La columna del director
En la
pasada edición de
la revista comentamos
que la mente
humana está tan acostumbrada
a valorar todo a su alrededor
según su costo,
que no se adapta completamente a la
idea de que la gracia de Dios es absolutamente gratis, y debido a
esa inadaptabilidad, muchos quieren, a
toda costa, ponerle una etiqueta con un precio. Pero, ¿qué puede dar
el hombre por
su salvación, si todo lo que tenemos nos ha sido dado?
(“…¿quién soy yo, y
quién es mi pueblo, para
que pudiésemos ofrecer
voluntariamente cosas semejantes?Pues todo
es tuyo, y
de lo recibido
de tu mano te damos”. 1 Cr 29:14).
Tener es el gran espejismo
de la humanidad; ¿cómo pude
poseer algo aquel
que no puede retener
ni siquiera su
propia existencia? (“Ninguno de
ellos podrá en manera alguna
redimir al hermano, ni
dar a Dios su
rescate porque la redención
de su vida es de gran precio, y no
se logrará jamás,
para que viva
en adelante para siempre, y nunca vea corrupción”. Sal
49:7-9). Creerse dueño de algo es una falacia con la que el
diablo ata a los hombres (“Su íntimo pensamiento es que sus casas serán
eternas, y sus habitaciones
para generación y generación; dan sus nombres a sus tierras.
Mas el
hombre no permanecerá en honra; es semejante
a las bestias
que perecen. Este su camino es locura; con todo, sus
descendientes se complacen en
el dicho de
ellos. Como a rebaños que
son conducidos al
Seol, la muerte los pastoreará”.
Sal 49:11-14). Por eso el
Salvador
llamó a sus
seguidores a desatarse
de esas ligaduras
diciendo: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo” (Luc 14:33).
Y la renuncia
incluye la de uno mismo, pues a lo que más
se aferra el hombre es
a su propio yo, de un modo tan complejo,
que a veces,
creyendo reducirlo, estamos sirviéndole.
Para lograr una entrega absoluta a la gracia
de Cristo, solo existe el
camino de la
negación: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame” (Mat 16:24). El hombre que se siente
libre de todo
afán y del gran espejismo de
este mundo puede decir como
David en el
salmo que arriba citamos: “Dios
redimirá mi vida
del poder del Seol,
porque él me tomará consigo” (Sal
49:15). Pero ¿debemos considerar esta renuncia como el
pago a la gracia? La
respuesta es NO, pues solo cumplimos
un deber y
seguimos siendo siervos inútiles,
es decir, todo esto
seguiría siendo insuficiente,
insignificante. Es como
si un mendigo se presentara
en las instalaciones
de la firma Boing, el más gran
fabricante de aviones del mundo, y pretendiera comprar el modelo 777 con el
valor de los harapos que lleva puestos.
Si hay
algo que debemos
equiparar al tamaño de
nuestra incapacidad de pago,
eso debe ser nuestro amor y nuestra gratitud, dos
inequívocos medidores de la
presencia de Dios en
nosotros, dos indicadores
de la madurez espiritual, y también
la más alta expresión del placer de la vida: un gozo estable que no
depende de lo que nos hagan o de lo que
nos den, sino de lo que nadie nos podrá quitar nunca. “Regocíjate y canta...; porque grande es en
medio de ti el Santo de Israel” (Isa 12:6).
Superintendente Eliezer Simpson
Jackson. Presidente de la iglesia en Cuba.
El cuarto
jueves de noviembre celebramos el
Día de Acción de Gracias. Desde
sus comienzos nuestra iglesia
festeja este día. Es una fecha
de poca mención
en nuestro país; sin embargo es una fiesta oficial en Estados Unidos y
en Canadá. La historia de su origen
se cuenta de diferentes
maneras, y actualmente
lo esencial casi siempre
se pasa por
alto. En Norteamérica se
venden millones de pavos y de
calabazas para la ocasión,
pues forman parte de la
cena de ese día. Es una
oportunidad para que las
familias se reúnan
y se diviertan; pero, ¿es
ese el objetivo
del festejo? ¿Sus iniciadores
solo tenían en mente un banquete familiar? ¿De dónde
viene la idea de un día así?
Casi todas
las culturas tenían
alguna forma de fiesta de las cosechas. Con este
término se denomina a las festividades
que casi todos los pueblos de la antigüedad
celebraban al recoger
los frutos de la
tierra. Esos días
festivos tenían un profundo
carácter religioso. La alegría
por la cosecha
estaba más que justificada,
porque de ella dependía la
subsistencia de la comunidad, y las
civilizaciones la convirtieron
en un acto sagrado.
Lamentablemente a través del mundo se rendía tributo a muchas divinidades,
agradeciendo y rogando por
la fertilidad de la
tierra.
La
humanidad, sumida en
la ignorancia, adoró a
los que no
eran dioses y les
dieron la gloria a las criaturas antes que al Creador; pero
las Sagradas Escrituras
reivindicaron la fiesta de la cosecha, dándole el sentido correcto y enfocándola en
la adoración del
único Dios: “También celebrarás
la fiesta de las
semanas, la de las primicias de la siega del
trigo, y la
fiesta de la cosecha
a la salida del
año” (Éxo 34:22).
Esta solemnidad, cuyo
aspecto primordial es el
agradecimiento al Eterno
por sus bondades, guió
el espíritu de
los creyentes durante
siglos, en el
reconocimiento de que todo proviene del Creador y con todo debemos
honrarlo.
Esa fue
también la actitud de los peregrinos
que arribaron a
las costas de América del Norte en 1620, y se establecieron como
colonos en Plymouth Rock
(actual Massachusetts). Estos hombres y mujeres
que venían de Inglaterra,
proclamaron un día de acción de gracias y de oración cuando recogieron la
primera cosecha. Poco a poco esa
celebración se convirtió
en una costumbre en las colonias, y en el año 1863 el
presidente Abraham Lincoln designó oficial
el día de
Acción de Gracias en todo el
país.
Sin embargo,
al pasar más de cien años de aquel hecho,
la mayoría de las personas desconoce
la importancia de la
conmemoración. La humanidad
no tiene la misma relación con la tierra; en la agricultura
moderna un solo
hombre, con una máquina, realiza el trabajo de cien. El
ser humano ha perdido
el contacto estrecho con la
naturaleza; la cosecha no
tiene la misma
connotación, y la gratitud
se ha vaciado de su sentido original.
En un futuro
no lejano la mayoría de la gente
pensará que las frutas se
producen en fábricas
robotizadas, porque solo
las ven en los
mercados, enlatadas, etiquetadas,
procesadas. El hombre se
distancia de su origen; el estado de dependencia con el
suelo, que llevaba
a un acto
vital de gratitud, desaparece;
se rompe el propósito
original de un ser rodeado de un ambiente natural, al que debe cuidar y
servirse de él.
No por gusto
los veinticuatro ancianos del
Apocalipsis, luego del toque
de la séptima
trompeta, anuncian juicio para
las naciones y la
destrucción de los
que destruyen la tierra (Ap 11:18). Indiscutiblemente nos
corresponde levantar la voz con
una fuerza directamente proporcional al número mayoritario y
creciente de personas
que se olvidan de
Dios, que se
olvidan de todo lo
que es verdadero,
honesto, justo, puro, amable, lo
que es de buen nombre; que olvidan, sobre
todo, que somos un
poco de polvo,
levantado del suelo con
el aliento del
Creador, para darle honra.
El pueblo
santo, escogido, fiel, diseminado
por el orbe,
tiene que mantener viva la gratitud ancestral, que se manifestaba con la misma
fuerza de sobrevivir, luego
de recibir de Dios
el pan material y
el Pan que
descendió del Cielo: uno para
vida de este cuerpo de lodo, y el otro para darle vida al cuerpo transfigurado
con que hemos de entrar en la eternidad.
La crisis
económica y Dios Por el Pre Evangelista
Abraham Fernández Durante los años
noventa —que en paz descansen—,
el cubano de a pie vio cómo una
horrible y macilenta vaca devoraba su
mesa y escaparates. Fueron años
de penurias en los
que la
inventiva culinaria rebasó
los límites de la imaginación,
todo (o casi todo) pasó de ser cotidiano a “vamos a
ver si
viene”, que junto
a “llegó” y “trajeron”, fueron las palabras más hermosas que podían
escucharse. Cuando los partes anunciaron
que el huracán “Período Especial”, nacido a 9550 km,
atravesaba el Atlántico
en dirección nuestra, algunos
permanecieron tranquilos, al
amparo de un tal
Mammón; pero la inmensa
mayoría comenzó a buscar a Dios, es cierto que no siempre
con absoluta sinceridad,
no obstante miles de personas afluyeron
a las iglesias,
donde encontraron un
poco de sosiego. Veinte
años después, el
recuerdo de aquella crisis
está siendo opacado
por la mayor crisis que ha sacudido al mundo. Todo comenzó cuando el
estallido de la burbuja
inmobiliaria, y aun no
comprendo cómo pudo
causar tanto desastre la
explosión de una “burbuja”.
