba  a  partir  de  un  código  o patrón interno: todo lo que estaba dentro estaba fuera; pero lo que daba sentido a  las cosas era el contacto, y esto es  algo  que  Piaget  refleja  en  su  obra pedagógica;  él habla de una  epistemología  genética,  entendiendo  aquí  la epistemología  no  como  la  ciencia  que estudia a la ciencia, sino como la investigación  de  las  capacidades  cognitivas, y a la genética como la investigación de la génesis del pensar, que tiene   en gran proporción patrones derivados de  los  genes. 
Para  este  científico  el pensar  se  despliega  desde  una  base genética  solo  mediante estímulos  socioculturales, así como también el pensar se configura por la información que el  sujeto  recibe,  siempre  de  un modo activo,  por más  inconsciente  y  pasivo que  parezca  el  procesamiento  de  la información*.
Con  esto  Piaget  no  dijo  nada  nuevo; sabemos que al fracasar el estado original de  la humanidad,  se  inició  el  largo camino del  rescate a  través de  la Palabra,  la  experimentación  siguió  siendo el modelo.  ¿No  exige  acaso  la  redención una vivencia profunda y cotidiana de  la Palabra? ¿No pide acaso el Creador  que  más  que  oírla,  comamos  su Palabra?: “Hijo de hombre, alimenta tu vientre,  y  llena  tus  entrañas  de  este rollo  que  yo  te  doy”  (Eze  3:3). “Fueron halladas  tus palabras, y yo  las comí;  y  tu palabra me  fue por  gozo  y por  alegría  de mi  corazón;  porque  tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de  los ejércitos”  (Jer 15:16). ¿No se materializó  esta Palabra para que  la comiéramos?: “Este es el pan que desciende del  cielo, para que  el que de  él come,  no muera. 
Yo  soy  el  pan  vivo que  descendió  del  cielo;  si  alguno  comiere de este pan, vivirá para siempre; y  el  pan  que  yo  daré  es  mi  carne,  la cual  yo  daré  por  la  vida  del  mundo”  (Juan  6:48-51).  ¿No  significa “comer‟  un  ejercicio  pleno  de  experimentación  sensorial? La verdad divina tiene  que  ser  vivida  por  el  hombre, porque  la  Palabra  no  es  letra muerta, está viva y transmite vida.  Piaget hace notar que la capacidad cognitiva  y  la  inteligencia  se  encuentran estrechamente ligadas al medio social y físico.
Considera que  los dos procesos que caracterizan a la evolución y adaptación  del  psiquismo  humano  son  los de  la asimilación y acomodación. Ambas  son  capacidades  innatas  que  por factores  genéticos  se  van  desplegando ante  determinados  estímulos  en  muy determinadas  etapas  o  estadios  del desarrollo,  en  determinadas  edades sucesivas. De  los estadios del desarrollo cognitivo que él propone, el primero es una etapa sensoria-motriz, desde el  nacimiento  hasta  aproximadamente un año y medio a dos años.
En  tal estado  el  niño  usa  sus  sentidos  —que están en pleno desarrollo— y  las habilidades motrices  para  conocer  aquello que  le  circunda,  confiándose  inicialmente  en  sus  reflejos  y, más  adelante, en  la  combinatoria de  sus  capacidades sensoriales  y motrices. Así,  se  prepara para  luego poder pensar con  imágenes y  conceptos.  En  el  otro  extremo,  el cuarto estadio se refiere a las operaciones  formales,  que  se  inicia  desde  los doce años de edad y dura  toda  la vida adulta. El niño que se encuentra en los estadios  anteriores  a  este  último  no puede  aplicar  sus  capacidades  a  situaciones  abstractas. 
Si  un  adulto  le  dice “no  te burles de X porque  es  gordo... ¿qué  dirías  si  lo  hicieran  contigo?”,  él simplemente  respondería:  “Yo  no  soy gordo”.  Es  desde  los  doce  años  en adelante  cuando  el  cerebro  humano está  potencialmente  capacitado  para formular pensamientos  realmente  abstractos,  o  un  pensamiento  de  tipo  hipotético deductivo. En la expresión bíblica de la evolución del hombre en su relación con el Creador,  encontramos  un  paralelismo asombroso.