El caso es
que, una tras otra, las economías mundiales han ido cayendo a medida que
son alcanzadas por la onda expansiva, la cual deja tras de sí desempleo
y un montón de “bancas rotas”; ni siquiera
la antigua y glamorosa Europa ha
podido resistir la
embestida, y está intentado salvar su
maltrecho euro a
golpe de rescates económicos
y medidas de austeridad, lo que
por supuesto no les ha
gustado a los
que se hacen llamar el “99 %”, quienes comenzando en
la emblemática Plaza del Sol en Madrid, han encendido
el polvorín social en casi todo
el orbe.
Ahora bien,
usted se preguntará
¿qué tiene que ver Dios con esto?, pues nadie pensaría
que él fuera
el origen de tanta desgracia, y
tendrían razón, porque si bien
es cierto que castiga
a sus hijos, lo hace siempre con la
intención de que mejoren.
Además, debemos notar que en la
mayoría de los casos es el hombre quien
en su desenfreno
y codicia provoca estas
crisis. Cuando Dios interviene,
siempre hay un
final feliz.
Veamos un
ejemplo: en Génesis leemos la historia de José, que fue vendido como
esclavo por sus
propios hermanos y, durante
unos veintidós años, sufrió la
separación de su familia; sin embargo, al reencontrarse con ellos les dijo:
“Yo soy José
vuestro hermano, el
que vendisteis para
Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese haberme
vendido acá; porque para
preservación de vida
me envió Dios delante
de vosotros. Pues
ya ha habido dos años de hambre en medio de
la tierra, y
aún quedan cinco
años en los cuales ni habrá arada ni siega.
Y Dios me
envió delante de
vosotros, para preservaros posteridad
sobre la tierra, y para daros
vida por medio de gran liberación. Así,
pues, no me enviasteis acá vosotros,
sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de
toda su casa, y por gobernador en
toda la tierra
de Egipto” (Gén 45:4-8). Esa historia suscita algunas
preguntas: ¿Ocasionó Dios el
período de siete años de hambre?, o ¿simplemente en su omnisciencia sabía el
futuro y dispuso así las
cosas? En Génesis 41:25 está la respuesta:
“Entonces respondió José a
faraón: El sueño de faraón es uno mismo;
Dios ha mostrado
a faraón lo que
va a hacer”.
Dios entonces llevó a cabo la reconciliación y
preservación de la
familia que daría origen
al pueblo de
Israel… ¡desatando una crisis!
Algunos hoy no
le reprocharían al chico
de diecisiete años
si hubiera renegado de
Dios por todo
lo que pasó; sin embargo, pese
a las tribulaciones mantuvo su fidelidad, José era
un hombre a prueba de crisis. Y nosotros ¿lo somos también? La
preocupación por la economía no es nueva; hace más
de tres mil
años un levita llamado Asaf, confesó: “Casi se deslizaron mis
pies; porque tuve
envidia de los arrogantes,
viendo la prosperidad de los
impíos” (Sal 73:2,3).
Obesos, altaneros,
despreocupados de su muerte
y violentos, así
los vio Asaf. Fue tanta su congoja que llegó a pensar que
había limpiado en
vano su corazón y
lavado en inocencia
sus manos. Tuvo incluso la
tentación de querer hablar
y actuar como
ellos. Habría sido otra su historia si Asaf no hubiera entrado al
santuario, donde al tener una experiencia con Dios comprendió cual sería el
fin de ellos, lo que le llevó
a decir: “¿A
quién tengo yo en
los cielos sino
a ti? Y fuera
de ti nada deseo en la tierra” (Sal 73:25).
La profecía
bíblica habla de
hambre, guerras y terremotos
para los últimos tiempos, lo que vemos y leemos a
diario en las noticias
no es nada
comparado con lo que ha de venir
sobre la
tierra, a la que un
famoso reportero llama
“la única y maltratada
nave espacial en la
que viajamos por el espacio”. Confiemos plenamente en Dios, quien aun antes de
que se
lo pidamos ya sabe de qué
tenemos necesidad. Roguemos con humildad por nuestro
pan diario, sin
ambiciones, como dijera el proverbista: “No me des pobreza ni
riquezas; mantenme del pan necesario” (Pro 30:8). No me atrevo a
decir que fue Dios o el hombre quien desencadenó la crisis que golpea hoy al mundo, pero creo, por
la experiencia de José y Asaf, que lo mejor para estos
casos, es acercarnos
a él con sinceridad y arrepentimiento, y no esperar a
que nos “apriete
el zapato” para correr
a refugiarnos en las iglesias.
Por mi parte,
me uno al
profeta Habacuc, que dijo: “Aunque
la higuera no florezca, ni
en las vides
haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los
labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no
haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me
gozaré en el Dios
de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el
cual hace mis pies
como de ciervas,
y en mis
alturas me hace
andar” (Hab 3:17-19).
El escrito que
presentamos a continuación, es la segunda parte del ensayo homónimo
que publicamos en
la pasada edición
de la revista, cuyo tema es la
salvación por medio de la gracia.
Los editores
La primera
parte habla de
una elección, y esto se
lleva a cabo mediante un plan
completamente gratuito que es
conocido como la
predestinación. Negar la existencia
de la predestinación es como querer ignorar al
profeta Jeremías y la
forma en que
Dios lo eligió: “Vino, pues,
palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes
que te formase en
el vientre te
conocí, y antes
que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer 1:4,5).
O tener en poco a Sansón cuando Dios se lo prometió a su madre para
salvación del pueblo hebreo:
“Ahora, pues, no
bebas vino ni
sidra, ni comas
cosa inmunda. Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y
navaja no pasará sobre su
cabeza, porque el
niño será nazareo a
Dios desde su
nacimiento, y él
comenzará a salvar
a Israel de mano de
los filisteos” (Jue 13:4,5). O desconocer plena y absolutamente al
sacerdote Zacarías y su revelación
acerca de su hijo: “Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu
oración ha sido oída, y tu mujer Elizabeth te
dará a luz
un hijo, y llamarás
su nombre Juan.
Y tendrás gozo y alegría, y muchos
se regocijarán de su nacimiento;
porque será grande delante
de Dios.
No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el
vientre de su madre. Y hará que muchos
de los hijos de
Israel se conviertan
al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder
de Elías, para hacer volver los corazones
de los padres
a los hijos, y de
los rebeldes a
la prudencia de
los justos, para
preparar al Señor un pueblo bien
dispuesto” (Luc 1:13-17). O
ignorar la afirmación
del teólogo por excelencia
en el Nuevo Testamento: “Pero
cuando agradó a Dios,
que me apartó desde
el vientre de mi madre, y me
llamó por su gracia”
(Gál 1:15).
En su soberanía
Dios realiza distinciones sobre especificidades y
elige en particular a
seres extraordinarios para alguno
de sus propósitos. De esto
no tengo dudas, estos
cuatro personajes antes
mencionados lo reafirman,
pero la extensión de
su gracia abarca
a todos. Él puede elegir a algunos
de nosotros desde antes de nacer, eso lo
acepto, y la Biblia me lo reafirma, pero me estimula la grandeza del
que vertió su sangre “PARA QUE TODO AQUEL QUE EN
ÉL CREE NO SE
PIERDA”. La salvación es y siempre ha sido POR GRACIA A TRAVÉS DE LA FE.
El acto de fe por
el cual el hombre
es salvo, viene
a ser la
ley de su salvación
y de ahí
fluyen las buenas obras, a partir de este principio de
la fe viviente: “De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
Según el
comentarista Donald C. Stamps,
Jesús describe al
que tiene vida eterna y no será
condenado como “el que oye… y cree”. “Oye”, (del griego akouon) y
“cree” (del griego
piesteuon), participios de presente que destacan la acción continua (el
que está oyendo y creyendo). Por tanto, el oír y el creer
no son actos
de un solo momento, sino acciones que deben continuar.
Trataremos de
explicar someramente con la Palabra,
algunos textos que avalan este rompecabezas difícil para algunos. Pudiéramos, a
manera de ejemplo, explicar que la
iglesia es predestinada, cuando se refiere al
plan de salvación tal
como se manifiesta
en el llamamiento
universal. Él vendrá
a buscar una Iglesia, no una
secta o cofradía, al menos eso dice
la Biblia. Y hablando de su elección
podemos decir que lo es por cuanto se
refiere a un
grupo, los electos o escogidos
que han aceptado los ofrecimientos de infinita
misericordia del Pastor que la escogió.
Es bueno recalcar que
los que son
elegidos son seleccionados, no
por disposición absoluta,
sino porque aceptan
las condiciones del
llamado: “El que me ama, mi
Palabra guardará”, así
dijo Jesús; esas son
sus condiciones. Creo
en la gracia y en la posibilidad
no restringida de salvación, creo
en la grandeza
del amor que facilitó
no una selección, sino un
espacio condicionado a la
creencia en su
amor y misericordia.
Analicemos algunos textos
que corroboran esta idea:
Juan 3:16,17: “Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna.
Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por él”.
Este pasaje es
conocido en teología como “el evangelio
en miniatura”. Es importante
observar que el verbo tenga está en tiempo presente, lo
cual significa que la intención es que la vida eterna sea una posesión de actualidad. Dios
no solo amaba
a Israel, habla de la idea del
amor universal que se encuentra en todo
el Nuevo Testamento. Los que abogan
por la
redención limitada se
ven forzados a
decir que este versículo
significa que Dios amó solamente al mundo de los elegidos.
Nada que
ver con el
“todo” sin distinción, sin
razas, sin costumbres, sin edades. “Todo”, habla de la grandeza eterna del infinito amor de Dios puesto en función
de los seres que un día perdieron su
imagen. Hechos 17.30: “Pero Dios, habiendo pasado por
alto los tiempos
de esta ignorancia, ahora
manda a todos
los hombres en todo
lugar, que se
arrepientan”.
Este versículo
declara el asunto en
la forma más amplia
posible. Dios manda a todos los hombres en todos los lugares
que se arrepientan,
que cambien su
estilo de vida. Atribuirle el
sentido de “todos
los hombres sin distinción
de raza o rango
en todos los
lugares del mundo”, pero solo
entre los “elegidos”
—ya que así piensan
los que creen
en la predestinación (forma
en que debiera entenderse para respaldar
la expiación limitada)—, no es de ningún modo la elucidación
o interpretación más segura. 2
Corintios 5:14,15: “Porque
el amor de Cristo nos constriñe,
pensando esto: que si uno murió por todos,
luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para
aquel que murió
y resucitó por ellos”.
El amor que
Cristo demostró al dar su vida, hace que el creyente se sienta
constreñido a agradar
al Señor, quien murió
por toda la
humanidad; aunque el beneficio de su muerte solo es
efectivo para los que por fe le
reciben, y se
identifican con él
en su muerte y resurrección. 1
Timoteo 2:4-7: “El
cual quiere que todos
los hombres sean
salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Por-que hay un solo Dios, y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo
en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su
debido tiempo.
Para esto yo fui constituido predicador y apóstol
(digo verdad en
Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad”. En
el contexto de 1 Tim 2, Pablo está interesado
en subrayar la
compasión divina hacia todas las personas sin distinción de razas, nivel
social o condición alguna. Él desea la salvación de la humanidad plena; sin
embargo la existencia del libre albedrío atenta contra
el deseo de Dios, pues muchos hombres olvidan
a su Creador,
que entregó el valioso
tesoro que es su Hijo, en pago del mal cometido por el hombre.
Pero ahí
repito lo dicho anteriormente y que aclara mi
ponencia: la salvación
es el resultado de
la obra de
Dios, pero también está
determinada por la respuesta humana.
Analicemos a dos personas en el evangelio de las cuales se dice que Cristo las amó particular-mente, uno es el joven
rico (Entonces Jesús, mirándole, le
amó… Mar 10:21), y
el otro es
Lázaro (Dijeron entonces los
judíos: Mirad cómo
le amaba. Juan 11:36).
Del primero, cuentan los
evangelistas, que era correcto,
que tenía buenas obras; a este,
Jesús, le enseñó que esas obras no lo eran
todo, que faltaba
el elemento más importante:
la gracia.
Pero darlo todo y seguir al Maestro fue demasiado
para él, pese al llamado directo de
Cristo: “Jesús le
dijo: Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo
que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y
ven y sígueme” (Mat 19:21). Su
decisión personal fue
desestimar esta invitación, ratificándonos que aún el llamado de Dios
puede ser rechazado por el hombre. 1 Timoteo 4:10: “Palabra fiel es esta, y
digna de ser recibida por todos. Que por
esto mismo trabajamos
y sufrimos oprobios,
porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de
todos los hombres,
mayormente de los que
creen”.
Cuando Pablo
dice que Dios es el Salvador de todos
los hombres y luego
distingue a los
creyentes en una
forma especial, usa la
palabra Salvador en un sentido doble:
preservador y salvador
espiritual. Pablo subraya el
alcance universal de la
salvación, aunque aquí
se concentra en la necesidad de la fe
para su
realización. Aunque todos
califican para ese desafío, los
que creen son extraordinarios al dar el paso necesario. Junto a Jesús hubo dos hombres perversos que purgaban
sus delitos ante
las leyes romanas, uno fue salvo sencillamente porque creyó,
el otro no, porque no lo hizo.
Él vino a
salvar lo que se había perdido; pero hay una condición: creer en él. Tito 2:11:
“Porque la gracia
de Dios se ha manifestado
para salvación a todos
los hombres”. Se
nos está diciendo que la manifestación de la gracia ha
sido plena, absoluta en la vida, muerte
y resurrección del Mesías. Este es uno
de los pasajes
del Nuevo Testamento que
nos presentan con mayor
claridad el poder moral
de la encarnación. Hace hincapié suprema-mente en el milagro del cambio moral
que Jesucristo puede
realizar en los que
ponen su confianza
en él. Solo Cristo
puede hacer que
nuestra vida exterior y
también lo más íntimo
de nuestro corazón lleguen
a ser aptos para
que Dios los
vea con agrado; aunque eso depende de nuestra determinación.
Hebreos 2:9: “Pero
vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los
ángeles, a Jesús, coronado de gloria y
de honra, a causa del padecimiento de
la muerte, para
que por la
gracia de Dios gustase la muerte
por todos”.
La
muerte fue el
terrible sendero de esa
gloria para Jesucristo; pero, por la gracia de Dios, también
fue el medio de salvación para
la humanidad. De este texto
resulta estar claro
que la expiación
fue universal; porque
¿de qué otra manera
pudiera el escritor
decir que él gustó la muerte
por todos? No fue por uno, ni por un
grupo selecto, fue por
todos los que
le aceptaran o no.
“Todos”, palabra asombrosa
que abarca a los injustos y justos, a los feos y bonitos, a los
gordos y
flacos, a los ricos y pobres, a los cultos e incultos. 2 Pedro 3:9: “El Señor no retarda
su promesa, según algunos
la tienen por tardanza,
sino que es
paciente para con nosotros,
no queriendo que
ninguno perezca, sino
que todos procedan al arrepentimiento”.
Generalmente no
comprendemos cuán grande
es el amor de Dios para sus criaturas, sin embargo, el pastor principal
de la Iglesia primitiva nos
regala esta hermosa expresión que habla de su paciencia y de su deseo de que todos —y se
repite una y otra vez—, “todos” puedan volverse de sus malos caminos y regresar
a la
imagen perdida. Dios puede tener un
cupo, un número
de salvados, y esto es parte de debates de siglos por
los teólogos, pues
algunos hablan de que
los salvados se corresponderán al equivalente de
los ángeles caídos,
u otras distintas cifras; eso pudiera ser o no, pero lo que sí es real
es que todos podemos acceder a este privilegio, mediante la fe en él. 1 Juan
2:1,2: “Hijitos míos, estas cosas os
escribo para que no pequéis;
y si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para
con el Padre, a
Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados;
y no solamente
por los nuestros, sino también
por los de todo el mundo”.
Este versículo
explica con claridad que la muerte
de Cristo fue por el mundo entero, puesto que él es
la propiciación no
solo por nuestros pecados sino
también por los de todo el mundo. Además,
la única otra
vez que aparece la frase “el mundo entero” en los
escritos de Juan
es en 1 Juan
5:19, y allí, indiscutiblemente, incluye a todas las
personas. Así que se da por sentado que también se
refiere a todas las personas en
2:2. Y esto significa que Cristo murió
por todos los
humanos, aunque todos no
sean finalmente salvos.
Hablando
de la gracia Juan Wesley declaró: “Considerando
que todas las almas
de los hombres
son muertas en pecado por
naturaleza, esto no excluye a nadie, en vista de que no hay individuo
que esté en
un mero estado
de naturaleza; no hay
hombre, a menos que
haya contristado al
Espíritu, que no pueda
recibir gracia de
Dios”. La excepción intercalada
de Wesley se refiere
a la clara
sentencia del Mesías: “Por tanto
os digo: Todo
pecado y blasfemia será perdonado
a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mat
12:31).
Desde el
principio nuestros padres fundadores, sin
definirse como calvinistas
o arminianos, nos
han legado una fe
que coincide mayormente con el punto de vista de Arminius; aunque
también han participado
de ideas como
la predestinación casuística
(de casos excepcionales). No
obstante, evitamos tanto un
nombre como el otro,
independientemente de que aceptamos
la idea de Wesley expuesta en el párrafo anterior, y que en esencia
resume el mensaje bíblico.
Así lo veo
yo también, así lo creí, y así lo creo actualmente, aunque haya estudiado los diferentes conceptos que de la salvación
se esgrimen en la Teología moderna. Acepto
la redención universal o expiación ilimitada para todos los que crean.