En el relato bíblico vemos a  la humanidad pasando por  los  estadios del desarrollo cognitivo. La Biblia dice  que  la  ley  fue  nuestro  ayo  para llevarnos a Cristo, o sea, fue el educador en la primera fase de la reconciliación del hombre con Dios, la fase sensorio-motriz  de  la  humanidad  en  su relación  con  el Creador,  por  eso  está dirigida, fundamentalmente a lo sensorial: los mandatos contienen una elevada  espiritualidad  (Rom  7:14);  pero están  revestidos  de  una  proyección  a las acciones, como los lavamientos, las purificaciones,  las  reposiciones,  los sacrificios… para que  la  repetición de estas acciones  llevara a  los hombres a la  interiorización  de  la  voluntad  del Creador:  la  santificación,  la  justicia,  el amor.
Esta etapa previa estaba preparando a la humanidad en su fase infantil  para  entrar  en  el  estadio  de  las „operaciones  formales‟,  donde  puede discernir  la más  grande  revelación  de Dios en su propio Hijo. Curiosamente Piaget ubica el comienzo de esta fase a los doce años, edad en que  los  judíos realizan  la ceremonia de Bar Mitzvah, o  Bat  Mitzvah,  haciendo  a  sus  hijos responsables  de  la  observancia  de  los mandamientos,  y  nosotros  los  cristianos consideramos que a partir de este momento  los adolescentes pueden ser bautizados, atendiendo a que con esta edad Cristo reaparece en el Evangelio, luego de  la narración de  su nacimiento, y se le menciona en un debate con los doctores de la ley. 
En  su  obra  La  psicología  de  la  inteligencia  (1947) Piaget postula que  la  lógica  es  la base del pensamiento;  y que en  consecuencia  la  inteligencia  es  un término genérico para designar al conjunto  de  operaciones  lógicas  para  las que  está  capacitado  el  ser  humano, yendo  desde  la  percepción,  las  operaciones  de  clasificación,  substitución, abstracción,  etc.,  hasta  —por  lo  menos— el cálculo proporcional. 
No estoy en desacuerdo con este postulado;  pero  en mi  opinión,  esa  lógica que él ubica como cimiento del pensar, y  por  tanto  la  base  operacional  de  la inteligencia, no es algo que simplemente está allí, en el condicionamiento genético,  por  una obligatoriedad  natural; sino  que  es  la  huella  de  la  sabiduría divina,  una  chispa  de  su  luz  eterna, encendida  en  el  centro  mismo  de  la esencia  humana,  que  asombra  a  este hombre de  ciencia,  como  a  la mayoría de  los  científicos,  que  previamente  le dieron  la espalda a  la Fuente de Luz y que luego de un largo camino, se vuelven  a  encontrar  con  ella.
Las observaciones  científicas  no  hacen  otra  cosa que seguir de  lejos el mismo derrotero de  la sabiduría bíblica. El pensamiento del que hablamos está contenido en  la afirmación  de Cristo:  “y  conoceréis  la verdad,  y  la  verdad  os  hará  libres” (Juan 8:32). Conocer implica una relación personal, profunda: una experimentación,  y  ser  libres  significa  no deberle nada a la ignorancia, ni al error, ni a nada. *Smith,  L.  (1997). Jean  Piaget.  In  N. Sheehy, A. Chapman. W. Conroy  (eds). Bio-graphical dictionary of psychology. London.

La opinión femenina
SEÑALES DE ALARMA EN EL MATRIMONIO
Por la evangelista Carmen Rebeca Verdecia Toledano.
¡Cuidado! Tal vez es hora de revisar algunas actitudes 
Muchos piensan que los matrimonios se van a pique debido a una aventura,  algo explosivo, por los años de convivencia, etc. Pero la verdad es que se acaban poco a poco, como resbalando por una pendiente de reproches, críticas, falta de respeto y actitudes de retraimiento, hasta que es difícil volver atrás. Debemos fijarnos en  las señales que nos  indican que  la relación va por mal camino. Tenemos que estar alertas para evitar el desastre. He aquí algunas a tener en cuenta:
1. Agendas  diferentes: Hoy en día  las personas  les dan más prioridad a los hijos,  la  iglesia, el trabajo, que a  la relación de pareja. Porque nuestras prioridades  están mal  fundadas. Les  recuerdo que debe  ser  así: Dios,  familia,  iglesia, trabajo. Ahora bien, en la familia las prioridades son así (aunque no les guste): cónyuge, hijos, padres, hermanos… Por lo tanto en la agenda de cada cual se debe dar prioridad a estar más tiempo juntos.