Cada movimiento del alma hacia Dios es iniciado por la gracia, sin
embargo, hay, al
mismo tiempo, un reconocimiento de
que el hombre
es un agente de libre albedrío. Usted puede discrepar de esta opinión,
pero este es el legado
de quienes nos
precedieron y establecieron los
cimientos doctrinales de la
iglesia Soldados de la
Cruz de Cristo, sin ser teólogos ni eruditos; pero siendo guiados por el Espíritu
Santo.
La voluntad
humana decide en
última instancia y la
gracia divina ofrecida
al hombre es aceptada
o rechazada. Es absoluto
Jesús: todos tenemos entrada
a la gracia, previo arrepentimiento. No
hay clases, colores, edades o razas prevalecientes. Jesús
abrió las puertas del cielo
a todas sus
criaturas, terminó la distinción
del pueblo elegido
con su entrada al santuario, finalizaba
la circuncisión como
señal de pactos,
concluía el antiguo
compromiso selectivo para algunos
solamente.
Allí, en el
portal de Belén, mientras la estrella
alumbraba a los
magos del oriente,
nacía para el mundo una época de esperanza y realización.
Jesús murió por
todos. Esa es mi esperanza y debe ser la tuya, no estamos excluidos. El
reino de Dios llegó hasta mí, y dejé mis redes convirtiéndome en
objeto de su
amor. A él sea la
gloria por su
gracia redentora que nos
permitió el reencuentro
con nuestro Creador.
Fuentes bibliográficas utilizadas por
el autor: Culbertson-Wiley, Introducción a
la Teología Cristiana. (Kansas
City: Casa Nazarena de
Publicaciones, 1989), p. 294. Grudem Wayne, Doctrina Bíblica.
Ryrie W. Teología Básican.
Yiya*
De un
gran anón salieron muchas semillas
buscando un lugar
donde vivir. Solo Yiya, la más
joven, se quedó al pie del árbol. Temía ser enterrada. Allí conoció
a Lala Bibijagua, quien subía
y bajaba constantemente,
cargando hojas para
su cueva. Se hicieron
amigas y Yiya
le confesó a Lala su
gran sueño: Quería ser una mata
voladora; pues la profundidad de la tierra
le daba mucho miedo.
Lala
Bibijagua era feliz
allá abajo, y la
convenció para que
la visitara, asegurándole
que nada le
pasaría. Escribió su dirección en
un pedacito de corteza y se la entregó.
Una tarde
Yiya se llenó de valor y bajó a la cueva de su amiga; pero se quedó a la entrada,
de ninguna manera
quiso pasar. Conversaron en la
puerta hasta bien entrada la
noche. Cuando regresaba tropezó, cayó en un hueco y empezó a chillar
desesperadamente: — ¡Auxilio,
auxilio, sáquenme de
aquí! ¡No puedo ver! Lala Bibijagua escuchó los gritos y salió rápidamente
a buscarla. Estaba muy
oscuro y no
pudo encontrarla por más que
buscó y buscó.
Al día
siguiente las gallinas escarbaron
cerca y taparon el hueco. — ¡Sáquenme de aquí, por
favor! ¡Estoy aquí
debajo…, debajo de la
tierra! Los gritos de Yiya
no se escuchaban en
la superficie. La oscuridad
y la
tierra húmeda se le pegaron,
apresándola. Afuera, Lala
Bibijagua, su amiga, continuaba buscándola.
Algunos días
después Yiya sintió
cómo poco a poco se le abría la barriga; parecía írsele la vida. Al mismo
tiempo se elevaba despacio,
muy despacio, hasta que
nuevamente vio la
luz del sol. Sin embargo, ya no
era la Yiya de antes. Lala
Bibijagua, quien no
había dejado de buscarla, tampoco supo que aquella matica de
anón recién nacida, era su amiga.
Pérez González, Eric A. La casa de
los traba-cuentos. Edit. Unicornio. La Habana, 2003.
El grillo y la oruga
Dando al
vecindario entero
Insoportable
martirio,
Entre las
ramas de un lirio
Silba un
grillo majadero.
Se detiene
en una hoja
Que un velo
encoge y arruga
Y ve
escondida una oruga
A quien su
presencia enoja.
— ¿Qué haces
allí sepultada,
Envuelta en
ese sudario?
¡Vaya un
gusto estrafalario!
Sal a la
luz, desdichada.
—El reposo
necesito,
Por eso en
vida me entierro.
Más voy a
dejar mi encierro,
Aguarda un
poco, amiguito.
Rompe la
tela rugosa
Que el
grande misterio vela,
Y al espacio
libre vuela
La brillante
mariposa.
Testigo de
aquel portento,
Mira el
grillo entre temblores
El prodigio
de colores,
De vida y de
movimiento.
Y oye le
dice la bella,
De gozo
resplandeciente:
—La luz
evité prudente
Para
anegarme ahora en ella.
No aturdas
tu juventud,
Que las alas
del saber
Tan solo
pueden nacer
Del estudio
y la quietud.
Aurelia Castillo de González.
El Burro de Betfagé
Por la Evangelista Magbis Verdecia
Toledano
Zac 9:9; Luc
19:29-38 No todos los evangelistas
relatan los hechos de Jesús
por igual, pero
todos concuerdan en
que él entró
a Jerusalén montado en
un pollino que no se había domado
aún. Nos cuenta una
vieja historia que este animalito volvió al establo y que dejó de
comer; no se juntaba con nadie, y aunque había sido muy alegre y
chistoso, ya ni siquiera hablaba.
El burro
más anciano del establo
al notar su raro
comportamiento se le acerca
y le pregunta
por qué había cambiado tanto,
entonces aclarando su borrica
voz, le contesta
emocionado el jovenzuelo: —Es que hace unos días unos hombres vinieron a
buscarme, me pusieron mantos encima
y yo me
veía elegante, luego alguien
montó sobre mí y la gente vino a encontrarme, se quitaron sus mantos y tomando hojas
de los árboles
las tendían en el camino
diciendo cosas para alegrarme y…
—¡Ah! Por eso has cambiado así —le
interrumpió el viejo burro. — ¿Es que no te diste cuenta de que eso no era
para ti?
Era al que montaba sobre
tus lomos al que recibían de esa
manera. Pobre burro,
burro al fin,
no pudo comprender que
la gloria era
para Jesús. Que este
conocido relato te sirva para
comprender que si el Señor te usa la gloria es para él.
El burro flautista
Esta
fabulilla,
Salga bien o
mal
Me ha
ocurrido ahora
Por
casualidad.
Cerca de
unos prados
Que hay en
mi lugar
Pasaba un
borrico
Por
casualidad.
Una flauta
en ellos
Halló, que
un zagal
Se dejó
olvidada
Por
casualidad.
Acercóse a
olerla
El dicho
animal,
Y dio un resoplido
Por
casualidad.
En la flauta
el aire
Se hubo de
colar,
Y sonó la
flauta
Por
casualidad.
— ¡Oh! —dijo
el borrico.
— ¡Qué bien
sé tocar!
Y dirán que
es mala
La música
asnal.
Sin reglas
del arte
Borriquitos
hay,
Que una vez
aciertan
Por
casualidad.
Tomás de Iriarte
CORAZÓN DE DIAMANTE
Zacarías 7:12 “Y pusieron su corazón como
diamante, para no oír
la ley ni
las palabras que Jehová
de los ejércitos
enviaba por su espíritu...”
El diamante
es la sustancia conocida más dura
del mundo. Puede rayar
fácilmente un vidrio
plano, o sacar chispas contra un
metal. Para tallarlo y
darle forma, se
utiliza otro diamante, ya que es
tan duro, que se hace difícil utilizar metales u otro material
para producirle un desgaste.
Podría decirse que el
diamante es, mecánicamente, un material casi inmutable; no se desgasta, no se oxida,
siempre queda igual. Por eso la Biblia
compara al corazón del hombre endurecido por el
pecado, con un
diamante.
Muchos han tomado la
decisión de poner su corazón como
"diamante", y se han
dicho a sí mismos: A mí nada me va
a cambiar, ni
afectar; siempre pensaré igual.
¡No me vengan a
hablar de Dios!
Soy lo suficientemente
resistente, y fuerte, para no depender
de nadie. Desarrollan
una "dureza interior" que se
enfoca en el
rechazo de cualquier cosa
que tenga que
ver con Dios y con su
Palabra. No es que tenían
ya un corazón
de "diamante",
sino que la Biblia
dice que "pusieron su
corazón como diamante".
Es el
caso de un
alma que ya estaba
endurecida, pero que ahora, por
medio de una decisión consciente, se
rebela abiertamente contra Dios.
Dios sigue enviando a esta
humanidad, cada día,
el mensaje de
salvación en Jesucristo. Nos dice
la Biblia que el corazón de Cristo
en la cruz
se derretía dentro de él: Mi corazón
fue como cera,
desliéndose en medio de mis entrañas... (Salmos 22:14).
El corazón
del Salvador se
funde por amor y compasión de ti.
Estimado amigo/a: Dios testifica que
su corazón es blando para contigo. Él vino a buscar a
aquellos de corazón cual diamante,
que brilla orgullosamente, pero que
en sí mismo solo
es un trozo de cristal frío y sin
vida. ¿Querrás entregar en el día de hoy
tu duro
corazón? El diamante
es una piedra preciosa, pero
tener un corazón de dicho material no sirve para la vida.
Es necesario
un corazón que tenga latidos, que esté vivo. Es necesaria un alma perdonada por
Dios, lavada por la
sangre de Cristo,
para tener vida interior. Un corazón
vivo... o un
corazón duro y muerto, ¿con cuál te quedarás? Ezequiel 36:26: “Y quitaré
de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré
corazón de carne”.
NO SABE A DÓNDE VA
Por
el Supervisor Ramón
Pastor Verdecia Labrada
El viento
sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas
ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido
del Espíritu (S. Juan 3:8). Al parecer, el título de este trabajo da a entender que
alguien está desorientado; pero si leemos con detenimiento
el texto bíblico, tratando de saber qué
le dijo Jesús a
Nicodemo, nos daremos cuenta, de que
es todo lo
contrario, que el creyente en Dios, no debe viajar por sí mismo a su
destino final.
Si queremos ir al cielo
tenemos la necesidad de dejarnos
guiar por alguien: el Espíritu
Santo, que sí
sabe a dónde
va, y puede guiarnos
con toda seguridad. Así lo entendieron los que nos antecedieron en este santo y
glorioso camino, como Henoch, Abraham, Moisés, Daniel, los
amando y obedeciendo a Dios en todo. Abraham, el padre de
la fe, recibió
el llamado de Dios así: “Vete de tu tierra y de
tu parentela, y
de la casa
de tu padre, a la tierra que te
mostraré” (Gén 12:1). Y vemos que en
Hebreos 11:8, dice: “Por la
fe Abraham, siendo
llamado, obedeció para salir
al lugar que había de recibir por
heredad, y salió SIN
SABER A DÓNDE
IBA”. Cuando llegó el momento
más difícil para
la vida de Abraham,
Dios le dice
así: “Toma ahora tu hijo, tu
único, Isaac, a quien amas y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí
en holocausto sobre
uno de los montes que yo te diré”
(Gén 22:2).
Abraham volvió a salir sin saber exactamente
el lugar a donde iba. Moisés, el gran
legislador del pueblo hebreo, fue llamado
para liberar a su nación
del poder de los egipcios. Fue a Egipto
y cumplió con
la voluntad de Dios, haciendo milagros y señales en el país; sacó
al pueblo al
desierto, y allí dejó
de saber por
dónde iba. A partir de ese momento estaba guiado por una nube
de día y por una columna de fuego
de noche, que
le decían cuándo
y dónde debían acampar.
Este hombre santo, para
tomar una determinación, por simple o difícil que
fuera, consultaba a Dios y obtenía
la respuesta. Él dejó
de gobernarse a
sí mismo, para convertirse en
un instrumento en las
manos del Todopoderoso.
Jesús le dijo a Nicodemo, que los que son nacidos del Espíritu, son
como el viento, que no se sabe de
dónde viene, ni a dónde va. Como se sabe, hay muchas cosas que nacen, y
varias formas de nacer: nacen las
plantas de las semillas, nacen las bestias y los seres humanos. En todos los casos hay nacimientos prematuros,
raquíticos, enfermos, mutilados, y hasta muertos, y
también los hay a su tiempo, completos, saludables y robustos. Pero quiero hacer énfasis en el más
difícil y complejo de los nacimientos,
aquel del cual
le habló Jesús a Nicodemo,
nacer del Espíritu, como condición
indispensable para entrar en el
Reino de
los Cielos: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del
Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (S. Juan 3:5).
En este
sentido también pueden ocurrir
nacimientos prematuros, raquíticos,
enfermos, mutilados, y hasta muertos; o,
por el contrario
a su debido tiempo,
completos, sanos y robustos.
Si creemos haber
nacido del Espíritu, ¿nos hemos
preguntado alguna vez, cómo
fue nuestro nacimiento?
¿Nos estamos dando cuenta
de cómo es nuestro
proceder y nuestra
conducta? ¿Estamos queriendo guiarnos
a nosotros mismos, creyendo que
sabemos a dónde vamos?,
¿o estamos dispuestos a ser como el viento, que no se
sabe de dónde viene, ni a dónde va? Te hago la interrogante de
un precioso himno: “¿El
Espíritu ejerce dominio en ti?”, o ¿acaso eres
tú quien pretende
tener dominio sobre el Espíritu?
¿Cómo influye esto
en el estado
de tu familia? ¿Qué frutos negativos o positivos
estas cultivando con tus manos? ¿Qué haces para dar solución a los problemas que se presentan en la
familia o en la parte de la Iglesia
que atiendes? ¿Haces
como Moisés, que para
todo iba a consultar
a Dios, y esperaba la respuesta, o tomas
las determinaciones por ti
mismo?
Te diré lo
que vi y aprendí del apóstol Ángel María
Hernández, el primero que
conocí en esta
Iglesia en mi paso por
la escuela preparatoria
y en los años sucesivos: Para dar solución a los grandes
problemas que se presentaban, él convocaba a la Iglesia a ayuno y oración. Para asignaciones y
traslados en las conferencias, se
pasaba horas orando, hasta tener respuesta para cada uno de los
casos. Para hacer
una declaración de que alguien ya
no era ungido, oraba hasta
recibir un mensaje
de Dios.
El gran patriarca Abraham
obtuvo la condición de
amigo de Dios,
obedeciéndolo en todo
lo que el
Señor le ordenó. Anduvo un largo camino desde Ur de los caldeos, sin
saber a dónde iba, hasta la tierra de La Palestina. Moisés, el gran varón
de Dios, desde
su llamado a hacer la obra que el
Señor le encomendó, tuvo que recorrer el
extenuante sendero desde Madián
hasta Egipto, y desde este lugar de vuelta a la tierra prometida,
muchas veces sin conocer
el terreno por donde andaba. Lo hizo porque se dejaba guiar por
una columna de nube y de fuego.
Los que
hemos sido llamados
para servir a Dios, hemos aceptado
a Jesucristo como Salvador, como
el camino, la verdad y
la vida; hemos
aceptado nacer del agua y del Espíritu, y obedecerle incondicionalmente por
el resto de nuestra
vida. Quizá no tendremos que recorrer en este mundo largos trayectos, como
lo hicieron Abraham
y Moisés, para cumplir con el llamado de Dios; pero sí
el camino a las
moradas celestiales, y para andar por
esa senda es absolutamente
imprescindible ser dóciles a la voz
del Espíritu, nuestro guía y nuestra luz.
Tienes que
nacer en él, y ser como el viento, que no se sabe de dónde viene ni a dónde
va. No
hay experiencia más deliciosa
que la libertad del Espíritu; es
como tener alas para
elevarnos en el
azul infinito, remontarnos sobre
todo lo terrenal
y cambiar la fatiga
humana por la paz
eterna de Dios.
UNA EVALUACIÓN MINISTERIAL
Por el Evangelista Raimel Barrios
Izquierdo
La revista Ministerio es
sin dudas una excelente publicación que se especializa en temas
relacionados con el
accionar ministerial de los siervos de Dios, de su número correspondiente
a los meses de mayo-junio del 2001
extraigo algunas ideas y adapto otras
que me parecen muy importantes para nosotros los que
estamos encargados de
alguna misión. Creo que el
momento es crucial
para que pensemos en
estas cosas después del
impacto recibido del Espíritu
en la pasada reunión extraordinaria de
pastores celebrada en La Lisa los días 1
y 2 de octubre.
El apóstol
Pablo nos aconseja: “Examinaos a
vosotros mismos si estáis
en la fe;
probaos a vosotros mismos. ¿O no
os conocéis a
vosotros mismos, que Jesucristo
está en vosotros,
a menos que estéis
reprobados?” (2 Co 13:5).
La evaluación ministerial es
clave para descubrir los
peligros que amenazan
a cada ministro en particular.
Así se podrá definir
mejor el éxito y evitar
el fracaso de muchos de
ellos. Sobre todo,
para ayudarles a
alcanzar el nivel espiritual que la iglesia espera ver en
ellos. En síntesis: la evaluación podría proyectar el modelo de ministerio que la iglesia necesita de sus pastores.
Por lo tanto,
es muy importante
evaluar cuidadosamente a todos
los aspirantes al santo
ministerio. Quizá podría ayudar en la
elaboración de cualquier instrumento o
método de evaluación
el planteamiento y la
respuesta a tres preguntas básicas,
a partir del
texto Sagrado.
1. ¿Es el
pastorado una profesión
o un llamamiento?
2. ¿Qué es más
importante: el trabajo pastoral
o la vida espiritual del pastor?
3. ¿Qué es más
determinante: los resultados del
trabajo ministerial o los motivos
que impulsan a
buscar el logro de esos
resultados?