2. Cuando se piensa  lo peor: Es mal síntoma cuando las parejas piensan mal el uno del otro; si tienes alguna preocupación cuéntasela con todo respeto y tacto, pues los celos destruyen la fortaleza del amor, y nos llevan a despertar pensamientos que no estaban el corazón de nuestra pareja, al  llamar su atención sobre  la persona por  la que nos preocupamos. En  las  relaciones  estables  los conyugues respetan el espacio del otro. Presenta cada día las actividades de tu pareja ante Dios y el cuidará de lo tuyo. Has de tu hogar un verdadero refugio donde el amor y la confianza sean los principales ingredientes. 
3. Ausencias  de  caricias: Yo admiro e imito las parejas que llevan muchísimos años juntos y salen tomados de la mano; cuánto diálogo encierra esa acción, da una sensación de seguridad  tremenda; es maravilloso  ir  tomados de  la mano. Igual que acariciarse y divertirse con cosas que solo la pareja sabe. A veces mi esposo y yo estamos pensando lo mismo, y esa empatía me encanta. Si lo habías descuidado, vuelve al primer amor, ese que nos hace felices. Nunca se es viejo para disfrutar del  cariño de  tu  cónyuge, no  te pierdas  la dulzura de  las caricias. Que se cumpla en nosotros lo que dice Gén 2: 22-24: “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer y  la trajo al hombre. Entonces dijo el hombre: “Ahora, ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne.  Esta  será  llamada mujer,  porque  fue  tomada  del  hombre.  Por  tanto,  el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”.
4. Falta  de  comunicación: El  silencio  es  el  asesino  de  los matrimonios. Un hombre no supo qué responder cuando le preguntaron los gustos,  preocupaciones y temores de su esposa. Si no conocemos a nuestra pareja hay graves problemas en  la puerta. El día de  los enamorados nos  juntamos en  la  iglesia muchos matrimonios para celebrar esta fecha y uno de los juegos fue recordar detalles de  la boda,  luna de miel,  llegada de  los hijos, fechas  importantes, comidas, etc. Sientes que te vuelves a enamorar, o algo más lindo, te das cuenta de cuánto  lo amas. Dios nos dio el privilegio de hablar, hazlo para bendición de los tuyos y disfruta de tu otro yo. 
5. Rencor  reprimido: A menos que las parejas hablen y solucionen sus problemas, y luchen por su matrimonio, al final habrá un estallido o abandono. Dice la Palabra de Dios: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Acuéstate a descansar  en  paz  contigo  al  estar  en  paz  con  tu  cónyuge. Dice  1 Cor  13:3  “El amor es paciente, es bondadoso; el amor no  tiene envidia; el amor no es  jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido;  no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad”. Hay en muchas buenas personas una actitud crítica y otorgan su amor como si estuvieran haciendo un favor. Pero el verdadero  amor no  acaba nunca, ni deja de  sorprenderse de  ser  amado. El  amor  se mantiene humilde, porque se da cuenta de que nunca puede ofrecer a la persona amada nada que sea bastante bueno.
6. Cambio  de  tono: Cuando alguien responda sarcásticamente al preguntársele  por qué decidió casarse, tenga cuidado, esta es una de las señales más peligrosas. Por lo general todos fuimos felices al altar. Hay una gracia en el amor cristiano que nunca se olvida de que la cortesía, el tacto y los buenos modales son hermosos. Recuerde  lo bonito del encuentro primero, y como deseaban volverse a ver. Averigüe que le hace responder así.  Si detecta algunas de estas señales, los expertos recomiendan esto:   
-Hable con tranquilidad: No desafíe a su cónyuge; hable con cortesía y respeto.
-No  espere: Los matrimonios  felices  no  esperan muchos  días  para  darle solución a sus problemas. Cuando esté seguro de que las cosas van por mal camino no se quede callado.
-No culpe: Elimine  la culpa de  la discusión. Reconocer nuestros errores es de sabios. Rectifica.
-Sea flexible: Ceder un poco puede mejorar mucho las cosas. 
Las parejas inteligentes buscan las maneras de aliviar las tensiones antes de que la situación se les salga de las manos. Si alguna de estas señales está sucediendo en su  relación; haga un  alto  en  su  vida  y  rectifique. Mantenga  en  su  corazón  esta  máxima: “El éxito en el matrimonio está en ser usted  la pareja adecuada, no en encontrar  a la persona adecuada”.

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