Las cinco
declaraciones que siguen establecen la superioridad del ministerio como un
llamamiento por encima de una
profesión:
Primera: La profesión
se obtiene por vía humana y el llamamiento se recibe por concesión divina. Dijo Pablo que él era
“...apóstol, no de
hombres ni por hombre, sino por
Jesucristo y por Dios el Padre
que lo resucitó
de los muertos” (Gál 1: 1).
Segunda: La
profesión es un logro y el llamamiento
un don. El ministerio es un honor
inmerecido y nunca un premio. Como Pablo,
los llamados por Dios
reconocerán que la
camisa les queda grande y que
nadie es suficiente para esa vocación:
“Porque yo soy el
más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque
perseguí a la iglesia de Dios. Pero por
la gracia de
Dios soy lo que
soy...”, (1 Cor 15: 9, l0a).
Tercera: La
profesión es, generalmente, una elección entre
varias alternativas, pero el llamamiento es,
siempre, una asignación sin
opciones. La primera se puede evadir, el segundo es insoslayable. El que
ha sido
llamado por Dios no es feliz
fuera del ministerio. Jeremías,
frustrado por los
resultados de su trabajo,
dijo: “No me acordaré
de él, ni hablaré más
en su nombre;
no obstante, había en mi
corazón como un fuego ardiente
metido en mis huesos; traté de
sufrirlo y no
pude” (Jer 20:8, 9).
Cuarta: La profesión
se ejerce con información y conocimiento, el ministerio
con poder de lo alto. El apóstol del amor
escribió: “Lo que era desde el principio,
lo que hemos
oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos
contemplado, y palparon nuestras manos
tocante al Verbo
de vida...eso os anunciamos...” (1 Juan 1: 1-3).
Quinta: La profesión
compromete la vida parcialmente,
pero el ministerio la
vida total. El que
sirve a Dios no tiene
dos vidas: una
privada y otra pública.
Un exitoso neurocirujano puede ser
adúltero, y sin
embargo, seguir siendo un renombrado médico; pero no ocurre lo mismo con el ministro del
Señor. Del pastor se debe decir: “...
yo entiendo que este que
siempre pasa por nuestra
casa, es varón
santo de Dios” (2 Rey 4: 9).
Cuando el
ministerio se toma
como una profesión se
corre el peligro
de trabajar para no perder el empleo; pero cuando se lo considera un
llamamiento de Dios se trabaja “no sirviendo al ojo, como los que
quieren agradar a los
hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón
haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y
no a los
hombres” (Efe 6: 6, 7).
¿Cuál es la
implicación más importante en la creencia
que el ministerio es un llamamiento y no una profesión? Respondemos: Si
fuera una profesión, entonces el
trabajo sería de
máxima importancia, pero como
es un llamamiento,
nada es más
importante que nuestra relación
con el Señor... Entonces
interroguémonos: ¿Cómo está
la calidad de
nuestra vida íntima con
Dios? ¿Podemos decir
como el salmista que en nuestra
“meditación se encendió fuego” (Sal
39: 3b)? ¿Será posible que
nuestras almas estén
clamando por Dios como los ciervos braman por las corrientes de las
aguas (Sal 42: 1)? ¿Cultivamos nuestra vida espiritual con la
misma diligencia que dedicamos a nuestro buen desempeño pastoral? ¿O invertimos el orden y buscamos primero
la actividad ministerial y dejamos
que el reino
de Dios venga por
añadidura (Mat 6:
33)? ¿Tenemos los pastores otra
manera de salvarnos?
¿No dice la Biblia: “En descanso y en reposo seréis
salvos; en quietud y en confianza será
vuestra fortaleza” (lsa 30: 15)? La Escritura enseña que los falsos pastores se van a
perder finalmente, no por su bajo rendimiento, sino por algo más grave. Le
dirán a su verdadero Presidente el día
de ajuste de
cuentas: “Señor, Señor ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y
en tu nombre
hicimos muchos milagros?” (Mat 7: 22).
No. La falla
no estuvo en
los resultados. Fueron
hombres productivos. Eran los más
cotizados en el mercado ministerial.
En su época
disfrutaron de la fama. Quizá
la iglesia los
premió. Tarde comprenden que
los reconocimientos honoríficos
no valen mucho después
de todo. ¡Están
aterrorizados! Se preguntan: ¿Dónde
fallamos? Repasan las evidencias
de su éxito humano, y no hallan señales de fracasos. El Señor les responderá:
“Nunca os conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad” (Mat 7:
23). El problema es que
conocían muy bien su trabajo; pero no conocían al Señor de la viña. Aprendieron
cómo conservar el empleo; pero no cómo salvarse.
Para Dios no
es más importante trabajar para
él que caminar
con él. Dice, refriéndose a
los falsos pastores: “No envié yo a aquellos profetas,
pero ellos corrían; yo no les hablé más
ellos profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en mi
secreto, habrían hecho
oír mis palabras a mi pueblo,
y lo habrían hecho volver de su
mal camino, y la maldad de sus obras”
(Jer 23: 21, 22). No hay nada más peligroso
para el pastor que
sustituir su vida
espiritual por el quehacer ministerial.
Cuando los
discípulos llegaron a Jesús contentos por sus realizaciones misioneras, este
les dijo que
su salvación personal era
mucho más importante que la alegría experimentada
en el cumplimiento de
la misión: “No os
regocijéis de que
los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de
que vuestros nombres
están escritos en los
cielos” (Luc 10: 17-20).
En otra
ocasión, cuando el Señor dijo a sus discípulos: “A la verdad
la mies es mucha, mas
los obreros pocos” (Mat 9: 37), no les dijo que sacrificaran
su vida devocional para poder “terminar
la obra”; más bien, les pidió: “Rogad,
pues, al Señor
de la mies, que
envíe obreros a su
mies” (Mat 9: 38). ¿Cuál es la
razón fundamental para sostener que la vida espiritual del ministro es
más importante que su
desempeño pastoral? Porque el verdadero éxito de lo último depende de lo primero.
Las elevadas normas de calidad del trabajo
ministerial solo se reconocen,
se adoptan y sostienen, en la medida en que
los pastores cultivan una
íntima comunión secreta con el Dios
que les
llamó a su
servicio.
Podríamos
decir que a Dios no le preocupa lo poco ni
le impresiona lo mucho: “... conoce
vuestros corazones; porque lo que
los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Luc 16: 15). Recordemos que
el ministerio es un llamamiento divino
donde la comunión íntima con Dios es el ingrediente más importante
para poder rendirle un
servicio santo, y
producir resultados que honren su
Nombre.
Soy el Chorlito dorado.
Mi nuca es negra como el tubo de una estufa —y también
mi coronilla, abrigo y espalda tienen unos
reflejos negros preciosos. Pero,
mire, cómo el
Creador le ha puesto
a cada una de
mis plumas un maravilloso borde.
¿Ve cómo brilla todo por encima de un verde dorado?
De ahí mi
nombre “Chorlito dorado”. Dios le ha dado a cada una de sus criaturas algo
especial, ¿verdad?
Un
hueco escarbado en
el suelo siempre helado
Nací en
Alaska, allá en las llanuras de la tundra
rompí la cáscara de mi huevo. Con
mis hermanos me crié en un pequeño hueco hecho
en la tierra
y forrado de musgo y hojas secas. Nuestros padres nos alimentaron a base
de bayas más bien agrias, orugas gorditas, empetros negros y escarabajos
crujientes.
Así crecimos
con rapidez. Pronto aprendimos a
volar. El andar no se me da tan bien. Seguro que al verme, empezaría usted
a reírse. Y
tiene razón, porque voy
siempre tambaleándome. Mi Creador
creyó oportuno construirme así. ¿O cree usted de veras que una “casualidad”
(otros prefieren decir con más pompa “auto
organización de la materia”) pudo haberme dado origen a mí,
tal y como soy? Y ¿sabe que vuelo desde Alaska
hasta Hawaii? Sí, efectivamente, es
un recorrido colosal. ¿Que cómo lo hago? Pues muy sencillo: Volando. Mi
Creador no me hizo para ser un corredor veloz o un campeón en natación. ¡Sin
embargo soy un excelente volador!
Un exceso de peso del 50 %
Mis hermanos
y yo a penas
teníamos un par de meses
y a penas
habíamos aprendido a volar,
cuando nos abandonaron
nuestros padres. Nos precedieron volando
a Hawaii. Pero
en aquel entonces aún no lo
sabíamos. Y si soy sincero,
tampoco nos interesaba.
Sino todo lo
contrario: Teníamos un gran apetito
y comíamos muchísimo y con ansia. En poco tiempo
engordé 70 gramos,
es decir más de la mitad
de mi peso total. ¡Fíjese
lo que es eso!
¿Sabe lo que
parecería usted, si en tres meses
le ocurriera eso,
si en vez de pesar 80 kilos
pesara de pronto 120? Ahora seguramente
que querrá saber, porqué
como tanto. Es muy
sencillo: Mi Creador me programó así. Necesito
este peso adicional
como combustible necesario para el viaje de Alaska a Hawaii. Eso
son casi 4 500 kilómetros. Sí,
sí, ha oído usted
bien. Pero esto no es todo: Durante todo el trayecto no puedo descansar
ni una sola vez. Lamentablemente
no hay en el camino ni una sola isla, islote o palmo de
tierra seca; y
como usted ya sabe, no sé nadar.
250 000 flexiones en el suelo
Mis compañeros
de edad y
yo volamos 88 horas —o sea tres días y cuatro noches—
ininterrumpidamente cruzando alta mar.
Los
científicos han calculado que durante este tiempo batimos las alas 250 000 veces. Imagínese que
usted tuviera que hacer un cuarto de millón de cuclillas. Ahora permítame
que le haga una pregunta: ¿De dónde sabía yo que tenía que comer hasta tener un
exceso de peso de justo 70 gramos, para poder llegar a Hawaii? ¿Y
quién me dijo que
tenía que ir allí
y la dirección
que tenía que
tomar? Porque nunca antes
he volado esa
ruta.
En el
camino no hay
ningún punto de orientación. ¿Cómo
hemos podido encontrar esas diminutas islas en medio del Océano Pacífico? Porque si
no las hubiésemos hallado, nos
habríamos estrellado en el océano
al acabarse nuestro combustible. ¡Muchos
cientos de kilómetros a la redonda no
hay nada más que agua!
Un autopiloto
Sus científicos
aún siguen calentándose la cabeza intentando saber
cómo podemos determinar y corregir
nuestro itinerario de vuelo,
porque con frecuencia las tempestades nos
desvían de la ruta. Volamos a través de la niebla y lloviendo, independientemente
de si hace sol, si hay un cielo estrellado o si el cielo está completamente
nublado, y siempre llegamos a nuestra meta. Aunque
los científicos algún
día llegaran a averiguar
algo sobre esto,
seguirían sin saber
cómo se han originado estas asombrosas
facultades. Se lo voy a revelar.
Dios, el Señor, integró un autopiloto
en nuestro organismo.
Sus aviones de reacción
poseen instrumentos de navegación
muy parecidos.
Están conectados con ordenadores que miden constantemente
la posición de vuelo y la comparan con
la ruta programada para ir corrigiendo de esta manera
la dirección de vuelo. El
Creador programó en
nuestro sistema de navegación las coordenadas que sin ningún problema
puedo mantener mi rumbo. ¿Sigue
usted creyendo que todo
esto se hizo por casualidad? ¡Yo no! Reflexione un momento: El chorlito
dorado primitivo —fuere como fuere—
¿hubiera comido por pura
casualidad hasta almacenar
70 gramos de grasa? ¿Y piensa usted que igualmente por
casualidad le vino
la idea de salir volando? ¿Luego otra vez por casualidad
voló en la
dirección correcta? En la ruta de más de 4 000 km ¿no hubo nada que le desviara de la dirección que llevaba?
¿Halló casualmente los islotes
correctos en el océano? Y no olvidemos a
los chorlitos dorados jóvenes.
¿Hubieran podido experimentar ellos otra vez las mismas casualidades?
Tenga usted en cuenta que una mínima desviación del rumbo
programado sería
suficiente para hacer que todos sin falta perecieran.
Una velocidad fijada con exactitud
Pero aún
no le he contado todo. Cuando vuelo los 4 500 km en 88 horas,
mi velocidad de vuelo es de aproximadamente
51 km por
hora. Unos científicos han
averiguado ahora que esa es la velocidad ideal para nosotros. Si voláramos
más despacio, gastaríamos
demasiado combustible para
la propulsión.
Si voláramos
más deprisa, desperdiciaríamos
demasiada energía para superar la
resistencia del aire. ¿Sigue aun creyendo que me hizo la casualidad
y que fue ella
la que me trajo hasta
aquí? ¡Yo no! Me
importa poco la casualidad. Lo que haré es alabar a mi Creador. ¡Claro que sí!
Un pensamiento de Piaget
Por el Miembro Cire Nairda
A Jean William Fritz
Piaget (Suiza 1896-1980) es
difícil definirlo como profesional, teniendo en cuenta que la biología, la epistemología, las matemáticas, la filosofía y
la pedagogía, no fueron
las únicas disciplinas
con las que alcanzó prestigio
mundial; aunque se reconoce principalmente por su enfoque constructivista del
proceso enseñanza-aprendizaje.
Precisamente uno de sus pensamientos relacionados
con esa teoría, es
el objeto de
nuestro artículo de Cultura y
Sociedad.
El pensamiento en
cuestión dice: “Una verdad aprendida
no es más que una verdad a medias, mientras
que la verdad
entera debe ser reconquistada,
reconstruida o redescubierta por el propio alumno”. Para Piaget esto
solo podía referirse al método científico, pues él tuvo la convicción de que el
método científico era la única vía legítima de acceso al conocimiento, y
que los métodos reflexivos o introspectivos de la
tradición filosófica o religiosa
en el mejor de los casos solo podían contribuir
a elaborar un cierto
conocimiento.
Estoy
plenamente de acuerdo
con el pensamiento
del prominente suizo citado
textualmente; pero discrepo de
su opinión sobre
el método científico como
única vía de acceso al conocimiento. Como
le ocurre a casi todos los hombres
de ciencia, al
pretender que la ciencia no
puede armonizar con la
concepción creacionista del
universo, Piaget manifiesta una
contradicción entre esa convicción
y sus postulados, que una y otra
vez confirman la veracidad de la Palabra Eterna.
Con su
pensamiento Piaget estaba mostrando su descuerdo con siglos de influencia
escolástica. Pero, ¿no subyace su criterio en el principio de la creación divina? ¿No
fue este el
ejercicio de realización personal
que el Creador le dio al hombre desde que lo hizo? El Divino Autor pudo
haber puesto a la humanidad
en un estado de trance feliz en que degustara de todo placer ideado por su mente infinita;
en cambio lo ubicó en una situación de experimentación. En
esa situación el
gozo de la realización venía
a través de
probar todo aquello que
identificaba, y lo identificaba a
partir de un
código o patrón interno: todo lo
que estaba dentro estaba fuera; pero lo que daba sentido a las cosas era el contacto, y esto es algo
que Piaget refleja
en su obra pedagógica; él habla de una epistemología
genética, entendiendo aquí
la epistemología no como
la ciencia que estudia a la ciencia, sino como la investigación de
las capacidades cognitivas, y a la genética como la
investigación de la génesis del pensar, que tiene en gran proporción patrones derivados de los
genes.
Para este
científico el pensar se
despliega desde una
base genética solo mediante estímulos socioculturales, así como también el pensar
se configura por la información que el
sujeto recibe, siempre
de un modo activo, por más
inconsciente y pasivo que
parezca el procesamiento
de la información*.
Con esto
Piaget no dijo
nada nuevo; sabemos que al
fracasar el estado original de la humanidad, se
inició el largo camino del rescate a
través de la Palabra, la experimentación siguió
siendo el modelo. ¿No exige
acaso la redención una vivencia profunda y cotidiana de la Palabra? ¿No pide acaso el Creador que más
que oírla, comamos
su Palabra?: “Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus
entrañas de este rollo
que yo te
doy” (Eze 3:3). “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí;
y tu palabra me fue por
gozo y por alegría
de mi corazón; porque
tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos” (Jer 15:16). ¿No se materializó esta Palabra para que la comiéramos?: “Este es el pan que desciende
del cielo, para que el que de
él come, no muera.
Yo soy
el pan vivo que
descendió del cielo;
si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el
pan que yo
daré es mi
carne, la cual yo daré
por la vida
del mundo” (Juan 6:48-51). ¿No
significa “comer‟ un ejercicio
pleno de experimentación sensorial? La verdad divina tiene que ser
vivida por el
hombre, porque la Palabra
no es letra muerta, está viva y transmite
vida. Piaget hace notar que la capacidad
cognitiva y la
inteligencia se encuentran estrechamente ligadas al medio
social y físico.
Considera
que los dos procesos que caracterizan a
la evolución y adaptación del psiquismo
humano son los de
la asimilación y acomodación. Ambas
son capacidades innatas
que por factores genéticos
se van desplegando ante determinados
estímulos en muy determinadas etapas
o estadios del desarrollo, en
determinadas edades sucesivas.
De los estadios del desarrollo cognitivo
que él propone, el primero es una etapa sensoria-motriz, desde el nacimiento
hasta aproximadamente un año y
medio a dos años.
En tal estado
el niño usa
sus sentidos —que están en pleno desarrollo— y las habilidades motrices para conocer aquello que
le circunda, confiándose
inicialmente en sus
reflejos y, más adelante, en
la combinatoria de sus
capacidades sensoriales y
motrices. Así, se prepara para
luego poder pensar con imágenes y conceptos.
En el otro
extremo, el cuarto estadio se
refiere a las operaciones formales, que
se inicia desde
los doce años de edad y dura
toda la vida adulta. El niño que
se encuentra en los estadios anteriores a
este último no puede
aplicar sus capacidades
a situaciones abstractas.
Si un
adulto le dice “no
te burles de X porque es gordo... ¿qué
dirías si lo
hicieran contigo?”, él simplemente respondería:
“Yo no soy gordo”.
Es desde los
doce años en adelante
cuando el cerebro
humano está potencialmente capacitado
para formular pensamientos
realmente abstractos, o un
pensamiento de tipo
hipotético deductivo. En la expresión bíblica de la evolución del hombre en su relación con el
Creador, encontramos un
paralelismo asombroso.
En el relato
bíblico vemos a la humanidad pasando
por los
estadios del desarrollo cognitivo. La Biblia dice que la ley
fue nuestro ayo
para llevarnos a Cristo, o sea, fue el educador en la primera fase de la
reconciliación del hombre con Dios, la fase sensorio-motriz de
la humanidad en su relación con el
Creador, por eso
está dirigida, fundamentalmente a lo sensorial: los mandatos contienen
una elevada espiritualidad (Rom
7:14); pero están revestidos
de una proyección
a las acciones, como los lavamientos, las purificaciones, las
reposiciones, los sacrificios…
para que la repetición de estas acciones llevara a
los hombres a la
interiorización de la
voluntad del Creador: la
santificación, la justicia,
el amor.
Esta etapa
previa estaba preparando a la humanidad en su fase infantil para
entrar en el
estadio de las „operaciones formales‟,
donde puede discernir la más
grande revelación de Dios en su propio Hijo. Curiosamente Piaget
ubica el comienzo de esta fase a los doce años, edad en que los
judíos realizan la ceremonia de
Bar Mitzvah, o Bat Mitzvah,
haciendo a sus
hijos responsables de la
observancia de los mandamientos, y
nosotros los cristianos consideramos que a partir de este momento los adolescentes pueden ser bautizados,
atendiendo a que con esta edad Cristo reaparece en el Evangelio, luego de la narración de su nacimiento, y se le menciona en un debate
con los doctores de la ley.
En su
obra La psicología
de la inteligencia
(1947) Piaget postula que la lógica
es la base del pensamiento; y que en
consecuencia la inteligencia
es un término genérico para
designar al conjunto de operaciones
lógicas para las que
está capacitado el
ser humano, yendo desde
la percepción, las
operaciones de clasificación,
substitución, abstracción,
etc., hasta —por
lo menos— el cálculo
proporcional.
No estoy en
desacuerdo con este postulado; pero en mi
opinión, esa lógica que él ubica como cimiento del pensar,
y por
tanto la base
operacional de la inteligencia, no es algo que simplemente
está allí, en el condicionamiento genético,
por una obligatoriedad natural; sino
que es la
huella de la
sabiduría divina, una chispa
de su luz
eterna, encendida en el
centro mismo de la esencia humana,
que asombra a este
hombre de ciencia, como
a la mayoría de los
científicos, que previamente
le dieron la espalda a la Fuente de Luz y que luego de un largo
camino, se vuelven a encontrar
con ella.
Las observaciones científicas
no hacen otra
cosa que seguir de lejos el mismo
derrotero de la sabiduría bíblica. El
pensamiento del que hablamos está contenido en
la afirmación de Cristo: “y
conoceréis la verdad, y
la verdad os
hará libres” (Juan 8:32). Conocer
implica una relación personal, profunda: una experimentación, y
ser libres significa
no deberle nada a la ignorancia, ni al error, ni a nada. *Smith, L. (1997).
Jean Piaget. In N. Sheehy,
A. Chapman. W. Conroy (eds). Bio-graphical
dictionary of psychology. London.
La opinión femenina
SEÑALES DE ALARMA EN EL MATRIMONIO
Por la evangelista Carmen Rebeca
Verdecia Toledano.
¡Cuidado! Tal vez es hora de revisar
algunas actitudes
Muchos
piensan que los matrimonios se van a pique debido a una aventura, algo explosivo, por los años de convivencia,
etc. Pero la verdad es que se acaban poco a poco, como resbalando por una
pendiente de reproches, críticas, falta de respeto y actitudes de retraimiento,
hasta que es difícil volver atrás. Debemos fijarnos en las señales que nos indican que
la relación va por mal camino. Tenemos que estar alertas para evitar el
desastre. He aquí algunas a tener en cuenta:
1.
Agendas diferentes: Hoy en día las personas les dan más prioridad a los hijos, la
iglesia, el trabajo, que a la
relación de pareja. Porque nuestras prioridades
están mal fundadas. Les recuerdo que debe ser así:
Dios, familia, iglesia, trabajo. Ahora bien, en la familia
las prioridades son así (aunque no les guste): cónyuge, hijos, padres,
hermanos… Por lo tanto en la agenda de cada cual se debe dar prioridad a estar
más tiempo juntos.
2. Cuando se
piensa lo peor: Es mal síntoma cuando
las parejas piensan mal el uno del otro; si tienes alguna preocupación cuéntasela
con todo respeto y tacto, pues los celos destruyen la fortaleza del amor, y nos
llevan a despertar pensamientos que no estaban el corazón de nuestra pareja,
al llamar su atención sobre la persona por la que nos preocupamos. En las
relaciones estables los conyugues respetan el espacio del otro.
Presenta cada día las actividades de tu pareja ante Dios y el cuidará de lo
tuyo. Has de tu hogar un verdadero refugio donde el amor y la confianza sean
los principales ingredientes.
3.
Ausencias de caricias: Yo admiro e imito las parejas que
llevan muchísimos años juntos y salen tomados de la mano; cuánto diálogo
encierra esa acción, da una sensación de seguridad tremenda; es maravilloso ir
tomados de la mano. Igual que
acariciarse y divertirse con cosas que solo la pareja sabe. A veces mi esposo y
yo estamos pensando lo mismo, y esa empatía me encanta. Si lo habías
descuidado, vuelve al primer amor, ese que nos hace felices. Nunca se es viejo
para disfrutar del cariño de tu
cónyuge, no te pierdas la dulzura de
las caricias. Que se cumpla en nosotros lo que dice Gén 2: 22-24: “Y de
la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre. Entonces dijo el hombre:
“Ahora, ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta
será llamada mujer, porque
fue tomada del
hombre. Por tanto,
el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán
una sola carne”.
4.
Falta de
comunicación: El silencio es el asesino
de los matrimonios. Un hombre no
supo qué responder cuando le preguntaron los gustos, preocupaciones y temores de su esposa. Si no
conocemos a nuestra pareja hay graves problemas en la puerta. El día de los enamorados nos juntamos en
la iglesia muchos matrimonios
para celebrar esta fecha y uno de los juegos fue recordar detalles de la boda,
luna de miel, llegada de los hijos, fechas importantes, comidas, etc. Sientes que te
vuelves a enamorar, o algo más lindo, te das cuenta de cuánto lo amas. Dios nos dio el privilegio de
hablar, hazlo para bendición de los tuyos y disfruta de tu otro yo.
5.
Rencor reprimido: A menos que las
parejas hablen y solucionen sus problemas, y luchen por su matrimonio, al final
habrá un estallido o abandono. Dice la Palabra de Dios: “No se ponga el sol
sobre vuestro enojo”. Acuéstate a descansar
en paz contigo
al estar en
paz con tu cónyuge.
Dice 1 Cor 13:3
“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta
indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal
recibido; no se regocija de la
injusticia, sino que se alegra con la verdad”. Hay en muchas buenas personas
una actitud crítica y otorgan su amor como si estuvieran haciendo un favor.
Pero el verdadero amor no acaba nunca, ni deja de sorprenderse de ser
amado. El amor se mantiene humilde, porque se da cuenta de
que nunca puede ofrecer a la persona amada nada que sea bastante bueno.
6.
Cambio de tono: Cuando alguien responda sarcásticamente
al preguntársele por qué decidió
casarse, tenga cuidado, esta es una de las señales más peligrosas. Por lo
general todos fuimos felices al altar. Hay una gracia en el amor cristiano que
nunca se olvida de que la cortesía, el tacto y los buenos modales son hermosos.
Recuerde lo bonito del encuentro
primero, y como deseaban volverse a ver. Averigüe que le hace responder
así. Si detecta algunas de estas
señales, los expertos recomiendan esto:
-Hable con
tranquilidad: No desafíe a su cónyuge; hable con cortesía y respeto.
-No espere: Los matrimonios felices
no esperan muchos días
para darle solución a sus
problemas. Cuando esté seguro de que las cosas van por mal camino no se quede
callado.
-No culpe:
Elimine la culpa de la discusión. Reconocer nuestros errores es de
sabios. Rectifica.
-Sea
flexible: Ceder un poco puede mejorar mucho las cosas.
Las parejas
inteligentes buscan las maneras de aliviar las tensiones antes de que la situación
se les salga de las manos. Si alguna de estas señales está sucediendo en su relación; haga un alto
en su vida
y rectifique. Mantenga en
su corazón esta máxima:
“El éxito en el matrimonio está en ser usted
la pareja adecuada, no en encontrar
a la persona adecuada”.
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